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Bienvenidos a las elecciones

Por 12 de septiembre de 2008 Sin comentarios

Héctor Feliciano

Saludos. Algunos, espero, me recordarán. Escribía el blog desde Nueva York en la época inicial de El Boomeran(g). Lo conservé seis meses y, luego, por razones de tiempo, tuve que ausentarme. Hasta el día de hoy.

En esta nueva versión, a petición de Basilio Baltasar, me encontraré, con los que quieran leerme, comentándoles, tres veces por semana, las elecciones presidenciales estadounidenses, hasta los alrededores del cuatro de noviembre, fecha en que se vota, aquí, en los Estados Unidos. Hoy, me extenderé un poco más de lo que acostumbraré, pues es mi día de bienvenida y de explicaciones.

Contrariamente a las elecciones en muchos de nuestros países en los que una buena mayoría de los votantes vota, en los Estados Unidos, solamente participa cerca del 50% de los que tienen edad de votar. Lo que significa, que, en elecciones tan competidas como las de los años 2000 y 2004, el presidente es electo solamente por alrededor del 26% de los electores habilitados. Esto, en el país que se autodenomina la más eficaz y entusiasta democracia del mundo.

Para las fechas en que escribo, tanto Obama como McCain ya seleccionaron a su compañero para la vicepresidencia y ya, concluyeron los circos televisados e hipercomentados de los congresos de los dos partidos. Ahora, sólo falta la recta final de dos meses hasta llegar a las elecciones.

Los hispanos o los latinos, como quiera llamársele, jugarán un papel importante en éstas. Se les considera la primera de las minorías, unos 37 millones, mayor que los 36 millones de negros o los 14 millones de asiáticos, aunque no todos los latinos votarán, pues solamente una parte posee oficialmente la nacionalidad estadounidense. El resto, los llamados inmigrantes ilegales, no contarán en estas elecciones. De hecho, si cuentan será solamente para atemorizar a otros electores no hispanos, con temibles historias de robo, de terrorismo, de asesinatos.

Encuentro que, en el extranjero, se habla poco de la diversidad cultural, política y geográfica, que existe dentro del electorado hispano. Y es enorme.

En cuanto a su origen, más de la mitad de los latinos son de origen mexicano. Masivamente, pues se trata de unos 20 millones. Pueblan, sobre todo, los estados del oeste y del suroeste, más que nada Tejas y California, regiones de gran capacidad industrial y agrícola, colindantes con la frontera con México. Luego, en el noreste, en los estados de Nueva York, Nueva Jersey, Connecticut y Massachussets, viven unos tres millones de origen puertorriqueño y casi un millón de origen dominicano.

Hablo de orígenes nacionales pues, contrariamente al mito propagado tanto en España como en América Latina, sólo un pequeño porcentaje habla el castellano diariamente. Y, mientras más tiempo permanezcan en este país, lógicamente, menos lo hablarán.

En el sureste, concentrados en el estado de Florida, se encuentran poco más de un millón de personas de origen cubano. Los hispanos se identifican mayoritariamente con el Partido Demócrata, el partido que, desde el siglo XIX, se ha ocupado de los inmigrantes tan pronto como pisan suelo estadounidense.

La excepción a esta regla son los cubanos que votan, en su inmensa mayoría, por candidatos republicanos y aunque no pasan del millón de electores, poseen, a veces, la clave electoral del estado de Florida, lo que les permite dictar, casi por sí solos, la política estadounidense hacia Cuba. Los cubanos son refugiados políticos y no inmigrantes por razones económicas. Su voto republicano es producto directo de la Guerra Fría y, sobre todo, de lo que muchos de ellos consideran la traición del presidente Kennedy, un presidente demócrata, durante la invasión de Bahía de Cochinos.

Del resto, los colombianos, los salvadoreños, los nicaragüenses, los argentinos o los venezolanos, se cuentan solamente decenas o centenares de miles y muchos no poseen aún la nacionalidad. No olvido a los españoles, pero éstos son demasiados pocos como para contar como grupo asentado en alguna región con sus tendencias políticas.

Por primera vez, McCain ha despuntado en las encuestas por unos cuatro puntos. Tanto el campo de Obama como el de McCain sabe que el voto latino podrá determinar el resultado de las elecciones en algunos de los estados y, por lo tanto, determinar las elecciones presidenciales. Hasta ahora, según las encuestas, dos terceras partes o más de los hispanos votarán por Obama y los candidatos demócratas, pero dos elementos nuevos en estas elecciones podrían venir a trastocar ese tradicional apoyo. Primeramente, la raza de Obama ha ido jugando un papel de importancia entre los electores hispanos. Las dos minorías, la hispana y la negra, nunca se han llevado completamente bien. Y, casi sin falta, en las primarias demócratas los hispanos votaron masivamente por Hillary Clinton. Está por verse si esos mismos electores, por motivos de raza, se trasferirán directamente a Obama o no, pues, pocos lo admitirán, pero el racismo es un subtexto en estas elecciones. El segundo factor es la irrupción de la candidata a vicepresidenta Palin.

¿Por qué tiene importancia?, porque la sorpresa de la campaña nacional, que ha tomado a republicanos y demócratas por igual, fue la presentación de Palin. A dos semanas de realizado, se sigue hablando mucho de ella. Ha logrado electrificar a la base conservadora y ultraconservadora republicana, que hasta ahora no simpatizaba enormemente con McCain, y con su aire de mamá activa, de cazadora individualista, de antiabortista practicante como madre de un bebé con el sindrome de Down, de gobernadora reformista, estrictísimamente religiosa y de convencida de que la guía Dios por su vida, ha causado sensación trayendo la llamada guerra cultural de vuelta a las elecciones. McCain y Palin intentan ganarse a los electores de Hillary, sobre todo a los obreros y a las mujeres. No se debe olvidar que muchos latinos son, además de obreros o de clase media tenue, católicos practicantes y, por lo tanto, el tema del aborto los toca de cerca. Y, si la exacerbación llegase hasta cierto punto, el tema los puede hacer cambiar de parecer político. Además, la idea del individualismo contra el Estado está muy arraigada en los Estados Unidos y la de la religión como salvaguarda contra una sociedad supuestamente desalmada, también.

En los próximos días veremos lo que nos dicen las encuestas sobre la permanencia del rebote de los congresos y de la candidatura de Palin. Podremos observar qué es duradero y qué es temporal. En las semanas siguientes, intentaremos observar muchas otras cosas; entre ellas, explicar por qué cuenta tanto aquí no el voto nacional acumulado sino el voto estado por estado. Continuaremos. 

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Héctor Feliciano

Héctor Feliciano es puertorriqueño y actualmente escribe desde Nueva York, para los diarios El País y Clarín y la revista de crónicas Etiqueta Negra. Ha sido corresponsal cultural en Europa para los diarios The Washington Post y Los Angeles Times. Residió en París por más de dieciocho años, en donde ejerció, además, como redactor en jefe de World Media Network, una agrupación de diarios europeos. También trabajó como consejero artístico en la Oficina de Asuntos Culturales de la Alcaldía de París. Es, además, maestro del Taller anual de reportería e investigación cultural de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, fundada por Gabriel García Márquez. Con su libro, El museo desaparecido -la conspiración nazi para robar las obras maestras del arte mundial, obtuvo la beca del National Arts Journalism Fellowship Program (NAJP), otorgada por la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia en Nueva York. Feliciano dedicó más de ocho años de investigación a rastrear la historia del saqueo de arte por los nazis y ubicó más de dos mil obras de arte desaparecidas desde la guerra, en museos, galerías, colecciones privadas y casas de subasta en Europa y los Estados Unidos. Desde la publicación del libro, miles de pinturas y otras obras han sido devueltas por museos y coleccionistas a sus propietarios legítimos. Feliciano ha sido miembro del Comité de expertos de la Comisión Presidencial de Bienes del Holocausto en los Estados Unidos. Es licenciado en Historia por la Universidad de Brandeis y tiene una maestría de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia y un diploma a nivel doctoral en Literatura Comparada de la Universidad de París.

Foto: L.M. Palomares

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