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El síndrome de Ambras

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

Portada del libro

Pilar Pedraza

Valdemar

 

 "Cabalgaban contra el viento. El vuelo de sus capotes de hule negro les hacía parecer gigantescos murciélagos. Grandes capuchones ocultaban sus sombreros, bajo los que desaparecían los rostros y las largas cabelleras despeinadas. Los guantes y las botas cubrían el resto. Aquella indumentaria no dejaba al aire ni una pulgada de piel, y sin embargo estaban  calados hasta los huesos".

 A estos jinetes les ha sorprendido la tormenta en el descenso de un peligroso camino de montaña. Lord Alexander Ashton, el jefe del grupo, avanza en la oscuridad desafiando al viento, la lluvia y los negros precipicios que se abren junto a los cascos de los caballos. Más atrás, y a bordo de un carruaje que recorre un camino más llano pero menos pintoresco, viajan las damas.

En unas pocas líneas más el lector va a recibir toda la información necesaria  para hacerse una composición de lugar: Lord Ashton y su esposa, la joven y delicada Lady Florence,  junto con su séquito de servidores, guías, perros y caballerías, se están adentrando en una naturaleza progresivamente hostil y salvaje, y lo hacen por motivos poderosos pero no del todo claros, y en los que juega un papel primordial el irreprimible deseo del jefe del clan -por no llamarlo manada- que le impulsa a adentrarse más y más en una naturaleza monstruosa y excesiva, pero a la que acude como en respuesta de una irresistible llamada.

Si en la novela negra la condición que posibilita el desarrollo de la acción es la sospecha universal -es decir, que la totalidad de los personajes principales hayan tenido el motivo, la oportunidad y los arrestos necesarios para cometer el crimen que fundamenta la trama- en la novela gótica, y en los relatos de aventuras en general, el motor que fundamenta la acción es la voluntad del protagonista por llegar hasta el final y conocer la razón última de esa  fuerza ciega, brutal y destructora (irracional) que le arrastra irremisiblemente al abismo. Salvo que, y el lector será puntualmente informado de ello, tal ansia por conocer responde a una necesidad física ineludible, pues el protagonista hace tiempo que viene experimentando unos inequívocos cambios físicos acompañados de unos anhelos y apetitos cada vez más urgentes. En el caso de lord Ashton el primer síntoma de alarma son unas durezas que han empezado a salirle en el extremo del dedo corazón de manos y pies y que cada vez se parecen más a una pezuña…  

La complicidad del lector, si este decide aceptar con todas sus consecuencias la propuesta que le ofrece el autor, contribuye poderosamente a impulsar el desarrollo de una acción que no tardará en cobrar impulso y precipitarse, en medio de toda clase de situaciones extremas y aventuras espeluznantes, hacia su inevitable final.

 En este caso la autora, Pilar Pedraza, es una veterana de la novela gótica y demuestra ser desde las primeras líneas digna de esa indispensable confianza de la que antes hablaba.  Es además una mujer culta y su prosa aporta todos los matices que exigen las diversas situaciones y aventuras que se suceden. Y en ese sentido es muy notable su habilidad a la hora de dosificar la información, mostrando u ocultando en cada momento aquello que mejor conviene a la narración. Y encima es una profunda conocedora de esa naturaleza oscura y terrible, poblada de criaturas monstruosas  pero que incluso podrían llegar a constituir un apasionante espectáculo  -y ahí está para demostrarlo el elenco de aberraciones de la naturaleza que pueblan  el circo de Magnus Dampierre, Doctor en Grandes Ilusiones y Director del Teatro Anatómico de Amberes-  si no fuera porque la barrera que separa a los actores del público es difusa y ni siquiera la riqueza, la educación y la superioridad moral te ponen a salvo, ni te garantizan que no lleves dentro una criatura similar a las criaturas que  exhiben en el escenario sus más íntimas deformidades.              

Su conocimiento del lado oscuro de la naturaleza hizo que hace unos años el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona se fijara en ella (junto con el antropólogo mexicano Roger Bartra) para montar una exposición titulada El salvaje europeo. Los textos aportados entonces por Pilar Pedraza no pueden ser más expresivos: El salvaje en la ciudad, espectáculo y enfermedad; La mujer, esa salvaje y El salvaje que todos llevamos dentro. El título general  de su aportación era El salvaje en su laberinto y la representación visual del mismo – que además fue elegido como imagen de la exposición – era un cuadro de Georges Watts  llamado El Minotauro y en el que se veía a éste apoyado en el muro de una terraza oteando ansioso el horizonte para detectar la llegada del barco en el que llegará la ración convenida de doncellas. Quienes vieran aquella exposición percibirán una curiosa familiaridad con muchas de las criaturas que acompañan a Lord Ashton en su precipitarse al abismo de su auténtica naturaleza.

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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