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DOLORES DE CABEZA

Por 26 de marzo de 2007 Sin comentarios

Vicente Verdú

De jóvenes e incluso de niños los hermanos presumíamos de dolor de cabeza puesto que mi padre al que admirábamos sin condiciones los padecía con terrible aparatosidad. Después, con el tiempo, solamente mi hermana ha continuado con este honor  junto a un extenso ajuar de dichos, anécdotas, muebles y recuerdos que en los demás se han disuelto con los hijos, los matrimonios y las cosas de la profesión. Que le duela a uno de nosotros la cabeza, no tratándose de mi hermana, es ahora señal de adversidad y de general sospecha. No se comunicará este dolor si puede ocultarse de algún modo, porque su presencia indica que algo en la familia o en la economía marcha acaso mal.

La benéfica normalidad se asimila a no padecer jaqueca alguna y su valor ha desaparecido casi por completo y claramente desde que mi padre no la ejemplarizara y sus atenciones muy ritualizadas fueran pasando desde lo sagrado a la comicidad.

Con todo el dolor de cabeza mantiene su prestigio ancestral. La cabeza duele y podría esperarse que se tratara del mayor de los peligros, pero el caso es que aún sufriendo espantosamente el acoso se desvanece relativamente pronto y el cerebro con sus sesos afectados se reordenan enseguida como hemos aprendido que sucede en las averías del ordenador. Cabría suponer que la víctima de las jaquecas supremas, tal como mi padre, nunca podrían recuperar la totalidad de sus  facultades y menos cuando a un asalto seguía pronto otro y así durante toda la vida. Más curioso resultaba aún que demostrara siempre una alta lucidez a pesar de los embotamientos a que debía hacer frente.  Y también un invariable y agudo sentido del humor, aparte de su inteligencia como de níquel. ¿Bruñía  y perfeccionaba sus sentidos la acción del dolor? ¿Fueron las jaquecas como trepanaciones que sanearan su mente de impurezas? Algo de todo esto intervino en el orgullo de haber heredado, más o menos realmente, su propensión. La vulnerabilidad significaba no una debilidad sino confirmarse como objeto preferido de un martirio divino que no cesaba de presentarse para aumentar la perfección. El mundo de la religión nos conformaba desde la cuna a la sepultura y desde la sevicia a la redención. He aquí el pasado y compacto código del bien y el mal, la salud y el pecado mortal.

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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