Marcelo Figueras
Pero entre todas las cosas tan valiosas como gratuitas que hemos hecho y hacemos, nos gustaría dirigir tu atención a una muy especial: la posibilidad que nos asiste -libre, ¡libérrima!- de amar al Otro.
A diferencia de las demás especies animales, los humanos no estamos obligados por el instinto a cuidar de alguien más allá de nosotros mismos. Los demás animales tienen instintos parentales, de manera inexorable. Suele decirse que los humanos los tenemos también, pero esto no es del todo cierto: a lo largo de tu vida conocerás seguramente muchos padres y madres desatentos, fríos, negligentes; la sociedad en que vivimos, que alienta el individualismo hasta niveles criminales, propicia cada vez más estas tristes experiencias. Existen asimismo especies animales que exhiben instintos comunitarios, y que por ende se conectan, protegen y son protegidos por animales que no son ni su pareja ni sus padres. Los humanos tampoco gozamos de este privilegio. Es verdad que tendemos a agruparnos en tribus, poblaciones, ciudades, pero lo hacemos más por comodidad que por empatía con nuestros vecinos: es más práctico instalarse en un lugar con agua corriente que vivir en soledad y cargar agua desde el río.
Y sin embargo -ah, he aquí el más glorioso de los sin embargos-, existe gente que elige vivir y sentir de otra manera. Personas que no consideran al Otro como un peligro potencial, sino como un igual. Personas que no temen que el Otro las niegue -no son tan inseguras-, y en consecuencia no intentan negarlo también para autoafirmarse. Muy por el contrario, lo consideran una posibilidad: de abrirse a una experiencia nueva, de aproximarse a la mejor versión de uno mismo. Nadie debería decir ‘es mi naturaleza’ cuando obedece a la peor parte de sí, como hace el escorpión de la fábula. Por el contrario, debería decirlo tan sólo cuando reconoce un error propio y cambia de actitud, o cuando tiene un gesto generoso, o cuando ama sin esperar nada a cambio. Esa es nuestra naturaleza -o no lo será ninguna otra.
Hace mucho, pero mucho tiempo que gente más lúcida que tus padres entendió cuál es el verdadero diferencial humano, aquello que nos distingue de otras sucursales del fenómeno vital. No nos referimos a los pulgares oponibles, ni al tan discutible raciocinio. Si algo expresa la singularidad de nuestra especie es su capacidad de amar al Otro, de respetarlo, de atender a sus necesidades, aun cuando nada en el mundo parezca recomendar la conveniencia de semejante acto. Ningún otro animal puede hacer algo parecido. En este universo deslumbrante, no existe nada más parecido al infinito que la capacidad del corazón humano para sentir y expresar afecto.
Amarás a tu prójimo como a ti mismo, dicen que dijo alguien alguna vez. O para ponerlo de un modo más práctico y menos pasible de ser acusado de lirismo: no hagas a otro lo que no te gustarían que te hicieran. O si preferís, por la positiva: tratá de hacer a los demás lo que te gustaría que te hicieran. Más claro, imposible.
Ser mala gente no cuesta nada, sólo hace falta imitar al resto. La imitación repetida ad infinitum no inspira a nadie. Pero ser buena gente inspira, como sólo lo hacen las decisiones tomadas con absoluta libertad.
Ojalá decidas pasar por esta vida creando belleza.
Creo que ya te dijimos todo lo que consideramos importante. Eso sí, a tu padre le gustaría agregar algo más a riesgo de incurrir en autoplagio. Son unas palabras que escribió para una película que espera haber dirigido ya, cuando estés en condiciones de leer estas líneas. En su momento las concibió pensando en tus hermanas, pero también se te aplican. Se trata de cosas que no nos gustaría que te perdieras:
‘Tené más amigos que ropa. Descubrí a Los Beatles. Leé libros de Dickens, que escribe sobre chicos que la pasan mal y a pesar de todo no dejan de ser buena gente. Cantá todos los días. Probá el dulce de leche y el buen vino. Si alguien te insiste para que le tengas bronca a otra persona, o que la desprecies, desconfiá. Aprendé a andar a caballo. Cuando te pidan algo, nunca cierres la mano. Cuando hables, mirá siempre a los ojos; la verdad sale sola. Nadá todos los días. Por la plata no te preocupes, es papel y los papeles no valen gran cosa. Conocer gente, en cambio, vale mucho y nunca se devalúa. Viajá todo lo que puedas. Buscá a alguien que te quiera tanto como vos lo querés, y no aceptes nada por debajo de eso. Y nunca seas cruel, porque todos nos equivocamos alguna vez’.
Eso. Más o menos así.
Bienvenido a esta vida, Bruno.