Vicente Verdú
Nuevos datos sobre los retrasos de la justicia en España hacen ver que cada día que pasa se amontona un número mayor de casos pendientes o sin comenzar a resolver.
Continuamente emergen en las noticias, como restos de ahogados y pecios, nombres y circunstancias de asesinatos, estafas, violaciones o enormes atentados terroristas cuya resolución ha quedado engullida por el transcurso de procedimientos, arrastrándose por las dependencias de los juzgados. ¿Es justicia esta desidia fatal?
Cualquier democracia debería perder el nombre de tal no siendo capaz de juzgar a su debido tiempo. Las demoras, estas insoportables demoras de la justicia española, convierten la equidad en un trapo viejo y la efectividad de un Estado de Derecho en una retórica de guardarropía.
De la misma manera que un sistema electoral se hace sospechoso de inmoralidad cuando sus resultados no se proclaman a tiempo, los espantosos retrasos en la aplicación de las leyes convierten al poder judicial en un mostrenco y al sistema democrático entero en una representación de madera.
Cuesta trabajo explicar por qué no se aligeran los procesos, por qué no se arbitran los presupuestos necesarios, por qué no se remueve a los jueces holgazanes y no se asista, año tras año al abrumador conocimiento de que millones de casos judiciales (2.178.00 actualmente) se encuentran pendientes y su pila no cesa de crecer. ¿El proceso de Kafka? ¿Las pesadillas ante los anacrónicos términos procesales? ¿El horror de la actuación judicial y su cohorte de personajes de ultratumba?
¿Democracia? No será posible aceptar que se vive en democracia sin vivir con justicia. Y no hay justicia, no importa cómo se defina, si su determinación, su verdad, su definición del inocente y del culpable se extravía años y años en medio de legajos, escritos y métodos arcaicos, menesterosidad profesional, tortuosidades y dilaciones inhumanas.