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'Tirana memoria'

Por 12 de septiembre de 2008 Sin comentarios

Javier Fernández de Castro

/upload/fotos/blogs_entradas/tirana_memoria_med.jpgHoracio Castellanos Moya

Tusquets Editores. Barcelona, 2008

Las narraciones sobre dictaduras latinoamericanas ya son casi un género literario que cuenta además con modelos de tanta entidad como los creados por Miguel Ángel Asturias, Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa, entre otros muchos. Novelas como Tirana memoria (la historia de los últimos días de un dictador salvadoreño apodado "el Brujo" y que al final de la II Guerra Mundial afligió la vida de sus conciudadanos hasta ser derribado por un golpe de Estado seguido de una huelga general) demuestran que el viejo tronco no está del todo agotado y que sigue sacando tallos saludables.

En Tirana memoria el registro de los sucesos se lleva a cabo a través del minucioso diario de Haydée de Aragón, una dama perteneciente a las clases dirigentes y cuyo esposo, Pericles Aragón, es un ex diplomático reconvertido en periodista de mucha influencia pero que ha sido encarcelado por orden del dictador. Un inconveniente de narrar mediante un diario es la previsibilidad, pues los sucesos se registran cronológicamente y según los va conociendo el autor; pero en cambio el diario ofrece la ventaja de la espontaneidad: la escrupulosa Haydée no sólo anota con todo detalle las visitas a su marido – incluidos los menús de las comidas que comparte diariamente con él en su celda de detención, o las gestiones que realiza con amigos y familiares influyentes – si no que reseña también los actos sociales a los que asiste, dejando constancia de la indumentaria elegida para el momento o el regalo que aporta si es un cumpleaños. También concede gran importancia a sus misas y confesiones, y todavía más a las preocupaciones que le causan sus hijos, dos de ellos casados con suerte desigual, y el pequeño, un tarambana en edad universitaria. Sabemos incluso de las visitas al salón de belleza para estar preparada no vaya a ser que de pronto se produzca la liberación del esposo y la pille desprevenida.

Es decir, que en principio podría ser el relato de una de esas pugnas políticas puramente formales y en las que él "deja ya de una vez el sillón porque ahora me toca mandar a mí" se desarrolla siguiendo un ritual escrupulosamente establecido: salida de las tropas a la calle, presencia de tanques en la plaza mayor de la capital, toma de las sedes de los principales medios de comunicación y difusión de encendidos comunicados patrióticos. Al final lo decisivo es la intervención del embajador norteamericano dejando saber si da la venia a los golpistas o no, en cuyo momento entra en función un mecanismo de desenlace también ritualizado. Si no ha habido gran derramamiento de sangre, los vencedores acuerdan un nuevo reparto del poder y los vencidos se exilian con discreción. Desgraciadamente hacer la Revolución no es lo mismo que tejer un mantel (ya lo decía el viejo Mao en El libro rojo) y casi siempre quedan algunas pocas víctimas tiradas en la calle. Son los llamados costos subsidiarios y si éstos no sobrepasan un número determinado son obviados como algo irrelevante y el golpe se denomina incruento.

Pero los aficionados al género saben -y también cualquier lector atento a la actualidad contemporánea- que en ocasiones uno o los dos bandos se pueden extralimitar en sus respectivas representaciones, en cuyo caso el ritual sucesorio presuntamente inofensivo terminará en una masacre brutal. En el caso de Tirana memoria, como el autor sabe que el lector sabe, desde el primer momento se establece un juego tan perverso como creativo y que aparte de revalorizar la narración constituye una de sus aportaciones más estimables. Dicho juego consiste en que cuanto más se prolonguen el desfile de frivolidades sociales, o la pormenorizada relación de las pequeñas fatigas de una familia adinerada y sus allegados, mayor será el horror que mientras tanto el lector habrá ido computando por su cuenta a costa del baño de sangre seguido del consabido cortejo de detenciones, torturas y ejecuciones que tendrán lugar cuando fracase el golpe. Porque el golpe fracasará, piensa el lector alertado por los pequeños indicios que el autor le va suministrando, un poco de la misma manera que en las novelas de detectives los indicios sobre la identidad del asesino están a la vista, quedando como responsabilidad del lector interpretarlos correctamente.

Hay una segunda línea narrativa que se canaliza a través de las andanzas de dos golpistas en fuga: Clemen, el hijo mayor de los Aragón, y Jimmy, el hijo militar de la prima Angelita. Sorprendentemente, y pese que están condenados a muerte y son objeto de una caza a escala nacional, ellos son los encargados de poner la vena cómica al relato. El ritmo se hace de pronto casi cinematográfico y lo relatado toma un aire de farsa y disparate que contrasta vivamente con los momentos angustiosos que ellos están viviendo, así como también todos cuantos en mayor o menor medida han apoyado el golpe de Estado y están siendo víctimas de la represión.

Cabría discutir la pertinencia de esos insertos cómico-trágicos y la irrupción repentina de un lenguaje y una imaginería muy cerca del cómic. A mí, personalmente no me molestan, aunque entiendo que a determinados lectores le parecerán una ruptura demasiado brusca con el corpus principal del relato. /upload/fotos/blogs_entradas/horacio_castellanos_moya_med.jpgPero lo que no me deja la menor duda acerca de su inutilidad es la tercera línea narrativa que aparece hacia el final. Han transcurrido casi treinta años desde los sucesos anteriores y el nuevo narrador, en sólo una cincuentena de páginas, traza un apresurado bosquejo de las últimas peripecias vitales de los principales personajes de Tirana memoria. Puesto a justificar tan extemporánea intromisión se me ocurre que quizás se trata de un guiño para iniciados y dirigido por tanto a los lectores de dos novelas de Horacio Castellanos y que no he tenido ocasión de leer, Desmoronamiento y Donde tú no estés.

Ambas están escritas con anterioridad a Tirana memoria pero cronológicamente son posteriores y al parecer pueden considerarse unas ramificaciones de los avatares de la familia Aragón. No lo sé. Pero, en tanto que lector sin antecedentes, pienso que el añadido resta más de lo que suma a este relato que por otra ya estaba satisfactoriamente resuelto cuando la fiel Haydée, en las últimas entradas de su diario, daba cuenta de la victoria de la huelga general y la caída del dictador aquí conocido como "el Brujo" o "el brujo nazi" y que en la historia real de El Salvador bien podría ser el general Maximiliano Hernández Martínez. Aunque lo mismo da porque podría ser cualquiera de los muchos dictadores que con tanta frecuencia surgen en Latinoamérica y que tan fértiles resultan para los escritores, a condición de que éstos no sufran de lleno las brutalidades que todo tirano lleva a cabo para conservar el poder.

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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