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Escrito por

Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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ESPAÑOLES QUE NO VERANEAN

Casi la mitad de las familias españolas no puede irse una semana de vacaciones, dice el Instituto Nacional de Estadística (INE) a través de un estudio de 2004. Cuarenta años antes los estudios sociológicos de FOESSA decían prácticamente lo mismo refiriéndose a los madrileños, siendo los madrileños, casi por antonomasia,quienes viajaban a sus múltiples pueblos de origen o a Benidorm.

¿Tan poco ha cambiado la situación veraniega de los españoles?

Muy a menudo los analistas de la sociedad se flipan con los cambios. Realmente, sin cambios desaparecerían buena parte de las profesiones y especialmente las que tienen por objeto lo social. El factor de cambio desempeña una función tan principal que cuanto más se enfatiza mayor atención convoca y más noticia siembra. De este modo se explica la tendencia a agigantar las variaciones e incluso a anticipar el cumplimiento de  hechos a partir de ínfimos indicios.

Que no pueda veranear un 44% de los españoles constituye una tremenda y extraña sorpresa. ¿No veraneaba ya todo el mundo? ¿Cómo encajar esta formidable masa de gente en la predicción de 46,45 millones de viajes para el mes de agosto, de acuerdo a la DGT?

¿Son viajes fantasmas? ¿Viajes en los que se incluye los paseos por el interior de los domicilios,los itinerarios del trabajo o los caminos que van y vienen al bar o al supermercado?

De España poseemos una precaria visión, cuando no una idea aberrada por los inciertos estudios que se publican. Se da por real, según unos sondeos, la desarticulación de la familia extensa y tradicional pero basta salir de Madrid para comprobar que las cenas, los viajes, las partidas de cartas, las conversaciones telefónicas se desarrollan asiduamente entre cuñados, primos, padres y hermanos. Se tiene por cierto que los jóvenes se han liberado de prejuicios morales y sexuales pero basta acercarse a Valladolid o Segovia para comprobar más allá del limitado turbión nocturno, costumbres y normas que repiten los  códigos de inviernos o de veranos que se suponían perdidos o sólo útiles para la publicidad de la ONCE.

El pasado, en fin, es muy pesado.No se deshace fácilmente ni se vela tan pronto. Le cuesta tanto desvestirse y solearse como ahora presentan con notable desaliento las recientes cifras del INE.

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3 de agosto de 2006
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BURBUJAS DE ESPAÑA

El boom de la construcción no ha sido un fenómeno privativo de España pero en ningún otro lugar -excepto Australia- ha alcanzado tan notable significación simbólica.

Desde hace aproximadamente cuarenta años, desde el tardofranquismo y su glorioso periodo desarrollista, España se ha comportado a sacudidas y su evolución económica, sexual, cultural ha repetido siempre el modelo del "pelotazo". Incluso el terrorismo de ETA se aviene tristemente bien con el general universo del espasmo. Sin descanso hemos presenciado desde la explosión de la bomba asesina a la explosión del ayuntamiento sin escrúpulos,   de la incoherente culturización a granel (altamente representada por la creación de un mala universidad cada cincuenta kilómetros) a la multiplicación de supermercados del sexo en la huerta de Murcia; de la espectacular producción de títulos de libros a la corrupta proliferación de parques temáticos.

Prácticamente de un día a otro España ha pasado de la mojigatería y el catolicismo de machamartillo a revelarse como el país (legalmente) más liberal y desprejuiciado del planeta. Hasta Dinamarca y Holanda han debido apresurarse para no quedar rezagadas en diversos asuntos de la sexualidad o las drogas. ¿Una milagrosa conversión pagana en la tierra de María Santísima? ¿La explosión sociocientífica de una masa crítica?

No debe considerarse demasiado probable.  Más bien si los grandes saltos han sido posibles deben su resolución a producirse generalmente en el vacío. Es decir, dentro de un medio poco densificado donde los impulsos obtienen mayor efecto y la incoherencia es parte de la dinámica  interior.

En pocos lugares -a excepción de Australia- habría sido posible realizar tantos y tan radicales experimentos sociales y legislativos como en este territorio caracterizado, tras la Guerra Civil y dos décadas de nacionalcatolicismo, por una devastación en las referencias y ampliamente aligerado de pensamiento crítico.

Ahogadas o extraviadas las conexiones con el débil pasado liberal, la libertad llegó en la Transición como prorrumpe el agua represada. A los golpe de Estado de derechas sucedió el asombroso golpe de Estado democrático. La convulsión moral y política no se registró enseguida pero ha impuesto sus efectos después. Y continuadamente.

El enriquecimiento especulativo -sin secuencia empresarial- se corresponde con el éxito imperial de la salsa rosa, con la súbita fama de personajes sin fuste y, en el extremo, con la ascendencia a la presidencia del Gobierno de un par de tipos con tan poco mérito que en los mismos tiempos de la globalización no fueron capaces de pronunciar una frase en inglés. La octava potencia del mundo con líderes deslucidos y un fracaso educativo capaz de situarnos a la cola escolar de  Europa.

Hay escuelas más que de sobra, como flamantes museos inaugurados sin apenas cuadros, centros culturales sin función y auditorios en los que no puede escucharse nada, una veces por carencia de músicos y otras porque el proyecto pertenece a arquitectos de figurín al estilo Calatrava.

Lo muy peculiar de un boom es su enorme semejanza con la burbuja. Se forma de un soplo y puede explotar en cualquier momento debido a su inconsistencia. Y de esta clase de naturaleza se han ido componiendo buena parte de los logros  más relevantes  de la historia española inmediata. Puede objetarse que también de la inmediata Historia Mundial. Pero de este modo volvemos al principio:  “El boom de la construcción no ha sido un fenómeno privativo de España pero en ningún otro lugar...”, etcétera.    

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2 de agosto de 2006
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27 MUERTOS: LAS CARRETERAS NO SE INMUTAN

Los muertos en accidentes de tráfico en el último fin de semana de julio son los mismos en 2006 que en 2005. Estos 27 fallecidos no se han beneficiado del carné de puntos pero mucho menos de los arrogantes consejos de la Dirección General de Tráfico cuya petulancia haría predecir una reacción adversa. "No podemos conducir por ti", "No podemos ponernos el casco por ti" dice la DGT. ¿Cree la DGT que si pudiera le dejaríamos hacerlo? ¿Cree que si pudiera encarnarse nadie podría detener su voluntad o su tiranía?

Son tan soberbios los de la DGT, sean quienes sean estos tipos, que incluso su jefe repite una y otra vez "hubieron"  cuando trata de decir "hubo" más o menos víctimas. Esta mala educación en el habla es el signo de su mala educación radical y la razón, a la vez, de que vea en la educación de los españoles el eje de la culpa.

Obviamente, numerosos accidentes son atribuibles a la temeridad o al alcohol pero muchos más, según muestran los resultados, proceden del mal estado de las carreteras, especialmente las vías secundarias.

Un reciente informe sobre el estado del firme en la red denunciaba los muchos miles de kilómetros -más de la tercera parte del total- en mal estado. Y  no se diga ya de los trazados, de la señalización equívoca o inexistente, de los pavorosos  pasos a nivel, de los quitamiedos que seccionan los cuerpos de los motoristas.

La DGT, esta odiosa DGT actual, ha elegido el odioso procedimiento de hacernos sentir malvados. Matamos o nos suicidamos en la carretera y no será la mala carretera que nos mata. En consecuencia no somos sólo conductores, sino asesinos en marcha. A través de esta estrategia las dictaduras políticas o religiosas, han buscado reprimir y menoscabar la moral de sus súbditos. Gracias a crear culpables a granel, la autoridad se erige en una elite redentora; gracias a reducir la autoestima de los gobernados se hace más fácil gobernarles.

Los hechos han vuelto a mostrarse, sin embargo, tozudos y delatores. Así ha sido el funesto saldo de este último fin de semana. Los conductores han reducido la velocidad y han vigilado sus tragos de alcohol atemorizados por el carné de puntos. Se han contenido temerosos de la multa directa o por radar, han sido indudablemente más cautos ante las imposiciones de la ley y la patética publicidad de la DGT pero las carreteras, por el contrario, no se han inmutado. Conclusión: los 27 nuevos muertos y las varias decenas de heridos importantes deben caer en su justo peso sobre la responsabilidad del Gobierno y los departamentos directamente culpables.

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1 de agosto de 2006
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ESPAÑA DESCOLORIDA

Por azar he venido a leer, al compás de este verano, algunos libros de Azorín referidos a España y los españoles y caigo en la cuenta de lo poco que los españoles -no los políticos españoles, no los ciclistas, los toreros o los especuladores españoles-  y España -no las comunidades autónomas, no el Estado español-  han contado en la literatura o el periodismo de estos últimos veinte años.

De una parte ha interesado tanto la reconstitución del Estado español que proporcionalmente ha interesado apenas la cambiante fisonomía española. De otra parte, se ha celebrado tanto la integración de España en Europa y el panorama internacional que seguramente ha parecido cateto y pasado de época dirigir la vista a lo interior.

El caso es que desde hace demasiado no se habla de la real realidad española, cuya rápida y tumultuosa evolución constituye un fenómeno superlativo.

En los años 60 el trasvase de población del campo a la ciudad, del interior al extranjero supuso un movimiento migratorio como no se había conocido en la historia de Europa. Ese transtorno no cesaba de ser tratado en los libros y en los periódicos. Ahora la transfiguración de la cultura y las costumbres españolas en este último cuarto de siglo comporta una convulsión igual o superior y, sin embargo, no ha convocado ni la mitad del interés.

La política, los políticos, la política institucional, han ofuscado de tal modo la visión de todo lo demás que los medios parecen tuertos o ciegos  en el momento de reflejar la situación rural o urbana, la vida actual de los pueblos y las capitales, los nuevos hábitos de compra, de entretenimiento o de reunión. Incluso el espacio inaugural de Internet que afecta decisivamente la vida cotidiana de los adolescentes, los trabajadores y los matrimonios recientes aparece tan sólo a “fogononazos” y sin trabarse para dar cuenta de su inédita naturaleza. Con todo, la consecuencia viene a ser que habitamos este país como si residiéramos en una plataforma flotante y sobre cuya identidad nadie habla tanto por vergonzosa corrección como por suma ignorancia. De hecho, es muy probable que no haya país europeo con tan desvaída  pronunciación sobre sí. Ninguna nación que vindique menos su entidad, ninguna organización que, al cabo, posea un proyecto más tenue sobre su porvenir. Poblamos España como náufragos de procedencias locales o regionales y agregados en un mapa que, a fuerza de los desgarrones secesionistas, siente pudor de su cuerpo y, sorprendido, no sabe, no contesta, no conoce, ni se atreve a proponerse algo en común. ¿Bueno? ¿Malo? ¿Indiferente? Sin duda muy extraño y anómalo, demasiado anémico o anómico, tendente a la desgana colectiva y a la muy fácil desmoralización.   
 

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31 de julio de 2006
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¿VIAJAR? ¿VOTAR?

Han llegado a ser tan baratos los viajes en avión que una de dos: o antes estaban practicando una desaforada estafa o actualmente sólo nos dan basura. ¿Basura el trayecto? ¿Basura el país? ¿Basura el monumento?

Una impresión general de que la totalidad de las cosas, desde el pan a la justicia, desde las ropas a la democracia han ido de más a menos, define el amplio sentir de nuestro tiempo. Los objetos, los vuelos, las chanclas, valen cada vez menos y duran poco. Sólo la vivienda se erige en la suma excepción en señal de no haber aumentado su calidad sino el delirio.

El vasto surtido de la producción contemporánea, contemplada globalmente, tiende a costar menos pero, muy a menudo, trayendo consigo un menoscabo del artículo. De este modo, en cuanto al viaje, ¿no estaremos asistiendo a la degradación del destino de la misma manera que padecemos la degradación de la seguridad y el confort?

El prestigio de Egipto, de Atenas, de Babilonia o de Samarkanda ha quedado más o menos devastado en proporción a la ya desbordante suma de turistas que han pasado por allí. No hay ya cena de amigos donde sea posible hablar de San Petersburgo sin que la práctica totalidad de los presentes no hable del Ermitage. Imposible seguir adelante con la referencia a una ciudad notable porque de haber sido un lugar mítico se ha transformado en lugar común.

Imposible apoyarse en algún aspecto de Londres o de Nueva York. Todo el mundo ha estado en Londres o en Nueva York y hasta en Alaska si es que se trata de Estados Unidos. El mundo occidental entero va coleccionando estampas en un popular álbum vacacional cuajado de fotos y vídeos, apuntes de viaje y anécdotas graciosas que se intercambian en la reunión. El extranjero hace tiempo que perdió su extrañeza. Ahora, además, han dejado de ser exóticos los lugares remotos y apenas queda un rincón del mundo sin formar parte gráfica del ajuar doméstico.

No hace falta, desde luego, saber demasiado sobre una localidad o sus tesoros, no es preciso degustar personalmente su tradición o su arquitectura; en lugar de esta intervención personal operan las postales y en el sitio de la experiencia particular actúa el tour operator. ¿Bueno? ¿Malo? ¿Regular? Sencillamente: democrático. Hasta la misma democracia a fuerza de divulgarse y extenderse formalmente por los países menos democráticos, se ha convertido en lo más barato o denigrado que se pueda imaginar. ¿Viajar? ¿Votar? He aquí una parte de los imprevisibles dilemas de nuestro tiempo.

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28 de julio de 2006
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EL VERANEO Y LA REVOLUCIÓN

Este fin de semana partirán de Madrid, de París, de Londres, de Berlín o de Roma, millones de trabajadores y empleados para disfrutar sus vacaciones. El Frente Popular francés inauguró en los años treinta del siglo XX la conquista de las vacaciones pagadas y desde entonces, salvada la segunda guerra mundial y otras guerras, los obreros se sacaron el mono, como en un rito de liberación, durante los veinte o treinta días continuados en los estíos. El verano, la vacación y la liberación se juntaron como cercanas categorías simbólicas en la cultura del capitalismo industrial.

¿Qué sucede ahora con la sociedad del conocimiento y el capitalismo de ficción? Poco más o menos que quienes veranean según el concepto tradicional son cada vez menos y llegarán a ser sólo los miembros de una pequeñísima elite. Los obreros industriales siguen repitiendo la procesión del veraneo cada vez con más oportunidades de traslado puesto que en España, en virtud de la residencia secundaria, se ha llegado a la media nacional de una casa por cada dos habitantes y los viajes valen cada vez menos.

No es necesario hablar de la exigua calidad y peores condición de esas segundas residencias reducidas con frecuencia a la menesterosidad de una construcción indigna y un emplazamiento de vertedero. Con todo, el ejército obrero industrial cambia el sudor de la factoría por las infernales penalidades de la convivencia familiar en los entornos de la playa tórrida. Los campesinos, de su parte, no cambian, en general, prácticamente nada. Su conspicua idea de la tierra sigue decidiendo que su puesto natural se encuentra allí, en el predio donde nació y del que se nutre, trabajo y ocio se entrecruzan en su secular dedicación del mismo modo que paradójicamente está ocurriendo con el más reciente escalón del quehacer productivo.

¿Los nuevos empleos? Douglas Coupland empezó sus novelas reportaje con Microsiervos donde recogía su experiencia de algunos meses dentro de la empresa Microsoft, emblema de la sociedad del conocimiento y de la nueva etapa del capitalismo de ficción (véase El estilo del mundo. Anagrama, 2003)

¿Vacaciones para los microsiervos? El concepto huele en Estados Unidos a rancio y correspondiente a un tiempo donde todavía se aludía a la explotación y la revolución. Hoy la vacación entre los jóvenes empleados norteamericanos se ha desvanecido en las jornadas semanales de casi 60 horas y hasta dos o tres años continuados sin fines de semana ni salidas de excursión netamente extralaboral.

El tiempo de ocio se ha mezclado con el trabajo y viceversa. Se vive sin contraponer la parcela personal a la laboral puesto que la laboral ha llegado hasta las cenas de amigos y matrimonios, la presencia del portátil y el móvil empresarial en cualquier momento del día o del año, del descanso o del viaje.

Pero ¿cómo liberarse de esta esfera absoluta? No ya batallando sindicalmente al modo rotundo del Frente Popular y reivindicando mayor periodo de asueto como pretendió la fracasada semana francesa de 35 horas. El asueto se ha disuelto silenciosamente y en su lugar va creciendo una forma de vida que no será definida propiamente como laboral sino sospechosamente “integral”.

Reclamar, por tanto, mayor calidad de vida no será otra cosa que demandar redundantemente mayor calidad de vida lo que supone, indispensablemente, incorporar los periodos de maternidad, de paternidad, de entretenimiento, de diversión, de curación o de soledad en el contrato general de producción social.

No seremos trabajadores en un momento y veraneantes después. Ni seremos dependientes unos días y otros no. El objetivo a conquistar por el trabajador en la sociedad del conocimiento es hacer valer su imperio sobre los medios de producción, la propiedad de su herramienta decisiva que es el saber y, a partir de esa fuerza determinar la organización, sus ritmos, sus circunstancias, sus necesidades de amor, de creación, de innovación, como base del beneficio para todos. ¿Reaparición de una utopía? Efectivamente. ¿No nos quejábamos de su insoportable ausencia?

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27 de julio de 2006
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LA INSOPORTABLE LENTITUD DE LA JUSTICIA

Nuevos datos sobre los retrasos de la justicia en España hacen ver que cada día que pasa se amontona un número mayor de casos pendientes o sin comenzar a resolver.

Continuamente emergen en las noticias, como restos de ahogados y pecios, nombres y circunstancias de asesinatos, estafas, violaciones o enormes atentados terroristas cuya resolución ha quedado engullida por el transcurso de procedimientos, arrastrándose por las dependencias de los juzgados. ¿Es justicia esta desidia fatal?

Cualquier democracia debería perder el nombre de tal no siendo capaz de juzgar a su debido tiempo. Las demoras, estas insoportables demoras de la justicia española, convierten la equidad en un trapo viejo y la efectividad de un Estado de Derecho en una retórica de guardarropía.

De la misma manera que un sistema electoral se hace sospechoso de inmoralidad cuando sus resultados no se proclaman a tiempo, los espantosos retrasos en la aplicación de las leyes convierten al poder judicial en un mostrenco y al sistema democrático entero en una representación de madera.

Cuesta trabajo explicar por qué no se aligeran los procesos, por qué no se arbitran los presupuestos necesarios, por qué no se remueve a los jueces holgazanes y no se asista, año tras año al abrumador conocimiento de que millones de casos judiciales (2.178.00 actualmente) se encuentran pendientes y su pila no cesa de crecer. ¿El proceso de Kafka? ¿Las pesadillas ante los anacrónicos términos procesales? ¿El horror de la actuación judicial y su cohorte de personajes de ultratumba?

¿Democracia? No será posible aceptar que se vive en democracia sin vivir con justicia. Y no hay justicia, no importa cómo se defina, si su determinación, su verdad, su definición del inocente y del culpable se extravía años y años en medio de legajos, escritos y métodos arcaicos, menesterosidad profesional, tortuosidades y dilaciones inhumanas.

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26 de julio de 2006
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LA PAREJA Y EL PARAJE

La pretendida orgía del amor libre llevó a la deconstrucción del matrimonio. Esta tarea ocupó a la juventud desde la revolución sexual de los sesenta hasta el intervalo superindividualista de los últimos años del pasado siglo. El principio del siglo XXI presenta, sin embargo, un nuevo giro en la relación de amor.

Sin férreos matrimonios que destruir, sin familia nuclear que explosionar, sin más provisión de sexo que reclamar, la pareja libre, desistitucionalizada, desinhibida reaparece como un inesperado problema de represión.

No es la moral religiosa, la regla institucional o la presión social los que crean obstáculos a la libre satisfacción personal. Todo este aparato ha quedado atrás, reducido o desactivado. Justamente, la nueva crisis de la pareja no procede de un mal atribuible a un desajuste social sino eminentemente individual.

De un lado, la pareja constituye hoy lo más cercano e íntimo en un mundo que se conecta extensamente, a distancia y sin profundidad. De ese lado, la pareja es la exquisita excepción.

Pero, enseguida, tal excepción que hasta hace poco constitituía un bien frente al hiperindividualismo y operaba como un dulce resguardo se revela ahora como un recinto donde se enrarece la circulación, se ralentiza la velocidad de cambios, se reduce la disponibilidad y se limitan las potencias de identidad.

Efectivamente el otro contribuye a afirmarnos y a afianzarnos. Pero ¿hasta cuándo estos buenos regalos no se convierten en hipotecas? ¿Hasta cuando la afirmación y el afianzamiento recibido no significan pérdida de movilidad?

El enamoramiento nos da alas pero más tarde el amor subyacente y sus débitos pueden imitar los caracteres de una traba.

La traba forma parte del amor. La traba enardece y entusiasma en sus principios y también por un tiempo indefinido.

Lo peculiar de nuestra época es, sobre todo, el acortamiento de ese plazo sin definición y, también, en plena cultura de consumo, la aguda conciencia del desgaste.

La conciencia del desgaste del otro, del desgaste de la relación y la insufrible sensación personal de estar erosionándose en la rápida percepción de la rutina. No es preciso pues que la rutina haya acampado por completo para que se tema su efecto mortal o corrosivo. Basta el indicio de la repetición, el pavor a la inmovilidad, el pánico a seguir en la misma vida para que la pareja con la que se está aparezca como la principal representante del mal. Siendo el mal todo aquello que se considere inconveniente para cambiar, ser otro, vivir de otro modo. O vivir con otro.

La revolución sexual buscaba difundir la libertad por todas partes y en su extremo ardería la orgía sexual. Ahora la orgía no se halla en el sexo, demasiado común, ni tampoco en ninguna parte que conquistar mediante la revolución. En el antiguo lugar de la libertad ha crecido el espasmo de la compulsión, en el lugar del amor eterno ha crecido el amor fenomenal y en el acotado lugar de la pareja la inconsolable ansiedad del paraje.

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25 de julio de 2006
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Perdón por las molestias

Llevo tres días de vacaciones en Santa Pola, un inesperado centro de la noticia a partir del pesquero que auxilió a medio centenar de emigrantes cerca de Malta.

Sin la ayuda y la generosidad, la paciencia y la condescendencia de la tripulación del barco santapolero "Francisco y Catalina" es muy posible que los desamparados de la desamparada lancha hubieran perecido. Y, en buena medida, habrían muerto si su salvación hubiera pendido tan sólo de las autoridades, los ministerios, la Unión Europea, los gobiernos, los ejércitos de marinas, las patrulleras oficiales, la totalidad de las instituciones que fueron mirando el fenómeno de los cincuenta y cinco náufragos con una frialdad funcionarial destinada a culminar en repetidos certificados de defunción con sus obligados sellos.

Los marineros, sin embargo, conocen a fondo la fina división entre la vida y la desaparición. El mar supone para un marinero su medio natural de vida y su medio natural de muerte. Muchos amigos santapoleros apenas sabían nadar cuando juntos íbamos a remojarnos tras jugar al fútbol en los antiguos saladares. Ni tampoco trataban de aprenderlo de manera remotamente parecida a como lo hacíamos los veraneantes. El mar les inspiraba temor y a la mayoría de los pescaderos les habría gustado mucho más dedicarse a otra cosa. La prueba ha sido que, con los años del desarrollo, disminuyeron drásticamente los jóvenes que se enrolaban. Casi todos preferían entrar de aprendices en un taller de tapicería, arreglar bicicletas, madrugar para cocer el pan o emplearse en una gasolinera.

Quienes se encontraban en el "Francisco y Catalina" (título que evoca el feliz amor eterno que promueven las millas del mar) son restos de una numerosa proporción de santapoleros que llegaron a componer la flota pesquera mayor de España.

Ahora por la Virgen del Carmen o por la Maredeu de Lorito las fiestas de recibimiento en el puerto no son tan espectaculares ni las verbenas en las que se disfrutaban los reencuentros tan conmovedoras como hace dos o tres décadas. Santa Pola es muy suya y convoca desde hace algunos años unas impostadas Fiestas de Moros y Cristianos en la primera semana de septiembre. Es el momento en que acaba de marcharse la gran masa de pesadísimos forasteros y con ello la localidad de libera de una marea tanto o más abrumadora que el mar. Con esa holgura relacionada con haberse desprendido de unas 150.000 personas añadidas a sus 14.000 habitantes renacen trazos del pueblo marinero, anexo al mar y atado históricamente al mar. El mar como lugar de trabajo y como espacio de separaciones, sacrificios y tragedias. De esta dura relación con el mar, ajena a dulces oleajes o atardeceres de oro, procede el miedo y el respeto al mar o la desarrollada sensibilidad hacia sus variadas amenazas.

La proclamada generosidad que los pescadores demostraron estos días hacia los emigrantes de la patera contiene, en realidad, una solidaridad radical de especie humana. Los marineros santapoleros que conozco han vivido y viven las vicisitudes peligrosas en altamar como una liza entre lo humano y lo monstruoso. Como ellos mismos han declarado: "No podían hacer otra cosa". Concretamente: no sabían hacer otra cosa en cuanto que marineros. No sabían elegir la mezquindad, optar por no prestar socorro, anteponer los cálculos económicos al irresistible impulso de proteger la vida humana. ¿Héroes ahora? ¿Condecorados, premiados, distinguidos, elogiados por la autoridad? El quehacer del marinero se encuentra todavía en ase preindustrial y por ello resulta ser lo menos mediático que quepa imaginar. Sólo aparece (en los medios) cuando desaparece uno o más barcos. Aquí la desaparición pudo haberse consumado antes del rescate. No fue así y la desaparición aplazada se ha comportado como una plataforma argumental que ha favorecido una sustanciosa historia periodística. En ese trayecto recorrido por los medios y no por el "Francisco y Catalina", la tripulación se hizo popular, se podía fotografiar, grabar, radiar, bailar.

Ayer, por primera vez tras la peripecia, cuando el periódico Información de Alicante entrevistó a Pepe Durán, patrón del barco, sobre su impresión de esta calamitosa aventura dijo: "La verdad es que no queríamos causar tanto revuelo y ni mucho menos molestar". Durante treinta años he disfrutado de un amigo marinero y santapolero, Juanito "El Chufa", cocinero en sus años de navegación a Larache que, aunque parezca imposible, habría preferido otra contestación aún más atónita y enteca.

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24 de julio de 2006
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CIUDADES VOLANTES

He leído en Fast Company, una revista recomendable para estar al día, que el 40% del valor de todas las mercancías producidas en el mundo apenas se corresponde con un 1% del peso total. De este modo el transporte aéreo se ha vuelto rentable y cada vez más. Como también las ciudades que más crecen no son aquellas que se encuentran junto a los mares o los ríos sino aquellas que brotan y se reproducen en torno a los aeropuertos. El nombre de estas nuevas ciudades localizadas en los lugares menos previsibles es "aerotrópolis".

Frente a la regla de que las tres principales condiciones de una localidad próspera eran "localización, localización y localización", hoy el trío de oro es "accesibilidad, accesibilidad y accesibilidad". Las materias primas, los automóviles, las maquinarias correspondientes a la era industrial se sirven de la lentitud de los barcos y los trenes. Los productos de la era postindustrial, desde los componentes microelectrónicos hasta las medicinas, de los aparatos de precisión a los artículos de lujo con gran valor añadido vuelan. El 50% del valor de las exportaciones norteamericanas se realiza en avión. Su peso es tan liviano que el flete es barato y aún más en relación a lo formidablemente cara que llega a ser la carga. De un lado se ensancha la economía del conocimiento, la compraventa de intangibles y, de otra, surgen los macroaeropuertos que fomentan las nuevas y distintas metrópolis de los últimos años. En ocasiones incluso el mismo aeropuerto llega a ser en sí mismo una ciudad de decenas de miles de habitantes como es el caso del Check Lap Kok de Hong Kong donde trabajan 45.000 empleados. El modelo se repite en China con Shangai o Pekín, en Estados Unidos con Memphis o Dallas, en Europa con Frankfurt o Madrid. Y el laberinto se enreda cada vez más.

La terminal 4 de Barajas permitirá ampliar el transporte hasta unos 75 milones de pasajeros anuales y paralelamente a un descomunal valor de mercancías sin peso. La consecuencia, ya visible, es que en torno a Barajas se acumula una monstruosa proporción de oficinas y viviendas, de autopistas y atascos que se resuelven un día para renacer meses después. Este mundo que tiende de un lado a la ocupación extensiva del territorio y las organizaciones en red, posee a su vez la tara de los nódulos de esa red. Enormes tumores que perjudican gravemente la vida. Ciudades corazón de la prosperidad que son, de otra parte, metáforas de unos  bultos cancerígenos que atascan la vida. Ningún signo en el horizonte que permita confiar en un giro de esta dinámica casi suicida. Cuando una ciudad observe que su aeropuerto será ampliado y el presupuesto, como en el caso de la T4, rebasa el billón de pesetas está autorizada a evocar los conocidos versos de Dámaso Alonso refiriéndose a Madrid como ciudad de un millón de cadáveres. No se ha llegado a esta escala poética del cementerio. Se ha logrado una fase literariamente peor: Madrid -o París, Dubai, Chicago, Guangzhou-, espacio para una multitud de insatisfechos.

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21 de julio de 2006
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