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Geografía del tiempo

Por 26 de diciembre de 2008 Sin comentarios

Javier Fernández de Castro

A.G.Porta

Acantilado 

La presente es la quinta novela de A.G. Porta, un escritor que pareció crecer a raíz de la muerte de su compinche (y hoy fenómeno literario mundial) Roberto Bolaño. /upload/fotos/blogs_entradas/geografa_del_tiempo_med.jpgPero ésa fue una circunstancia no deseada y encima inútil porque de todas formas ya estaba él demostrando su valía sin necesidad de ayudas macabras.

En las ocho o diez primeras líneas de Geografía del tiempo están concentrados casi todos los elementos que van a dar sustento y sentido a la narración: hastiado y solo en su sillón del Hong Kong Café, el cazador de extraterrestres ya se ha rendido a su suerte y se siente cansado de malgastar la vida allí sentado. Piensa que el tiempo se ha rato y sueña que pertenece a otro mundo.

Quien se sienta intrigado por la propuesta de A.G. Porta y decida adentrarse en ella (leer la novela) convendrá conmigo al terminarla que todos los elementos esenciales estaban concentrados en esas pocas líneas iniciales, y que todo el resto es aleatorio. O al menos no estructural, pues ni siquiera está claro que ocurra "de verdad" y que no sean simples delirios de una mente solitaria y al final de su recorrido vital.

Eso que he llamado resto aleatorio, encima de aleatorio ni siquiera es vertiginoso. Al parecer, el cazador de extraterrestres es el único superviviente de una catástrofe que probablemente haya afectado al universo entero (o no). En cualquier caso la hecatombe le ha sorprendido en una Ciudad del Espacio situada en algún planeta impreciso. No parece estar en la Tierra y en cambio muestra semejanzas con Hong Kong, San Francisco, Nueva York y todo el resto de ciudades tipo Blade Runner.

Más por mantener su mente centrada que por tener esperanzas de ir a averiguar algo, el cazador de extraterrestres está inventariando cadáveres, prestando especial atención a las fichas de unos extraterrestres encontradas en el maletín de otro cazador llamado Desaix y que trabajaba (quizás) para un tal McGregor.

También ocupa muchos ratos su mente con la locutora de un programa de televisión pregrabado y que por alguna razón se emite una y otra vez, siempre el mismo, con las mismas palabras y gestos y los mismos contenidos día tras día. A fuerza de verla, el cazador de extraterrestres cree haberse enamorado de esa Rosita Chen, que así se llama la locutora, aunque poco a poco los rasgos de ésta se le van mezclando con los de una concertista de piano, una niña cuando la sedujo, y con la que ha mantenido una tormentosa relación que incluye un doloroso abandono. Por parte de ella.

Y asimismo juega un papel esencial una cámara fotográfica marca Kirlian que tiene la curiosa cualidad de captar ese halo intenso que emiten los extraterrestres, y gracias  al cual pueden ser identificados.

Todo va así. Hasta el final. El tema del hombre que se ha quedado solo en el mundo tras una catástrofe ha sido reiteradamente tratado. La diferencia estriba en que tanto la ciencia ficción como el cine de Hollywood  sienten un clara tendencia al horror vacui y el protagonista de tan enfadosa situación no tardará en verse atacado por malévolos extraterrestres u otras feroces criaturas de costumbres obscenas. En bastantes casos los guionistas se apiadan de él (y de sí mismos) y al cabo de un rato le proporcionan compañía, las más de las veces joven y sumamente atractiva. Con tal de no pensar más, lo que sea.

Pero no aquí. Desde el primer momento queda claro que la propuesta va tan en serio como la vida misma, y que de ninguna manera van a venir unos curiosos monstruos a entretenernos por la vía del terror.

Ya se dice bien claro al principio: está sólo, está cansado y piensa que el tiempo se ha roto. Y hasta sospecha que pertenece a otro mundo. Se trata, pues, de una conciencia entregada a sí misma. Por usar aquél espléndido símil de Beckett, el espacio en el que flota esa conciencia entregada a sí misma (y aquí entra Beckett) es lo bastante grande como para moverse por él, pero no tanto como para no saber que tiene límites. Pura metafísica del tiempo y el espacio, donde cartografiar el tiempo es una forma de ir tomándole las medidas al otro mundo al que (quizá) está empezando a pertenecer.

Tanto los críticos como el propio autor se entretienen en dar pistas falsas acerca de esos personajes que ya han aparecido en otras novelas anteriores (ese McGregor, por ejemplo) y que pueden, o no, desempeñar  funciones de importancia. Pero no hay tal. En cambio recomiendo encarecidamente al lector curioso que preste atención a la información ofrecida en la contraportada porque – a diferencia de lo que habitualmente ocurre con las contraportadas – no está dedicada a vender el producto sino que forma parte del texto, aparte de ofrecer un dato de importancia vital para la comprensión de esta novela que es espléndida y está escrita con una prosa nítida y precisa. Su único inconveniente, me atrevería a decir, es que está dirigida a lectores adultos, dotados de iniciativa y con una cierta capacidad de aportar a la lectura. Los lectores pasivos, ni hojearla.

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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