Cristina Grande
RBA
Barcelona 2008
Cuando Naturaleza infiel fue presentada al público, allá por los meses de febrero o marzo, fue recibida de manera ciertamente notable. El nombre de la autora, Cristina Grande, apenas había traspasado entonces las fronteras de su ciudad de residencia, Zaragoza, pero a raíz de esta su primera novela pasó a ser una escritora unánimemente elogiada y reconocida. El autor del texto de la contraportada incluso se aventuró a afirmar que Cristina Grande estaba llamada a ser una de las voces de referencia de su generación.
Al hacer ahora una lectura veraniega de Naturaleza infiel, ya sin la perturbación del factor sorpresa, lo primero que llama la atención es la tranquilizadora sensación de sensatez que transmiten la autora y su obra. Al enfrentarse por vez primera a la empresa de escribir una novela, Cristina Grande ha elegido un tema que puede ser doblemente calificado de familiar, primero porque narra la historia de una familia, y segundo porque resulta evidente que el material narrativo le resulta muy próximo a la autora, cuya voz se confunde por cierto con la de la narradora. Lo cual no implica que se trate necesariamente de material autobiográfico. Sólo próximo. Conocido. Familiar. Igual nada de lo narrado le ha ocurrido en realidad a ella ni a nadie de su círculo de amistades. Pero podría perfectamente estar contando algo muy próximo y personal. En realidad, qué más da.
Otro rasgo evidente de sensatez es la forma elegida para sacar adelante la historia que ella quería contar: frases a base de sujeto, verbo y predicado que raras veces sobrepasan una línea o línea y media; y pequeñas escenas cotidianas, muchas veces no más extensas de dos o tres páginas. O sea, una prosa ordenada y concisa para desarrollar una historia igual de concisa, ordenada y limpia. Cada personaje tiene su momento y su emoción, y dentro de lo posible se manifiesta sin enfrentarse ni imponerse a los demás integrantes de la familia, que son: el padre y la madre, sin que importen apenas su nombre y apellidos porque casi siempre salen como "mi padre" y "mi madre"; el hermano mayor, Jorge, un ser distante y casi desconocido; la narradora, Renata (muy preocupada por la posibilidad de ser infiel por naturaleza), y su hermana gemela, María, que es un desastre de mujer; la criada, Matilde; la adusta abuela materna y la pobre tía Genoveva, aparte de una nada desdeñable cantidad de novios, amantes, jeringuillas, camellos y demás. Al final acaba pasando de todo, pero con orden y contención, sin amontonamientos. Aquí imperan en todo momento el temple y el buen gobierno.
Resultaría inútil seguir acumulando elementos descriptivos porque lo que cuenta es que, una vez más, según se avanza en la lectura acaba produciéndose ese fenómeno universal y eterno, el fundamento de la literatura, y que podría describirse así: el tema de la narración y el estilo adoptado para desarrollarla dejan de tener la menor importancia cuando el lector -muchas veces de manera inconsciente- cae en la cuenta de que el libro que tiene en las manos ha sido escrito por alguien capaz y bien dotado para contar historias. A partir de ese momento uno deja de lado su consciencia y su capacidad crítica y se dedica a hacer aquello que justifica la existencia misma de los libros, es decir, disfrutar de su lectura. Y de paso, establecer complicidades y fobias según se manifiesten los personajes. Identificarse con sus anhelos y lamentar sus fracasos. Odiar la injusticia y celebrar el triunfo del bien. En definitiva, lo que hace todo buen lector es acompasar el propio aliento al acontecer de los hechos y sumergirse en el espacio/tiempo en que transcurren los mismos. ¿Y dice usted que la autora resulta un poco demasiado esquemática y simplista y que tal vez abusa un poquitín del recurso a sujeto-verbo-predicado? Qué observaciones tan raras e incongruentes. En la literatura no hay tal cosa como esquemas ni tampoco el sujeto, verbo y predicado como recurso. Eso, que lo digan los profesores. Aquí sólo se trata de emociones, sentimientos, búsquedas, renuncias, derrotas y hallazgos. La vida.
Como decía Juan García Hortelano -aunque de inmediato él soltaba alguna boutade para quitarle toda importancia a lo dicho no fuera ser que la frase sonase demasiado seria- la literatura es la otra vida de la vida. Y Naturaleza infiel está llena de vida. O de literatura. O sea que era verdad: es una buena novela.