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Lo que Barcelona debe a Sarkozy

Al presidente francés le gustan los toros, Madrid, la cultura española y Estados como el suyo, bien centralizados, con una gran lengua universal y las mínimas monsergas regionalistas. Cuando se sacó de la manga la idea de una institución europea volcada al Mediterráneo, a principios de 2007 y en plena campaña electoral, lo último que podía ocurrírsele era que quedara vinculada al nombre de Barcelona. En la noche de su victoria fue una de las banderas ideológicas que levantó: iba a organizar una Unión Mediterránea que cambiaría al mundo. Su idea era organizar una alternativa mediterránea a la Unión Europea, de la que quedarían excluidos los países no ribereños del Norte y, en especial, Alemania. Sería una construcción en la que Francia ocuparía el lugar central, aunque, eso sí, los fondos para los programas deberían salir de las arcas de Bruselas. También quitaría a los españoles la iniciativa del Proceso de Barcelona, iniciado en 1995 con la Conferencia Euromediterránea que se celebró en la capital catalana. Compensaría, así, el desastre cosechado por su antecesor Jacques Chirac con el Tratado de Niza, cuando Francia dejó de pesar lo mismo que Alemania en la Unión Europea a la hora de votar y de contar con cuotas de poder. Ya se sabe que Francia siempre ha viajado en primera con billete de segunda, según frase vitriólica del canciller alemán Konrad Adenauer.

Afortunadamente para todos, barceloneses incluidos, la diplomacia francesa, el famoso Quai d?Orsay, da sopas con onda a su presidente. Las genialidades de Sarkozy fueron troceadas y pasadas por los tamices de sus magníficos diplomáticos, que negociaron con destreza hasta destilar una fina composición, afortunadamente irreconocible, pero que su presidente podrá exhibir como trofeo personal. En los anales quedará que al voluntarismo de Nicolas Sarkozy se debe la Unión por el Mediterráneo-Proceso de Barcelona, que tal es el nombre del artefacto, nacido en una cumbre en París el 13 de julio de 2008. El organismo, formado por 43 países de las dos orillas, integra a todos los socios europeos y forma parte de la arquitectura de la UE. Es menos grandilocuente y ambicioso que el anterior Proceso de Barcelona. Recordemos que entre los objetivos de la Conferencia de 1995 se contaba que en 2010 el Mediterráneo sería una gran zona de libre cambio, objetivo que queda muy lejos de la realidad de los intercambios y obstáculos todavía existente. Ahora, en cambio, se trata de hacer lo que Sarkozy llama humildemente una unión de proyectos. A pesar de la cura de realismo, el camino para que la UpM eche andar no es nada fácil. Hubo un ligero rifirrafe por la designación de la sede. Los méritos de Barcelona frente a La Valeta o Túnez, las otras candidatas, eran obvios. Aunque bien pudieron surgir otras apuestas, como Marsella o Tánger, el pragmatismo francés quiso complacer a los socios españoles, no fuera caso de que hicieran descarrilar todo el invento. Todavía habrá que saltar alguno de los muchos obstáculos de los que el Mediterráneo dispone en abundancia antes de que empiece a navegar: la enemistad entre Argelia y Marruecos con el Sahara de fondo, la tensión entre Chipre y Turquía por la parte turca de la isla, la permanente hostilidad antieuropea del Estado freaky que es la Libia de Gaddafi y, en el centro de todos los conflictos, esa paz siempre pendiente, siempre lejana, entre israelíes y palestinos. Este fue el obstáculo que enrocó al Proceso de Barcelona y al que hay que sortear ahora para que no vuelva a bloquearse de nuevo. Al final, pues, hete aquí que Barcelona será y es ya la capital del Mediterráneo, con su pequeña secretaría abierta en Pedralbes desde el pasado jueves. En junio albergará la primera cumbre de la UpM ya en funcionamiento y cabe esperar que muy pronto arranquen esos proyectos que deben definirla: energía solar, autopistas del mar, protección civil ante las catástrofes, intercambios universitarios y desarrollo de las pymes de las dos orillas. Las banderas de los 43 ondean frente a Pedralbes, el Palacio Real construido para Alfonso XIII, donde se hospedaba el general Franco en sus viajes a Barcelona. El símbolo de la vocación de capitalidad queda así satisfecho, con la secretaría que dirige el diplomático jordano Ahmed Masadeh. ¡Al fin, gracias a Sarkozy, capital europea de algo!

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8 de marzo de 2010
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La amistad de Julio Cortázar

Rosalba Campra. Cortázar para cómplices.  Madrid, Del Centro Editor.  2009.  225 pags. 23 Euros.

            La escritora y crítica argentina Rosalba Campra podría haber sido imaginada por Cortázar  como paradigma del exiliado que después de estudiar el francés se instala en Roma para regresar a la literatura de casa.  Trató ella de librarse de las mitologías nacionales escribiendo Malos aires; y desde el foro académico se propuso, en su compilación de lecciones La selva en el damero: espacio literario y espacio urbano en América Latina (1989), un mapa colectivo de la ciudad y sus lenguajes. Catedrática de Literatura Hispanoamericana en La Sapienza,  estudió el gusto nativo en su La retórica del tango (1996) y debatió la elocuencia identitaria en América Latina: la identidad y la máscara (2000).  En su Territorio de la ficción. Lo fantástico (Sevilla, Renacimiento, 2008), afinca en la narrativa fantástica como en el espacio literal del exilio.  Una teoría, dijo el filósofo, traza la forma de una biografía.

             Cualquier lector puede reconocer su propia tribu gracias a un gran escritor, pero también desde la mediación propicia de una lectura implicada. La complicidad es aquí un taller donde ejercitar la precisión formal, esa demanda de la sensibilidad crítica. Los ensayos, prólogos y notas de este manual nos revelan no sólo la hechura poética de las tramas de Cortázar, sino también el despliegue de su lectura compartida. Este libro es fiel a la obra autoreflexiva de Cortázar,  la que no inventó, como la de Borges, a sus precursores , sino a sus lectores. Por eso, no se explica por su genealogía (lectura melancólica) sino por su despliegue en proceso (lectura inventiva).

            Rosalba Campra recorre buena parte de la narrativa y la poesía cortazariana, y aunque no se propone un mapa de la misma, sí traza una hipótesis de su lectura que, por un lado, atañe a la nueva entonación que Cortázar introdujo en la escritura (una “ironía llena de afecto”); esto es,  a la intimidad de su diálogo. Y, por otro, tiene que ver con la estrategia del juego como poética central cortazariana.  Lo primero es ya un acto de complicidad que promete recorrer el terreno no cartografiado de la subjetividad. Lo segundo es el ritual del recorrido: el juego tiene un método, unas reglas, y hasta una teoría.  Se anuncia contra la Gran Costumbre, y explora la combinatoria abierta de una serie relativista y humorística, antiautoritaria.  Lo uno es la búsqueda, lo otro es la gratuidad.

            Nunca más precisa la función de los “cronopios.”  En contra del lugar común que los convierte en complacencia sentimental,  Rosalba Campra nos recuerda que representan el juego del desorden. No en vano su nombre viene de cronos: son unidades de otro tiempo, el de la lectura. Los “famas,” en cambio, son sosos por prolijos; y las “esperanzas,” de una inseguridad dolorosa. Con estas leves criaturas, sin embargo, Cortázar no se propuso una alegoría que demuestre lo que ya sabemos, sino un teatro eminentemente literario, hecho del mejor humor, el libre de énfasis.  Ese espacio es lúdico, esto es,  suscita el valor sin rédito de lo gratuito.  Tiene cierta gracia favorable el hecho de que otra lectora privilegiada, Aurora Bernárdez, la viuda y albacea literaria de Cortázar, haya descubierto, como en otra novela de la lectura, un baúl de manuscritos que hacen el formidable tomo  Papeles inesperados (Alfaguara, 2009), donde el placer del juego cunde ya no sólo como una complicidad sino como una estética de la sorpresa.  En un sentido inquietante, la obra de Cortázar no será nunca completa o acabada porque se diversifica, indeterminada, en cada lectura. Su escritura es la materia afectiva de la subjetividad.

            Un punto central del libro de Rosalba Campra es su discusión sobre el principio de búsqueda en el proyecto cortazariano. “Mi signo es buscar,” había anunciado Oliveira en Rayuela, pero el impulso, el recomienzo de esa búsqueda constituye, en efecto, un eje central de acceso a la obra pero también de su proyección, fuera de ella.  La autora revisa varias instancias ilustrativas de este afán vital de la estética y aun de la ética implicada en esta escritura. Picasso había dicho, casi como una amenaza: Yo no busco, encuentro. Cortázar no compartía ese voluntarismo coleccionista, cuyo linaje surrealista es patente.  En el gabinete cortazariano el terrón de azúcar es momentáneo, los hilos o pavilos son precarios, y el paraguas ya está roto.  Estos objetos nimios son huellas de una búsqueda, no trofeos del mercado de pulgas.  “¿Encontraría a la Maga?” La pregunta condicional es por la indeterminación, y pertenece a las equivalencias del juego y el deseo.  Pero la magia requiere un ritual, la forma del asedio.

            Por eso es fundamental el trabajo de la autora sobre la función del ¨pasaje¨ en la narrativa de Cortázar.  Los que pasan, nos dice, en verdad son pasados, en contra de su voluntad, bajo las reglas de una sustitución.  El pasaje es el espacio de las transiciones, que al final desocupan quienes lo cruzan, en el trayecto de ir más allá para estar más aquí.  Es lo que va de “Casa tomada,” como expulsión del seno familiar, a “Segunda vez” como desaparición  dentro de la casa vaciada por el Estado policial.

            Gracias a Rosalba Campra y su libro pródigo, la amistad de Julio Cortázar sigue siendo un privilegio de la conversación. Uno apaga la computadora (o mejor aun, el ordenador) con placer.

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7 de marzo de 2010
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Plataforma ciudadana

 

 

            Estos días viajo bastante hablando de mi novela Lo que esconde tu nombre y piso mucho aeropuerto y mucha estación de tren. He de decir que cada día aprecio más la hermosura de la T-4 de Barajas, lástima que se haya convertido en un asunto tan tenso el ir a tomar un avión. Desde que pongo el pie en su encerado suelo hasta que por fin piso la moqueta del aparato tengo que superar unos cuantos estados de ánimo. Tensión hasta que con la tarjeta de embarque en la mano supero el control entre abrigos, botas, cinturones, trolleys como cajas de cerillas y empleados que me miran con recelo, con mal humor. ¡Quítese los zapatos! ¿Por qué? Porque hay que quitárselos. Ayer no me hicieron quitármelos en este mismo control. Pues ahora hay que quitárselos. Vale. La sumisión tiene la ventaja de que te evita tiempo y saliva. Así que lo mejor es dejarse mandar e ir desembocando al otro lado del arco descalzos y con los pantalones medio caídos y las camisas fuera como si nos acabásemos de dar un revolcón unos con otros en esa inquietante frontera entre la tierra firme y el cielo. Seguramente dentro de unos años estas prácticas nos parecerán un atropello, ahora entre la novedad, el desconcierto y el miedo no sabemos qué pensar, ni qué decir y, sobre todo, tenemos prisa por coger ese vuelo que se nos escapa. La verdad es que el espectáculo que montamos en el llamado Control es entre estrafalario y simbólico, casi un rito de iniciación para emprender "el viaje". Pensándolo bien, es hasta bonito. Porque normalmente vamos y venimos sin pensar, ponemos en marcha el coche sin prestar atención a lo que hacemos, andamos por la calle dándole vueltas a nuestra última obsesión u oyendo música. Y mira por dónde, a la fuerza, en el aeropuerto no tenemos más remedio que tomar conciencia de que nos estamos marchando a otro lugar.

            Superado el examen, me pongo los zapatos y me relajo tanto que casi me entra sueño. Estoy en la gloria. Ahora ya puedo dedicarme a comprar un par de libros en el Relay y a darme cremas en el Duty free. Paraíso que se acabará para mí el día que introduzcan el escáner corporal para terminar de controlarnos y amedrentarnos. Por ahí no pienso pasar y entonces diré adiós a la T-4 y a todos los aeropuertos del mundo.

            Resulta que nos creíamos que el avión arrinconaba al tren, y ahora el AVE está acabando con el avión. Pensábamos que la televisión acababa con la radio, y la radio tiene más audiencia que la televisión. Nos tememos que el e-book termine con el libro de papel y quién sabe si no volveremos a escribir en papiros.

            En el tren quien más quien menos va enfrascado en el ordenador o manda mensajes con el móvil. Por el momento la pantalla ha ganado la partida al paisaje. Nos encanta lo extraplano, objetos sin contornos que parezcan que los estamos viendo en Internet más que en la realidad. Internet nos ofrece la vida en un puzzle, sin fondo, como si viviésemos en Planolandia (la ingeniosa novelita de Edwin Abbot), mientras que por la ventanilla uno ve la tierra y luego unos pinos y detrás un monte y formas sorprendentes y aire y sol y sensaciones que la vida extraplana no nos puede ofrecer. No digo que nuestros inventos no tengan su gracia y que desde luego nos aburriríamos si no le diéramos al magín hasta conseguir la visión en 3D, pero de ahí a que nos guste más una página web que ver caer la lluvia sobre las florecillas del campo...  

            Y para campo y paisaje espléndidos, los de Guadalajara, tan abiertos y claros como los sonidos de su propio nombre. Estas tierras no se merecen esconder nada inquietante como son los residuos nucleares, no se merecen ser el depósito de esa porquería tan peligrosa que afectará a no sé cuantas generaciones después de la nuestra. Guadalajara ya ha hecho bastante por la energía de todo el país soportando dos centrales nucleares. Y sus ciudadanos han dicho ¡basta!, prefieren concentrarse en la explotación de sus recursos naturales y montar industrias en los terrenos destinados a ser almacenes radiactivos. Así que, hoy sábado, me marcho corriendo a la manifestación convocada por la Plataforma Anticementerio Nuclear de Guadalajara, a la que también acudirán madrileños que sienten muy cercano el problema. Cuando ustedes lean estas líneas, la marcha pertenecerá al pasado, y ojalá también el problema. Como me temo que no será así, seguiremos diciendo no y no. No queremos ser cementerio nuclear. No queremos esconder nada.

             

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6 de marzo de 2010
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España, aparta de mi ese toro

 

Somos una camada en extinción?  Primero tomarán Cataluña, seguirán por el norte ibérico, avanzarán hacia la meseta y abortarán con las últimas resistencias de los bárbaros del sur. Ya habían liberado las islas sin godos que se enfrentaran. Los buenos, los sensatos nos pacificarán a golpe de decretos. Somos pocos, somos los últimos bárbaros de Europa. Quedan, eso sí, unos insólitos focos de resistencia en tierras del sur francés, unos raros, extravagantes españolizados, tan pocos y tan desarmados cómo lo fueron aquellos olvidados afrancesados españoles de nuestro remoto siglo XIX. Desde Cataluña nos impondrán un país mejor. Un país más culto, con más progreso moral, sin salvajadas. Con más desarrollo intelectual, con menos asesinos y menos incultos. Un país de las maravillas dónde los lectores tendrán muchas obras de Espido Freire para elevar su nivel literario. Y la lógica, incluso la filosofía, conocerán florecimientos abanderados por maestros de la talla de Jesús Monteserín. En fin, un país libre de vergüenzas, de muerte en público, de violencia y de maltrato a los animales.

Qué suerte. Qué bonito futuro. Qué limpia y neta quedará ese modelo de ciudad, esa hermosura internacional y cosmopolita de Barcelona. Con el tiempo todos seremos Barcelona, con su Vicky, su Cristina y su Tibidabo. Y todo el país será catalán, con  bellos y verdes valles, ecológicos y hermosos  pueblos liberados de crueldades. Limpios y sanos como sus altas, grandiosas, religiosas y tan humanas montañas. Con acogedoras playas para esperar la hora de divertidas fiestas, con sus orfeones, sus músicas y sus hermanados bailes. Todo mejor, más limpio y más neto sin esa lacra foránea, extranjera, tan española como brutal, de la fiesta taurina. Con sus moscas, su sol y sombra, sus palmas y sus gritos. Un mundo sin matarifes ni trajes de luces. Sin  esa tauromaquia como una de las brutas artes. Sin pasodobles y sin músicas calladas. Sin "Casa Leopoldo". Incluso sin barrios chino/españoles/moros, sin paralelos, sin cañís y sin anís de Chinchón. Y, por supuesto sin banderillas ni en la barra de una tasca, y sin tascas ni rabos de toro. Un país dónde Néstor Luján sea tan inexistente como Eugenio Noel. Un lugar dónde Manuel Vicent no tenga que escribir su artículo de todas las primaveras. Una patria dónde no quepa un tal José Tomás. Un lugar dónde habrá que purgar el pasado de un tal Serrat, aunque el verdadero culpable sea el huido de Sabina. Un país, cómo quería Luys Santamarina- que llevaba pistola falangista en la Barcelona entregada al enemigo, al Ruedo Ibérico del franquismo- dónde seamos sensibles al sufrimiento de un repollo al ser cortado- pero no dudemos en exterminar al otro. Un país sin fotos de Picasso en una barrera. Un país que niegue ese pasado cruel que equivocó al pacifista y afrancesado de Goya. Un país sin los poemas de Lorca. Un país dónde la belleza nunca estuvo en aquellas tardes de nuestra memoria con Rafael de Paula, Curro Romero, Antoñete y algunas tardes entre Barcelona y Madrid de un tal, repito, José Tomás.

Cautivos y desarmados por el ejército de la razón antitaurina, los bárbaros del sur, nos arrepentimos de aquellos sentimientos tan confundidos. Me gustaría saber, en esta hora de mi sincero arrepentimiento si ¿también tengo que arrepentirme de haber comido en compañía de mi admirado Jorge Wagensberg- que fue capaz de repetir en la cena-  aquellos tiernos infantes de cochinillos en Segovia? ¿Y aquél foie? Seguramente esos  animalitos de Dios habían tenido una muerte dulce y mucho cariño en esa hora temprana de asesinar a uno y en la tardía de cargarse al otro después de haberle jodido el hígado. Todo vale para el placer, todo está permitido para ser degustados, lentamente engullidos por humanos con una vida ilustrada y de moral tan alta, me refiero al sabio antitaurino. Sin duda es un hermoso destino ese ser sacrificados para mayor placer de tan ilustre ciudadano y  físico. No cómo ese otro físico y muy taurino de Miguel Ángel Aguilar Yo, desde mi admiración y respeto, te tengo que decir, querido Jorge, que no tiene que arrepentirte de nada. Ni de aquél día que en tu menú de ilustre gourmet caíste en la tentación de saborear un generoso rabo de toro de lidia.

 Hemos sido muy malos. Purgaremos cómo chinos en la revolución cultural. Intentaremos no caer en la tentación de comer esas cosas tan bárbaras y exquisitas Lo que sea por recuperar nuestro eslabón perdido en el desarrollo intelectual, pero, por favor, ¡que nuestra penitencia no incluya las obras completas de algunas "espidos freires"!  

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5 de marzo de 2010
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La muerte de Edipo

Rafael Argullol: Uno de los aspectos que ha sido menos tratado en el mundo de la cultura antigua pero que me parece interesante desde la propia óptica contemporánea es el de la muerte de Edipo.

Delfín Agudelo: A primera vista podríamos hablar de una muerte de lo visual, que caracteriza en gran medida el peregrinaje posterior del personaje. Pero si bien muere un sentido, los otros se fortalecerán.

R.A.: Se ha hablado mucho de la vida equivocada de Edipo, del error respecto a su identidad, del precio que tiene que pagar por ese error, etc.  Pero después de Edipo Rey, tras la escena final presidida por la auto mutilación de Edipo y previamente por el suicido de Yocasta, empieza un período oscuro y muy largo en el ciclo de Edipo que es el período de su errancia. Se trata de su peregrinaje por las tierras de Grecia, un periodo con del cual no tenemos información literaria más que algunas evocaciones a posteriori. Tenemos la última gran obra de Sófocles escrita  a sus 80 años que es Edipo en Colono, que es una obra alrededor del próximo fin y  muerte de Edipo. En esa obra hay cierta rememoración de lo que han sido todos estos años, pero es una rememoración que no da datos Nos sucede un poco lo que ocurre con el ciclo legendario de Cristo narrado en los evangelios. Tenemos una información detallada del nacimiento de Jesús e incluso de la huída de sus padres con él  a Egipto. Luego tenemos una oscuridad informativa hasta sus últimos tres años. Con Edipo ocurre lo mismo. En Edipo rey se reconstruye al detalle lo que ha sido esa identidad equivocada, y por tanto la falsa sabiduría del hombre reconocido como el más sabio de su época. Tenemos un larguísimo período de oscuridad del cual la literatura no da ninguna información. Nos podemos imaginar algún hombre peregrinando, ciego, de pueblo en pueblo. Tenemos incluso informaciones plásticas y antropológicas para recrear la escena. Probablemente se debía parecer mucho a estos personajes sagrados que aún hoy se pueden divisar por las zonas rurales de la India que van de pueblo en pueblo peregrinando con su bastón. Nos podemos imaginar eso, y finalmente, tras este largo peregrinaje al que según el criterio de Sófocles Edipo adquirió una auténtica sabiduría, que es una sabiduría lenta, de sedimentación, reflexiva a través de estos años de nomadismo, llegamos a esta gran escena culminante que creo que literariamente es extraordinaria pero que curiosamente se cita poco y se representa menos.

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5 de marzo de 2010
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El voto baldío

Veo a mis conciudadanos ir como autómatas a la bodega, vegetar mansamente en el trabajo y colar sin esperanzas las boletas en las urnas. Sus vidas transcurren mientras compran el pan ?cada vez más pequeño-, cobran el simbólico salario que no les alcanza ni para malvivir y alzan la mano en las asambleas de nominación de candidatos. Ninguno de los elegidos en el actual proceso electoral logrará resolverles esos problemas cotidianos que lastran la vida en Cuba. De los propuestos, apenas si se conoce su foto y una biografía colmada de ?hazañas?, en la que se declara ?casi siempre- que tienen ?un origen humilde?. No aparece siquiera mencionada una palabra acerca de sus programas o intenciones después que asuman el nuevo cargo. Curiosamente, casi todos los que lleguen a delegados de circunscripción son militantes del PCC y ponen su disciplina partidista por encima de los deberes para con los electores. No van a representarnos frente al gobierno, ni a ser nuestra voz proyectada hacia las instituciones, sino que fungirán como los heraldos de las malas nuevas llegadas desde arriba, canales de transmisión de esas regulaciones y directrices que decidan unos pocos. En más de treinta años de su existencia estos representantes del Poder Popular no han logrado que la basura se recoja eficientemente, las panaderías trabajen con calidad y las fosas albañales no supuren por todas partes. Tampoco encarnan la heterogeneidad de tendencias existentes en nuestra sociedad. Han llegado a esos puestos más por su probada fidelidad que por su capacidad de gestión. Esta noche es la reunión para proponer candidatos en la zona de bloques de concreto donde vivo. La citación ha llegado desde hace un par de días mientras en la tele nos convocaban a elegir a los mejores y más capaces. Sin embargo, no me queda ni pizca de fe en un mecanismo que ha probado su inoperatividad y su sectarismo. Me gustaría levantar la mano por el vecino de verbo firme y proyectos concretos que vive al frente, pero hay órdenes de salirle al paso a quien nomine a un ?disidente?, incluso a esos que sólo parecen ser proclives al cambio. Existen muchas posibilidades de que sea ratificado el mismo delegado que desde hace más de diez años nos promete soluciones, a sabiendas que no está en sus manos cumplirlas. Él es el cómodo candidato de estas elecciones baldías, y nosotros meros figurines que deben alzar la mano o rellenar la boleta.

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5 de marzo de 2010
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El terremoto

El primer temblor de mi vida no fue ‘kierkegaardiano' sino meramente físico: en 1960, estando yo en la escuela, la clase se empezó a mover, rompiendo el tedio de la lección de álgebra. Y eso que no era ‘the real thing', sino sólo una réplica, sentida en Alicante, a miles de kilómetros de distancia, del famoso terremoto de Agadir, que destruyó esa entonces bella ciudad semi-colonial del sur de Marruecos en la que, con el paso del tiempo, fui residente a tiempo parcial durante los últimos cuatro años del siglo XX.

Los terremotos me obsesionan, y he llegado a pensar que, viviendo yo en una zona poco proclive a esos movimientos de la tierra y el mar, sin embargo me persiguen o yo los rondo. Leo todo lo que cae en mis manos sobre el histórico terremoto de 1755 en Lisboa, que partió en dos el siglo de las Luces, y estaba a una semana de viajar a Sri Lanka cuando se produjo el tsunami de la navidad del 2006. Como es sabido, las olas desbocadas azotaron también mortíferamente las costas índicas más al norte, y en una de las fotos de aquellos tristes días pude ver destruido sobre la arena el chiringuito del pueblo de Mamalipuram, al noreste de la India, donde pocos meses antes yo me había zampado una langosta hervida después de haber visitado su maravilloso conjunto de relieves esculpidos y haberme dado un baño en las aguas caldosas del océano.

   Ahora me ha golpeado a distancia, profundamente, el terremoto de Chile, país que visité por primera vez hace poco más de dos meses, y en el que hice amigos instantáneamente, algunos después de haberlos leído antes con admiración. En Valparaíso me llamó la atención lo difícil que era en muchos puntos del litoral llegar hasta el mar, yo que soy un bañista vocacional. A través de las imágenes de los noticieros compruebo sin embargo, en la terrible  devastación de poblaciones costeras cercanas a los lugares por donde me moví, lo cerca que estaba el mar de la tierra, y lo avasallador que podía ser, en su altiva lejanía.

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5 de marzo de 2010
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Robinson Crusoe y la loza de la abuela

Tan pronto leí su mail, le pregunté a Andrea Maturana (autora de novelas exquisitas como El daño) si me dejaba reproducirlo aquí. Estaba claro que había sido escrito en el espíritu de intimidad que une a dos amigos, pero me pareció que no había leido nada más claro y más profundo sobre el terremoto de Chile y sus consecuencias, y me pareció que tenía sentido compartirlo. Aquí va, pues:

 

“El asunto en Chile fue atroz. Sabrás quizás más que yo, porque yo no tuve electricidad hasta ayer y casi lo agradezco. La prensa está siendo sensacionalista hasta el asco y en mi opinión ha sembrado gran parte del caos que ahora se manifiesta en una casi guerra civil en el sur de Chile, en las ciudades más devastadas, donde a las pérdidas del terremoto se suman ahora saqueos oportunistas, incendios intencionales, robos a tiendas… En una situación como esta, esperaría que la gente se organizara en redes solidarias, no que trataran de cagarse a los demás aprovechándose de la situación. Me hace pensar en lo enferma que está nuestra sociedad y en cuánto (una vez más) los medios manipulan a la gente a través del miedo”.

 

“Yo afortunadamente aunque tenga electricidad no tengo televisión abierta ni cable. Solo un DVD para ver películas. Un amigo me jode, me dice que soy cuáquera. Hoy lo agradezco tanto y lo encuentro la mejor forma de estar retirada cuando ese es mi espíritu, de retiro y de duelo. Hasta ayer, cuando volvió la luz, todos estábamos acampando en el living de la casa, que es el lugar más liviano y menos riesgoso. El sol se ponía, comíamos con velas y luego nos dormíamos temprano porque no había nada más que hacer cuando ya estaba oscuro. todo en completo silencio. Ni leer podíamos en la noche. Ayer volvió la luz y el espíritu fue como de ‘volver a la normalidad’. Cada uno volvió a su pieza, menos Maia que está muy austada, y... y nada, nunca me pude dormir. Tenía un sensación totalmente esquizofrénica de ‘normalidad’ cuando en realidad nada era normal. Había visto las fotos de la isla Robinson Crusoe (que amo) arrasada por el mar, y mi amigo de allá me había dicho que perdió todo (menos la fe y la buena onda, dice), y que se salvaron nadando con sus hijos, ¿te imaginas el horror? Me quedé así despierta sintiendo que quizás necesitaba un par de semanas de dormir con mis dos hijas y el Miki en la misma pieza y temprano, solo a la luz de las velas y con la sensación de recogimiento que eso produce. Así me siento, de duelo profundo”.

“En particular para nosotros tuvimos mucho miedo porque nuestra casa es antigua y de barro, que no trabaja muy bien en los sismos. Para lo que es se portó muy dignamente, sólo con trizaduras y vidrios rotos. La dimensión del daño era atroz, eso sí, la biblioteca entera por el suelo, botellas de vino reventadas en la cocina, muebles rajados, y todo por el suelo, los juguetes de las chicas, los adornos rotos, todo. Mucha tierra, también. Cuando salió el sol fue impresionante verlo, pero es solo desorden. Hay gente que lo perdió todo, como mi amigo. Es una tramenda tragedia para muchos, desoladora. Entre mis amigos, hay chicos que no quieren volver a entrar a la casa, ni siquiera al baño, y hay una sensación de estrés post traumático tremenda. Todos estamos muy cansados, irritables, con el pecho apretado. Mientras la tierra se encabritaba como una yegua salvaje ese día y se veían relámpagos de luz en el cielo (supongo que habrán sido centrales eléctricas que colapsaban) y el ruido era estridente, yo pensaba: la impermanencia. Pensaba que tenemos esta casa, y otra que alquilamos en Reñaca, y que siempre los humanos volvemos a creer que tenemos cosas, cuando esas cosas pueden desaparecer así, tris, en cualquier momento. La tierra acá en Chile nos da lecciones periódicas de humildad. Cuando nos olvidamos, nos vuelve a recordar. O, como dice un amigo, hace un lavado de nuestra memoria quebrando siempre la loza de la abuela, para que quizás puedan entrar cosas nuevas, también”.

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5 de marzo de 2010
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II. Un tigre en graves dificultades

La imagen deportiva que Tiger Woods vendía era la del caballero intachable, de costumbres rectas y austeras, buen esposo y buen padre de familia, el correcto vecino de al lado incapaz de la menor trasgresión a las reglas de la moral puritana que es el gran fetiche de la cultura de la clase media en los Estados Unidos. Y, de repente, esa imagen se hizo trizas.

            Nada menos que el día de Acción de Gracias, el gran ritual anual de la familia norteamericana, un accidente de tráfico en las vecindades de su residencia en los suburbios de Tampa sirvió para descubrir una riña con su esposa, la modelo sueca Elin Nordegren, provocada por la revelación del primero de una serie de casos de infidelidad conyugal que pronto sumarían una docena. Las compañías que hasta entonces compraban su imagen le retiraron su patrocinio, desde la Pepsi Cola hasta Guillette, pasando por Nike, IT&T y General Motors. De acuerdo a los especialistas en la materia, los accionistas de estas empresas perdieron, gracias al escándalo, entre 5 y 12 billones de dólares.

            Woods reconoció que era un adicto sexual, un desorden compulsivo de la conducta que se equipara al vicio de las drogas, el alcohol, o los juegos de azar, y cuya existencia como categoría científica confieso que ignoraba, igual que sigo ignorando todo lo relativo al golf; y aceptó someterse a terapia intensiva en una clínica de Wickenburg, Arizona, el Meadows Rehabilitation Center.

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5 de marzo de 2010
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Las flores

A  diferencia de las plantas en macetas que son como seres debidamente capturados y condenados a vivir en la esclavitud doméstica, las flores llegan al hogar recién cortadas, en actitud espontánea  y defendiendo su libertad hasta el último suspiro.

Nunca las flores se hacen de verdad caseras y su mayor oferta  así como su principal sexy, y radica en su desafío radical a la institución casera y su manifiesta autonomía respecto a lo que en el hogar se desarrolla y la institución representa.

Nunca las flores son domésticas, son domesticables o se acomodan a la vivienda establecida pero, por esencia, son silvestres, antinaturalmente domésticas. Son frutos de la naturaleza y en ello percibimos su excepcional interés, su despliegue de olor y color,  cuando las adquirimos.

Las compramos como pájaros vivaces que ignoran o no aguantan el cautiverio y de hecho, una y otra vez, las flores se mustian, mueren en el borde de nuestros jarrones como manifestación de que su medio de vida no es el nuestro y sólo se hallan en el cuarto de estar o el comedor porque no pueden resistirse a nuestro dominio sobre sus cuerpos sin apenas fuerzas que oponernos.

En verdad, ellas pertenecen al mundo vegetal considerado como un estadio inferior al de los animales pero aún así su vasallaje, aunque sin éxito alguno,  se deniega.  En este caso de las flores se hace tan evidente que se a busa sobre su condición que, siendo tratadas con deferencia, como niños, no podemos ocultar la desazón de explotarlas, como pederastas. Explotarlas incluso  corrientemente como objetos y no sujetos decorativos. es decir, rebajando su condición de seres vivos, a la de adornos inertes. Cualquier tratamiento de las flores en términos de seres vivos auténticos, auténticos,   seres vivos, nos situaría en el papel de  compradores de siervos,  destruiría moralmente el encanto de su pertenencia y convertiría su posesión en una suerte de aplastante genocidio o su corte del tallo en una degollación o emasculación sangrante.

 Convertiría en fin a esas flores, con las que pretendemos alegrar nuestra habitación,  en cadáveres exquisitos cuya fecha de mortalidad insufrible se cumplirá, además,  en apenas unas horas. De este modo, las flores llevadas al hogar poseen la doble condición de la festividad presente y del funeral a plazo fijo. Parecen animar nuestras vidas al traspasar nuestro umbral pero   podemos saber y aceptar, fácilmente,  que sus vidas se hallan  condenadas a muerte por nuestra voluntad y tan sólo por el motivo de convertirlas en nuestro recreo.

Los ejemplos más terribles de la explotación de los seres vivos por otros seres vivos se realiza hoy, secretamente, en el hábito implícito de tratar a sujetos vivos como objetos materiales y someterlos como antes con las mujeres ociosas en signos de ostentación o de banal entretenimiento.

Las flores que se llevan al cementerio para honrar a los difuntos dan razón plena de esta ecuación. Las flores que se ofrendan al muerto cumplen desde el principio al fin con una secuencia paralela. Son arrancadas de su vida en el arraigo de la planta para ser emplazadas junto al cuerpo del cadáver, vecinas al cual se aproximarán plenamente cuando se marchiten.

En esta secuencia reproducen, cabalmente y miniaturizada, la película de la vida. Flores que se hallaban alentando en una existencia natural, sin plazo fijo,  son condenadas a morir en un medio reconocido como imposible para su supervivencia.

 Como los muertos que momentos antes respiraban en su mundo propio, vivían, sentían o respiraban, en su ámbito, las flores son ahora encerradas como ellos en vasijas o féretros inexorablemente dirigidos a contener su descomposición.

Flores en apariencia risueñas, alegres sin término, caen muy pronto como desmayadas y desprovistas de aliento. A la fiesta del ramo recién cortado y regalado sigue la progresiva visión de las flores oxidadas, ajadas o moribundas, representando dentro del mismo jarrón que las contuvo ilusionadas el recinto de su asesinato.

Crimen usual y de cuyo patetismo los hogares se protegen con la misma disposición que antes les insensibilizaba en la faena de cortar el cuello a los pollos para la paella, ahogar a las palomas en el fregadero o desnucar a los conejos de un golpe seco. 

Esta persistente crueldad cultural, referida también a las flores, nada tiene que ver con la triste esclavitud que lleva consigo la manutención de las  plantas de interior. En este caso, las plantas, confinadas en macetas, se comportan como unos seres mansos que se someten resignados e impotentes a la vida que se les desea otorgarles.

Sin embargo, en el caso de las flores, la fresca alegría con que llegan confiadamente a la casa se transmuta en una agonía premeditada y en un desdichado cementerio final en donde deliberadamente acaban.

No existe esta voluntad expresa en el acto de comprar el ramo de flores pero ¿quién puede negar que el destino de ese ramo será irreversiblemente el siniestro espectáculo de su defunción entre el turbio caldo de su muerte?

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5 de marzo de 2010
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El Boomeran(g)
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