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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El cabo de los tormentos

Obama está a punto de doblar este cabo de las tormentas que son los cien días de su presidencia. A una semana vista de tal hito el océano ya empieza a mostrarse todo lo embravecido que exige la leyenda. Y no es por la economía, a pesar de su estado lamentable, ni por el agitado mapamundi donde se despliega la nueva política norteamericana. Es por las torturas, la ignominia que más ha ensuciado la presidencia de George W. Bush y ha hipotecado la imagen de su país en el mundo. El presidente zanjó enseguida con toda claridad: aquí no se tortura. En el segundo día de su mandato suspendió todos los dictámenes legales que lo permitían. Esta pasada semana ha autorizado el levantamiento del secreto sobre varios documentos de la oficina legal de Bush que cubrían y autorizaban tales prácticas. Y esta semana ha dado a entender que será necesaria una investigación a fondo y no se pueden descartar acciones judiciales contra los juristas que fabricaron estos argumentos leguleyos para practicarlas.

Estos últimos movimientos se han visto acompañados de no pocas contradicciones y desmentidos entre los propios colaboradores del presidente: Obama era partidario al principio de mirar hacia delante y evitar los ajustes de cuentas judiciales con la anterior Administración, pero no todos son de la misma opinión, sobre todo en las filas demócratas. Y en el otro campo, la publicación de los documentos secretos y la eventualidad de una investigación judicial que termine procesando a los abogados que fabricaron las excusas jurídicas para las prácticas ilegales está actuando como cemento aglutinador: nada produce más cohesión que el miedo, en este caso a los jueces y a la cárcel. Antiguos altos cargos de la Administración de Bush, con el vicepresidente Cheney a la cabeza, están saliendo en tromba a defender la legalidad de los interrogatorios reforzados, el eufemismo en el que se incluye todo el repertorio de técnicas de tormento, y advierten del peligro que supone para la seguridad de Estados Unidos tanto la publicación como la investigación sobre este tipo de interrogatorios. Todo esto, dicen, desalentará a los agentes de la CIA y a sus socios y colaboradores de los servicios secretos de los países aliados y amigos. Pero el argumento mayor, profunda y perversamente neocon, considera que Washington está renunciando a un arma disuasiva de primer orden para los terroristas y para cualquier enemigo actual o futuro: hasta ahora sabían que su Gobierno estaba dispuestos a hacer cualquier cosa, legal o ilegal, en nombre de su seguridad; a partir de ahora ya saben que es más vulnerable porque se impone límites a sí mismo. La derecha da la culpa de todo eso a Obama. Alguna tendrá, sobre todo en la claridad de sus ideas y en la voluntad de aplicarlas. Pero no es toda suya, e incluso si toda hubiera sido suya no estaríamos donde estamos ahora: con un horizonte ciertamente lleno de nubarrones para los torturadores. Obama, de talante moderado y centrista, quiere resolver las cuentas pendientes, pero quiere hacerlo de forma controlada y evitando daños colaterales. La publicación de los memos sobre torturas no ha sido una decisión fácil; en sus palabras, "una de las más duras que he tenido que tomar como presidente". La culpa se reparte dentro e incluso fuera de Estados Unidos. La misma Administración republicana empezó a flojear en los últimos meses, cuando el propio director de la oficina legal de Bush, Steven Bradbury, autor de varios informes secretos, reconoció en dos de ellos que las opiniones sobre los interrogatorios, las entregas extraordinarias de detenidos a terceros países y la detención sin garantías "no debían ser consideradas como fuente de autoridad en ningún sentido". En varios países europeos, España entre los más destacados, se han intentado procesos legales contra los abogados de la Casa Blanca y otros funcionarios que autorizaron las torturas. Uno de ellos, Jay Bybee, actualmente juez de apelaciones, se ha convertido en diana de asociaciones de derechos humanos que propugnan su destitución. Otras asociaciones piden el procesamiento de médicos y psicólogos que ayudaron a realizar los interrogatorios. En el propio Congreso hay investigaciones en marcha sobre todo el caso. También Naciones Unidas está tomando cartas en el asunto, en la medida en que EE UU es firmante de las convenciones contra la tortura. Aunque el presidente ha sido muy claro desde el primer día, no puede decirse lo mismo de sus colaboradores. Su jefe de Gabinete, Rahm Emmanuel, no quería saber nada de investigaciones ni procesamientos. El director de la CIA, Leon Panetta, no excluyó que en algún momento tuviera que pedir permiso presidencial para actuaciones excepcionales del mismo tipo. El director nacional de Inteligencia, Dennis Blair, admitió que las torturas habían arrojado resultados valiosos. Tampoco hay que olvidar que el Congreso -e incluso la actual speaker de la Cámara, Nancy Pelosi- fue informado de tales prácticas por la anterior Administración. La actual iniciativa de Obama tiene como efecto inmediato que ata las manos de quienes pudieran conservar el propósito de mantener alguna de las prácticas de dudosa legalidad de la anterior Administración, tal como le han reprochado explícitamente el ex director de la CIA, Michael Hayden, y el ex fiscal general, Michael Mukasey, en un artículo conjunto en el Wall Street Journal. Es un momento ciertamente decisivo, quizás el más crucial de los cien días, cuando el barco presidencial se dispone a doblar el cabo no de las tormentas sino de los tormentos.



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23 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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De la imposibilidad de este retrato (2)

Entretanto, el pintor va pintando el retrato de Fernando Pessoa. Está en el comienzo, no se sabe todavía qué rostro elegirá, lo que se puede ver es una levísima pincelada de verde, quizá salga de aquí un perro de ese color para conjuntarlo con un jockey amarillo y un caballo azul, salvo si el verde es sólo el resultado físico y químico por estar el jockey sobre el caballo, como es su profesión y gusto. Pero la gran duda del pintor no tiene nada que ver con los colores que tendrá que emplear, esa dificultad la resolvieron los impresionistas de una vez para siempre, solo los hombres antiguos, los de antes, no sabían que en cada color están todos los colores: la gran duda del pintor es si hay que tener una actitud reverente o irreverente, si pintará esta virgen como S. Lucas pintó la otra, de rodillas, o si tratará a este hombre como el triste desgraciado que fue realmente ridículo para todas las camareras de hotel y escribió cartas de amor ridículas, y si, así autorizado por él mismo, podrá reírse de él pintándolo. La pincelada verde, por ahora, es solamente la pierna del jockey amarillo colocada por este lado de acá del caballo azul. Mientras el maestro no agite la batuta, la música no romperá lánguida y triste, ni el hombre de la tienda comenzará a sonreír entre las memorias de la infancia del pintor. Hay una especie de ambigüedad inocente en esta pierna verde, capaz de transformarse en verde perro. El pintor se deja conducir por la asociación de ideas, para él, pierna y perro se convertirán en meros heterónimos de verde: cosas mucho más increíbles que ésta han sido posibles, no es de extrañar. Nadie sabe lo que pasa en la cabeza del pintor mientras pinta. El retrato está hecho, se juntará a las diez mil representaciones que lo precedieron. Es una genuflexión devota, es una carcajada de burla, da lo mismo, cada una de estos colores, cada uno de estos trazos, sobreponiéndose unos a otros, acercan el momento de la invisibilidad, ese negro absoluto que no reflejará ninguna luz, ni siquiera la luz fulgurante del sol, que haría entonces al breve brillo de una mirada, en frente a apagarse tan pronto. Entre la reverencia y la irreverencia, en un punto indeterminable, estará, tal vez, el hombre que Fernando Pessoa fue. Tal vez, porque tampoco eso es cierto. Albert Camus no lo pensó dos veces cuando escribió: ?Si alguien quiere que lo reconozcamos, basta que diga quien es?. En la mayoría de los casos, a lo más lejos que llega quien a tal aventura ose sujetarse es a decir qué nombre le pusieron en el registro civil. Fernando Pessoa, probablemente, ni a tanto. No le bastaba ser al mismo tiempo Caeiro y Reis, conjuntamente Campos y Soares. Agora que ya no es poeta, sino pintor, y va haciendo su autorretrato, qué rostro pintará, con que nombre firmará el cuadro, en su ángulo izquierdo, o derecho, porque toda la pintura es espejo, de qué, de quién, para qué? El brazo se levanta, por fin, la mano sostiene una pequeña hasta de madera, desde lejos diríamos que es un pincel, pero hay motivos para sospechar: en él no se transporta un color verde, o azul, o amarillo, no se ve ningún color, ninguna pintura. Este es el negro absoluto con que Fernando Pessoa, con sus propias manos, se hará invisible. Pero los pintores seguirán pintando.



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23 de abril de 2009
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Sombras

"¡Oh desgracia! en la avenida de las Acacias- la alameda de los mirtos- veía de nuevo a algunas de ellas, viejas, y que no eran más que las sombras terribles de lo que habían sido, errabundas, buscando desesperadamente un no se qué en los bosques virgilianos. Habían huido desde mucho tiempo atrás, mientras yo seguía interrogando los caminos desiertos." (Marcel Proust, A la Recherche..., Gallimard 1987, I, 419)

Los editores de esta edición hoy canónica de la Recherche proustiana señalan en su Introducción General ( tomo I, p. LI) que este libro responde también a esa confianza de que un arte pueda tomar la forma de otro, confianza que el propio Proust atribuye a Balzac, lo que explicaría el carácter pictórico de tantas páginas de La Comedia Humana. Y extraen del Contre Sainte- Beuve párrafos en los que Proust expresa su deseo de que el escritor trate "veinte veces, con luces diversas el mismo tema...como las cincuenta catedrales y los cincuenta nenúfares de Monet". Ello explicaría que en la Recherche se juegue tan sólo con el espectro de luz para hacernos retornar al Bois de Boulogne- "jardín elíseo de la mujer" o al bosque sin seres vivos (en razón de que el Narrador no alcanza a ver surgir campesinas escondidas tras sus árboles) de Roussanville. Iré los días inmediatos dando algún ejemplo.

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22 de abril de 2009
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Escritores franceses que vienen de fuera

Hay que aprovechar el acceso (limitado en el tiempo) a un artículo en el sitio del Wall Street Journal sobre escritores franceses. Un artículo idéntico se encuentra en el sitio del diario inglés The Guardian  traducido del diario francés Le Monde donde ya no se puede leer en línea. Ambos artículos cuentan la misma cosa: existe una abundancia de novelistas no-franceses que publican libros en francés. Florence Noiville, autora del artículo de Le Monde, daba como muestra la lista siguiente Héctor Bianciotti y Silvia Baron Supervielle (Argentina), Eduardo Manet (Cuba), Vassilis Alexakis (Grecia), Brina Svit (Eslovenia), Andrei Makine (Rusia), Anne Weber (Alemania), Aki Shimazaki (Japón), Bjorn Larsson (Suecia) and Ying Chen (China).

Atiq Rahimi, un afgano, consiguió el último premio Goncourt dándole una visibilidad fuerte al fenómeno. Pero la verdad es que no hay nada nuevo. Andrei Makine, nacido en Siberia, consiguió el Goncourt ya en 1995. Lo importante es saber si dentro de esta tropa de inmigrantes de las letras de un tamaño inusitado hay grandes autores. La verdad es que, sin pedir un Thomas Beckett, no se ven artistas de primer rango. Un caso aparte: la vietnamita Anna Moi que es fenomenal. Pero la hazaña de escribir en otro idioma se paga a veces a un precio muy alto: basta medir la pérdida de potencia de Milán Kundera desde que escribe directamente en francés.

El territorio del escritor es su idioma, decía Joseph Brodksy después de conseguir el salto del ruso al inglés. Uno tiene la sensación, al leer estos autores, que todavía no han llegado a su nuevo territorio.

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22 de abril de 2009
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El barón Samedi

Hubo un dictador en Haití, Francoise Duvalier, mejor conocido como "Papa Doc", un médico rural que se proclamó presidente vitalicio de Haití y, que al morir heredó el trono a su hijo, un adolescente de 300 libras de peso, "Baby Doc" Duvalier. Fríos asesinos ambos que mataron a miles en nombre del sacrosanto poder mantenido gracias a su banda de sicarios, los Tonton Macutes.

Papa Doc creía, o dejaba que se creyera, que él mismo era la encarnación del loa barón Samedi, el dios de la muerte del panteón vudú, que recorre de noche de los cementerios, siempre vestido de negro riguroso y de sombrero, como el mismo Papa Doc se vestía, y quien es fama celebraba ritos nocturnos con los cadáveres de sus enemigos.

A un militar antiguo aliado suyo, alzado en rebelión, una vez capturado ordenó cortarle la cabeza, que fue transportada hasta el Palacio Nacional conservada en hielo, y la colocó sobre su escritorio para hacerle consultas de ultratumba sobre el destino de su poder. Por eso es que sus enemigos, para contrarrestar su trato con los loas, desenterraron el cadáver de su padre, y lo cubrieron de excrementos.

Al salir de Haití, donde estuve una semana preparando un reportaje para la revista dominical de El País, descubrí en la sala de espera del aeropuerto de Puerto Príncipe a este personaje, y le pedí a Javier Sancho Mas que le tomara la foto que aquí pongo. Nadie me quita de la cabeza que se trata del mismo Papa Doc Duvalier, ubicuo e inmortal como el barón Samedi, siempre vestido de negro y calzado con su eterno sombrero de fieltro.

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22 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las profecías del gobernador

 

Las declaraciones del gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, sobre el futuro de las pensiones han soliviantado al ministro de trabajo Celestino Corbacho, que se apresura a enviar un mensaje de tranquilidad y confianza: el régimen de prestaciones a los jubilados españoles no está en peligro y nadie tiene nada que temer. Una réplica previsible que, sin embargo, no explica el atrevimiento insolente de un gobernador que, a pesar de la contundente invitación a tener la boca cerrada, persevera en sus funestos augurios ante una opinión pública anonadada por la profecía.

Estas polémicas se repiten de vez en cuando y más que una controversia sincera sobre las garantías del Estado del Bienestar parecen una deliberada puesta en escena para sondear el alcance de la indignación pública. Como si a una facción de técnicos superiores del Estado, blindados por sus salarios de "prestigio", le impacientara la pachorra con que los jubilados se gastan sus 400 euros mensuales y quisieran averiguar hasta dónde serían éstos capaces de llegar con su enfado.

Es sorprendente que los economistas de alto nivel consideren insostenible la devolución de lo mucho que Hacienda ha retenido a los asalariados. Es sorprendente que su plan de saneamiento de las cuentas empiece siempre por los que sostienen el edificio de la producción (y el circuito del consumo), cuestionando la viabilidad de los servicios públicos, y que jamás se interroguen sobre el despilfarro con que las instituciones dilapidan los presupuestos generales del Estado, ni cuestionen los festejos, las subvenciones, los proyectos mastodónticos y los delirios de grandeza financiados con los impuestos de los que trabajan "por cuenta ajena". Es sorprendente.



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22 de abril de 2009
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Resucito a Bacon y a Cabrera Infante, juntos (Sueño relatado 4)

Se estrenaba un nuevo filme de Almodóvar, con la habitual expectación, en este caso aumentada al saberse que trata del artista Francis Bacon. Delante del cine veo al propio pintor acompañado de su amigo español José Capelo; una limousine cargada de ‘celebrities' está a punto de atropellar al pintor irlandés, salvado ‘in extremis' por su acompañante. Como la película aún no empieza, les acompaño a visitar una catedral cercana, y yo describo con erudición algo pomposa los grandes medallones tallados en piedra de la portada principal, lo cual deja muy impresionado a Bacon. En agradecimiento, el pintor (a quien, en realidad, sólo vi una vez de lejos en el bar ‘Cock' de Madrid, sin haber jamás cruzado palabra con él) me regala un libro sobre su vida y su obra, dedicado a "Vicente M. Molina"; el error me inquieta, y pienso en arrancar la página de la dedicatoria, aunque no lo hago. Bacon y su acompañante se pierden entonces abrazados entre la barahúnda de los invitados. En la taquilla no hay entradas a mi nombre, pero mi propio acompañante, el Doctor Javier Anido, se agencia unas hábilmente, entramos juntos al vestíbulo, nos perdemos, y a la sala paso yo solo; los asientos son buenos pero frustrantes, ya que permiten ver muy bien el escenario pero no a los demás asistentes. Y yo sé que entre estos están Guillermo Cabrera Infante, en plena salud, y su mujer Miriam Gómez. Levanto mi cuello todo lo que puedo, lo giro como el periscopio de un submarino entre las aguas de los ‘happy few', sin divisar a Guillermo y a Miriam. Entonces empieza la proyección, que no es tal. Ni siquiera es cine. Se trata de un ballet contemporáneo en vivo, sin ninguna connotación ‘baconiana'. Me salgo y voy a visitar a papá en el hospital. Mi padre (el tercer muerto que resucita en este sueño), tiene la cabeza tapada por un periódico, pero se mueve debajo del papel. Me siento a su lado, junto a la cama llena de tubos y sondas, y veo el espectáculo de su respiración oculta. Me despierto.  

 

 

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22 de abril de 2009
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Silencio, estallido y estupor

En 1999, el crítico de arte Robert Hughes, uno de los más leídos y respetados del globo, tuvo un tremendo accidente de automóvil mientras seguía una soporífera e interminable autovía diseñada con tiralíneas en el occidente de Australia. No se mató de milagro, pero quedó atrapado durante muchas horas en una jaula de hierros retorcidos. Sufrió luego doce intervenciones quirúrgicas, así como dos años de continuas idas y venidas por una decena de hospitales. Hacia el año 2002 ya podía usar las manos, aunque sus piernas seguían siendo animales ajenos. Según cuenta, mientras estaba atrapado en la garra de la muerte y tras perder la orientación temporal, se sintió poseído por una idea cuya luz le permitió resistir hasta que un indígena que cruzaba el desierto lo halló agonizando entre hierros. La idea le prohibía morir sin antes escribir un libro sobre Goya. Así lo hizo: el libro se editó en 2003 y lo tradujo Galaxia Gutenberg.

    Nada más parecido a un accidente de autopista que esa explosión que solemos llamar "Goya" y quedarnos tan anchos. En la exposición "La Sombra" del Thyssen/Caja Madrid acabo de toparme con una hojalata de 1794 que no es fácil de ver porque se conserva en Dallas. Representa un corral de locos agitándose bajo una lucerna cegadora. Si uno pasa revista a lo que se pintaba por aquellas fechas en Europa, se percata de que el arte europeo era la autopista y Goya el tipo que acababa de darse un tremendo tortazo contra la nada. Ni siquiera los franceses, que habían decapitado a su rey y chapoteaban sobre sangre caliente, iban más allá de las figuras gélidas, especulativas, augustas de David. ¡Y éste era un agitador de guillotina! Mientras tanto Goya, en el corral de locos de España y bajo un cielo de fuego, trazaba en dos manotazos las figuras lelas, vesánicas, frenéticas de nuestra vida futura. La que nadie antes se había figurado.

    El libro de Hughes es excelente, pero habría querido yo entrar en su cráneo para ver los Goya que con uñas de plata acariciaron su cerebro, dándole consuelo mientras se moría lenta y dulcemente.

Artículo publicado el sábado 18 de abril de 2009.

 

 

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22 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los resultados de Durban II

Dos vencedores y dos perdedores, así resumiría yo el resultado de la conferencia mundial contra el racismo y la xenofobia conocida como Durban II, que se está celebrando en Ginebra. Vencedor es el presidente iraní Mahmud Ahmadinejad, que ha regresado a su país como héroe del antisemitismo, baldón en Europa y América, pero título no tan sólo llevadero sino incluso de honor en muchos países de Africa y Asia. Vencedor es también el Gobierno de Benjamín Netanyahu y sobre todo su ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, un tipo de una calaña ideológica no muy distinta a la del iraní o de los ultras xenófobos y racistas que campan o han campado por Europa, como el viejo Jean-Marie Le Pen o los fallecidos Jorg Haider y Slobodan Milosevic. El primero ha conseguido convertirse en el principal protagonista de la Conferencia, ha obligado a los embajadores europeos a reaccionar ante sus palabras inadmisibles y a los organizadores a adelantar la aprobación de las conclusiones pasteleadas para evitar mayores problemas. El segundo ha sabido utilizar la Conferencia para echar presión sobre amigos y aliados, descalificando a unos y criticando a otros por su escasa energía a la hora de enfrentarse al segundo Hitler ante la amenaza del segundo Holocausto.

Perdedores: Barack Obama, sin duda, que recibe una varapalo de Teherán como respuesta a su mano tendida, dificultando así su política de diálogo y deshielo; y Naciones Unidas, que ve premiados por las palabras odiosas y de odio de Ahmadinejad sus esfuerzos ecuménicos y buenistas. Salvedades: todas ellas son victorias y derrotas más teatrales que efectivas, que juegan sobre todo en el terreno de la opinión. Para Ahmadinejad se trata de una buena jugada en la campaña presidencial iraní. Para Netanyahu un buen camuflaje para su xenófobo de cabecera: no hay que olvidar que la gente de Nuestra Casa Israel equipara los derechos de los colonos ilegales que hacen de okupas en Cisjordania con los derechos de los árabes de ciudadanía israelí, que viven donde han nacido, a los que quiere desplazar el partido de la limpieza étnica. Para Obama, en pleno despliegue de la nueva política internacional norteamericana, esta derrota es mínima y relativa, y en muy poco va a torcer el rumbo de la nueva Administración. Quien debiera proceder a una seria reflexión sobre su política de Derechos Humanos y sobre conferencias de este estilo es la organización de Naciones Unidas, empezando por su secretario general, Ban Ki-moon. Es una vergüenza que una organización internacional se convierta en el teatro que da oportunidad a los déspotas y dictadores para que den lecciones de moral a la humanidad entera.



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22 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los riesgos de la creación

Cualquier escritor que admita haber nacido dos veces, la primera por los medios convencionales y la segunda a los diez años cuando leyó A Scandal in Bohemia (una de las más populares aventuras de Sherlock Holmes), cuenta con toda mi simpatía. Por supuesto, Michael Chabon ha hecho muchísimos méritos más para ganarse mi admiración. Empezando por sus novelas (Wonder Boys, The Amazing Adventures of Kavalier & Clay, The Yiddish Policemen’s Union) y siguiendo por sus artículos y ensayos. El libro Maps & Legends, que reúne textos dedicados a algunas de sus ficciones favoritas (desde Holmes, obvio, a la trilogía de Philip Pullman His Dark Materials, pasando por Cormac McCarthy e historietistas como Will Eisner y Howard Chaykin), entrelaza al igual que sus ficciones el placer con la iluminación –lo mejor de ambos mundos.
    De todos sus ensayos, el que más cercano sentí a mi corazón fue uno llamado The Recipe for Life, algo así como ‘La receta para la vida’. Allí, a partir de su experiencia investigando el tema de los gólems para Kavalier & Clay, sugiere que la mítica creación de estos autómatas se parece mucho a la creación literaria.
    Chabon cita a Gershom Scholem, el autor de The Idea of the Golem, como fuente de su teoría. Para crear a un autómata como el del folklore judío hay que recitar un encantamiento, y ‘el encantamiento, por cierto, es la tarea del lenguaje… Un gólem cobra vida gracias a fórmulas mágicas, que se pronuncian de a una palabra por vez’. Me encantó el detalle: a veces la palabra que se graba en la frente del monstruo de arcilla con el propósito de darle vida es emet, que significa ‘verdad’. Pero si uno quisiese matar al gólem, en cambio, lo que debería hacer es borrar la letra inicial (¡aleph!) de la frente, dejando sólo met –que significa ‘muerte’.
    La idea es pronunciar el encantamiento todas las veces que sea necesario, hasta entrar en una suerte de trance. Y por supuesto, llegado el momento clave la creación de un gólem se vuelve peligrosa –lo fue para el Rabbi Elijah, lo fue para el doctor Frankenstein. ‘Como en el caso de todas las creaciones –dice Scholem- entraña un riesgo para la vida del creador’. Y Chabon concuerda: ‘Todo lo bueno que ha escrito me ha hecho sentir incómodo y asustado durante alguna parte del proceso’.
    Esto se está poniendo bueno. Mañana la sigo.

    



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22 de abril de 2009
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