Skip to main content
Escrito por

Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

Blogs de autor

Crónicas Ibéricas

Tras los pasos de George Borrow,

vendedor de biblias en el siglo XIX

David Fernández de Castro

Altaïr

Sabía con toda certeza que de un día a otro, qué vida esta, acabaría apareciendo sobre mi mesa de trabajo el libro en el que mi hijo David ha estado trabajando durante los cuatro últimos años. /upload/fotos/blogs_entradas/cronicasibericas_med.jpgA lo largo de ese tiempo han ido apareciendo periódicamente sobre mi mesa unos manuscritos cada vez más trabajados y maduros. Y hasta me he visto implicado en alguno de ellos, probablemente con mejor voluntad que acierto.

Ahora que puedo ver, tocar y oler el resultado de tan enorme empeño, no puedo por menos que recordar la vez que vi a Henry Moore hablar de su forma de esculpir una de sus obras. Y digo que le vi hablar porque se valía del rostro y el cuerpo entero para subrayar aquello que él, un hijo de minero, creía no estar expresando bien con la palabra. Hasta que dando una gran voz que atrajo la atención de todos los que estaban el hall del hotel del West End donde me había citado para la entrevista, me hizo un gesto de espera con aquellas manazas suyas como de descargador de muelle y subió a su habitación. Al volver traía consigo una vieja carpeta llena a reventar de bocetos, apuntes tomados en servilletas de pub, recortes de revistas y otros tesoros por el estilo. Y unas horrorosas fotografías en blanco y negro. Las había hecho su mujer porque también a ella le llamaba la atención cómo se desarrollaba un proceso de creación y había querido plasmarlo. En una se veía a Henry sentado en una silla y mirando atribulado un gigantesco pedrusco de mármol que casi ocupaba por entero el estudio. En la siguiente se veía a Henry, todavía más atribulado, mirando la piedra desde otro ángulo. En una posterior ya se había acercado y parecía estar arrancando con la uña una esquirla medio suelta. Y en las restantes se le veía atacar al pedrusco , primero armado de martillo y escoplo y luego valiéndose de las diferentes herramientas que sirven para picar, cortar, hendir o alisar la piedra.

"Lo importante es seguir las vetas que encuentres", decía señalando con aquel dedazo como de herrero una forma redondeada que surgía del mármol y que bien podría acabar siendo un hombro desnudo de mujer. El reto, decía, era encontrar un equilibrio entre las formas que él llevaba en la cabeza y las que iba encontrando en el mármol según perseguía hasta el final las vetas que iba poniendo al descubierto a martillazos.

Salvadas las obvias distancias, en el caso de un escritor que decide seguir los pasos de un tipo al que le dio por venir a España a vender biblias protestantes en plenas guerras carlistas (inglés tenía que ser), seguir una veta bien puede implicar subirse a un tren y luego empalmar con un autobús y luego con otro hasta llegar a Finisterre. Y a lo mejor el viaje ha merecido la pena porque allí hay un borroviano que se sabe hasta el último paso de Borrow en Galicia y te ofrece un tesoro. O bien acabas tomando el té en el palacio de los Medina-Sidonia en amable charla con la última descendiente de tan noble familia. Y que en vida fue tachada de roja para arriba, aunque probablemente se quedaría muy sorprendida de oírse llamar "veta".

Pero también llega el día en que, fatalmente, hace hora y media que esperas a un autobús y no pasa, y encima se pone a llover y se ha levantado un viento racheado que mete la lluvia incluso bajo un techado. Y ves pasar los coches y te sientes reflejado en las miradas de sus ocupantes que sólo ven, en esa tarde de perros, a un tipo refugiado bajo el techo y las mamparas de la parada de un autobús que ese día no ofrece servicio (algo que por allí sabe hasta el aldeano más garrulo), pero allí está el forastero, calándose como un tonto pese a tener el paraguas abierto. Y diciéndose a sí mismo, el tonto, qué se le habrá perdido a él en ese culo del mundo cuando encima la veta daba directamente contra un muro ciego.

Y de eso va el libro. O de eso van todos los libros. Y como decía el bueno de Henry mostrándome aquellas manos de uñas rotas y los dedos llenos de costurones y torcidos a fuerza de martillazos mal dirigidos, "te dejas las manos justamente para que no se note que te has dejado las manos y parezca que la escultura ya estaba en la piedra y tú sólo has tenido que retirar la ganga". Y es verdad. Lo que cuenta es el resultado y no el empeño. Y el resultado, por fin, ahí está. A disposición del que sienta curiosidad por saber de qué va eso de querer venderles biblias a los españoles en tiempos de guerra.

Leer más
profile avatar
10 de noviembre de 2008
Blogs de autor

Quijote e hijos

Julián Ríos

Galaxia Gutenberg

Quien lea sin sospechar una celada la sobrecubierta de Quijote e hijos se quedará con la impresión de que Julián Ríos está ofreciendo una recopilación de lecturas del Quijote realizadas por grandes escritores.

/upload/fotos/blogs_entradas/quijote_e_hijos_300_med.jpgY cuando digo grandes, y cito la mencionada sobrecubierta, estamos hablando de Thomas Mann, Machado de Assis, Arno Schmidt, Rayuela o Nabokov.

Debo decir que empecé a leer el libro con una cierta aprensión porque temía que fuera a pasarme lo mismo que me ha pasado siempre que alguien me ha regalado un disco con la versión novedosa, o  "muy personal", de una pieza que me resulta particularmente querida y que por ende la tengo muy oída. Las primeras audiciones suelen ser una lucha a brazo partido entre "mi" versión y la "novedosa", y sólo al cabo de unas cuantas broncas y rechazos -y sin llegar nunca a negar la versión con la que me he formado- empiezo a ver que tal vez la nueva tenga sus puntos de interés.

Hecho el necesario traslado, me estaba viendo pelear una tras otra con las lecturas realizadas por el elenco de escritores ya mencionados, y que difícilmente podrían armonizarse con la que yo vengo haciendo de don Quijote desde hace toda una vida. Pero no hay tal.

En estricta justicia, el único que de verdad habla de don Quijote es Thomas Mann por medio de un diario que escribió mientras releía el texto cervantino durante un viaje en barco a Nueva York. Las acotaciones de Mann dan pie a que intervenga Julián Ríos estableciendo concordancias y asociaciones de ideas con personajes que a él le son tan queridos como Nabokov, Shakespeare, Joyce y  muchos más. Pero ahí se acaban las lecturas cervantinas de los grandes nombres.

Una vez terminada la intervención de Mann -y que no resulta en absoluto conflictiva- los siguientes capítulos ya sólo tienen una relación muy tangencial con don Quijote. Pero una vez reajustado el tiro se disipa del todo la aprensión inicial y se puede proceder a la lectura de lo que de verdad hay, que  no es poco.

Porque hacer un repaso al Ulises de la mano de Julián Ríos  es un lujo. Ríos lleva toda la vida trabajando con Joyce y no me cabe duda de que sabe tanto de él como aquel Richard Ellmann al que Anagrama le publicó hace muchos años una gigantesca biografía en la que prácticamente le seguía la pista día a día al exilado irlandés como si de un Leopold Bloom se tratase. Quien haya leído a Joyce en su momento y luego se haya limitado a refrescar aquella proeza, va a descubrir un montón de aspectos del Ulises que ni sospechaba. Porque va de la mano de un experto.

Y lo mismo cabría decir de Arno Schmidt, un autor apenas conocido en España y al que en cambio Ríos conoce incluso en persona. O Machado de Assís, del que tampoco se puede decir que figure con frecuencia en las listas de los más vendidos.

Frente a lo que les pasa a los profesores -siempre tan preocupados por la opinión de sus compinches/competidores que no pueden hacer una simple afirmación sin abrumarte a fuerza de notas y citas de otras opiniones afines emitidas por eminencias intachables - cuando un escritor habla de otro escritor suele demostrar una soltura absolutamente creativa.  Una simple ojeada al texto sobre Thomas Mann permite ver a Ríos saltar cada pocas líneas de Tieck a Heine y de este a Jakob Wasserman, Antonio Machado, Goethe, Shelton, Sklovski o Hitler, aparte de que no va a tardar en tenérselas tiesas con Nabokov por afirmar que don Quijote le parece una "enciclopedia de la crueldad". Y Lolita qué, dirá Julián Ríos con evidente sarcasmo, para de inmediato comparar la suerte que Nabokov le reserva a esa pobre nínfula con la que Mann le ofrece a bello Tadzio de Muerte en Venencia.

Claro que lo mismo le pasa cuando, hablando de Arno Schmidt, en cuestión de unas pocas líneas  lo compara con Lewis Carroll y a ambos con Antón Chejov.  Schmidt, Carrol, Chéjov. Elemental, ¿no? Literatura de literatura, los autores de un autor. Qué hay de malo en ello.Y como digo, a la que se aprecia de qué va el libro, la lectura se hace mucho más relajada. Luego qué costaba decir claramente desde el primer momento la clase de libro que el lector está a punto de comprar.

Leer más
profile avatar
6 de noviembre de 2008
Blogs de autor

Obras literarias I y II

Álvaro Cunqueiro

Biblioteca Castro

Hubo una época en España -pongamos que fuera allá por las décadas de 1960 y 1970- en que resultaba casi imposible confeccionar un menú literario si el ingrediente Cunqueiro no figuraba en alguno de los platos elegidos.

Más adelante, cuando la dictadura se ablandó y empezaron a entrar autores extranjeros antes prohibidos, o aquí tuvieron lugar fenómenos como el boom de la novela latinoamericana y sus consecuencias, Álvaro Cunqueiro y otros de sus contemporáneos se fueron adentrando poco a poco en el limbo de los escritores con más prestigio que lectores.

/upload/fotos/blogs_entradas/lvaro_cunqueiro_1_med.jpgLa magnífica edición que la Biblioteca Castro presenta ahora de sus obras literarias va a permitir (re)descubrir a un hombre que fue poeta, novelista, colaborador infatigable de toda clase de periódicos y revistas, dramaturgo, gastrónomo, autor de guías y practicante de todo el resto de oficios que acaba ejerciendo en la edición y el periodismo quien pretende vivir de la pluma. Por lo tanto, sería excesivo esperar de un hombre que antes de desayunar a lo mejor ya se habría despachado a vuelapluma 15 o 20 páginas de encargo, que sus obras completas ofrezcan una calidad excelsa y sin altibajos.

En razón de lo cual, y en lo que a esta edición se refiere, quizás no sea mala idea intentar una primera aproximación mediante obras como Tertulias de boticas prodigiosas y escuela de curanderos, La otra gente o Las historias gallegas, esto es, una colección de narraciones breves,  semblanzas y retratos populares, un terreno en el que él se sentía cómodo y libre, y que permite entrar de lleno  en el Cunqueiro vivaz e imaginativo, enormemente culto y un punto surrealista, o al menos  con el descaro suficiente para pretender colarte como veraz la historia del hombre que volvió con figura de cuervo para impedir con sus graznidos que su viuda vendiera unas tierras, pero también el extraño caso del portugués que se encarnó en el zapato que le sobraba a un cojo, o el ojo clínico del curandero/veterinario capaz de diagnosticar -sin ni siquiera bajarse del tren- la causa de que a una cerda el aliento le oliera a rayos.

Quien salga reconfortado de esa primera toma de contacto y continúe con ganas de adentrarse aún más en Cunqueiro, hará bien en proseguir con obras como Merlín y familia, Las crónicas de Sochrante o Cuando el viejo Simbad vuelva a las islas, que son novelas, salvo que no tradicionales porque en ellas Cunqueiro se vale de  alguna figura relevante (por ejemplo Merlín y Simbad) o un lugar (Sochrante) para ofrecer un marco unitario a una serie de narraciones (aquí llamadas capítulos) que tienen principio y fin en sí mismas y que están más o menos emparentadas entre sí. /upload/fotos/blogs_entradas/lvaro_cunqueiro_2_med.jpgEn las restantes de las llamadas obras mayores, El hombre que se parecía a Orestes, Las mocedades de Ulises, Flores del año mil y pico de ave, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca o El año del cometa con la batalla de los cuatro reyes, etc,  la forma novela tradicional se alterna con la reiterada afición de Cunqueiro por las narraciones cortas y acumulativas, aparte de que si le da por ahí no desdeña en meter una pequeña pieza de teatro.

Y lo que se irá leyendo podrá atrapar más o menos al lector, pero en comparación con la clase de prosa que hoy en día se estila, la de Cunqueiro deslumbra por su limpieza y su precisión, y el riquísimo uso del castellano: sea cual sea la ocasión, o el ambiente que esté describiendo, el lenguaje se adapta a lo narrado, y por descontado que los objetos, las prendas de vestir y aun los sentimientos son los adecuados a cada situación. Con todo lo cual me parece estar queriendo rendir un modesto homenaje de admiración por el magnífico oficio de aquellos viejos escritores que parecían no dar una sola línea por perdida o que luchaban a muerte por obtener el dato preciso. Un ejemplo es  Baroja escribiendo al secretario de un ayuntamiento para que le confirme si desde la plaza de su pueblo se ve un monte determinado, o el propio Joyce pidiendo a la tía Josephine que fuese a comprobar si era cierto que había una mercería allí donde él la ponía en su Ulises. En el caso de Cunqueiro se da el valor añadido de que se movía con idéntica soltura por la Galicia rural que en la Grecia clásica, en la Bretaña medieval o en la Italia renacentista. Y hará mal quien no aproveche esta ocasión para enriquecer su biblioteca y, de paso, su espíritu.

Leer más
profile avatar
3 de noviembre de 2008
Blogs de autor

El día de hoy

Alejandro Gándara

Alfaguara

El día de hoy es el relato minucioso y extremadamente preciso de un día que comienza a las 7:20 de la mañana y termina a una hora imprecisa, aunque tardía, de esa misma jornada. /upload/fotos/blogs_entradas/el_dia_de_hoy_med.jpgPero no se trata de un día cualquiera, al menos no para Ángel Santiesteban, un hombre que de algún tiempo atrás viene provocando a los  acontecimientos para que hoy, precisamente hoy, no le quede más remedio que tomar una decisión trascendente [y sobre la que no pienso dar detalles porque, al menos en lo que al presente escrito se refiere, lo relevante es la necesidad de hacer y no la causa de dicha necesidad, que pertenece al terreno estrictamente novelístico].

El problema, o al menos uno de los problemas, es Goro, un adolescente muy movido y desorientado y que tiene a su vez sus propios problemas. Bien es verdad que en el fondo no le pasa nada que en mayor o menor medida no les pase a todos los adolescentes,  pero como es hijo suyo, Santiesteban se cree obligado a hacer algo a ese respecto. Hace algún tiempo que la madre encontró otro amor y se fue a probar suerte. Y él, el padre, es un jardinero sin trabajo que por aquellas cosas de la vida se ha encontrado sin comerlo ni beberlo teniendo a su cargo un hijo y un perro. Durante algún tiempo ha ido capeando la situación como ha podido hasta que, llegado un momento preciso (hoy), toma la decisión de darle a su vida, y de paso a la de todos, un buen golpe de timón.

Se trata, pues, de un relato aparentemente cotidiano acerca de una familia desestructurada pero como tantas. Lo verdaderamente distinto es el tratamiento que le da Alejandro Gándara, un escritor en plena posesión de los recursos narrativos y que, sin aspavientos ni alardes, sólo a base de rigor y buen hacer, obtiene un muy notable rendimiento a un material que en manos de otro escritor con menos garra e imaginación no resultaría especialmente prometedor.

Una vez metidos en faena, no deja de ser sorprendente que un hombre inmerso en una situación límite preste tanta atención a las gentes y las cosas del barrio durante el ritual paseo matutino con el perro; que se dedique a recorrer todos los mercados y supermercados del barrio pese a que no va de compras; que se meta en querellas absurdas con unos u otros, desde un pordiosero profesional a la bruja de su  vecina, todo ello sin ni siquiera prestar al menos un poco de atención a su situación laboral, que vaya desastre también: debe dinero a la seguridad social y al casero, no ha pagado desde hace semanas a la profesora particular del crío, los del parking le andan persiguiendo para que pague y en el peor momento se gasta la práctica totalidad del dinero que le queda de por vida en comprar unos percebes carísimos. Y por si fuera poco, a los escasos posibles clientes que le salen casi contra su voluntad les da un trato entre arrogante y desganado que, lógicamente, no le reporta ningún empleo. Ni qué decir tiene que al amigo bien situado y dispuesto a prestarle dinero le dará el mismo trato entre arrogante y displicente que a sus no-clientes. Por todo lo cual no es de extrañar que termine la jornada sin un duro, hasta el extremo de que antes de irse a la cama en ayunas le dará de cenar al perro lo único comestible que hay en la casa, un bocadillo de calamares. Pero con su chorrito de ketchup, eso sí.

Lo que ocurre es que después de pasar casi 24 intensas horas con ese elegante diseñador de jardines ideales en paro, al  llegar la noche el lector ya tiene toda clase de pistas para sospechar que no se trata simplemente de un calamidad buscando desesperadamente que le caiga el rayo que acabe con él de una vez, ni que sea un tipo torpón e incapaz de entender las leyes del mundo o que se haya estado entranando toda la vida para que un buen día (por ejemplo hoy) la vida se las dé todas de golpe y en el mismo carrillo. Qué va.  Al contrario. Precisamente porque se sabe incapaz de enfrentarse a esa situación que él mismo ha provocado, y cuya solución ya no admite demora, el taimado jardinero ha llevado a cabo una sutil maniobra  -una auténtica obra de arte- destinada a que sean los acontecimientos, y no él, los verdaderos responsables del (inevitable) desenlace. Como en toda tragedia. No fue él. Fue el destino. Pero lo dicho: sin alardes ni despliegues trepidantes. Con el solo apoyo de una prosa de gran solidez y solvencia, el relato se desarrolla en una suerte de crescendo  armónico y sin fisuras camino de su lógico fin.

Leer más
profile avatar
31 de octubre de 2008
Blogs de autor

Juan Negrín

Gabriel Jackson

Crítica

De entre todos los personajes que crearon y destruyeron la II República española Juan Negrín es una de sus figuras más brillantes, enigmáticas y, quizás justamente a causa de ello, la más controvertida. /upload/fotos/blogs_entradas/juan_negrn_med.jpgPero con un matiz: hasta hace muy pocos años, y salvo contadas excepciones, en realidad no había tal  controversia  porque la trayectoria política, profesional e incluso personal de Negrín era reducida a escombros por todos sin excepción. Todos. Con idéntica visceralidad. Juan Negrín. Qué personaje nefasto.

Desde los trabajos de historiadores como Juan Marichal y Manuel Tuñón de Lara hace años, a los más recientes de los profesores Enrique Moradiellos y Antonio Miralles, los esfuerzos por imponer la sensatez y presentar a Juan Negrín desde una perspectiva más acorde con la realidad han sido constantes. Pero no está resultando una tarea fácil. Ni siquiera el PSOE, pese a reconocer que fue uno de sus afiliados más señeros, acaba de saber qué hacer con él. Y los problemas que han tenido sus dirigentes a la hora de colgar su retrato en la sede central del partido en la calle Ferraz de Madrid es una muestra expresiva de su desconcierto.

La  biografía de Gabriel Jackson que ahora publica Editorial Crítica es un paso más pero muy importante, casi podría decirse que decisivo, en el camino hacia la recuperación de Juan Negrín. Y no cabe la menor  duda de que cualquier biógrafo futuro habrá de acudir una y otra vez a este trabajo del historiador norteamericano del que son de sobras conocidas su seriedad y su vasto conocimiento acerca de la España contemporánea. Pero no parece que estemos aún ante la biografía definitiva.

Y la razón es que la confusión y la controversia en torno a la obra y la circunstancia vital de Juan Negrín seguían siendo tan profundas en el momento ponerse a trabajar que Gabriel Jackson parece haber preferido ir desentrañando punto por punto los aspectos más controvertidos del biografiado en lugar de utilizar las etapas clásicas en la vida humana. Y el desarrollo  de los capítulos no deja lugar a dudas: Juan Negrín como persona; como científico; como político; como ministro de Hacienda; Negrín y la "desaparición" de Andreu Nin; su difícil relación con Indalecio Prieto y el lamentable enfrentamiento  final con éste, etc, etc. Se diría que  Gabriel Jackson ha querido sentar las bases para que futuros biógrafos puedan contar ya de una vez, y de corrido, quién fue Juan Negrín en lugar de enredarse a cada paso en la fatigosa tarea de deshacer entuertos y malentendidos. Y que no son pocos ni baladíes, ya que tradicionalmente se le ha acusado de hechos tan capitales como haber entregado la República a los comunistas, aparte de su protagonismo en episodios tan oscuros  como el  del "oro de Moscú";  o su empecinamiento en no reconocer la victoria de Franco ni siquiera después de la traumática rendición de Madrid.

Es evidente que las circunstancias en que Negrín hubo de llevar a cabo su quehacer político fueron terriblemente difíciles, pues transcurrieron en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, es decir, una de las peores catástrofes que podían ocurrirle a la civilización occidental. En cuyo caso, difícilmente podría esperarse de él una trayectoria serena, ecuánime y libre de contradicciones.

Pero a las lógicas dificultades de contar una vida en medio de acontecimientos tan excepcionales se añade otra que también es de difícil solución, y me refiero al hecho de que Juan Negrín nunca quiso defender su actuación, ni en vida ni de cara a la posteridad. Ni siquiera su archivo personal (no abierto a la investigación hasta hace pocos años y todavía no suficientemente estudiado) parece que guarde secretos o revelaciones sensacionales. Y tampoco se conserva lo más sustancial de su correspondencia personal, aunque bien es verdad que, junto a la ya mencionada desidia (¿o arrogancia?) de cara al futuro, un exilio bastante agitado no es la mejor garantía de supervivencia para un archivo.

En este sentido la biografía que ha realizado Gabriel Jackson, aparte de ser la clase de trabajo bien documentado y ecuánime que cabía esperar de él,  da ocasión a una lectura fascinante porque tanto la época como el personaje siguen ofreciendo un material extraordinario. Pero todavía es un retrato por acumulación, en el que la figura central se va perfilando a base de capas sucesivas. Quizá sea porque las heridas siguen sin haber cicatrizado todavía y se necesiten unos cuantos años más para que pueda hablarse de la II República y la Guerra Civil sin que sea como volver a revivir un drama. Pero no cabe duda de que Juan Negrín necesita un biógrafo no comprometido y al que sólo le interese contar lo que pasó, le duela a quien le duela, y al que le interese más la persona que la Historia. Y quizá esté pensando yo ahora en la clase de retrato que le hizo Samuel Boswell  al doctor Jonson, y conste que si me voy tan lejos y tan atrás es para estar seguro de que no me va a salir una rata de biblioteca blandiendo un documento recién hallado y que vuelve a poner todo en cuestión. Una de esas biografías de las que pueda decirse al menos, como hacen los italianos, que si lo contado non è vero è ben trovato.

Leer más
profile avatar
27 de octubre de 2008
Blogs de autor

Memorias de un vagón de ferrocarril

Eduardo Zamacois

Ediciones del Viento

Durante aquella interminable posguerra española había una serie de autores nacionales y extranjeros -remanentes de épocas pasadas- cuya presencia en las bibliotecas de las familias burguesas parecía obligada. /upload/fotos/blogs_entradas/memorias_de_un_vagn_med.jpgY ello era así hasta el extremo de que, por poner un ejemplo extravagante, uno podía empezar a leer en casa un libro de Graham Greene y seguir su lectura en las bibliotecas de los amigos a los que fuese visitando. Porque estaría en todas ellas.

Lo mismo podría decirse de autores como Pearl S. Buck, Stephan Zweig, Chesterton, André Maurois, Axel Munthe, Knut Hamsun o los españolizados, tipo Emilio Zola, Federico Nietzsche o Ricardo Wagner. Algunos de ellos han vuelto con el tiempo a las bibliotecas nacionales mientras que otros, como aquel Maxence van der Meer, han desaparecido para siempre con sus cuerpos y sus almas, tan cristianos.

También causaron numerosas bajas las purgas voluntarias (por causas políticas) y las autocensuras (morales). Entre los españoles que desaparecieron durante mucho tiempo estaban Baroja y los viejos republicanos, pero sobre todo los exilados, que por estar vivos y seguir publicando eran considerados una amenaza contra el régimen de Franco y las buenas conciencias. A falta de otra cosa mejor, los lectores más recalcitrantes podían deleitarse con José María Pemán, Marcelino Menéndez Pelayo y José de Echegaray o Jacinto Benavente, estos dos últimos premios Nobel, nada menos.

Eduardo Zamacois también era de los fijos, pero no indiscriminadamente. Aparte de que se exilió cuando vio la que se venía encima con el triunfo de Franco y los suyos, Zamacois tenía un pasado algo turbulento y en su juventud incluso había escrito novelas eróticas. Por eso su presencia en las casas de buen ver se limitaba a las obras más irreprochables. Y entre ellas solía estar siempre este título que ahora recupera Ediciones del Viento.

Memorias de un vagón de ferrocarril es una novela deliciosa pero ingenua, y que tiene un inconveniente: el lector no sólo debe aceptar la convención de que la voz narradora la encarne un vagón de ferrocarril sino que, en nombre de la amenidad y por aquello de facilitar la inclusión de diálogos y la diversidad de puntos de vista, el lector también debe aceptar que tengan voz propia los restantes vagones del convoy y sus máquinas tractoras, así como los vagones y las máquinas tractoras de los trenes que van y vienen de unas ciudades a otras.

No obstante, y si bien es cierto que la voz narradora puede resultar algo peculiar, en cambio su experiencia y su sabiduría acerca de las cosas de la vida son inmensas. Debido a su continua movilidad -primero fue destinado a las líneas que cubren el norte peninsular, luego a las zonas del sur y por último al Levante -ese vagón al que sus compañeros de viaje apodan El Cabal demuestra haber adquirido un conocimiento muy notable de la geografía española y sus peculiaridades.

Pero su fuerte, claro está, son los pasajeros, entre los cuales hay de todo: matrimonios desgarrados por la infidelidad, ladrones salteadores de trenes, la fugaz aparición del torero famoso que viaja rodeado de su séquito habitual, el señorito calavera que se viste de esmoquin y se regala a sí mismo una fiesta pantagruélica (su última fiesta) o la misteriosa dama que se sube al tren en Calatayud y resulta ser una fría asesina.

Al cabo de una vida de servicio, por los compartimentos de El Cabal habrá desfilado una nada desdeñable muestra de la sociedad española de los años 20 que el vigilante vagón dibuja con trazo amable pero certero. Y dando muestras de una capacidad crítica muy notable, por ejemplo cuando resalta (y conste que la novela es de 1923) esa manía tan española de mantener a las mujeres en una ignorancia total ("No lleve a su señora a ver ese espectáculo", "No es un libro para señoras", etc) y al mismo erigirlas en árbitros de "lo que debe ser", por lo que la mentalidad y la moral nacional quedan a cargo de unos cuantos millones de seres prácticamente analfabetos. Claro que como dicen a alimón Zamacois y El Cabal, "lo absurdo es tan cotidiano que lo de sentido común es lo que sorprende".

Leer más
profile avatar
20 de octubre de 2008
Blogs de autor

Ya sólo habla de amor

Ray Loriga

Alfaguara

Llegado más o menos al primer tercio de la novela el lector habrá adquirido al menos dos certezas acerca de lo leído: una, que la cosa va lenta; otra, que está muy bien escrita.

/upload/fotos/blogs_entradas/ya_slo_habla_de_amor_med.jpgSupongamos que fuese legítimo aplicar a una obra de ficción esa fórmula capital del periodismo anglosajón, y según la cual toda noticia se compone de hechos (facts) y opiniones (opinions). En tal caso, y una vez doblado el cabo de ese primer tercio de Ya sólo habla de amor, cabría decir que las opiniones ganan abrumadoramente a los hechos, los cuales, más o menos, y hasta ese momento, son los siguientes: un tipo llamado Sebastián sale de su casa camino de la embajada suiza, donde ha de encontrarse con una mujer llamada Mónica, que es morena y tiene "su vida, su novio, esas cosas que la gente tiene". Por su parte, él, Sebastián, tiene una ex mujer y dos niñas y poco más. Al menos que se sepa de cierto. Caso de que acabe llegando a la embajada, y no está claro que lo haga, habrá de bailar con Mónica porque el motivo del encuentro es un baile organizado por la legación helvética. Pero tampoco está claro que Sebastián y Mónica acaben bailando porque da la casualidad de que a ella le encanta la danza pero él apenas si sabe bailar. Y, encima, odia esa actividad. Y puesto que no suele ocurrir que una mujer bella baile mucho tiempo sola, cabe la posible certeza de que aparezca un apuesto suizo y ya se sabe. Hasta aquí los hechos.

Urge aclarar que en Ya sólo habla de amor, Ray Loriga ha introducido un giro importante a su escritura. Junto con este su último trabajo, Alfaguara publica otras dos novelas suyas anteriores, Lo peor de todo (aparecida en 1992, cuando él tenía 25 años) y Tokio ya no nos quiere (de 1999, a los 32 años de edad). Leídas cronológicamente se advierte de inmediato el cambio al que aludo. La escritura que le valió un aprecio casi inmediato era una construcción a base de trazos leves e incisivos, con un tono fresco y descarado y una estética como de cine de barrio neoyorquino. Pero sobre todo era un trabajo hecho desde fuera, como en una mina a cielo abierto. Usando la memoria a modo de máquina extractora, en el material narrativo se mezclaban presente y pasado, mineral y ganga, opiniones y hechos, y retazos y apuntes, todo ello esparcido por las páginas a paso de carga. O como uno de esos cañones que producen nieve artificial.

La suya era, además, una manera de contar que ponía de manifiesto una ruptura radical con la tradición literaria entonces vigente, hecha por hijos de los hijos de la guerra, formados por Franco y la Guerra Fría y que vivieron su última (y casi primera) juerga en mayo del 68. En Loriga y sus contemporáneos ni siquiera era posible detectar una reacción contra todo aquello, un ajuste de cuentas algo tardío pero solidario, un "os vais a enterar ahora que por fin se puede hablar claro". Para nada. Alguien había pasado página definitivamente. La historia seguía pero no en el capítulo siguiente si no en uno nuevo, propio, con sus querellas y sus mitos y sus dioses y sus derrotas. O sea, el infierno de siempre pero de nueva planta. Una construcción propia.

En Ya sólo habla de amor, Ray Loriga ha dado un giro patente a su narrativa. Sigue a lo suyo, como no podía ser menos, con sus viejos guiños y gustos perfectamente reconocibles. Salvo que en lugar de trabajar sobre la superficie ahora lo hace desde dentro. Y con un propósito arriesgado y por ende loable: más que contar una historia (y en este caso uno tendería a pensar que es una historia de amor) lo que le importa es la construcción de un sentimiento, y más concretamente el sentimiento amor, empresa tanto más arriesgada cuanto que se trata de una experiencia acerca de la cual todo el mundo opina, y todo el mundo conoce y cree poseer su propio decir. De ahí los tumbos y las contradicciones, las bravatas y las derrotas, los quiero y los no quiero, las adoro y las detesto, son mi vida pero me matan. Está claro que se trata de un paso notorio y, sobre todo, prometedor, pues trabajar con tanta soltura desde dentro como desde fuera es condición indispensable, y un tipo de dialéctica positivamente enriquecedora, para cualquier buen narrador.

Leer más
profile avatar
13 de octubre de 2008
Blogs de autor

El día de Barcelona

(Crónica del inicio de una revolución)

César Galiano Royo

Ed. Fundación Anselmo Lorenzo

Este libro me fue recomendado de forma tan entusiasta como enigmática: "Léelo y tú mismo verás por qué merece ser comentado". /upload/fotos/blogs_entradas/el_da_de_barcelona_med.jpgY bien. El día de Barcelona es el relato del "alzamiento nacional" del 18 de julio de 1936 en la capital catalana. Su autor es un hombre joven, que ya ha publicado otros dos libros anteriores pero que sobre todo es conocido por su faceta de dibujante de cómics.

Para narrar los sucesos de aquel día César Galiano ha elegido dividirlo en pequeños epígrafes (también valdría decir sketches o viñetas de cómic) que empiezan a las 00:00 horas de aquel 18 de julio y van saltando cada pocos minutos a los lugares donde estuviera teniendo lugar algún hecho bélico, fundamentalmente cuarteles, calles y edificios estratégicos.  El recurso continuo al presente histórico y la apoyatura en instantáneas que luego se convirtieron en símbolos universales (por ejemplo la famosa fotografía del guardia de asalto descamisado y que dispara parapetado tras el cuerpo de un caballo muerto) contribuyen a agilizar la lectura pero también a incrementar la sensación de tener en las manos los bocetos para una novela gráfica.

Este sistema narrativo se demuestra ágil y eficaz  mientras se trata sólo de presentar a los principales personajes del drama o las sangrientas batallas callejeras. Pero se va viendo progresivamente desbordado (y por lo tanto inevitablemente reducido a meras esquematizaciones) cuando se trata de plantear el entramado político del momento y, después, cuando se consuma la victoria de un lado y la acción  militar deja paso a la gestión puramente política de dicha victoria.

Es de señalar que a esa sensación de esquematismo contribuye no poco la clarísima militancia del autor a favor de uno de los muchos actores del drama (en este caso las fuerzas anarquistas englobadas bajo las siglas CNT/FAI ). Pero, justamente, fue  lo inevitable de la caída en el esquematismo la razón por la cual me fue recomendada la lectura del presente libro, por otro lado del todo antitético y por ello perfectamente equiparable a las interpretaciones históricas que se vienen haciendo últimamente en las llamadas autonomías históricas, muy interesadas en reinterpretar el pasado reciente o lejano para acomodarlo a sus combativos intereses partidistas.

En el caso de Cataluña, si es de agradecer la presencia no menos combativa de libros como El día de Barcelona es porque vienen a contradecir de forma inequívoca una corriente, todavía subterránea pero cada vez más acusada, y que pretende minimizar el papel jugado por otras fuerzas sociales,  llámense comunistas, anarquistas, socialistas,  republicanos o demócratas en general, es decir, todo el espectro político no de derechas salvo los nacionalistas, a favor justamente del papel desempeñado entonces por estos últimos. Para decirlo de la forma más clara (y esquemática) posible: poco a poco, a fuerza de silencios y pequeñas tergiversaciones y juegos de manos, se está tratando de hacer creer que la hasta ahora llamada Guerra Civil fue de hecho una Guerra de Liberación en la que el pueblo catalán en pleno se echó a la calle y empuñó las armas para liberar de una vez  a la patria durante tantos siglos oprimida.

La lectura subyacente en muchos de los recuerdos y exaltaciones públicas que están teniendo lugar actualmente al conmemorar la figura del entonces presidente de la Generalitat, Lluís Companys, fusilado en 1940 por Franco, es un ejemplo elocuente de la mixtificación a la que me refiero. Pero tampoco es menos elocuente la imagen que se da en El día de Barcelona de un Companys sólo en el palacio de gobierno y rechazando una y otra vez  la posibilidad de armar a los civiles. Sabe que éstos,  el llamado "pueblo" (¿catalán?)  son el enemigo de los nacionalistas (catalanes), en la misma medida que son el enemigo los nacionalistas generales (españoles) que esa misma noche tratarán de apoderarse de Barcelona, y del resto de España.

Para qué darle más vueltas: el aliado natural del nacionalismo era la derecha, y aliarse con la izquierda era sólo una forma de posponer un enfrentamiento que se hubiera producido inevitablemente si acaso la derecha hubiese sido derrotada. Y si no que se lo pregunten a los nacionalistas vascos, que entonces tuvieron exactamente el mismo problema  y que ahora tratan asimismo de reinventar el pasado a su conveniencia.

Leer más
profile avatar
10 de octubre de 2008
Blogs de autor

Londres victoriano

/upload/fotos/blogs_entradas/londres_victoriano_med.jpgJuan Benet

Ed. Herce
 
Quien se vaya para casa con un ejemplar del Londres victoriano, de Juan Benet, creyendo haber comprado una guía turística se va a llevar un chasco. Porque no me atrevo a decir que sea una novela, pero sí un relato concebido y realizado desde una mentalidad profundamente narrativa.
 
Los personajes y los acontecimientos fundamentales ocurridos en Inglaterra entre el 20 de junio de 1837 (coronación de Alejandrina Victoria de Kent como reina de Inglaterra a los dieciocho años de edad) y el 22 de enero de 1901 (fecha de la muerte de la soberana, a los 82 años de edad) reciben un tratamiento más literario que histórico o de descripción urbana. Así Charles Dickens, que en el año de la coronación de Victoria ya estaba publicando en el Monthly Magazine unos Sketches bajo el seudónimo de Boz y que luego se harían universalmente famosos bajo el título de Los papeles póstumos del Club Pickwick. Dickens, lógicamente, recibe un trato especial porque fue el testigo y mejor relator de cómo era el Londres que heredó la joven Victoria, y de cómo fue evolucionando esa ciudad a lo largo de la vida de ambos.
 
Otras veces la narración avanza en forma coral, y ahí está ese espléndido capítulo titulado "Los bajos fondos" y en el que Juan Benet saca lo mejor de su oficio de novelista para contar lo que estaba ocurriendo en la inmensa conurbación que rodeaba, y casi duplicaba en número a los dos millones de habitantes de la capital, e íntegramente formada por los suburbios construidos por los obreros venidos a trabajar en las esplendorosas mansiones y edificios oficiales de El Strand, Belgravia, Westminster, Mayfair o Bloomsbury. Unos barrios cuya magnificencia estaba cimentada en el dolor, la explotación y el embrutecimiento de millones de desheredados, Pero en medio del horror sale de pronto el ingeniero de caminos que era Juan Benet y se demora en la descripción de los navvies, trabajadores de las obras públicas que nacieron con la excavación de canales durante los dos siglos anteriores y que debido a la decadencia de éstos por culpa del ferrocarril se especializaron en el tendido de líneas férreas. Formaban grupos de entre 500 y 1.000 individuos que avanzaban por las campiñas acompañados de una abigarrada muchedumbre de taberneros, buhoneros, lavanderas, prostitutas y jugadores de naipes. Cabe imaginar lo que debía de suponer para una aldea de la campiña inglesa la llegada de semejante turba armada de dinero fresco (salarios) y que algún tiempo después seguía su camino en dirección a la ciudad de destino, donde pasaban a engrosar las filas de los desheredados habitantes de los suburbios.
 
Curiosamente, de todos los magníficos edificios londinenses sólo merecen una minuciosa descripción por parte del autor el monumento en memoria del príncipe Alberto, el llorado esposo de la reina Victoria (una pequeña capilla que todavía hoy se alza en los Kenskignton Gardens) y el Crystal Palace, el asombroso pabellón de 92.000 metros cuadrados de superficie útil construido en acero y cristal por Joseph Paxton para la Exposición Universal de 1851 y que desapareció tras un incendio en 1935.
 
El otro capítulo muy celebrado en su día (quiero decir tras la primera edición del libro, hace ahora casi 20 años) es el dedicado al "Ocio", con las carreras de caballos, los combates de perros contra ratas (sic) o las zonas de esparcimiento en ambas orillas de un río aún no convertido en una cloaca y en el que incluso de podía nadar. Pero el momento mejor es cuando les llega el turno a los pubs, esa institución popular que todavía hoy es uno de los más sólidos cimientos sociales de Inglaterra, y su versión elegante, los gin and beer palaces, de los que todavía pueden visitarse el Red Lion, en Duke of York Street, y el Prince Alfred, en Maida Vale.
 
Si el Londres victoriano se abría con Dickens, se cierra con dos escritores muy distintos, pero que marcan justamente el cambio de mentalidad y de época que mientras tanto ha tenido lugar. Sir Arthur Conan Doyle, todavía hoy glorificado, y Oscar Wilde, todavía hoy denostado. La muerte de éste último, arruinado, proscrito y destruido casi coincidió con la de la propia reina Victoria (el 30 de noviembre de 1900 el primero, el 22 de enero de 1901 la segunda) y su desaparición marcó el inicio del Londres eduardiano.

Leer más
profile avatar
8 de octubre de 2008
Blogs de autor

Hombre Lobo

Fernando Marías, Editor

451 Re:make

En contra de lo que pueda pensarse, aceptar escribir una pieza de género no es del todo como encerrarse voluntariamente en una jaula cuyas dimensiones quedan marcadas por los límites que imponen las leyes del género en cuestión. Cierto que hay fronteras y servidumbres, pero quien aprende a jugar con ellas tiene libertad absoluta de movimiento. Y ello es cierto incluso cuando el editor dice específicamente cuál es el tema sobre el que debe versar el escrito y deja con ello muy claras las reglas de juego.

/upload/fotos/blogs_entradas/hombre_lobo_med.jpgLa antología de cuentos sobre el Hombre Lobo que presenta ahora Fernando Marías es un buen ejemplo de esa libertad a la que antes aludía. Difícil será encontrar -al menos en el área de influencia de la literatura occidental- una persona que no sepa qué les pasa a determinadas personas las noches de luna llena, y el tipo de consecuencias que cabe esperar si queda en libertad la bestia que esas determinadas personas llevan dentro. Por lo tanto, si a una persona le seduce la propuesta de Fernando Marías y se lleva el libro a casa, si una vez en su sillón de lectura favorito lo abre por el principio del primer cuento y lee: "Cuando vieron a la pelirroja llevarse las manos al vientre, gritando...", lo normal es que el lector se diga a sí mismo:"Ya empezamos". O sea: se ha puesto en marcha el conocido mecanismo convencional  que sustenta la literatura de género. El narrador sabe que el lector sabe y ello permite establecer un fascinante juego de espejos en el que "realidad" y "ficción" dejan de tener sentido. "Si tanto grita la pelirroja, llevándose las manos al vientre -piensa el lector mientras se adentra en la lectura- es porque lleva allí algo malo, una mala semilla, una desgracia horrible." Salvo que puede ser cierto o no, porque el narrador tiene libertad de juego total. Nadie le va a pedir cuentas enarbolando el espantajo de la verosimilitud. Es como si un racionalista enfermizo va a ver una película de los hermanos Coen y se dedica a señalar en voz alta todas las incongruencias y despropósitos van ocurriendo en la pantalla. Inevitablemente, los demás espectadores lo obligarán a salir de la sala a patadas, pues ellos han ido a buscar allí justamente las incongruencias y despropósitos que con el señuelo de la violencia les van a soltar los Coen.

Y ahí, justamente, en esa libertad creativa, es donde radica la responsabilidad del cultivador de la literatura de género. Salvo por lo de las noches de luna llena y el horrible nacimiento de la bestia que algunos llevan dentro, el narrador de cuentos de hombres lobo tiene libertad absoluta de creación, y los únicos límites reales serán su talento, su inventiva o su capacidad para mantener la atención del lector.

En el caso de Hombre Lobo, que reúne relatos de ocho narradores muy distintos, el resultado es desigual. A mí, personalmente, me han interesado las propuestas de Pilar Pedraza, Santiago Roncagliolo y Raúl Argemí.  De la primera resulta atractivo el tono de cuento de hadas pese a que la historia sea -como corresponde- trágica. De Roncagliolo hay que destacar su habilidad para orquestar un encuentro entre la protagonista y un hombre lobo "de verdad" en la Barcelona actual, mientras que Argemí ha optado por recurrir al relato épico, con estancias y estancieros, caballos, cabalistas y persecuciones, las canónicas noches de luna llena y lo rumores que van pasando de unos a otros como maldiciones.

Pero al citar esos tres cuentos no estoy priorizando ni poniendo aprobados y suspensos. Loado sea el cielo. Incluso es perfectamente posible que algún lector de estas líneas haya leído ya la antología que ahora comento y esté moviendo la cabeza con escepticismo mientras piensa: "pobre mentecato. No se ha enterado de nada y ha ido a escoger precisamente los peores". Por qué no. La literatura es como un mercado: cada cual acude a ella en busca de lo que necesita y se lleva a casa aquello que más se parece lo que buscaba. O incluso algo mucho mejor de cuanto esperaba encontrar. En cualquier caso, la lectura es un acto íntimo y personal, y allá cada cuál.

Leer más
profile avatar
6 de octubre de 2008
Close Menu