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Escrito por

Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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SILVIA INTXAURRONDO Y EL PEINADO

A Silvia Intxaurrondo, la cara más original y atractiva de la televisión española, no la peinan bien. Habrá asuntos más importantes que tratar pero no mucho más urgentes.

Está bien que “La Cuatro” trate de ganar audiencia con la seriedad informativa pero en este mismo ámbito, el porte de Silvia Intxaurrodondo es un tema capital. De un lado aparece Iñaki Gabilondo que, no pudiendo ser plenamente elegante, supera la deficiencia con su sobrecarga de prestigio histórico. Pero no es esto todo.

La Intxaurrondo fue hasta ahora mismo una completa desconocida pero ¿quién puede dudar nada más verla que su imagen perdurará, se introducirá en nuestra memoria colectiva, acabará decidiendo en infinidad de casas la sintonía del canal?

Si Gabilondo representa el peso pesado, la Intxaurrondo es la acuidad. Para redondear a Gabilondo se han hecho esfuerzos con su vestuario pero hace falta todavía un armario de mayor imaginación y entidad, algo que denote inmediatamente que el paño de la chaqueta es de primera calidad y que el corte está firmado por un sastre con mundo.

Si la contemplación de Gabilondo remite principalmente a la mente de la noticia, su indumentaria debería rematar la sensación. No se gana credibilidad únicamente por los contenidos sino también por el ambiente. No  basta la ascendencia histórica de Gabilondo para trasmitir la verdad en su grado máximo, es necesario que las ropas, a su vez, muestren el efecto de la lana o del algodón puros.
 
Pero aún asentado este pilar Gabilondo, todavía en fase de construcción, el caso de Intxaurrondo constituye el problema arquitectónico de mayor entidad. Al contrario del presentador, ella va siempre bien vestida y bien maquillada.  Entonada la ropa y el maquillaje de modo que  el aire de su cutis se aviene con el aire del diseño.

Pero ella es elegantísima y denodadamente inteligente. Una pieza de este exquisito valor no puede perjudicarse porque los peluqueros no den pie con bola.  En este sentido fue novedoso el recurso, ya desechado, al efecto mojado que le proporcionó durante unos días una suerte de impensable  tocado. A nadie habíamos visto nunca así puesto que el efecto mojado llevado a su extremo con  Elena Resano pecó de artificioso y repetido.  Esas mechas aparatosamente disparadas parecían descreer del tirón mismo de la Resano cuando ella, con sus ojos y su apostura,  la limpieza de su voz y su bonito aplomo, tenía más que  bastante para captarnos. Nunca la vistieron bien, nunca acertaron con la escala de su cuerpo ni emplearon  demasiado presupuesto ni inventiva.

Pero Silvia Intxaurrondo da enormes facilidades para lograr casi cualquier perfección y las carencias son aún más lamentables. Cierto que posee más piezas dentales que la media pero aún así es, sin vacilación, la número uno  de las presentadoras de informativos, hoy por hoy. ¿Por qué la peinan entonces tan mal? Es tentador apostar por que los peluqueros que la arreglan son de una mediocre escuela o que, inseguros ante el encargo, dan manotazos todavía. Por ejemplo, en estos últimos días la peinan como a Ana Duato en Cuéntame, con una laca tan amazacotada que obliga a retocar en los intervalos que no se la ve. Secuencia tras secuencia,  Intxaurrondo puede aparecer durante un mismo telediario con tres o cuatro rectificaciones del pegajoso pelo. Puede suponerse que los responsables profesionales  sufren más que los espectadores pero, en cuanto el receptor cae en la cuenta del desaguisado, no está claro quién llega a irritarse más. Nadie, nunca, en ningún lugar, desde Rosa María Mateo apareció una profesional de telediario tan importante como la Intxaurrondo de  La Cuatro. ¿La desperdiciarán? ¿Seguirán dañándola con gestos de incompetencia cuando ella, en un despliegue de delicadeza, presta el supremo brillo al tiempo de información y a la cadena, en general? Aunque tanto esplendor, que la dirección aturdida le concede por el momento un protagonismo  racionado.  ¿Temen acaso que acabemos más pendientes de ella que de él? Claro que no deben atorarse con tales mezquindades pero, para terminar, ¿cómo no corresponder generosamente, en tiempo, en coiffure y en sueldo todo lo mucho que la Intxaurrondo regala?

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16 de octubre de 2006
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MÁSCARAS UNIVERSITARIAS

Si no han cambiado las cosas recientemente, en España no existe ninguna ciudad mayor de 50.000 habitantes que no cuente ya con su Universidad. La consecuencia está siendo al cabo de estos años que en diferentes centros haya más profesores de la asignatura que alumnos matriculados en ella.

España todavía invierte en universidades, en investigación, un porcentaje del PIB (1,12%) inferior a la media de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, (1,3) y, sin embargo, si se trata de hacer turismo visual el número de edificios universitarios a contemplar ha aumentado espectacularmente.

No deberá extrañar que se encuentren semivacíos. La misma política de levantar contenedores sin contenido ha venido aplicándose a los museos, a los auditorios o a los centros policulturales.

El presupuesto no crece en lo más sustantivo pero sí en lo accidental. De este modo se explica lo grotesco de una situación en que deben suspenderse las clases por falta de alumnado o deben dejarse en blanco algunas asignaturas tras la ambiciosa multiplicación de su surtido. Se calcula que para hacer rentable un aula, deberían ocuparla 125 alumnos pero en España, en Humanidades, no es tan extraño que el contingente no rebase la decena.

Entre los factores de invertebración de la España siglo XXI, el desajuste universitario no es menos significativo. ¿Enseñar qué? ¿Enseñar para quién? El remedo acrítico del extranjero norteamericano, la vanidad política y la general tentación de la apariencia ha derivado en esta degeneración del sentido común.

Seguramente contamos en 2006 con una fotografia de España mucho más semejante a la estructura de los modelos europeos que hace dos décadas pero se trata de una estampa en solo dos dimensiones. No calibrada la profundidad, la instantánea se asemeja pero ¿a dónde puede conducir esta escueta fachada de la verdad?

Con alto grado de probabilidad la cosmética no aguantará el paso del tiempo, el tinglado sufrirá deterioro y la universidad misma, que ha preferido ampliarse que fortalecerse, perderá significación. Pronto los títulos serán tan solo papel, si es que no están empezando a valer ya tan solo como máscaras.

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13 de octubre de 2006
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PODREDUMBRE POLÍTICA

Si se restara del tiempo que los políticos dedican a los ciudadanos el tiempo que destinan a otros políticos, ¿qué quedaría? Más o menos un resto negativo que no justificaría ni su elección, su permanencia y su remuneración.

Menos todavía el amplísimo poder que le concede la ciudadanía mediante un sistema democrático convertido ya en el gran truco pervertidor de nuestro tiempo. Ni los elegidos, en la inmensa mayoría de los casos, responden a un deseo directo de los electores, ni una vez en el cargo siguen más directrices que las del jefe de su formación.

De este modo la masa política se comporta como una materia emancipada de la sociedad y entregada a las estrategias del poder del partido. Los diputados y diputadas votan esto o aquello, se personan o no, callan o vociferan en el parlamento de acuerdo a las pautas que reciben para superar las coyunturas que amenazan su preeminencia o para fortalecer su posición de dominio.

¿El partido representa la palanca para generar justicia, libertad y bienestar? El partido es ahora el partido y perdería una parte sustantiva de su existencia si cayera en la oposición. Lo decisivo es encastillarse en el poder y, para conseguirlo, el mayor trabajo se lo llevan las maniobras de defensa o ataques permanentes a la oposición.

La oposición, obviamente, procede a su vez del mismo modo. Tanto porque así se define políticamente como porque su acceso al poder quedará más o menos abierto según socave o desprestigie al rival.
La dedicación a esta labor ha crecido tanto en intensidad como en grandes proporciones de tiempo y planeamiento. Cada nuevo gobierno se inaugura con una breve ceremonia de ritual y, de inmediato, estalla o se prolonga la trifulca perpetua, una pugna ante los ciudadanos que reproduce insoportablemente el argumento anterior.

Puede ser, efectivamente, que en la sociedad del espectáculo nada pueda ser real sin su representación y nada pueda ser comunicado sin su dosis de lenguajes agresivos.  Pero también, en comparación con la muy surtida oferta de entertainment, el enfrentamiento político huele ya a naftalina y aburre como una desgastada y barata función teatral.

¿Para qué esta política desvirtuada? ¿Para qué estos políticos? El rampante crecimiento de la abstención ante las urnas por todo el mundo va indicando el distanciamiento del público respecto a un cuerpo institucional en podredumbre. La corrupción de los cargos nacionales o locales, la viciosa relación entre partidos, la vileza de las acusaciones, la perfidia general en ese ámbito, obliga a revisar el sistema y a impedir cuanto antes que el erario público siga financiando esta insufrible reyerta particularista y desleal.

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11 de octubre de 2006
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LA TERCERA GUERRA MUNDIAL

Corea, la bomba atómica, las radiaciones de Palomares, las emigraciones extremas, el ascenso de la extrema derecha, el asesinato fascista de una periodista en Moscú, las torturas norteamericanas o chinas, la sequía y el sol inclemente, la inflación o el populismo,  son parte de la constelación de signos que parecen pronosticar una siniestra vuelta atrás. 

La inauguración del siglo XXI prometía, en sus primeros años, un paso hacia el más allá pero el miedo cultivado y reproducido ha encogido el desarrollo histórico y la involución ocupa ya el lugar de la evolución.

Se trata solo de una primera impresión puesto que la ciencia ha franqueado  lindes importantes pero en la evocación de los primeros años del siglo XX y en vísperas de la Gran Guerra ¿no sucedía también algo igual?

La ausencia de la tercera guerra mundial se ha instalado en la imaginación colectiva como un horror vacui. Una inconsolable desazón.

Nada obliga necesariamente a una tercera guerra mundial pero ¿cómo negar que en esta relativa calma se masca relativamente la tragedia?

Desde el ataque del 11-M a la guerra de Irak, desde las revueltas islámicas al jugueteo iraní y la actual prueba nuclear corre un vicioso pespunte con el horror.  O todavía más netamente: la difusión universal del temor y el miedo como forma de vida recrea una situación de preguerra que aun siendo una representación provoca un efecto físico incuestionable. ¿Es la tercera guerra mundial el terrorismo según Bush? ¿Es la tercera guerra mundial el choque de civilizaciones de Huntington? ¿Es la tercera guerra mundial el calentamiento del planeta en Gaia? ¿Será la guerra aviar la tercera guerra mundial?

¿Una psicosis de aniquilación brotando de cualquier parte promueve un sistema único de pánico total? ¿Verdadero? ¿Falso? Lo decisivo viene a ser la actitud de la masa ávida por disfrutar el presente a toda costa y escéptica respecto a la llegada misma  del porvenir.

No future clamaban los punkies de los setenta cuando el mundo se quemaba en la crisis de la energía y los límites del crecimiento se antojaban bloques de acero acercándose para aplastarnos. En esa tesitura no había más ventura que la respiración. Y el instante, como en el romanticismo, adquiría categoría eterna. Más o menos como hasta hace poco.

Hoy, sin embargo, la eternidad y su eufemismo han desaparecido incluso del habla. Y no digamos de la vista.

Del mismo modo que los amenazados por el bombardeo inminente encuentran un altísimo sentido en la amistad del otro, la humanidad conectada como nunca antes entre sí parece enredarse en un abrazo  planetario. ¿Estallará La Bomba ya?  Nada parece más improbable y tan probable. Sin futuro no hay predicción y en tanto aumentan las posibilidades crece el azar de la Guerra Mundial.

¿Quién puede esperar algo así?   Y, sin embargo, ¿en cuántas ocasiones al día no se alerta sobre el peligro de destrucción global? O bien, ¿en cuántos de los diagnósticos sociales, políticos, culturales, no se trasluce la voluptuosa observación de la muerte: la muerte de la sociedad, de la política, de la cultura, la absoluta victoria de lo peor.

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10 de octubre de 2006
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LA SELECCIÓN ANACIONAL DE FÚTBOL

La debacle es el probable principio de la lucidez. Todo el resplandor futuro parte de una explosión, todo principio de un final, cualquier concepto vivo nace de la corrupción del anterior.

Así, en apenas veinticuatro horas, la idea sobre el significado de la selección española de fútbol se ha ido a pique para dar ocasión a una nueva flotación. La expectativa nacionalista sobre este equipo y las agrupaciones patrioteras naufragan y el desconcierto lleva a otear el horizonte.

El equipo en manos del más nacionalista de los seleccionadores (puro “aragonés” macho y racial) ha sucumbido sucesivamente ante una nación católica, Irlanda del Norte, y una nación atea, Suecia.

La inmediata conclusión de la experiencia es nuestra doble descaracterización. Ni superamos la fe religiosa de los otros ni triunfamos frente al mal del ateísmo.

En consecuencia, ¿para qué existir? ¿Para qué calentarse la cabeza sobre la sagrada simbología española? Las derrotas favorecen la vista hacia el interior. Y tanto más profundamente cuanto más duras se experimentan. El recibimiento de estos fracasos, sin embargo, ha sido recibido con una extraña suavidad, como si el mal se hubiera abierto camino previamente y el dolor llegara lubricado por lágrimas anticipatorias.

De este modo, el abatimiento de la selección y de sus importantes significados de antaño han venido a quedar en casi nada. Incluso una gran cantidad de aficionados declaran que sólo un entrenador extranjero sería capaz de devolvernos la ilusión. Deshecha la insignia nacional, aparece el recurso a la pragmática tecnológica. Marchitada la sacralización se opta por la instrumentación. Desconfiados de nuestros propios órganos optamos ya por el injerto.

¿Un equipo de fútbol que represente a España? Nadie, empezando por los más patriotas, desearía que tras la experiencia vivida la selección nacional de fútbol figurara entre los estandartes de nuestra posible identidad. Con su mal juego, con su molicie, con sus ridículos, la selección nacional ha logrado desembarazarse vergonzosamente de su misión en lo universal. Ahora se trata, simplemente, de un conjunto que entrena un señor malcarado dentro de la órbita de una Federación donde ha sido excluido el ejercicio de la dignidad y la inteligencia. De este modo, la selección se corrompe y rompe amarras, flota sin rumbo en un espacio anacional, presa de su propia órbita.

¿Un cataclismo? ¿Un fenómeno sin consolación? Casi todo lo contrario. Gracias a la desaparición del peso nacional o su extravío cósmico emerge un alivio excepcional. Ahora sabemos, además, secretos que nunca fueron revelados y que al conocerlos, lejos de espantarnos, nos procuran una paz adicional.

Qué los jugadores sintieran o no sus responsabilidades en defensa de la Patria ha torturado durante muchos años a la hinchada española. Los jugadores de Francia, Italia, Alemania, daban muestras de vivir los colores nacionales y bregaban aguerridamente por ellos. ¿Por qué los españoles no hacían lo mismo? ¿Les faltaba el coraje interior o su falta de arrojo debía imputarse a que, por ejemplo, catalanes y vascos no sentían a España? La respuesta ha llegado en pleno “desastre” con unas declaraciones de Iribar, el portero mítico de la selección nacional y actualmente, no casualmente, entrenador de la selección nacional de Euskadi. Dice Iribar a El País: “Con España nunca tuve la sensación de defender un país. Era (sencillamente) la oportunidad de practicar deporte con los mejores”.

Con esto, está dicho todo. Con esto, apaga y vámonos porque ¿cuántos otros antes y ahora no habrán saltado al campo con la misma actitud?  La sospecha de que a varios de los jugadores del equipo les importaba mucho menos España que a los rusos Rusia o a los portugueses Portugal, había saltado una y otra vez en los comentarios de aficionados. Ahora se ve que esa “falta de sangre” es el correlato de la falta de sentir España, se corresponde con la verdad de que España les importaba un bledo.

Terminado pues el sentimiento de España en plena selección nacional, expandida la propaganda de esta desafección desde la suprema figura de Iribar ¿qué sentir? Una larga y placentera relajación, un impensable wellness. La patria nos estresaba, creaba ansiedad y, además, frustración. Una era apatriótica debe anunciarse en la nueva lasitud feliz puesto que la fórmula magistral del paraíso consiste eternamente en el espacio sin patria.

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9 de octubre de 2006
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EL DESCRÉDITO DE LOS PROFESIONALES

Al descrédito de las instituciones sigue ahora el descrédito de los profesionales. Las instituciones profesionales en cuanto instituciones habían caído hace más de medio siglo y tanto los gremios, como los sindicatos, como los colegios de cualquier especialidad se han manifestado como repetidos espacios de engaños y corrupciones.

Esperar que una institución profesional actue diligentemente, justamente y transparentemente hace tiempo que se convirtió en quimera. Sin embargo, la crisis de los últimos tiempos afecta directamente a los profesionales. E insólitamente porque "ser un porfesional" había constituido por sí mismo un rango fiable. Ahora ya no es así en casi ningún caso.

Ser un profesional de la política, de la comunicación, de la predicación religiosa, y no digamos del derecho, empieza a ser un revés. La gente se fía más de los que considera gentes comunes, vecinos iguales a él y no de aquellos que se yerguen como profesionales del problema. El público sigue con más decisión las recomendaciones de un amigo sobre un restaurante o una película que los consejos del profesional gastronómico o cinematográfico. El éxito de los lugares de encuentro en la red ha creado una enorme esfera de información e influencias  formada por gente del montón, seres anónimos que desplazan a los nombres selectos.

Acaso el primer fracaso del profesional procede del profundo fracaso de la política donde, en apenas un lustro, podía haberse llegado más lejos en mendacidad y corrupción pero dificilmente tan deprisa.

El político profesional ha perdido tanto crédito que incluso M. Brown, el líder de los conservadores británicos de reconocido carisma profesional, se presenta ante el electorado como un corriente padre de familia ante el electrodoméstico o el fregadero. Y ello mostrándolo a través de un vídeo doméstico que se cuelga en un YouTube cualquiera.

Los profesionales de la reparación en general, desde el mecánico de automóviles al fontanero, fueron de los primeros que sufrieron una prodigiosa mala fama pero hoy la devastación llega hasta los artistas. El amateur o incluso el no artista parece capaz de producir algo de valor o de criticar lo hecho dentro del mundo del arte. Más aún, en la producción general, la universidad de Harvard recomendó hace dos años a las empresas de servicios que no exigieran especiales conocimientos  a sus nuevos empleados. Tanto en este ámbito superior como en los subsectores de comunicaciones e informática parece recomendable no haber recibido una formación demasiado rigurosa puesto que en el extremo podría obstaculizar adaptaciones y cambio. La variabilidad de las funciones o la movilidad de los puestos de trabajo, característicos de la época, hacen más capaces a los que no han calificado demasiado su capacidad.

En general, pues, el demérito que está sufriendo la profesionalización abre una actualidad cada vez más desprovista de guías. El profesional aparece como un corporativista, interesado exclusivamente en su beneficio y tendente a aprovechar su saber abusando de la posición vulnerable de los otros. Explotando la debilidad del cliente en el momento de la separación matrimonial o del embargo bancario, la debilidad del paciente en el trance de la enfermedad, la debilidad del ciudadano temeroso o amedrentado ante el agente de seguros.

¿O qué decir de la crítica profesional en general? ¿De qué modo no recelar hoy de ocultas connivencias? Los periódicos, las emisoras parecen tomar partido por un partido. Y la justicia también. ¿Cómo no dudar de los jueces y de los periodistas? En Estados Unidos donde el descrédito de los profesionales sobrevino antes y los políticos trataron de no parecer como tales desde hace décadas fue best seller hace poco un libro titulado The Wisdom of Crowds, el juicio de la muchedumbre. No de las masas, ni de las multitudes. Tampoco de la muchedumbre en cuanto monstruo sin cabeza sino de la cabeza que se forma, como demuestran las diferentes wikipedias en la red, de las opiniones, conocimientos y sentido común de muchos, todos ellos confundidos y aceptados precisamente en cuanto no infectados profesionales.

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6 de octubre de 2006
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ESPAÑA Y LA FERRAMENTA

España como problema, España como tragedia, España como destino en lo universal. Todas las disquisiciones de vida o muerte, de imperio o averno desaparecen, dice Santos Juliá al final de su libro Historia de las dos Españas, cuando llega la democracia y “resulta, más que embarazoso, ridículo remontarse a los orígenes eternos de la nación, a la grandeza del pasado, a las guerras contra invasores y traidores; carece (así) de sentido hablar de unidad de cultura, de identidades propias, de esencias...”.

En la democracia absoluta, podría decirse, todo es contingencia, avatar, accidente sucesivo. Ni hay proyecto hacia un punto encimado ni hay raíces robustas.

La historia discurre al compás de los nuevos vehículos que se deslizan fácilmente,  desde el ferrocarril al avión, a través del espacio abierto y en la ilimitada vastedad del ciberespacio. ¿Qué sentido tendría entonces preocuparse hoy por la selección nacional de fútbol y su partido del sábado? ¿Qué enemistad nos enfrenta a Suecia? ¿Deseamos acaso que se la humille en su propia tierra? ¿Anhelamos que triunfe Luis Aragonés?

Nada de nada. La paz democrática nos provee de un estado de felicidad fragmentada  y azarosa. No aspiramos a ser los más fuertes ni los más egregios. Ni nunca ni para siempre.

La vida es sólo cotidianidad. Todos los partidos de fútbol brotan como episodios que empiezan y terminan en el tiempo del partido (tiempo partido) puesto que no hay un Camino que recorrer ni una Grandeza que conquistar. A la actitud de milicia sucede la distracción y a la misión el entretenimiento. Con esto ni los hijos son de nuestra misma sangre ni nuestra sangre, reducida a un tipo, se relaciona con la patria insigne o el sagrado color de las camisetas. De esta manera vivimos más cerca que nunca del curso natural y sus peripecias, de la biología y sus sorpresas, del universo y sus hecatombes. Puede parecer una existencia mucho menos estructurada pero ¿desde cuánto tiempo atrás no hemos aborrecido la ferramenta?

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5 de octubre de 2006
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LOS CIBERNIÑOS

Club Penguin.com, imbee.com, neopets.com o Tweenland.com, son direcciones que, al estilo de MySpace.com, se han abierto recientemente para contactos sociales on-line y entre preadolescentes.

Niños norteamericanos ( y no norteamericanos) de 8 a 12 años han acogido con tanto entusiasmo estos sites de encuentro que, por ejemplo, Club Penguin registró más de dos millones de visitas en agosto pasado, apenas cuatro meses después de inaugurarse.

La legislación de Estados Unidos, quizás la más cautelosa del mundo respecto a la infancia, hace muy difícil sostener una web de este tipo sin cumplir unas condiciones altamente restrictivas pero, por lo que se ve, varias firmas han conseguido respetarlas. Lo han logrado de tal modo que una mayoría de los padres encuestados este mes pasado estimaron que esta ueva  interacción en la red contribuye al desarrollo de la sociabilidad, la formación y los conocimientos escolares de sus hijos.

Efectivamente se comercializan ya numerosos videojuegos pedagógicos y de educación cívica pero la red añade el “contacto humano” que no se encuentra en el interior de las consolas. “Los niños aprenden, trabajan y viven on-line” corrobora un último reportaje del semanario Business Week y, en consecuencia, nada más recomendable que ampliar o mejorar los destinos de sus navegaciones.

Cada site debe respetar no sólo las leyes generales de protección infantil sino que debe contar con especiales anuencias de los padres tanto para impedir que los niños se perviertan en algún recodo de sus entretenimientos como para evitar que desplumen a sus progenitores.

Cumplidas estas garantías una buena proporción de padres ha visto en el  ciberentretenimieno y las pandas de amigos on-line el recurso más eficaz para la tranquilidad del hogar y de sus propias conciencias. De hecho en el espacio doméstico norteamericano o japonés -y progresivamente en el europeo o el australiano- apenas se oye una mosca. Sólo se escucha, casi en exclusiva, el teclado del múltiple ordenador personal y alguna que otra exclamación que no puede absorber la densidad de la pantalla.

¿Alguna pega?  Diversas en general. En particular, hay quien dice, desde BlogSafety.com, que no es posible controlar plenamente todo lo que estos veloces ciberniños son capaces de hacer o perpetrar cuando se les deja a solas. Más o menos lo mismo que se ha dicho a lo largo y ancho de la Historia.

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4 de octubre de 2006
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LA ERA DEL PRIAPISMO

Por si faltaba poco, las elecciones presidenciales en Brasil han registrado  un nuevo empate. Con este son ya casi una decena en los últimos dos años a uno y otro lado del Atlántico, en América, Europa, Asia u Oceanía. De este modo la totalidad del mundo político se presenta con la fisonomía de los duopolios empresariales, sea en el sector de la aeronáutica, en las bebidas gaseosas, en las empresas eléctricas, en las subastas de arte o en los combates mediáticos.

Las Torres Gemelas fueron la representación paradigmática de este par donde la izquierda y la derecha se vuelven intercambiables, el programa de uno refleja especularmente el del otro. Uno y otro se contemplan con el temor de reiterar sus reproches, su corrupción, sus slogans.

La destrucción de las Torres Gemelas significó un cambio de época total. Pero la política siempre va retrasada respecto a la realidad y sus señales más obvias.

Desde hace unos años, en la arquitectura, han dejado de dominar las torres gemelas. No más Torres Petrona al modo de las que diseñó Cesar Peli para Kuala Lampur, no más Torres Kio ni Torres Colón de Johnson o Lamela. El porvenir se simboliza ahora en la elevada antorcha que empezó diseñando Libeskind para la Zona Cero y se extiende con los potentes edificios fálicos de Norman Foster en Londres o de Jean Nouvel en Barcelona.

A la torre duplicada y de remate plano sucede la construcción única y desafiante. Como menhires se han proyectado las torres sobre la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid y buscando la mayor altura del mundo se izará una sola torre en Pekín. En Malmö se ha inaugurado la Turning Torso de Calatrava y Calatrava edificará también la torre más alta de Estados Unidos en Chicago con la forma de una agresiva y vigorosa broca. El porte de los edificios de Nouvel para Aguas de Barcelona y de Foster para la reaseguradora Swiss Re, inequívocos penes,  se rubrica con el “tornillo” (screw,  alusivo a la penetración sexual  que evoca el verbo en inglés) de Santiago Calatrava, emplazado significativamente junto a los Lake Shore Drive de Mies van der Rohe, frente al lago Michigan, de tiempos más amables.

Hoy, lo enervado, lo enérgico, la verga, reemplaza a la blandura de la duplicidad, la ambigüedad de lo mimético. Frente a una sociedad, en fin, que atravesó  una época equívoca o blanda a finales del siglo XX, se alza hoy un gesto de torsión, tortura y manifestación de fuerza. ¿Una firme reacción contra la decadencia? ¿Un violento retorno del macho? ¿Una exasperada invocación al líder, al  jefe, el ductor o el duce?

El miedo convertido en plataforma emocional del planeta es tierra propicia  para que broten los  superhombres, las superwomen, los monstruos. El modelo de rascacielos fue, desde su aparición, la insignia potente de su época. Fue exactamente así en la serie que pobló Estados Unidos a lo largo de los felices años veinte y se repitió su lenguaje  simbólico en el Moscú de la URSS bajo el mandato de Stalin.

Para adivinar el porvenir puede optarse por bajar la vista hacia las manipulaciones de la pitonisa pero más seguro es poner los ojos en la pinta de los mayores edificios. La moda es el priapismo.

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3 de octubre de 2006
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EL TURISMO ES LA MADRE PATRIA

En estos tiempos españoles, cuando se pregunta en las zonas rurales de qué vive la gente la respuesta se acumula. Fuera de los cultivos ficticios que reciben subvenciones de la Unión Europea, los dos factores altamente dominantes son la construcción y el turismo.

Las subvenciones y los cultivos en general va a menos, la construcción ha alcanzado su apogeo y sólo cabe aguardar su declive pero el turismo no cesa de cundir.

Casi cualquier villorrio en pie (en pie vivo, puesto que miles de pueblos conservan sus casas y no a los habitantes) se sostiene acaso de alguna incipiente o desarrollada oferta turística. Pocos lugares de España logran que el turista pernocte pero muchísimos se enhebran en rutas meticulosamente ilustradas en las incontables guías de la última década y al socaire de los visitantes han brotado bares y museos, se han abierto caminos hacia los nacimientos de un río, corredores para seguir los desfiladeros y las hoces, miradores para solazarse con vistas impensadas y asombrosas.

Salir de viaje por España se ha constituido en una experiencia de alta consideración en el empleo del ocio. Y esta tendencia, asociada al gusto por la naturaleza y el amor por las sensaciones directas, converge con la urgencia por hallar una nueva fuente económica en localidades rurales cada vez más despojadas de sus recursos tradicionales. Pero “la historia”, ha venido, a menudo y paradójicamente, en ayuda de su decadencia. De hecho apenas queda una aldea no incluida en la ruta del Cid, de los Reyes Católicos de Don Quijote, cuando no viene a ser el escenario de una batalla, con victoria o con derrota.

A la rebusca del maíz, las aceitunas o las castañas sigue la rebusca de los cronistas lugareños y asesorías comarcales para dotar de atracción al municipio. Al municipio y los municipios asociados que se encintan en itinerarios o zonas especiales para la degustación de la miel, la morcilla, el cochinillo o el románico. Trozo a trozo España renace transfigurada por el omnipresente influjo del turismo convertido en la nueva y auténtica madre patria.

No está de más que aumente el presupuesto en I+d+i a efectos de decoración internacional pero es engañoso pedir más que el aporte de su anécdota y su ornamento.

Ni la industria, que ya fluye deslocalizada hacia otras partes, ni la investigación científica –trasplante más, vacuna más o menos- aportarán algo relevante al crecimiento nacional.

Los posibles logros de la investigación nacional serán siempre episódicos puesto que la ciencia no brota aquí y allá como en los tiempos de la magia sino a través de una compleja interrelación de instalaciones, departamentos y especialistas apoyados en miles de millones de dólares. Nada que ver con los resultados deportivos de cuyos éxitos españoles recientes se ha derivado una falsa y desbordante esperanza de progreso.

Nuestro patrimonio se encuentra en el Patrimonio. Nuestro futuro procederá de nuestra comercialización de la Historia. Nuestro quehacer más sofisticado tendrá como base la Naturaleza. Sobre ese trípode se apoyará la oferta española de máximo. Y, desde luego, dentro de la Naturaleza, la Historia o el Patrimonio, sobre la disposición, el trato y el carácter (síntesis de todo lo demás) que brindan todavía, en casi cualquier recodo, los españoles.

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2 de octubre de 2006
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