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Escrito por

Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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La aventura de pensar

Fernando Savater

Debate

Aparte de las diferencias intelectuales e ideológicas que mantiene con muchos de sus contemporáneos  (algunas tan estruendosas que incluso se pueden seguir en los periódicos) si algo distingue a Fernando Savater de sus colegas es la pasión que le pone a todo lo que hace. Ya sea pergeñarle una ética a Amador o espetarle un panfleto al Todo; ya sea cantar las excelencias de aquél mítico caballo árabe o contar las maravillosas aventuras de los personajes literarios que poblaron su infancia, hay que ser un verdadero cenizo para no acabar contagiado del entusiasmo que transmiten sus escritos. Y cómo no aficionarte a las carreras de caballos o cómo no dejarlo todo para releer a Stevenson o a Guillermo Brown. O cómo rechazar una invitación a repasar con él la vida y hechos de Nietzsche.

La aventura de pensarEn La aventura de pensar se trataba de darle un repaso al pensamiento occidental de los últimos 25 siglos y eso ha hecho. De un tirón. O mejor dicho, en 26, pues tales son los pilares que le permiten ir saltando desde Platón y Aristóteles hasta Sartre y Foucault. Por descontado que la selección de pensadores es arbitraria. Pero qué antólogo se ha visto libre de tal acusación. Siempre habrá quien eche en falta a este o aquél, o que proteste por la exclusión de su filósofo favorito. A mí, por ejemplo, me hubiese encantado conocer la visión que tiene Fernando Savater de Montaigne porque seguro que me hubiese descubierto un buen número de aspectos que a mí se me escapan. Por ello, y puesto que se trataba de elegir lo mejor de lo mejor,  en La aventura de pensar se advierten algunas ausencias notables, y también unas presencias que, como poco, resultan sorprendentes. Y entre estas últimas incluyo a Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset, y  no porque considere que no son dignos de mención, o porque piense que su obra no tiene suficiente entidad,  sino porque no es habitual encontrarlos entre los elegidos.

La explicación la proporciona el propio Fernando Savater en la Introducción: el proyecto original fue una serie de televisión sobre los pensadores que más han influido en la sociedad de principios del siglo XXI. Ahí es nada. Venderle a una televisión una serie de 26 capítulos en la que se hablará de forma digna y comprensible acerca de gente como Spinoza, Schopenhauer o Adorno. Contra lo que pueda parecer la serie se ha terminado sin contratiempos y la productora, la argentina Tranquilo Producciones, ya la tiene lista para su emisión.

Ese origen televisivo del proyecto explica suficientemente tanto el contenido de La aventura de pensar como la forma que se le ha dado incluso al ser pasada al formato libro. En principio,  la pantalla de una televisión no es el lugar idóneo para desentrañar el pensamiento de Hegel o Wittgenstein, por poner dos ejemplos evidentes. El telespectador medio está tan habituado al lenguaje de la imagen que el concepto se le enrevesa durante el breve espacio que media entre la pantalla y el oído, de forma que para cuando le llega al cerebro está hecho un verdadero lío. La única forma posible de llevar semejante empeño a la práctica era recurrir a una exposición clara, un desarrollo tranquilo y, por encima de todo, una capacidad de concisión sólo comparable con la necesidad de ir derecho a lo esencial y no enredarse en cuestiones poco relevantes.

No por casualidad, Fernando Savater goza ya de una prolongada experiencia docente y una no menos prolongada carrera como conferenciante, agitador, panfletista, combatiente de primera fila y escritor. O sea que a estas alturas ya no hay Heidegger que le arredre. Y ello es tan de agradecer como el ánimo que le pone a cada personaje.

Se trata, pues, de una obra de divulgación, y por lo tanto dirigida a un público amplio y no especializado. Pero al mismo tiempo es rigurosa, informada y sencillísima de leer. Y los incondicionales pueden estar tranquilos porque, con toda la seriedad y formalidad que la ocasión requiere, Savater se las apaña estupendamente para colar de cuando en cuando algunas de sus habituales bromas. Por ejemplo cuando, al hablar de Spinoza, confiesa que él leyó la Ética en la cárcel. Al parecer le proporcionó gran consuelo pues recomienda encarecidamente a los lectores que no se olviden de llevarse ese libro cuando vayan a la cárcel.

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3 de octubre de 2008
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La ninfa inconstante

Guillermo Cabrera Infante

Galaxia Gutenberg/

Círculo de Lectores

La noticia urgente, lo que se impone antes de cualquier consideración, es que Guillermo Cabrera Infante ha vuelto. Cuando sus seguidores ya se creían condenados a releer con la esperanza de olvidar cuanto antes para volver leerle otra vez, hete aquí que de pronto resurgen la voz, la cadencia y el espíritu lúdico del Guillermo Cabrera Infante de toda la vida. Increíble.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_ninfa_inconstante_med.jpgLa ninfa inconstante engloba tres historias simultáneas que en realidad son una porque, si bien cada cual tiene su propia entidad, ninguna podría existir por separado. Pero no sigo por este camino porque lleva derecho a la metafísica y es preferible el método enumerativo, que resulta algo premioso pero más asequible.

La primera historia de la trilogía es el lenguaje. Por descontado que están ahí los celebrados juegos de palabras (sicut era fornicando), y también las citas y las no-citas, las alusiones a lecturas, el recuento de películas o el son de las canciones, así como el fraseo corto, rápido y certero, el diálogo vivaz y las situaciones absurdas, todo al más puro estilo Cabrera Infante. Sin embargo, a mi entender, lo de verdad importante es la cuidadosa labor de construcción que el narrador va llevando a cabo, similar a la del hacedor de mosaicos cuando avanza pieza a pieza sabiendo que si de momento las formas y los colores no acaban de entenderse, de pronto adquirirán su pleno sentido y el lector/espectador podrá captar en toda su dimensión la obra que tan laboriosamente se ha ido construyendo. Y esa paciente obra de construcción, el punto en el que se funden las dos primeras historias de la trilogía, tiene su encarnación en La Habana. Faltaría más.

Qué sería de Cabrera Infante sin La Habana, esa ciudad amada, recordada, soñada, añorada y odiada al cabo de tantos años de ausencia. Se desvive por dar la dirección justa, el detalle exacto, la descripción dolorosamente precisa de aquellos comercios y hoteles, aquellos bares hasta las tantas de la madrugada, la ciudad canalla que vive el periodista todavía intoxicado por los efluvios del plomo de las linotipias, todo para vestir de perifollos a un cadáver. Porque esa ciudad tan amorosa y pacientemente construida se derrumba al mismo tiempo que es erigida porque ya no existe. La historia se la tragó y la actual capital de Cuba apenas tiene nada que ver con la fantasmagórica reconstrucción de Cabrera Infante. El café Vienés, copia del Sacher; el club Picasso, sólo para lesbianas; el antiguo teatro Trotcha con sus jardines en forma de laberinto, o aquellos restaurantes, el Camagüey, al costado de la facultad de Medicina, y El Jardín o el Carmelo, ninguno de los cuales ha perdido nada de su encanto. En algún momento el narrador ya no puede más y proclama: "La Habana parece -aparece- indestructible en el recuerdo: eso la hace inmortal", y en ello la opinión del narrador coincide con la del tenaz tejedor de historias desde su forzado exilio en Londres.

El tercer tronco de esa enredadera que se enrosca sobre sí misma para elevarse y medrar en un medio tan precario como es la memoria resulta ser la propia ninfa inconstante, es decir, la novela misma, en la que se narra la huida hacia ningún sitio de un hombre mayor y casado ("mal casado") con una criatura de 15 quince años ("casi 16") y con la cual va a vivir una historia trágica y cansada, exaltante y desengañada, triste y al mismo tiempo vivificadora, tejida con engaños, infidelidades y desamores, pero también con momentos tan sublimes como el de la piel color miel de la amada impúber mostrándose en todo su esplendor. O sea, una historia de amor, tal cual, hecha desde un lenguaje que se encarna en una ciudad que ya no es y en la que el narrador, en primera persona, se vale de la pluma como el ciego se vale de las yemas de los dedos para prefigurar algo que nunca verá. Y, a todas estas, sin dejar de jugar. Casi al final, cuando ya se han usado todas las bazas, surge la pregunta desesperada: "¿Habrá alguien pensado algo alguna vez?". Y la respuesta:"Tal vez Dante. Al dente". Y eso es lo que yo decía: un juego.

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1 de octubre de 2008
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Lecturas de ficción contemporánea

De Kafka a Ishiguro

Javier Aparicio

Cátedra

Javier Aparicio viene ejerciendo la crítica literaria desde hace casi una veintena de años en los más prestigiosos medios culturales españoles. Al mismo tiempo imparte clases de literatura en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Esa doble mirada, crítica y a la vez didáctica, no sólo es una de las características más claramente perceptibles a lo largo del libro, sino que de paso ofrece una nada desdeñable serie de ventajas a cualquier degustador de ficción literaria.

/upload/fotos/blogs_entradas/lecturas_de_ficcin_contempornea_med.jpgEn Lecturas de ficción contemporánea está recogido lo más significativo de la producción literaria del siglo XX, en especial traducciones de autores no castellanos y latinoamericanos. Resulta particularmente significativo y valioso el juicio sobre autores posteriores a la Segunda Guerra Mundial porque fue entonces cuando se consumó el desmantelamiento estético e ideológico iniciado a principios del siglo XX por las vanguardias, y por lo tanto el momento en que se inició el ciclo creativo en que actualmente nos encontramos.

Para algunos, el rasgo más característico de dicho ciclo (lo que, para entendernos, suele llamarse "nuestra época") es la muerte del arte. Para otros, que dicen ser menos radicales, lo que mejor define nuestra época es justamente su falta de definición, pues vivimos inmersos en una suerte de "todo vale" en el que sólo cuenta el talento del autor. "Sin juicios previos ni cortapisas: libertad total de creación", dicen los defensores del "todo vale". En fin. Tanto en un caso ("el arte ha muerto") como en otro ("todo vale") no son tiempos fáciles para que un lector entre en una librería y decida qué comprar de entre la montaña de novedades y reediciones que tan agresivamente se le ofrecen.

Y ahí es donde se advierte la enorme utilidad de un libro como Lecturas de ficción contemporánea. Haciendo un recuento muy apresurado de su contenido, me salen unas 170 reseñas, a lo largo de las cuales se habla con mayor o menor detalle de unos 700 libros escritos por más de un centenar de autores que van, como bien señala el subtítulo, desde Franz Kafka a Kazuo Ishiguro.

De manera que, bien mirado, este libro es lo más parecido a un plan de lectura para toda la vida. A fin de no dejar que un lector en ciernes o poco versado pueda perderse ante la avalancha de datos que incluye este libro (y aquí es donde entra el oficio pedagógico del autor) el contenido ha sido dividido en apartados que llevan títulos como "Subversiones y revoluciones de la vanguardia histórica", "La ficción posmoderna o el eclecticismo al poder", o "Disquisiciones de urgencia acerca del futuro de la ficción".

Cada uno de esos apartados va precedido de un estudio en el que de forma clara, concisa y muy informada se da noticia de los aciertos y fechorías de las vanguardias, por ejemplo, o se aventura la clase de futuro que les cabe esperar a los escritores de ficción. Y para mayor claridad aún, cada uno de los grandes apartados está subdividido a su vez en capitulillos que llevan títulos como "¿Sin argumento? ¡Búsquenlo en el lenguaje mismo!"; "La tematización del lector", "La literatura comprometida: leer para despertar", etc.

De manera que, si por la causa que sea, a un lector se le pasó en su momento lo del realismo sucio y quiere reciclarse para rellenar ese hueco en su biblioteca, no tiene más que ir al apartado correspondiente y allí encontrará debidamente reseñados (con título, editorial, traductor y fecha de publicación) libros de Tobías Wolf, Lorrie Moore, Hanif Kureishi o Rodrigo Rey Rosa, entre otros, por lo que una vez leídas las correspondientes reseñas tendrá elementos de juicio suficientes para saber si sigue adelante en su deseo de reponer el pasado o si opta por darse la razón a sí mismo y solidarizarse con aquel momento en que decidió que eso del realismo sucio no merecía la pena. Lo dicho: un plan de lectura para toda la vida.

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29 de septiembre de 2008
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Gun & God

Apuntes de polemología

Rafael Sánchez Ferlosio

Destino

Barcelona

Cada nuevo libro de Rafael Sánchez Ferlosio es un acontecimiento en el panorama literario en lengua castellana pues sin lugar a dudas se trata del "hombre más importante de nuestra literatura", por decirlo en palabras de Miguel Delibes. Aunque no costaría encontrar otras muchas apreciaciones de corte similar.

/upload/fotos/blogs_entradas/god_med.jpgG&G, como bien se ocupa de aclarar el subtítulo, es una sucesión de reflexiones o apuntes sobre la guerra. Que esta desgraciada práctica de los seres humanos es una cuestión que interesa sobremanera a Sánchez Ferlosio lo prueban sus numerosos textos al respecto, entre los que cabe resaltar El ejército nacional y Campos de Marte (ambos de 1986), La hija de la guerra y la madre de la patria (2002) o Sobre la guerra (2007), a los cuales habría que añadir los escritos sobre el mismo tema recogidas en Ensayos y artículos I y II (1992).

Por cierto que los lectores habituales de Sánchez Ferlosio darán un salto en la butaca como para saludar a un viejo amigo cuando, allá por la página 40 de G&G, se topen de nuevo con ese refrán que el propio autor califica de "el más tenebroso de todos los refranes españoles" y que dice así: "El potro que ha de ir a la guerra ni lo come el lobo ni lo aborta la yegua". Los asiduos ya saben que ese mismo refrán era el punto de partida de una de las líneas argumentales de "Cuando la flecha está en el arco, tiene que partir", una conferencia sobre la guerra y el destino pronunciada primero en la Residencia de estudiantes de Madrid y luego publicada en la revista Claves en 1990.

Pero para qué insistir: los conflictos armados son una cuestión que fascina a Sánchez Ferlosio hasta el extremo de que lleva más de 30 años reflexionando sobre ellos. Pero no son un tema único. Otros asuntos habituales en sus escritos son la existencia o no de guerras justas e injustas; la posibilidad de que la Fortuna abrigue sus propios designios; el sentido de la Historia universal (si es que lo tiene fuera de la práctica de la dominación); la función de la historia como creadora de destino; la dualidad carácter y destino o la interacción entre azar y necesidad. Y conste que se trata de una mera enumeración a modo de ejemplo pues si trajésemos a colación ensayos como Las semanas del jardín (1974) o Esas Yndias equivocadas y malditas (1994) la lista temática se incrementaría notablemente.

Desentrañar la verdad, siquiera sea un atisbo, es un trabajo arduo y que requiere una pelea continua para acomodar lo que quieres decir con aquello que la lengua te permite decir, y de ahí que en ocasiones Sánchez Ferlosio se vea obligado a recurrir a términos complejos ("anticipación retroproyectiva") o inventados ("simultad"). Pero de tanto en tanto el viejo narrador toma el mando y, de un solo trazo, el vacilante avanzar hacia la verdad se ve iluminado por una serie de ejemplos deslumbrantes. Y ahí está, para quien quiera comprobarlo (G&G, p. 27), la petulancia del conde de Niebla desoyendo las advertencias de los adivinos y haciendo caso omiso de los malos presagios, todo por su obstinación en seguir adelante con su intención de conquistar Gibraltar porque dice sentirse capaz de doblegar a esa Fortuna "non que nos fuerza, mas que la forzamos" (Laberinto de Fortuna, de Juan de Mena). A continuación, y tras unas precisiones sobre el tema de la escrutación de "las señales" antes de una batalla, de pronto nos vemos inmersos en una enconada trifulca entre Acab, rey de Israel, y el profeta Miqueas, quien nunca interpreta los presagios al gusto del rey y éste no puede ocultar el rencor que tal conducta le produce. Todo ello contado con una familiaridad que pone de manifiesto la profunda relación que mantiene el autor con sus personajes, casi unos amigos, o enemigos, pues en ocasiones no cuesta descubrir hacia quién dirige sus preferencias y fobias.

Pero tal es, justamente, uno de los atractivos que desprende la prosa de Rafael Sánchez Ferlosio: la suya es una mente reflexiva -dotada además de un altísimo sentido moral- pero que discurre de un modo fundamentalmente narrativo, razón por la cual el camino (el discurrir) tiene tanta importancia o más que el objetivo al que nos dirigimos, y si me permito introducir el plural aquí es porque muchas veces, como ocurre en tantas narraciones, el lector tiene la certeza de que está accediendo a la luz al mismo tiempo que el autor, y ello es garantía segura de que tiene en las manos una auténtica y genuina creación y no una mera exposición de algo que el autor ya sabía de antemano y que entre los profesionales se conoce como un trabajo de oficio.

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26 de septiembre de 2008
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Fumando espero

/upload/fotos/blogs_entradas/fumandoespero3_med.jpgJorge Ángel Pérez

Bid & co.editor (Caracas, Venezuela)

Virgilio Piñera fue un poeta y dramaturgo cubano cuya obra le valió un gran prestigio (pasa por ser el primer representante del teatro del absurdo) pero cuya nunca negada homosexualidad le costó ser condenado al ostracismo por las autoridades castristas. Fumando espero narra el inicio del exilio bonaerense de Virgilio Piñera, donde convivirá con personajes públicos tan variados como Perón y Evita, Jorge Luis Borges, las Ocampo, Josephine Baker o un Witold Gombrowicz realmente insólito y casi irreconocible para el lector normal.

Quienes gusten de los relatos tremendistas, barrocos, extremistas y disparatados no deberían dejar pasar la ocasión de comprobar si este libro - por otra parte original y bien escrito- les ofrece la clase de sobresaltos y emociones fuertes que ellos le piden a un relato.

José Ángel Pérez, el autor, parece ser hombre al que le gusta el riesgo y llevar las cosas hasta el extremo. El problema es que a ratos va tan embalado, o le fascinan de tal modo las posibilidades expresivas de lo que está contando, que da la sensación de no saber parar a tiempo. Y como les ocurre a los toreros tremendistas, a fuerza de alargar la faena les van cayendo amenazadores avisos que acaban desluciendo sus méritos.

El lector tendrá ocasión de comprobar la clase de desmesura a la que me refiero según vaya pasando episodios como la etapa infantil del Piñera identificado con Madame Pompadour,  la presentación de los personajes con los que convive en la pensión bonaerense (por otra parte geniales) o las diversas aventuras con la vidente cegata. Pero donde más expresivamente se ven la ventajas/inconvenientes del gusto del autor por llevar las cosas hasta el extremo es cuando al Virgilio Piñera alumno de una escuela militar le da por seducir a un guapo compañero recurriendo a una decoración artística de su pubis y aledaños. Según José Ángel Pérez, con la sola ayuda de unas tijeritas y las pinzas de cejas de mamá es posible tallar un "pubis churrigueresco" en el que unas escenas del Beowulf  pueden ser sustituidas por otras de Rolando y la retaguardia de Carlomagno con olifante y todo, pero que dejarán paso a su vez a Tristán e Isolda, finalmente sustituidos por el Cid y doña Urraca, Bellido Dolfos y el rey Sancho como comparsas. A esta clase de exceso en la tauromaquia lo conocen por cargar la suerte y es una práctica que tiene tantos partidarios como detractores. Para compensar, la secuencia se acaba con un apocalíptico incendio y la correspondiente  intervención de los bomberos, uno de los cuales, por descontado que muy apuesto y viril, da ocasión a una cómica situación a costa de sus dos mangueras, una, la reglamentaria, y otra, la propia. Y conste que la terminología corresponde por entero al ardoroso Virgilio Piñera, un irredento entusiasta de las mangueras.

Al mismo tiempo, Jorge Ángel Pérez demuestra ser un eficaz usuario del leitmotiv. Una simple manía del personaje -quiere ser inmortal y para ello busca un embalsamador que le asegure la pervivencia de sus manos, que son lo más bello de su cuerpo- le permite usar ese motivo como punto de referencia en los continuos saltos de tiempo y espacio, pero también para imbricarlo en la narración casi como un personaje  más. Desde el fallido intento de ver en Buenos Aires el cuerpo embalsamado de Manuel de Falla (el autor del Amor brujo murió en la ciudad argentina de Córdoba y fue  debidamente  preparado para el traslado a su Cádiz natal) hasta la creación de un disparatado comando cuya misión será atentar contra el cuerpo de Evita Perón, Jorge Ángel Pérez sabe sacarle un enorme partido al embalsamamiento.  El cual es un deseo de pervivencia que deja traslucir inequívocamente la angustia que le provoca la suerte que ha de correr cuando regrese a Cuba y sea perseguido, encarcelado y ninguneado por los valientes revolucionarios castristas, tal y como le predice una nueva vidente, esta vez rusa, que ha venido a sustituir a la cegata. Y todo sigue así hasta el final.

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24 de septiembre de 2008
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Crónicas, invenciones, paseatas

/upload/fotos/blogs_entradas/crnicas_invenciones_paseatas_med.jpgJuan García Hortelano

Editorial Lumen

Revisitar a Juan García Hortelano 15 años después de su muerte produce un efecto extraño. Crónicas, invenciones, paseatas es la recopilación de todas sus colaboraciones periodísticas. Por tanto, al lector que no esté familiarizado con la figura y la obra de este autor le cabe esperar unos textos más bien formales y acordes con lo que se solía decir en los periódicos españoles desde la muerte de Franco en adelante. Y en cierto modo es así, qué quieres, son unas colaboraciones de prensa como tantas y se ajustan a las reglas de juego habituales. Lo que ocurre es que, con la distancia, se advierte una ganancia respecto al momento de su aparición que resulta muy notable.

En bastantes casos, ni siquiera quienes vivimos aquellos años que él iba repasando al hilo de la actualidad de entonces  recordamos bien qué circunstancia del momento imponía atacar esto o defender aquello. O, por poner un ejemplo concreto (ver "Una visita fastidiosa") cuál era la prudencia que le aconsejaba manifestarse abiertamente contrario a la visita de "un laureado escritor ruso" pero sin decir en ningún momento que se trataba de Alexander Solzhenitsyn. Seguro que entonces ese silenciamiento no sólo tenía algún tipo de lógica sino que la supimos ver y la celebramos como un guiño cómplice, por más que ahora mismo no se me ocurra a qué estábamos jugando unos y otros.

O por decirlo de otro modo: ahora que el tiempo  ha descontextualizado muchos de aquellos escritos, lo que surge como rédito de su lectura es una especie de sabiduría sutil, nada estridente ni impositiva, y que el propio Hortelano se encargaba de desmontar cada vez que temía haberse puesto trascendente. Sin ir más lejos, cuando califica de "filosofía de calendario" algún párrafo propio que consideró demasiado pomposo. No obstante,  su rechazo más radical a tomarse en serio a sí mismo lo perpetró en el libro donde fue precipitando lo más valioso de lo aprendido por él a lo largo de su vida, y que con un quiebro muy característico lo tituló Gramática parda. Pero quien pretenda ver en ese libro, asimismo editado por Luis Izquierdo en Lumen, un relato autobiográfico se equivocará, pues se trata de una obra literaria y no de un testimonio, con el agravante de que, encima, el autor era un maestro del disfraz entendido como estrategia para quitarse de en medio.

Su curiosidad era envidiable y por lo tanto sus focos de interés fueron tantos que resultan difíciles de catalogar, aparte de que tampoco su aproximación a muchos de ellos  era convencional. Y ahí está como muestra "El viaje de San Vito", donde el punto de referencia existencial para su reflexión sobre el espacio y el tiempo es la provinciana ciudad de Segovia. En lo referente a su celebrada facilidad para aproximar su escritura a la inmediatez coloquial resulta inevitable hacer mención a la celebérrima entrevista a Juan Benet sumariada en  "El valor del singular (una tarde)".

Pero donde él se sentía más en lo suyo era cuando hablaba de literatura, y de ahí que sean tan abundantes las entradas relativas a los escritores y sus obras, sus fobias y filias o sus fantasmagorías. Sin embargo, y por hacerse caso a sí mismo en alguna de sus (con perdón) normas, su forma de hablar de literatura era hacerlo "contando una historia y no haciendo un ensayo". Y muchas veces esa pasión por la narración le lleva a que la propia escritura se le convierta en un proceso narrativo en sí misma, y pongo como  ejemplo ese momento en que, con motivo de la muerte de Sartre, él se confiesa profundamente sartriano. Varias entradas más adelante insiste en hablar del filósofo francés, pero de pronto parece pensar que a lo mejor su ídolo ya está fuera de época y que él se está poniendo pesado, de manera que hace un alto en lo que iba a decir y alega: "Claro que interesarse por Sartre a estas alturas...". Casi es posible verlo pararse de nuevo para luego resolver ese momento de duda en la actualidad del maestro con una simple acotación de perro viejo, y pongo la frase desde su inicio para que se vea mejor:"Claro que interesarse por Sartre a estas alturas (que son las de siempre...).

Narrar lo narrado. La escritura como proceso y no como resultado final. Algo más adelante ofrece otro ejemplo de lo mismo pero dicho de otro  modo: "En mis tiempos (es decir, cuado yo no tenía noción del tiempo...)". Él lo llamaba filosofía de calendario y hay que leerle con un poco de atención porque si no pasa como con las hojas del aquél, que las vas arrancando día tras día y el día menos pensado se ha terminado el mazo y no te has enterado de nada.

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22 de septiembre de 2008
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Mis páginas preferidas

/upload/fotos/blogs_entradas/mis_pginas_preferidas_med.jpgRamón Menéndez Pidal

Editorial Gredos

Madrid

Quisiera creer que son innumerables los lectores del ámbito de la lengua española que consideran necesario asomarse de cuando en cuando a aquello que nos constituye. Pocos o muchos, a ellos va dirigido el relanzamiento que está llevando a cabo la Nueva Biblioteca Románica Hispánica, dirigida por Francisco Rico, y que se quiere heredera de aquella colección del mismo nombre fundada en 1950 por Dámaso Alonso y que él mismo dirigió.

Para esta reaparición al amparo de Editorial Gredos se han elegido cuatro títulos que, cada uno a su manera, sirvieron en su día para cimentar el inmenso prestigio de la colección. El primero es Poesía española, de Dámaso Alonso, un libro publicado en 1948 y que se había convertido en una rareza. Sus estudios sobre Garcilaso, Fray Luis de León, Quevedo,  Juan de la Cruz, Góngora o Lope de Vega son auténticos clásicos.  El Diccionario de términos filológicos, de Fernando Lázaro Carreter, y la Historia de la lengua española de Rafael Lapesa continúan siendo dos herramientas filológicas de primer orden.

El cuarto título seleccionado, sin duda alguna mi favorito, es Mis páginas preferidas, de Ramón Menéndez Pidal. Para la presente edición se ha conservado una nota preliminar en la que casi se puede escuchar a don Ramón refunfuñar por el hecho de que le obliguen a elegir unas -y por ende silenciar otras- de sus obras. Pero eligió, pese a todo, y dentro de su interés por los temas literarios se decantó por dos de sus temas favoritos, la poesía épica y el romancero, que tantos frutos le reportaron. Completan esa sección un estudio sobre el estilo de Santa Teresa y otro sobre El Quijote. Pese a que el título de la segunda parte pueda resultar algo preocupante, Temas lingüísticos e históricos, únicamente el primero de los cuatro estudios que incluye, llamado "Algo sobre el lenguaje", puede considerarse sólo apto para estudiosos. En los otros tres, "Páginas de historia antigua", "Páginas sobre la España imperial" y "Las dos Españas", se pone de manifiesto una característica de Ramón Menéndez Pidal que le distingue sobremanera de sus colegas. Y me refiero a la calidad de su prosa.

Si un estudioso que lo sabe todo sobre lo suyo encima posee una prosa de excepción, el resultado (el libro) es un milagro. A mí no me cabe duda de que, en lo referente a la prosa,  la obra cumbre de  Menéndez Pidal es La España del Cid, e invito a lector curioso a que lo hojee sin un propósito definido. Si tiene la suerte que le salgan al paso fragmentos como la descripción de cómo viajaba un caballero armado, o si puede seguirle la pista en sus peripecias al cinturón de la sultana (ya descrito en Las mil y una noches) el lector tendrá ocasión de comprobar por qué es posible hablar con tanto entusiasmo de la escritura de Menéndez Pidal. En las páginas escogidas, y salvo el ya mencionado estudio sobre el lenguaje, tanto en los trabajos sobre "España romana" como en las relaciones de "España con Sicilia" la lectura es una verdadera delicia. En cuanto a "Las dos Españas", un tema desgarrador para la generación del 98, la prosa no es amena, pero en cambio destila pasión  y lamento, pues ya parecía vislumbrar la que estaban tramando unos y otros en vísperas de 1936.

A los cuatro primeros lanzamientos ya se ha unido otro, en la persona de Marcelino Menéndez Pelayo. Su monumental  Orígenes de la novela (dos tomos de casi 800 páginas cada uno) se publicó entre 1905 y 1915. Desde entonces sólo se había reeditado una sola vez, entre 1940 y 1959, dentro de las obras completas publicadas por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas en 65 volúmenes. Pero ya está. Se acabó la penuria. Aunque, por si acaso, el lector avisado hará bien en ir acopiando los siguientes títulos que Gredos vaya dando a luz. Da lo mismo si no los lee ahora. Antes o después acabará visitándolos porque, como decía al principio, atesoran lo que nos constituye.

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17 de septiembre de 2008
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'Dietario voluble'

/upload/fotos/blogs_entradas/dietariovoluble2_med.jpgEnrique Vila-Matas

Anagrama

Barcelona, 2008

Lo dice el título, Dietario voluble. Y por si cupiera alguna duda, la propia editorial lo confirma: es un diario literario. Y a continuación insiste: "El libro abarca los tres últimos años (2006-2008) del cuaderno de notas personal de Enrique Vila-Matas": de manera que sus lectores habituales están de enhorabuena porque se trata de un Vila-Matas en estado puro. Noticias y andanzas del autor, reflexiones, recuerdos y encuentros con amigos o desconocidos; personajes reales o de ficción, nuevas reflexiones y ocurrencias, viajes y enfermedades, un café tomado sin prisas en la terraza de un bar, un paseo por la calle de una ciudad europea o sudamericana, o lo que sea. Todo suma. Todo puede servir en tanto que material literario a condición de que se utilice como es debido, esto es, literariamente.

Sin embargo, y aunque se trata de un discurso fundamentalmente literario, no se desarrolla a la manera tradicional,  por ejemplo, mediante el viejo esquema del planteamiento, nudo y desenlace. Ni tampoco avanza en función del referente cronológico que cabría esperar de un diario en el que incluso se señalan los meses y años. Al no existir el factor tiempo, el desarrollo del discurso no es lineal sino espacial, pues se construye a fuerza de acumular elementos heterogéneos hasta crear un ámbito de significación muy expresivo y en cuyo interior incluso un mosquito puede alcanzar una resonancia que, en palabras del tandem  Gómez de la Serna + Vila-Matas, suena así: "menos mal que a los mosquitos no les ha dado por tocar el saxofón".

Quede claro que la cita pertenece a un párrafo en el que se ha empezado a hablar de las moscas y en el que, poco a poco, han ido apareciendo Augusto Monterroso y Cleopatra, más adelante Wittgenstein y Proust y finalmente el propio autor, que mientras escribe sobre los dípteros en un hotel de Cartagena de Indias de pronto recuerda un cuento de los hermanos Grimm en el que éstos preguntan si alguien ha oído alguna vez toser a las moscas. O sea que Gómez de la Serna + Vila-Matas no dejan de tener razón, pues sólo faltaría que a los mosquitos les hubiese dado por tocar el saxofón.

Según avanzo en la lectura de Dietario voluble, pongamos que allá por los meses de junio o julio de 2007, caigo en la cuenta de otra característica de la escritura de Enrique Vila-matas y que pese a ser muy notable apenas le ha sido reconocida. Y me refiero a lo siguiente: frente a las servidumbres y miserias de la vida, a toda persona inteligente y con capacidad de expresión le caben al menos dos formas posibles de reacción. Una, tomarse dichas servidumbres y miserias como una afrenta personal y responder con bajeza a las bajezas. Y otra, tomárselas con bonhommie y una cierta solidaridad, pues al fin y al cabo a todos nos han metido quieras que no en este tinglado y bastante hacemos con salir adelante lo más dignamente posible.

Y tampoco es que E. V-M no sea capaz de propinar un capón cuando la ocasión así lo impone, o que carezca de criterio para emitir un juicio severo si hace falta. Al contrario. Si conviene, propina correctivos y emite juicios severos. Pero la suya no es en absoluto de una prosa agresiva, ni una orgía de ajustes de cuentas y satisfacción de venganzas largamente rumiadas. Y ello es tanto más notable cuanto que, según ha ido publicando libros, la favorable respuesta suscitada le ha ido situando un poco más au-dessus de la mêlée (léase, por encima de la charca de ranas donde chapotea el común). O sea que, si le hubiera dado por ahí, ahora mismo podría ser un hijo de la grandísima de la peor especie. Y encima impunemente. Pero ha elegido no serlo y prefiere ejercer frente a la maldad humana una distancia fría y algo desdeñosa. Lo cual es muy de agradecer.

Y he aquí otro pequeño descubrimiento realizado al hilo de la lectura de Dietario voluble: si a algún incondicional de E. V-M le preocupaba la posibilidad de que el modelo de escritura adoptado pueda agotarse en un futuro más o menos próximo (al fin y al cabo él mismo habla de "viaje sin retorno" y asegura haber estado varias veces al borde del silencio) puede quedarse tranquilo porque, aparte de que podría seguir tal cual durante un largo trecho, hay varias alternativas posibles. Y el propio Vila-Matas apunta una muy prometedora por más que, como tiene por costumbre, lo haga casi de pasada y sin darle la menor importancia. Ocurre en la entrada correspondiente a enero de 2006. Tras una larga parrafada en la que muestra su acuerdo con las polémicas tesis de Alain Finkielkraut sobre el racismo en las banlieues  de París,  hace punto y aparte y abre un nuevo frente que dice:

"¿Y Sophie Calle? He aceptado su propuesta de escribirle una historia que ella luego tratará de vivir." Y sin más, pasa a deshacerse en alabanzas de la maravillosa oficina de correos que hay en la rue Littré, cerca de la rue de Rennes.

Sin embargo, y pese a la hábil cortina de humo destinada a borrar el rastro de lo dicho, la idea es una bomba y cabe imaginar lo que puede ocurrir si una serie de escritores afines se dedican a escribirse unos a otros biografías que encima pueden ser a dos y tres manos, sumando entre todos ocurrencias hasta completar unos proyectos de vida en los que, por fin, la trasgresión de las barreras entre realidad y ficción, vida y literatura o verdad y apariencia queden finalmente derribadas.  Vivo lo que me escriben y, mientras lo hago, escribo lo que otros vivirán mientras sueñan las vidas que ellos  les crearán a otros que, en el fondo, son mis criaturas porque surgieron  de mi sueño. Un lío. Pero como proyecto literario, suena prometedor. De momento cabría investigar en los escritos de Sophie Calle qué pasó mientras vivió la historia que Enrique Vila-Matas prometió escribirle. Ello en el caso de que él la escribiera o ella le pidiera que se la escribiese, porque con tantos disfraces y apariencias, y tanto engañar a la ficción con retazos de realidad, vaya usted a saber.

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15 de septiembre de 2008
Blogs de autor

'Tirana memoria'

/upload/fotos/blogs_entradas/tirana_memoria_med.jpgHoracio Castellanos Moya

Tusquets Editores. Barcelona, 2008

Las narraciones sobre dictaduras latinoamericanas ya son casi un género literario que cuenta además con modelos de tanta entidad como los creados por Miguel Ángel Asturias, Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa, entre otros muchos. Novelas como Tirana memoria (la historia de los últimos días de un dictador salvadoreño apodado "el Brujo" y que al final de la II Guerra Mundial afligió la vida de sus conciudadanos hasta ser derribado por un golpe de Estado seguido de una huelga general) demuestran que el viejo tronco no está del todo agotado y que sigue sacando tallos saludables.

En Tirana memoria el registro de los sucesos se lleva a cabo a través del minucioso diario de Haydée de Aragón, una dama perteneciente a las clases dirigentes y cuyo esposo, Pericles Aragón, es un ex diplomático reconvertido en periodista de mucha influencia pero que ha sido encarcelado por orden del dictador. Un inconveniente de narrar mediante un diario es la previsibilidad, pues los sucesos se registran cronológicamente y según los va conociendo el autor; pero en cambio el diario ofrece la ventaja de la espontaneidad: la escrupulosa Haydée no sólo anota con todo detalle las visitas a su marido - incluidos los menús de las comidas que comparte diariamente con él en su celda de detención, o las gestiones que realiza con amigos y familiares influyentes - si no que reseña también los actos sociales a los que asiste, dejando constancia de la indumentaria elegida para el momento o el regalo que aporta si es un cumpleaños. También concede gran importancia a sus misas y confesiones, y todavía más a las preocupaciones que le causan sus hijos, dos de ellos casados con suerte desigual, y el pequeño, un tarambana en edad universitaria. Sabemos incluso de las visitas al salón de belleza para estar preparada no vaya a ser que de pronto se produzca la liberación del esposo y la pille desprevenida.

Es decir, que en principio podría ser el relato de una de esas pugnas políticas puramente formales y en las que él "deja ya de una vez el sillón porque ahora me toca mandar a mí" se desarrolla siguiendo un ritual escrupulosamente establecido: salida de las tropas a la calle, presencia de tanques en la plaza mayor de la capital, toma de las sedes de los principales medios de comunicación y difusión de encendidos comunicados patrióticos. Al final lo decisivo es la intervención del embajador norteamericano dejando saber si da la venia a los golpistas o no, en cuyo momento entra en función un mecanismo de desenlace también ritualizado. Si no ha habido gran derramamiento de sangre, los vencedores acuerdan un nuevo reparto del poder y los vencidos se exilian con discreción. Desgraciadamente hacer la Revolución no es lo mismo que tejer un mantel (ya lo decía el viejo Mao en El libro rojo) y casi siempre quedan algunas pocas víctimas tiradas en la calle. Son los llamados costos subsidiarios y si éstos no sobrepasan un número determinado son obviados como algo irrelevante y el golpe se denomina incruento.

Pero los aficionados al género saben -y también cualquier lector atento a la actualidad contemporánea- que en ocasiones uno o los dos bandos se pueden extralimitar en sus respectivas representaciones, en cuyo caso el ritual sucesorio presuntamente inofensivo terminará en una masacre brutal. En el caso de Tirana memoria, como el autor sabe que el lector sabe, desde el primer momento se establece un juego tan perverso como creativo y que aparte de revalorizar la narración constituye una de sus aportaciones más estimables. Dicho juego consiste en que cuanto más se prolonguen el desfile de frivolidades sociales, o la pormenorizada relación de las pequeñas fatigas de una familia adinerada y sus allegados, mayor será el horror que mientras tanto el lector habrá ido computando por su cuenta a costa del baño de sangre seguido del consabido cortejo de detenciones, torturas y ejecuciones que tendrán lugar cuando fracase el golpe. Porque el golpe fracasará, piensa el lector alertado por los pequeños indicios que el autor le va suministrando, un poco de la misma manera que en las novelas de detectives los indicios sobre la identidad del asesino están a la vista, quedando como responsabilidad del lector interpretarlos correctamente.

Hay una segunda línea narrativa que se canaliza a través de las andanzas de dos golpistas en fuga: Clemen, el hijo mayor de los Aragón, y Jimmy, el hijo militar de la prima Angelita. Sorprendentemente, y pese que están condenados a muerte y son objeto de una caza a escala nacional, ellos son los encargados de poner la vena cómica al relato. El ritmo se hace de pronto casi cinematográfico y lo relatado toma un aire de farsa y disparate que contrasta vivamente con los momentos angustiosos que ellos están viviendo, así como también todos cuantos en mayor o menor medida han apoyado el golpe de Estado y están siendo víctimas de la represión.

Cabría discutir la pertinencia de esos insertos cómico-trágicos y la irrupción repentina de un lenguaje y una imaginería muy cerca del cómic. A mí, personalmente no me molestan, aunque entiendo que a determinados lectores le parecerán una ruptura demasiado brusca con el corpus principal del relato. /upload/fotos/blogs_entradas/horacio_castellanos_moya_med.jpgPero lo que no me deja la menor duda acerca de su inutilidad es la tercera línea narrativa que aparece hacia el final. Han transcurrido casi treinta años desde los sucesos anteriores y el nuevo narrador, en sólo una cincuentena de páginas, traza un apresurado bosquejo de las últimas peripecias vitales de los principales personajes de Tirana memoria. Puesto a justificar tan extemporánea intromisión se me ocurre que quizás se trata de un guiño para iniciados y dirigido por tanto a los lectores de dos novelas de Horacio Castellanos y que no he tenido ocasión de leer, Desmoronamiento y Donde tú no estés.

Ambas están escritas con anterioridad a Tirana memoria pero cronológicamente son posteriores y al parecer pueden considerarse unas ramificaciones de los avatares de la familia Aragón. No lo sé. Pero, en tanto que lector sin antecedentes, pienso que el añadido resta más de lo que suma a este relato que por otra ya estaba satisfactoriamente resuelto cuando la fiel Haydée, en las últimas entradas de su diario, daba cuenta de la victoria de la huelga general y la caída del dictador aquí conocido como "el Brujo" o "el brujo nazi" y que en la historia real de El Salvador bien podría ser el general Maximiliano Hernández Martínez. Aunque lo mismo da porque podría ser cualquiera de los muchos dictadores que con tanta frecuencia surgen en Latinoamérica y que tan fértiles resultan para los escritores, a condición de que éstos no sufran de lleno las brutalidades que todo tirano lleva a cabo para conservar el poder.

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12 de septiembre de 2008
Blogs de autor

'El Ebro'

/upload/fotos/blogs_entradas/el_ebro_med.jpgPedro Cases

Península

Barcelona, 2008.

Este es uno de esos libros que deberían ser de lectura obligada. Aunque bueno, tal vez exagero porque lo de la obligatoriedad quizá podría poner al autor en una posición embarazosa. En cualquier caso, merecería al menos una amplia difusión. Primero porque un tipo que decide recorrer a pie los cerca de mil kilómetros que hay entre el nacimiento y la desembocadura del Ebro se ha ganado el que le presten una cierta atención cuando pase a relatar lo que ha visto a lo largo de tan prolongado camino. Y segundo porque su lectura quizás contribuiría a mitigar esa odiosa mentalidad atrabiliaria y usurpadora que provocan los ríos, y que tanto perturba la convivencia social.

Un ejemplo expresivo de esa mentalidad a la que me refiero es la imagen de la virgen del Pilar que alguien ha tenido la ocurrencia de colocar, con su columna y todo, en el nacedero del río en Fontibre. Porque el Ebro, por si alguien tenía alguna duda, es aragonés, y qué mejor forma de afirmar su aragonesidad que plantar una imagen del Pilar en plena provincia de Santander. Que las restantes comunidades vertebradas en mayor o menor medida por el Ebro (esto es, además de Aragón, Cantabria,  La Rioja, Navarra y Cataluña)  manifiesten un similar sentimiento de propiedad, o que incluso hayamos asistido a intentos más o menos encubiertos o explícitos de nacionalizar los respectivos tramos del río son otra prueba más de esa mentalidad acaparadora e insolidaria que tan conveniente sería erradicar.  Cabe decir a este respecto que la editorial, Península, ha elegido como portada del libro una fotografía del Ebro discurriendo mansamente a los pies del Templo del Pilar. Pero tampoco es cuestión de cargar sacar conclusiones extemporáneas. A lo mejor el editor sólo deseaba rendir un pequeño homenaje al autor, Pedro Cases, que es de Zaragoza aunque radicado en Madrid.

Uno de los muchos efectos que la lectura de este libro podría tener en los lectores demasiado apegados a su terruño es la pérdida de algunos de sus tópicos más arraigados. El Ebro es uno y es múltiple. Unas veces ha sido él quien ha tallado el paisaje y otras muchas ha sido el paisaje quien lo ha conformado a él. A veces se muestra joven e impetuoso y a veces cansino y avejentado. En determinados puntos es una auténtica bendición y una fuente inagotable de riqueza, pero unos pocos kilómetros más abajo quizá puedan verse todavía los destrozos que provocó la última vez que se salió de madre. Las profundas gargantas que se han visto obligado a tallar para salir del laberíntico sistema Cantábrico contrastan casi dolorosamente con los gigantescos meandros que dibuja al atravesar la parte baja de Los Monegros, una zona tan llana que ha propiciado la creación de inmensos pantanos en los que el agua languidece mortecina entre pedruscos y secarrales. Pero por encima de todo, y dentro de su fantástica variedad, el Ebro es una entidad única y vertebradota, y que ha ejercido y ejerce todavía una influencia decisiva en la economía y la configuración social y política de las poblaciones esparcidas en los 85.362 km2 que ocupa actualmente su cuenca hidrográfica. Tratar de imponer  cualquier particularismo local sobre tan avasalladora totalidad es, además de cerril, claramente injustificable.

Pero se impone una aclaración: en modo alguno quisiera transmitir la  sensación de que el autor haya escrito su libro enfebrecido por la necesidad de emprender una cruzada contra las ideas atrabiliarias, o que avance de región en región decapitando tópicos y disparates a mandobles como si fuera un Cid justiciero. Nada más lejos de su intención. Él va a lo suyo, que es sobrevivir a las acechanzas del camino, asegurarse un techo para la noche y tratar de culminar los veinte kilómetros diarios que se ha impuesto como jornada, procurando de paso no perderse los valores paisajísticos, históricos o artísticos que van saliéndole al paso. Lo que ocurre es que acompañar a alguien que está atravesando a pie tantísimo paisajes y poblaciones da tiempo de sobra para pensar y desarrollar muchas de las  ideas y noticias reseñadas por el autor en su papel de testigo ocasional.

Al mismo tiempo, y de paso que se combaten usurpaciones fluviales sin ninguna base plausible,  también se ven confirmadas algunas ideas generalizadas pero refrendadas por la realidad. Así, por ejemplo, sería dejar atrás Miranda de Ebro y adentrarse en la Rioja resiguiendo los grandes meandros que por allí traza el Ebro y no hablar de las viñas y el vino que caracterizan ese paisaje riojano tan alabado por su buen gobierno. O, llegados a Tudela, cómo no empantanarse con esa obra magna de la Ilustración que es el Canal Imperial de Aragón, con la majestuosa presa para la toma de agua, la casa de compuertas y el reformado palacio de Carlos V. O cómo no rendir tributo al propio canal, obra de Ramón de Pignatelli y único vestigio que resta de la ambiciosa iniciativa de Santos Ochandátegui, el arquitecto vizcaíno afincado en Navarra y que pretendía unir el Cantábrico con el Mediterráneo enlazando el Ebro con los cauces de los ríos Aragón, Arga, Araquil y Araxes, al que se accedería gracias a un gigantesco túnel que permitiría llegar a Lasarte-Oria, ya en  el País Vasco. Casi da pena cuando el autor pierde de vista a tan disparatado vestigio y lo deja avanzando  por las tierras que el propio canal fertiliza hasta adentrarse en Zaragoza, donde devolverá las aguas al gran río.

Y podrá parecer que no, pues para entonces llevamos leídas más de trescientas páginas, pero desde la capital de Aragón todavía queda un largo trecho hasta la desembocadura, sobre todo para alguien que va  a pie. Y si tanto insisto en esa forma de desplazamiento es porque de ella se desprende el verdadero carácter del libro. La dificultad del camino, el cansancio, la soledad o los achaques físicos del caminante están siempre presentes, y en muchas ocasiones son tan impositivos que borran todo lo demás. Y quienes acostumbren a hacer a pie largos desplazamientos (tipo Camino de Santiago y demás) habrán vivido sin duda muchas veces ese momento en que uno cambiaría gustoso la historia, la cultura, el arte y la visión del ave o el paisaje más bello por un simple bocadillo, o por la posibilidad de sentarse a fumar un cigarrillo a la sombra y con los pies sumergidos en el agua.

Pero la poderosa presencia del río es un continuo, es el curso que impulsa el caudal de sentimientos y percepciones y estados de ánimo que constituyen todo viaje. En su día, al autor no le fue fácil descender desde Peñalabra hasta el Delta. Y tampoco al lector le resultará sencillo seguir tan laboriosa aventura desde su cómoda atalaya. Y, sin embargo, una vez avistado el mar, el autor y el lector dan por finalizado el empeño con la seguridad de haber culminado una gesta notable, en el curso de la cual tienen asimismo la seguridad de haber crecido en edad y sabiduría.  

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10 de septiembre de 2008
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