Vicente Verdú
Un fenómeno de tanto o mayor alcance que la alfabetización es el de la televisación. Qué digo mayor, mil veces más importante.
La capacidad de leer ofrecía una potencia de conocimiento, la atención al televisor entrega el conocimiento. Y sin necesidad de desciframientos, deducciones, reflexiones o aplazamientos. Gracias a la televisación cualquier ciudadano de no importa qué municipio perdido se encuentra participando en el ayuntamiento general. Perteneciendo a esa comunidad y a sus percances diarios.
Ahora no hay nada nuevo que contar cuando se viaja a las aldeas desde la capital, ni peripecia nacional de envergadura que no se haya introducido en cualquier vivienda. La proclama, la manifestación, el accidente, la corrupción, la competición deportiva, se desarrollan sobre una pantalla que contemplan sin reservas los más ilustrados y los no ilustrados, los ricos y los pobres, los peones y sus patronos. No hay ninguna necesidad de matriculación ni formularios para acceder a la información porque la tele actúa como la idealizada escuela de hace medio siglo: el aula sin muros, la enseñanza popular, gratuita, universal y fácil para todos.
Si la democracia se ha cumplido realmente en algún aspecto esa conquista se corresponde con la omnipresencia del televisor.
Y todavía, sin embargo, hay quien la maldice. Pero ¿no resulta elocuente y sospechoso que quienes declaran aún aborrecerla pertenezcan invariablemente a la vieja elite?