Algo nos dice que el programa televisivo Cambio radical (Extreme Makeover) comete un crimen. ¿Se trata sólo del asesinato de la fisonomía anterior? ¿Se refiere precisamente a la muerte de la personalidad acomplejada a través de una cirugía especializada en el crimen perfecto? Todo lo que posee de milagroso el cambio radical lo tiene de siniestro. Lo bello y lo siniestro apenas se hallan separados por un finísimo perfil, el perfil precisamente que se junta en la transformación instantánea que presenta el programa. El proceso no interesa si no es inmediato, el cambio radical sólo es efectivo y efectista si se confunde con el prodigio.
Pero hay algo más y muy decisivo: el paso de lo feo a lo bello como un hecho productivo que convierte la materia prima, tosca e informe, en un artículo precioso o diseñado. El cuerpo del obrero que entregaba la plusvalía de su esfuerzo físico en la escena industrial sigue ofreciendo en la época postindustrial un plus relacionado también con el físico pero en la escena del espectáculo. Se trataba antes de la fuerza de trabajo bruto; se trata ahora de la energía obtenida del aspecto bruto. “Crimen u ornamento”, titulaba su manifiesto sececionista el arquitecto vienés Adolf Loos. El ornamento es crimen. Y al revés: el crimen se viste de ornamento.
