Vicente Verdú
En estos tiempos españoles, cuando se pregunta en las zonas rurales de qué vive la gente la respuesta se acumula. Fuera de los cultivos ficticios que reciben subvenciones de la Unión Europea, los dos factores altamente dominantes son la construcción y el turismo.
Las subvenciones y los cultivos en general va a menos, la construcción ha alcanzado su apogeo y sólo cabe aguardar su declive pero el turismo no cesa de cundir.
Casi cualquier villorrio en pie (en pie vivo, puesto que miles de pueblos conservan sus casas y no a los habitantes) se sostiene acaso de alguna incipiente o desarrollada oferta turística. Pocos lugares de España logran que el turista pernocte pero muchísimos se enhebran en rutas meticulosamente ilustradas en las incontables guías de la última década y al socaire de los visitantes han brotado bares y museos, se han abierto caminos hacia los nacimientos de un río, corredores para seguir los desfiladeros y las hoces, miradores para solazarse con vistas impensadas y asombrosas.
Salir de viaje por España se ha constituido en una experiencia de alta consideración en el empleo del ocio. Y esta tendencia, asociada al gusto por la naturaleza y el amor por las sensaciones directas, converge con la urgencia por hallar una nueva fuente económica en localidades rurales cada vez más despojadas de sus recursos tradicionales. Pero “la historia”, ha venido, a menudo y paradójicamente, en ayuda de su decadencia. De hecho apenas queda una aldea no incluida en la ruta del Cid, de los Reyes Católicos de Don Quijote, cuando no viene a ser el escenario de una batalla, con victoria o con derrota.
A la rebusca del maíz, las aceitunas o las castañas sigue la rebusca de los cronistas lugareños y asesorías comarcales para dotar de atracción al municipio. Al municipio y los municipios asociados que se encintan en itinerarios o zonas especiales para la degustación de la miel, la morcilla, el cochinillo o el románico. Trozo a trozo España renace transfigurada por el omnipresente influjo del turismo convertido en la nueva y auténtica madre patria.
No está de más que aumente el presupuesto en I+d+i a efectos de decoración internacional pero es engañoso pedir más que el aporte de su anécdota y su ornamento.
Ni la industria, que ya fluye deslocalizada hacia otras partes, ni la investigación científica –trasplante más, vacuna más o menos- aportarán algo relevante al crecimiento nacional.
Los posibles logros de la investigación nacional serán siempre episódicos puesto que la ciencia no brota aquí y allá como en los tiempos de la magia sino a través de una compleja interrelación de instalaciones, departamentos y especialistas apoyados en miles de millones de dólares. Nada que ver con los resultados deportivos de cuyos éxitos españoles recientes se ha derivado una falsa y desbordante esperanza de progreso.
Nuestro patrimonio se encuentra en el Patrimonio. Nuestro futuro procederá de nuestra comercialización de la Historia. Nuestro quehacer más sofisticado tendrá como base la Naturaleza. Sobre ese trípode se apoyará la oferta española de máximo. Y, desde luego, dentro de la Naturaleza, la Historia o el Patrimonio, sobre la disposición, el trato y el carácter (síntesis de todo lo demás) que brindan todavía, en casi cualquier recodo, los españoles.