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Escrito por

Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El síndrome de Ambras

Portada del libro

Pilar Pedraza

Valdemar

 

 "Cabalgaban contra el viento. El vuelo de sus capotes de hule negro les hacía parecer gigantescos murciélagos. Grandes capuchones ocultaban sus sombreros, bajo los que desaparecían los rostros y las largas cabelleras despeinadas. Los guantes y las botas cubrían el resto. Aquella indumentaria no dejaba al aire ni una pulgada de piel, y sin embargo estaban  calados hasta los huesos".

 A estos jinetes les ha sorprendido la tormenta en el descenso de un peligroso camino de montaña. Lord Alexander Ashton, el jefe del grupo, avanza en la oscuridad desafiando al viento, la lluvia y los negros precipicios que se abren junto a los cascos de los caballos. Más atrás, y a bordo de un carruaje que recorre un camino más llano pero menos pintoresco, viajan las damas.

En unas pocas líneas más el lector va a recibir toda la información necesaria  para hacerse una composición de lugar: Lord Ashton y su esposa, la joven y delicada Lady Florence,  junto con su séquito de servidores, guías, perros y caballerías, se están adentrando en una naturaleza progresivamente hostil y salvaje, y lo hacen por motivos poderosos pero no del todo claros, y en los que juega un papel primordial el irreprimible deseo del jefe del clan -por no llamarlo manada- que le impulsa a adentrarse más y más en una naturaleza monstruosa y excesiva, pero a la que acude como en respuesta de una irresistible llamada.

Si en la novela negra la condición que posibilita el desarrollo de la acción es la sospecha universal -es decir, que la totalidad de los personajes principales hayan tenido el motivo, la oportunidad y los arrestos necesarios para cometer el crimen que fundamenta la trama- en la novela gótica, y en los relatos de aventuras en general, el motor que fundamenta la acción es la voluntad del protagonista por llegar hasta el final y conocer la razón última de esa  fuerza ciega, brutal y destructora (irracional) que le arrastra irremisiblemente al abismo. Salvo que, y el lector será puntualmente informado de ello, tal ansia por conocer responde a una necesidad física ineludible, pues el protagonista hace tiempo que viene experimentando unos inequívocos cambios físicos acompañados de unos anhelos y apetitos cada vez más urgentes. En el caso de lord Ashton el primer síntoma de alarma son unas durezas que han empezado a salirle en el extremo del dedo corazón de manos y pies y que cada vez se parecen más a una pezuña...  

La complicidad del lector, si este decide aceptar con todas sus consecuencias la propuesta que le ofrece el autor, contribuye poderosamente a impulsar el desarrollo de una acción que no tardará en cobrar impulso y precipitarse, en medio de toda clase de situaciones extremas y aventuras espeluznantes, hacia su inevitable final.

 En este caso la autora, Pilar Pedraza, es una veterana de la novela gótica y demuestra ser desde las primeras líneas digna de esa indispensable confianza de la que antes hablaba.  Es además una mujer culta y su prosa aporta todos los matices que exigen las diversas situaciones y aventuras que se suceden. Y en ese sentido es muy notable su habilidad a la hora de dosificar la información, mostrando u ocultando en cada momento aquello que mejor conviene a la narración. Y encima es una profunda conocedora de esa naturaleza oscura y terrible, poblada de criaturas monstruosas  pero que incluso podrían llegar a constituir un apasionante espectáculo  -y ahí está para demostrarlo el elenco de aberraciones de la naturaleza que pueblan  el circo de Magnus Dampierre, Doctor en Grandes Ilusiones y Director del Teatro Anatómico de Amberes-  si no fuera porque la barrera que separa a los actores del público es difusa y ni siquiera la riqueza, la educación y la superioridad moral te ponen a salvo, ni te garantizan que no lleves dentro una criatura similar a las criaturas que  exhiben en el escenario sus más íntimas deformidades.              

Su conocimiento del lado oscuro de la naturaleza hizo que hace unos años el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona se fijara en ella (junto con el antropólogo mexicano Roger Bartra) para montar una exposición titulada El salvaje europeo. Los textos aportados entonces por Pilar Pedraza no pueden ser más expresivos: El salvaje en la ciudad, espectáculo y enfermedad; La mujer, esa salvaje y El salvaje que todos llevamos dentro. El título general  de su aportación era El salvaje en su laberinto y la representación visual del mismo - que además fue elegido como imagen de la exposición - era un cuadro de Georges Watts  llamado El Minotauro y en el que se veía a éste apoyado en el muro de una terraza oteando ansioso el horizonte para detectar la llegada del barco en el que llegará la ración convenida de doncellas. Quienes vieran aquella exposición percibirán una curiosa familiaridad con muchas de las criaturas que acompañan a Lord Ashton en su precipitarse al abismo de su auténtica naturaleza.



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26 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Incluso un pueblo de demonios: democracia, liberalismo y republicanismo

Félix Ovejero

Katz Editores

 

Una reflexión sobre los principios que fundan el ideal democrático y un intento de mostrar una vía de escape al dilema entre libertad y democracia.

Así como resulta legítimo - y por ende necesario -  acudir a la lírica en tiempos de miseria, en una época tan  convulsa y mistificadora como la presente  libros como este que lleva el curioso título de Incluso un pueblo de demonios: democracia, liberalismo y republicanismo son de una oportunidad muy de agradecer.

Con lo cual en absoluto pretendo transmitir la impresión de que sea una respuesta inmediata y oportunista a las tensiones y tribulaciones que aquejan actualmente y en todo el mundo a la democracia y sus instituciones.  Es justo al revés. Félix Ovejero enseña Ética y Ciencias Sociales, Metodología de las Ciencias y Economía en la Universidad de Barcelona. Y tiene además un bien asentado prestigio como pensador político y comentarista de la actualidad, por lo que no es de extrañar que el suyo sea un impecable trabajo académico dotado además de un aparato crítico exhaustivo. Pero al mismo tiempo es un libro oportuno porque en los tiempos de confusión tienden a multiplicarse las propuestas basadas en la vieja falacia de que el fin justifica los medios y que, siendo lo importante salir de la crisis, los medios a los que se recurra para tan alto fin están justificados en sí mismos. Y qué va. Faltaría más.

El libro se abre con una impagable cita con la que Kant plantea el eterno conflicto entre la necesidad  de un orden social regido por unas leyes universales (constitución) y el egoísmo natural de los hombres:"He aquí una muchedumbre de seres racionales que desean, todos, leyes universales para su propia conservación, aun cuando cada uno de ellos, en su interior, se inclina a eludir la ley. Se trata de ordenar su vida en una constitución, de tal suerte que, aunque sus sentimientos íntimos sean opuestos y hostiles unos a otros, quedan contenidos, y el resultado público de la conducta de esos seres sea el mismo exactamente que si no tuvieran malos instintos".  Y la cita termina:"Este problema tiene que tener solución".

 ¿La tiene? El libro entero está dedicado a dar respuesta  a esa cuestión y para el lector ansioso que no pueda aguantar la tensión y necesite ser liberado ya de tan angustiosa incertidumbre, la respuesta es que sí,  que  hay solución. Pero no fácil. Ni mucho menos milagrosa.

Las dos primeras partes del libro, "Democracia y liberalismo" y "Democracia y republicanismo", son las más conceptuales.  Lo que modernamente se entiende por democracia surgió de las tensiones entre los modelos liberal y republicano, que en cierto modo encarnan, respectivamente, un ideal social de corte aristocrático, y otro basado en la virtud, la participación, la libertad y el autogobierno, es decir un ideal democrático tal cual.

En la segunda parte se desarrolla el modelo republicano y su encarnación en unas instituciones basadas en la igualdad material y la virtud cívica, es decir, democráticas.

Las dos últimas partes, "Los motivos de los ciudadanos" y "La fundamentación de la democracia" parecen seguir el dictado de Aristóteles cuando dice que  "el fin de la política no es el conocimiento sino la acción". En ellas se van planteando cuestiones mucho más concretas ("Razones para actuar, razones para decidir", "Motivaciones de la justicia", "El liberalismo y la virtud" , "La democracia como historia") siempre con la idea de superar la dialéctica liberal entre libertad y democracia.

En definitiva, y otra vez en beneficio del lector ansioso y que pida una respuesta ya (y suponiendo que no me haya perdido yo por los vericuetos de tan complicada cuestión), la solución al dilema planteado por Kant sería un régimen político cuya genealogía incluiría la Atenas democrática, la Roma republicana, las repúblicas italianas del Renacimiento y las revoluciones democráticas. Cómo insertar tan ilustres precedentes y nobles aspiraciones en un mundo como el nuestro no va a ser tarea fácil y trabajo no va a faltar.



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22 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Escenas de la España romántica

Fernando Fernández de Córdova

Editorial Crítica

Fernando Fernández de Córdova fue un militar español nacido accidentalmente en Buenos Aires (1809) pero que desarrolló casi toda su carrera profesional  y política en España. Al igual que otros muchos militares románticos, Fernando Fernández de Córdova escribió unas extensas memorias dedicadas en parte a exaltar los méritos de su familia y en parte a justificar sus propias andanzas, aunque también concedió gran importancia a la crónica social de su tiempo.

Y se entiende que necesitase tres gruesos tomos para cumplir su propósito de exaltación familiar,  pues empezaba tratando de limpiar la memoria del abuelo José - sometido a consejo de guerra y degradado en 1797 por su desastrosa actuación al frente de la flota española en la batalla naval contra Inglaterra frente al cabo San Vicente -, para luego proseguir con su propio padre - asimismo llamado José y fusilado en 1810 en Potosí por los insurgentes contra la metrópoli española - y con sus hermanos,  Ramón- suicidado en 1825 cuando apenas tenía 20 años - José, el mayor - muerto poco después de un derrame cerebral - y sobre todo Luis, once años mayor que él y que prácticamente  le hizo de padre. Luis Fernández de Córdova debió de ser un hombre irresoluto y confuso, pues tras distinguirse en las guerras carlistas hubiera podido convertirse en el brazo armado del partido conservador - papel que acabaría desempeñando el general Narváez - pero se negó a ello y tras una carrera plagada de altibajos  acabó participando en una poco clara conspiración que le llevó al exilio en Portugal, donde fallecería en 1840.

El propio autor de las memorias que han dado origen a estas Escenas de la España romántica, mantuvo una trayectoria política tan incierta como la de su hermano y mentor, pues si llegó a gozar del favor de Fernando VII por los servicios prestados,  y fue varias veces ministro con su hija Isabel II, en 1868 se sumó a la revolución que derribó a aquella soberana y aún tuvo tiempo de ocupar varios ministerios con Amadeo I antes de morir en 1883.

Ferrán Costa, autor de la selección de aquellas Memorias íntimas, ha tenido el acierto de reducir mucho la parte introductoria - en loor de los antepasados -  y eliminar por completo lo narrado desde 1847 hasta el final, es decir, cuando el autor cambió la carrera militar por la política, y se dedica a justificar esta última. Y lo que ha seleccionado el antólogo es un pequeño regalo para quienes, una vez que ya han sido suficientemente documentados y analizados los hechos ocurridos durante aquél periodo histórico,  nos interesamos por las circunstancias que se fueron dando mientras tanto. Dicho en otras palabras, estas Escenas son un recuento de la vida cotidiana española durante una gran parte del siglo XIX:Escenas de la España romántica las costumbres sociales  de las clases altas y, por contraste, del populacho, con escenas tan impagables como esas serenatas al pie de las ventanas de palacio en las que los constitucionalistas le cantaban el injurioso Trágala a toda la familia real, o las salidas de paseo del rey, su familia y sus acólitos acompañados de los insultos y el lanzamiento de inmundicias por parte de ese mismo populacho que no mucho después aclamaría, sin dejar de correr despavorido,  la llegada de los 100.000 Hijos de San Luis. En lugar de enumerar una vez más las desgraciadas medidas tomadas tras su restauración por el llamado rey Felón, el autor centra su atención en las diversiones de la época, en especial el teatro y los toros, con las trifulcas y las apasionadas declaraciones a favor o en contra de las cantantes y los toreros más famosos de cada momento; los duelos por nimiedades y las repercusiones sociales de los mismos; las técnicas de seducción, e incluso la forma de vestir y de divertirse de las clases altas, con los correspondientes cambios según las épocas. Bien es verdad que el lector habrá de pelear un poco contra el lenguaje un tanto almibarado y en exceso formal de un escritor decimonónico que probablemente fuera más diestro con las espada que con la pluma (desde luego está muy lejos de la elegancia y la aguda visión para el detalle de un Mesonero Romanos), a pesar de lo cual el material que ofrecen estas Escenas  es de gran interés y novedad porque suele ser despreciado por los historiadores. El libro resulta tan entretenido como hojear una revista del corazón de la época, con su constelación de estrellas y favoritos, sus modas y tendencias, todo ello descrito por alguien que formaba parte de ese mismo estrato social y que parecía encontrarlo de lo más natural. Y hasta legítimo. El presente recuento de las diversiones que se inventaban las fuerzas vivas de la época para matar el tiempo ofrece el valor añadido de que el lector, mientras se pregunta quién se encargaba de gobernar si las cabezas pensantes tan ocupadas estaban en averiguar si la familia real pasaría  ese verano en La Granja o San Sebastián,  es muy consciente  de que al mismo tiempo en aquel  imperio donde no se ponía el sol las luces se iban apagando una tras otra según se marchaban las colonias, cosa que no parece perturbar gran cosa al memorialista, muy entretenido en describir las fiestas ofrecidas en 1845, 46 y 47 por el marqués de Miraflores, que pese a las cuatrocientas personas bailando en sus salones apenas si podían rivalizar con las ofrecidas por la condesa de Montijo los domingos en su palacio de la plaza del Ángel.



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19 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Alejandro Sawa

Luces de bohemia

Amelina Correa Ramón

Fundación José Manuel Lara

Hasta la aparición de la presente biografía (por cierto que muy completa) Alejandro Sawa era apenas una nota a pie de página en las historias de la literatura española de finales del siglo XIX y principios del XX.

Los más iniciados sabían al menos dos cosas de él. Una , que después de haber gozado de cierta fama y prestigio en los círculos literarios de Madrid y París, acabó sumido en una miseria tan espantosa que hubo de ser enterrado en una tumba de alquiler cuyos pagos siguientes no se hicieron y los restos del escritor fueron a parar a la fosa común. La otra cosa que todo iniciado recuerda es que tan aciago final hizo que Valle Inclán se inspirara en él para crear a Max Estrella, el esperpéntico protagonista de Luces de bohemia.

Alejandro Sawa, de ascendencia griega, nació en Sevilla en 1862 y residió algún tiempo en Málaga, trasladándose luego a Madrid para iniciar una vida íntegramente dedicada a la literatura.  En cierto modo esa entrega fue tan absoluta que él mismo acabó siendo material literario, una más de sus obras. La vida como literatura y la literatura como vida: Alejandro Sawa, el gran protagonista de la obra de Alejandro Sawa.

Algunos de sus contemporáneos, gente que le conoció bien, achacaban su trágico final a la proverbial indolencia de Sawa, encarnada plásticamente en su militancia casi fanática en la bohemia, con los ingredientes inevitables de abuso del alcohol, el tabaco y las drogas, destacando entre estas últimas la que tiene unos efectos narcóticos y delirantes más nocivos y duraderos, es decir, la palabra, toda una vida de tertulias en los cafés literarios de Madrid y París, veladas interminables interrumpidas apenas por un aparte en un velador cercano para escribir el artículo del día y luego recuperar el uso de la palabra. Él mismo lo dirá con un lenguaje muy propio de la época:"¡Oh alcohol!¿Oh hastzchiz!¿Oh santa morfina! ¿Por qué los desgraciados de todas las épocas han quemado ante vuestra ara sus mejores mirras, si no fuera porque sois clementes, porque sois piadosos, porque poseéis secretos de faquir para curar las más rebeldes heridas?". Por el contrario, su gran amigo Gómez Carrillo, hombre mucho más pragmático y menos entusiasta de los goces bohemios lo describía así: "Es un hombre que no trabaja nunca, de ningún modo. Parece que hubiera nacido en domingo".

En esa línea argumentativa se exhibe asimismo como prueba lo exiguo de su obra, apenas siete u ocho novelas con alguna entidad y unas pocas incursiones en el teatro. En ese recuento no se le incluyen los centenares de artículos de colaboración que escribió para diferentes periódicos y revistas de la época porque se consideran un ganapán y por lo tanto no contabilizables como un producto surgido del comercio místico con las musas sino del miedo al hambre. Dicho sea en su favor, Alejandro Sawa murió a los cuarenta y siete años después de unos últimos años progresivamente incapacitado por los dolores reumáticos y una enfermedad neurológica que primero lo dejó ciego y luego le sumió en la demencia. Por lo tanto es imposible decir qué hubiera pasado con su obra si ese hombre hubiese llegado a la madurez en pleno uso de sus facultades físicas y mentales.

Visto en la distancia, y con independencia de su industriosidad o pereza, parece claro que, en parte, fue víctima de un cambio de época, un punto y aparte que él no supo interpretar. A su llegada a Madrid, en 1879, el cotarro literario lo copaban todavía gente como Campoamor, Alarcón, Núñez de Arce, Fernández y González, Zorrilla y otros integrantes de una generación que estaba a punto de decir adiós. Paralelamente Galdós estaba publicando ya novelas como La desheredada, Fortunata y Jacinta o Tristana, primeros síntomas de una corriente literaria que más adelante daría un impulso definitivo a gente como Pío Baroja y Valle Inclán, mientras que en poesía se empezaba a escuchar la voz inequívoca de Antonio Machado, es decir, una corriente que iba a desembocar directamente en la contemporaneidad. Alejandro Sawa, y otros tantos como él, estaba apostando mientras tanto con su característico apasionamiento por un naturalismo militante y radical, del que le interesaba sobre todo lo que tenía de inconformista, rompedor, anticlerical y agnóstico. Y de ahí por ejemplo su admiración por Lombroso, una puerta que en principio parecía muy prometedora pero que de puro artificiosa conducía directamente a un callejón sin salida.

Tras su paso por París y su estrecha relación con Victor Hugo y Paul Valery, Alejandro Sawa hubiera podido encaminarse de nuevo hacia la modernidad, pero quizás debido a su facilidad para la escritura, o por culpa de los padecimientos físicos que empezaron a manifestársele en esa época, dedicó más tiempo a los artículos de supervivencia que a su obra literaria, y mientras el mundo se encaminaba ya hacia las vanguardias y todo lo que vino detrás, él se fue perdiendo progresivamente en un universo de confusión que le estalló literalmente en la cabeza el día en que no sólo le dieron la noticia de que no iban a publicarle su obra más personal e íntima, Iluminaciones en la sombra, sino que encima le retiraban una colaboración de sesenta pesetas y que era entonces su único sustento. 



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15 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Revolución en el jardín

Jorge Ibargüengoitia

Reino de redonda

La presente antología de crónicas de la vida diaria es una magnífica presentación pública  (o representación, o reintroducción o como se quiera llamar) de Jorge Ibargüengoitia, un escritor altamente apreciado en México y que sin embargo apenas ha tenido lectores en España. /upload/fotos/blogs_entradas/revolucin_en_el_jardn_med.jpgAunque sea un deseo que roza lo milagroso (pues de todos es conocida la dureza de oído del lector español) sería justo y  necesario que la presente antología se convirtiese en un éxito de ventas capaz de animar a otros editores a reeditar las restantes novelas y crónicas de este sorprendente autor.
Jorge Ibargüengoitia nació en Guanajuato en 1928 y vivió la práctica totalidad de su vida en el barrio de Coyoacán de México D.F. Tras un breve pero intenso intento de convertirse en dramaturgo, a principios de la década de 1960 reorientó su interés hacia la novela, teniendo la suerte de que la primera, Relámpagos de agosto, fuese merecedora del premio Casa de las Américas correspondiente a 1964. Cuatro años después, y mientras seguía escribiendo novelas (Maten al león (1967), La ley de Herodes (1967), etc) empezó una colaboración con el diario Excélsior que se prolongaría hasta 1976, año en que el presidente Echevarría lo cerró, harto del continuo acoso al que ese periódico le tenía sometido. Ibargüengoitia encontró acomodo en la revista Vuelta, de Octavio Paz, y continuó alternando las novelas con esas crónicas que consolidaron su prestigio y su condición de fino estilista. Salvo que él, crítico implacable de la cotidianidad, nunca se dejó atrapar por los halagos y respondía a éstos diciendo que sus colaboraciones periodísticas eran tan sólo una forma de disfrutar de una semana laboral de un solo día.

Si señalo la fecha de nacimiento y la inequívoca condición de autor sedentario (o en absoluto cosmopolita, si se prefiere) y cuyo terreno de caza favorito son sus contemporáneos y convecinos, es porque me interesa resaltar que se trata de un hombre de otra época y otro continente, y cuyos referentes vitales y culturales nada tienen que ver con los de un lector español del siglo XXI. A pesar de lo cual resulta asombrosa la cotidianidad y cercanía de lo que escribe,  firmado hace cuarenta años y centrado en personajes, costumbres y sucesos de entonces.  E invito  al  lector desconfiado a que abra el libro por la página 167 y lea esa pieza titulada "Los Caporetto ya no viven aquí". Ignoro qué pensará ese lector, pero lo que es yo estoy seguro de haber tenido no hace mucho por vecinos a los Caporetto, o bien he oído contar su historia en alguna reunión familiar, o le ha pasado a alguien que me es muy próximo. Y lo diálogos, qué prodigio. De un suceso perfectamente banal,  una pieza antológica.

Tampoco es una mala entrada leer la crónica que da título a la presente antología, Revolución en el jardín, en la que se cuenta con una sobriedad admirable el viaje del autor a Cuba para recoger el premio Casa de las Américas. No creo haber leído una crítica a la Revolución castrista tan demoledora, ni  un presagio más certero de lo que inevitablemente iba a pasar, ello a mitad de la década de 1960 y cuando el castrismo era la gran esperanza blanca de los revolucionarios  de todo el mundo. Ni una expresión malsonante, ni la menor queja o crítica, al revés, el que escribe es un hombre agradecido por haber sido premiado y que, en principio, participa de las esperanzas que tantos desheredados tenían puestas en Cuba.

Otro aspecto muy notable de estas crónicas es la variedad de sus temas.  La presente antología ha salido de siete recopilaciones ya publicadas antes, dos en vida del autor y el resto con carácter póstumo.  Y sin embargo, pese a que para él eran un medio de vida y tenían un carácter periódico, resulta difícil encontrar temas repetitivos, sonsonetes, esos recursos a los que acude todo cronista cuando le apura la fecha de entrega y anda corto de inspiración. Puede recurrir con frecuencia a la crítica cinematográfica, interesándole por lo general películas de las que nadie más hablaría, aunque tampoco le arredra enfrentarse a un supuesto tótem como Elisa vida mía, de Saura. Al igual que hace con la revolución cubana, el crítico se disfraza de espectador convencido de estar asistiendo a una proyección excepcional. Y sin levantar la voz ni recurrir a inconveniencias, la entonces tan alabada película de Saura empieza a mostrar sus incongruencias, afeites, tics y desfallecimientos. Pero lo mismo le ocurre con una frase que alguien le dice al vuelo ("Cómo sabe que lo que usted ve es lo mismo que vemos los demás"), con las vacaciones de la criada, un monumento erigido en una ciudad de provincias o los regalos navideños. Nunca sabes de qué va a tratar la crónica siguiente, pero sí sabes que puedes sumergirte en ella con la seguridad de ser el beneficiario de una inteligencia, una sensibilidad y una mirada de lince puestas a tu servicio, y todo ello ofrecido en un lenguaje limpio, directo y de una bonhomie muy de agradecer.



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8 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Dorado

Robert Juan-Cantavella

Mondadori

El periodista Trebor Escargot recibe un enigmático e-mail en el que uno de sus clientes habituales - un tal Roque Nauj - parece encargarle un reportaje sobre el complejo turístico Marina d´Or, en aquél momento en pleno lanzamiento y amenaza de expansión universal. /upload/fotos/blogs_entradas/el_dorado_med.jpgMás adelante resultará que el mensaje era una añagaza y que el verdadero objetivo de poner a Escargot en la carretera no era desenmascarar la monstruosidad urbanística que se esconde detrás de los  estrafalarios y superhorteras decorados del llamado "mayor complejo vacacional de Europa" sino hacerle descubrir, de paso, la localización actual de El Dorado. Y de ahí el título de la novela.

Pero la autenticidad o no del encargo es lo de menos porque Escargot, buen profesional donde los haya, se presenta puntualmente en esa aberración playera ubicada no lejos de Oropesa (Castellón de la Plaza) armado con todos los artilugios que la high-tech pone a disposición de un reportero moderno, empezando por el ordenador portátil con conexión inalámbrica a internet, una sofisticada cámara digital  y una grabadora de última generación, sin olvidar un bolso lleno hasta los topes con las últimas creaciones que la farmacopea de diseño puede ofrecer en el campo de los psicotrópicos.

O sea que, en efecto, el planteamiento remite inevitablemente a Miedo y asco en Las Vegas, la sorprendente y rompedora novela de Hunter S. Thompson. En cierto  modo, Marine d´Or llevaba camino de ser un más que digno remedo de Las Vegas y ha hecho falta una crisis financiera universal comparable al crack del 29 para que su promotor, un antiguo vendedor de colchones llamado Jesús Ger, no haya logrado erigir su soñado monumento a la fealdad, el mal gusto y la imbecilidad estival pagada. Pero iba bien encaminado y con lo que ha tenido tiempo de levantar hay tema de sobras para que un reportero perspicaz pase allí un inolvidable fin de semana.

También es similar el tratamiento de las situaciones en ambas novelas: tanto aquí como en Las Vegas el telón de fondo es en sí mismo tan alucinante que el recurso a los psicotrópicos es un complemento estético y no un elemento esencial, pues lo cierto es que allí no hay mucha diferencia entre ir o no colocado, y tanto lo que ocurre como lo que Escargot imagina que ocurre es un disparate descomunal y un despropósito detrás de otro. Más adelante, la acción se traslada a la autopista Barcelona-Valencia con esporádicas salidas a la inverosímil carretera N-340, aparte de que Escargot ya no está sólo en su búsqueda de El Dorado porque ahora le acompaña un compinche apodado Brona (contracción cariñosa de Bronislaw Malinowski) y de inmediato se entiende por qué esa pareja son tan amigos. El nuevo viaje alucinante termina con la llegada e inmersión en una Valencia entregada a la celebración del V Encuentro Mundial de las Familias 2006, una de las últimas campañas de marketing que llegó a planificar Juan Pablo II y que fue culminada por su sucesor, el papa Benedicto XVI, antes cardenal Ratzinger. Por descontado que los encuentros con monjas de todas las órdenes del mundo, mas las masas de entusiastas y  matrimonios cargados de niños y en pleno éxtasis mariano, así como el resto de asistentes a un congreso de estas características ofrecen ocasiones abundantes para el extravío y la confusión de los dos reporteros, eficazmente ayudados en esto por las esporádicas  irrupciones de lo que podríamos llamar lo real.

Dicho tan de corrido puede parecer que El Dorado sea una mera sucesión de disparates y astracanadas sin más objetivo que entretener al lector recurriendo si cabe a una sal tan gruesa como la de los escenarios donde transcurre la acción.  Pero sería una impresión injusta. Detrás de tan colorista sucesión de despropósitos hay una planificación rigurosa, apoyada en una documentación abundante y de primera mano. Casavella no sólo estuvo en Marina d´Or los días que se narran en esa sección de su novela sino que luego se inscribió como cooperante en el simposio sobre la familia, obtuvo sus credenciales de cooperante y vistió las ropas reglamentarias. Que luego llenase de drogas la mochila entregada por la organización es más un detalle que una necesidad estructural porque, repito, en circunstancias tales aun yendo sobrio la realidad sobrepasa con creces cualquier ficción. Hay incluso un intento bastante serio de teorizar sobre la técnica novelística puesta en práctica, y remito al lector curioso a la sección "El aportaje y el punk journalism" (pág. 187). Pero si de poner algún reparo se trata, y ya que está tan a mano un precedente como Miedo y asco en Las Vegas, yo señalaría como carencia la falta de ritmo. De acuerdo que el lector que también haya frecuentado los estados de ánimo que proporcionan las pastillas de colorines reconocerá esa tendencia de Escargot a montarse películas de terror a partir de cualquier detalle insignificante, o su gusto por ensimismarse ante un simple reflejo de luz. Pero cuando se trata de una narración el ritmo es una cualidad sutil y que sólo se deja notar cuando lo echas en falta: lo tienes o no lo tienes. Y aquí, a veces, se echa mucho de menos.



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5 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El manuscrito de piedra

Luís García Jambrina

Alfaguara 
 

Un buen relato de crímenes e intrigas ambientado en la Salamanca de finales del siglo XV cuando, todavía reciente el descubrimiento de América, el mundo se estaba adentrando ya en una nueva era.

/upload/fotos/blogs_entradas/el_manuscrito_de_piedra_med.jpgEl 20 de septiembre de 1497 el catedrático de Prima de teología en el Estudio General de Salamanca, fray Tomás de Santo Domingo, es asesinado a las puertas de la catedral por un embozado que huye al amparo de la oscuridad. Las tensiones de orden político,  económico, religioso y racial que está provocando la política unificadora y expansionista de los Reyes Católicos hacen poco probable que la muerte del ilustre profesor pueda ser considerada sólo como un episodio más dentro de la agitada crónica negra ciudadana. Al menos no lo cree así el obispo de Salamanca, don Diego de Leza, quien toma la arriesgada decisión de ordenar una investigación secreta para desenmascarar al asesino o asesinos del clérigo y hacer que caiga sobre él o ellos todo el peso de la Justicia.

Pero si insólito es para la época realizar ese tipo de investigación al margen de los cauces legales habituales, no menos sorprendente es la elección de la persona encargada de llevar a cabo la investigación, pues el elegido es un brillante pero entonces todavía insignificante estudiante de leyes en el Colegio Mayor de San Bartolomé. No obstante, y aunque su nombre, Fernando de Rojas, en aquél momento no le dijera nada a nadie fuera de los círculos universitarios, el lector bien informado sabe que sólo un año después de los hechos relatados en la presente novela se va a publicar en Amberes (1498) una obra de autor desconocido y titulada Comedia de Calisto y Melibea que muchos años después, y bajo el título impostado de La Celestina, se convertirá en una obra de éxito universal y que hará para siempre famoso a su autor, cuya identidad ha quedado ya suficientemente probada. Mantener hasta el final esa doble condición del investigador, y que para los prohombres y los rufianes que ha de encontrar en el curso de sus pesquisas es un don nadie al que maltratan sin piedad mientras que el lector actual está incondicionalmente de su parte, es uno de los grandes atractivos de El manuscrito de piedra.

Al mismo tiempo, y aunque podría perfectamente no haber sido así, en esta ocasión juega un papel primordial en la forma final de la novela la doble condición del autor, Luís García Jambrina, que es profesor de literatura en la propia Universidad de Salamanca y también es escritor de libros de ficción. Por decirlo de una forma que se entienda, El manuscrito de piedra parece haber sido escrito al alimón entre un erudito, perfecto conocedor de la historia y las interioridades del prestigioso Estudio General de Salamanca, y un narrador, mayormente preocupado por el desarrollo de la historia que está tratando de contar. La labor del erudito es fundamental porque la época en que está ambientada la acción es por completo ajena al lector medio y era indispensable ofrecer un buen aparato crítico en lo relativo al  dibujo de los personajes (muchos de ellos históricos) pero también en lo relativo al lenguaje según sean de condición noble o plebeya,  su forma de ser y sentir, la vestimenta y alimentación, la influencia de las creencias religiosas en la vida cotidiana o incluso el funcionamiento de una mancebía, toda vez que una parte importante de la acción transcurre en una aquellas llamadas casas de placer. También revestían mucha importancia para la acción novelesca los antecedentes históricos de las instituciones o incluso las vicisitudes arquitectónicas de la ciudad, por no hablar de las condiciones de vida de los conversos, el acoso de las autoridades religiosas contra los judíos (Inquisición) y los peligros de practicar determinadas prácticas severamente prohibidas (por ejemplo la sodomía). En ese aspecto, la resolución práctica de tales problemas resulta impecable y a buen seguro que el lector acaba la lectura con una serie de conocimientos de los que carecía al abrir el libro.

Y en lo relativo a la narración de la historia a la aportación del contador de la misma también es notable. La propia documentación acerca de los personajes y los ambientes ayudan mucho al desarrollo de la acción y el lector, que sabe estar en buenas manos, mantiene el interés hasta el final. Resta sin embargo por resaltar una cuestión que  no es de orden estrictamente literario sino personal. Entre los lectores potenciales de El manuscrito de piedra (y que merecería que fuesen numerosos) los habrá más interesados en los aspectos históricos que en los meramente novelescos. Y los habrá que, puestos a leer literatura de género, preferirían centrarse en la acción y ser algo benevolentes en lo respectivo al ambiente. Y esta preferencia adquiere su interés desde el momento en que la aportación del erudito y del narrador no es siempre equilibrada, pues en (muchas) ocasiones vence el primero y el peso de la erudición se impone al de la acción. Pero ya digo que es una mera cuestión de gusto personal.



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2 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Luz de Vísperas

Mauricio Wiesenthal

Edhasa

Objetivamente, a Luz de Vísperas no le faltan ambición, ni recursos, ni aliento (1137 páginas) para llegar a ser lo que su autor, Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943) pretendía ofrecer: una epopeya de la Europa del siglo XX.

/upload/fotos/blogs_entradas/luz_med.jpgEl personaje central y  encargado de ofrecer la sensibilidad a través de la cual se irá encarnando el espíritu de la época es Gustav Mayer, un escritor de origen judío nacido en Viena a finales del siglo XIX.  La familia Mayer ha aprendido desde hace varias  generaciones que para triunfar en la sociedad centroeuropea es necesario renegar del judaísmo (empezando por el nombre, que deja de ser Mayr para convertirse en Mayer), hacerse cristiano y casarse con damas de alcurnia y apellidos cristianos, rematando todo ello con una saneada posición económica, no importa si a través de las finanzas, el comercio o la industria.

Es muy buena toda la fase de antecedentes familiares, con la abuela Regina de origen español-colonial y la madre de Gustav, Ana María Hofer, hija de un médico austríaco destacado en Venecia al servicio del ejército imperial.  Esas dos poderosas influencias femeninas y sus respectivos entornos vitales (una estancia en América del Sur parcialmente reproducida en Europa, en el caso de la abuela, y un palacio en Venecia en el caso de la madre) marcan todo el primer tercio de la narración, y corresponde a lo que en la novela tradicional eran los años de formación. El autor parece conocer bien el ambiente y los pormenores de Austria en vísperas del hundimiento imperial y se mueve con toda soltura por Praga, Viena y Berlín,  las ciudades que marcaron la infancia, la adolescencia y la primera juventud de Gustav Mayer. La progresiva inclinación de este por la escritura va haciendo entrar en escena a escritores como Stefan Zweigt, Romain Rollland, Reiner María Rilke, Thomas Mann y hasta el propio Tolstoi, al que el joven escritor en ciernes visita en su dacha para hacerle una entrevista. Es de destacar una conferencia sobre el espíritu de la Grecia clásica pronunciada en la Universidad de Berlín por el  filólogo  Ulrich von Wilamowitz- Moellendorf y que marcará decisivamente el destino del  hasta entonces desorientado estudiante Mayer.

Los primeros triunfos literarios del futuro escritor y premio Nobel quedan en suspenso con el estallido de la Primera Guerra Mundial, sin duda alguna el momento más vibrante y creativo de la novela.  El anuncio de la catástrofe que se avecina tiene lugar en paralelo con el despertar de la conciencia histórica y de los sentidos del personaje,  y esa dialéctica simbólica resulta ser un recurso literario de gran eficacia. De mero espectador y vigilante de la fortuna familiar en ausencia del hermano mayor, llamado al frente, Gustav Mayer pasa a engrosar las filas de esos ejércitos imperiales cuyas derrotas en todos los frentes son un presagio de la hecatombe que le aguarda al Imperio Austro-húngaro, encarnada aquí en el héroe por las graves heridas que recibe en el frente. Paralelamente, la relación que entabla con tres mujeres de caracteres y sensibilidades muy diferentes crean un laberinto sentimental que el herido solventa al terminar la guerra uniendo su vida a una de ellas, Carlota, madre de dos niñas y que aceptará prohijar a una huérfana de la guerra y formar entre todos una familia que refleja bastante bien la imagen de esa Europa destrozada por la catástrofe y que lucha por rehacerse y recuperar el espíritu que la llevó a crear una civilización universal.

Hasta aquí, lo que parecía ser la ambición inicial del autor se cumple sobradamente. Por lo que sé de él, Mauricio Wiesenthal es un hombre que ha viajado toda su vida, que ha ejercido toda clase de oficios en el mundo de la cultura y que posee una curiosidad intelectual que le ha llevado a centrar su atención en universos tan variados como la historia, la medicina o la enología, aparte de poseer una clara inclinación por los idiomas. Todo ello, sin duda, son armas poderosas y que le han ayudado decisivamente en la elaboración de su gran novela.

Pero en plena posguerra europea se produce un cambio de registro narrativo muy notable. El lector sabe que no van a tardar en dar señales de vida los movimientos sociales e ideológicos que acabarían  dando paso a los regímenes totalitarios comunistas y nazi-fascistas. Y sabe por tanto que toda estrategia de futuro y todos los planes que realicen unos personajes en su plenitud social van a quedar irremisiblemente marcados por el ascenso al poder de Hitler y las consecuencias posteriores del triunfo de los nacionalsocialistas.  Curiosamente, en lugar de lanzar a sus personajes contra el destino común que les cupo en suerte a todos los europeos en general (debido a la guerra) y a los judíos en particular (incluidos los renegados), Wiesenthal prefiere aislarlos en una burbuja milagrosamente intacta (Suiza) y tratar de ofrecer un reflejo del fin del mundo a partir de las vicisitudes de esos náufragos encerrados en una especie de isla cuyo centro espiritual es el pueblo de Sils Maria, tan estrechamente vinculado al Nietzsche del Eterno retorno.

Debo decir que la elección me parece desafortunada y que la tensión narrativa, la riqueza de imágenes y las metáforas culturales que tanta altura habían alcanzado en la primera mitad de Luz de Vísperas sufren un notable bajón. Y el microcosmos suizo, con los amoríos pequeño burgueses del escritor y sus vínculos con la resistencia no alcanzan ni por asomo a transmitir una pálida idea de lo que mientras tanto le estaba ocurriendo a esa Europa cuya historia parecía que se nos iba a contar.



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29 de diciembre de 2008
Blogs de autor

Geografía del tiempo

A.G.Porta

Acantilado 

La presente es la quinta novela de A.G. Porta, un escritor que pareció crecer a raíz de la muerte de su compinche (y hoy fenómeno literario mundial) Roberto Bolaño. /upload/fotos/blogs_entradas/geografa_del_tiempo_med.jpgPero ésa fue una circunstancia no deseada y encima inútil porque de todas formas ya estaba él demostrando su valía sin necesidad de ayudas macabras.

En las ocho o diez primeras líneas de Geografía del tiempo están concentrados casi todos los elementos que van a dar sustento y sentido a la narración: hastiado y solo en su sillón del Hong Kong Café, el cazador de extraterrestres ya se ha rendido a su suerte y se siente cansado de malgastar la vida allí sentado. Piensa que el tiempo se ha rato y sueña que pertenece a otro mundo.

Quien se sienta intrigado por la propuesta de A.G. Porta y decida adentrarse en ella (leer la novela) convendrá conmigo al terminarla que todos los elementos esenciales estaban concentrados en esas pocas líneas iniciales, y que todo el resto es aleatorio. O al menos no estructural, pues ni siquiera está claro que ocurra "de verdad" y que no sean simples delirios de una mente solitaria y al final de su recorrido vital.

Eso que he llamado resto aleatorio, encima de aleatorio ni siquiera es vertiginoso. Al parecer, el cazador de extraterrestres es el único superviviente de una catástrofe que probablemente haya afectado al universo entero (o no). En cualquier caso la hecatombe le ha sorprendido en una Ciudad del Espacio situada en algún planeta impreciso. No parece estar en la Tierra y en cambio muestra semejanzas con Hong Kong, San Francisco, Nueva York y todo el resto de ciudades tipo Blade Runner.

Más por mantener su mente centrada que por tener esperanzas de ir a averiguar algo, el cazador de extraterrestres está inventariando cadáveres, prestando especial atención a las fichas de unos extraterrestres encontradas en el maletín de otro cazador llamado Desaix y que trabajaba (quizás) para un tal McGregor.

También ocupa muchos ratos su mente con la locutora de un programa de televisión pregrabado y que por alguna razón se emite una y otra vez, siempre el mismo, con las mismas palabras y gestos y los mismos contenidos día tras día. A fuerza de verla, el cazador de extraterrestres cree haberse enamorado de esa Rosita Chen, que así se llama la locutora, aunque poco a poco los rasgos de ésta se le van mezclando con los de una concertista de piano, una niña cuando la sedujo, y con la que ha mantenido una tormentosa relación que incluye un doloroso abandono. Por parte de ella.

Y asimismo juega un papel esencial una cámara fotográfica marca Kirlian que tiene la curiosa cualidad de captar ese halo intenso que emiten los extraterrestres, y gracias  al cual pueden ser identificados.

Todo va así. Hasta el final. El tema del hombre que se ha quedado solo en el mundo tras una catástrofe ha sido reiteradamente tratado. La diferencia estriba en que tanto la ciencia ficción como el cine de Hollywood  sienten un clara tendencia al horror vacui y el protagonista de tan enfadosa situación no tardará en verse atacado por malévolos extraterrestres u otras feroces criaturas de costumbres obscenas. En bastantes casos los guionistas se apiadan de él (y de sí mismos) y al cabo de un rato le proporcionan compañía, las más de las veces joven y sumamente atractiva. Con tal de no pensar más, lo que sea.

Pero no aquí. Desde el primer momento queda claro que la propuesta va tan en serio como la vida misma, y que de ninguna manera van a venir unos curiosos monstruos a entretenernos por la vía del terror.

Ya se dice bien claro al principio: está sólo, está cansado y piensa que el tiempo se ha roto. Y hasta sospecha que pertenece a otro mundo. Se trata, pues, de una conciencia entregada a sí misma. Por usar aquél espléndido símil de Beckett, el espacio en el que flota esa conciencia entregada a sí misma (y aquí entra Beckett) es lo bastante grande como para moverse por él, pero no tanto como para no saber que tiene límites. Pura metafísica del tiempo y el espacio, donde cartografiar el tiempo es una forma de ir tomándole las medidas al otro mundo al que (quizá) está empezando a pertenecer.

Tanto los críticos como el propio autor se entretienen en dar pistas falsas acerca de esos personajes que ya han aparecido en otras novelas anteriores (ese McGregor, por ejemplo) y que pueden, o no, desempeñar  funciones de importancia. Pero no hay tal. En cambio recomiendo encarecidamente al lector curioso que preste atención a la información ofrecida en la contraportada porque - a diferencia de lo que habitualmente ocurre con las contraportadas - no está dedicada a vender el producto sino que forma parte del texto, aparte de ofrecer un dato de importancia vital para la comprensión de esta novela que es espléndida y está escrita con una prosa nítida y precisa. Su único inconveniente, me atrevería a decir, es que está dirigida a lectores adultos, dotados de iniciativa y con una cierta capacidad de aportar a la lectura. Los lectores pasivos, ni hojearla.

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26 de diciembre de 2008
Blogs de autor

Martín de Riquer

Vivir la literatura

Cristina Gatell/Glória Soler

RBA

Por encima de ideologías y banderas, más allá de las estrategias de unos y otros, /upload/fotos/blogs_entradas/martn_de_riquer_med.jpgy con un desdén aristocrático por las afiliaciones y los destinos históricos asumidos o atribuidos, la presente biografía del filólogo, historiador y profesor Martín de Riquer es el vivo retrato de un hombre de una trayectoria intelectual rigurosa y excepcional. Pero sobre todo es el retrato de un hombre que ha hecho siempre lo que le gustaba, razón por la cual su biografía transmite una envidiable sensación de diversión, entendida ésta como una profunda e irrenunciable relación entre lo que haces y lo que más te gusta hacer. De ahí que, para un profesor y estudioso de las literaturas catalana, castellana o provenzal , que sus biógrafos puedan decir de él que "vivió la literatura" es el mejor elogio que se le podría hacer.

Pese a que nació en 1914 y por lo tanto no ha cumplido aún cien años, su biografía abarca bastante más de un siglo de la historia contemporánea de Cataluña porque Martín de Riquer  no sólo pertenece a una familia que guarda un archivo muy completo desde hace cinco generaciones sino que él tiene muy presentes a sus antepasados, por lo que las biografías de éstos, sus profesiones e ideologías, y hasta las actitudes vitales ( ahí están esos pocos miles de pesetas que le dieron al finalizar su primer mes de trabajo, "la primera vez que a un Riquer le pagaban por trabajar", dirá  él mismo con una inconfundible ironía aristocrática) forman parte indisoluble de su personalidad y de su cotidianidad.

El cuerpo principal de Vivir la literatura, surge de las 120 horas de conversaciones que las dos autoras del libro, Cristina Gatell y Glòria Soler, mantuvieron con Riquer a lo largo de varios meses. Según cuentan ellas mismas, una vez tratada a fondo con él alguna cuestión, o aclarado algún punto difícil,  venía el trabajo de comprobación documental, por lo general mediante la consulta en archivos, aunque la mayoría de veces tenían a su disposición los testimonios escritos de los propios testigos. Lo cual era una tarea que en todo caso les planteaba más problemas por exceso de material que por defecto, pues dichos testigos integraban lo más granado de la intelectualidad catalana desde la década de 1930  hasta nuestros días, y que incluía profesores e investigadores, escritores y periodistas y bastantes políticos que en su momento fueron tan eminentes como Dionisio Ridruejo, Jefe Nacional de Propaganda durante la Guerra Civil, pero también los personajes más influyentes del panorama actual, desde el rey don Juan Carlos hasta escritores como Manuel Vázquez Montalbán, que le rindió un pequeño homenaje sacándole como "el malo" en una de sus últimas novelas.

Aparte del notable rigor intelectual desplegado por las autoras, si algún aspecto cabe destacar de esta biografía es la valentía, la honestidad y la actitud de encarar los problemas de frente y sin pretender en ningún momento tergiversar, ni mucho menos ocultar, los aspectos más conflictivos. Que son muchos. Sin ir más lejos, Martín de Riquer inició su trayectoria pública como un apasionado defensor de la primacía de la literatura catalana sobre la  española, sosteniendo con idéntica pasión  que apostar por el bilingüismo era firmar la condena a muerte de la lengua que estuviese en una posición más débil, en este caso la catalana.

Pero llegada la Guerra Civil, Martín de Riquer no sólo se pasó al llamado bando nacional sino que, una vez finalizada la contienda, ejerció en Barcelona cargos que se le ofrecían por su condición de falangista y que continúan siendo de difícil justificación (propaganda a favor del franquismo, censura de libros y revistas, etc.). Por fortuna para él, su progresiva implicación en la Universidad le permitió ir alejándose  de los cargos oficiales y dedicarse a sus dos tareas favoritas, la investigación y la docencia.

En las transcripciones de las conversaciones con él (que por otra parte son un magnífica pieza de literatura coloquial), queda claro que unos temas le gustan menos que otros, en cuyo caso puede contestar con un monosílabo o remitir a una fuente más fiable que su memoria. Otras veces en cambio, en lugar de pasar página se detiene en descripciones insólitas, como por ejemplo su sueño de entrar en Barcelona al frente de las  tropas vencedoras montado en un caballo blanco, vestido de uniforme y tocado con un yelmo adornado de plumas. Cosas de literatos.

Tal y como han sido enfocada esta biografía, la verdadera lección no radica en la importancia de la labor intelectual del biografiado (que ha sido inmensa) sino en su dimensión humana(asimismo inmensa). Y a este respecto es de destacar que la inmensa mayoría de sus amigos de juventud, más una importante serie de personas que iría conociendo a lo largo de su vida, han seguido formando parte de su extenso círculo de amistades, dándose casos tan notorios como el de su relación y estrecha colaboración con el poeta, catedrático y traductor José María Valverde, con el que escribió una monumental Historia de la Literatura Universal pese a mantener unas diferencias ideológicas que en principio les debieran haber impedido trabajar juntos.

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22 de diciembre de 2008
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