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Escenas de la España romántica

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

Fernando Fernández de Córdova

Editorial Crítica

Fernando Fernández de Córdova fue un militar español nacido accidentalmente en Buenos Aires (1809) pero que desarrolló casi toda su carrera profesional  y política en España. Al igual que otros muchos militares románticos, Fernando Fernández de Córdova escribió unas extensas memorias dedicadas en parte a exaltar los méritos de su familia y en parte a justificar sus propias andanzas, aunque también concedió gran importancia a la crónica social de su tiempo.

Y se entiende que necesitase tres gruesos tomos para cumplir su propósito de exaltación familiar,  pues empezaba tratando de limpiar la memoria del abuelo José – sometido a consejo de guerra y degradado en 1797 por su desastrosa actuación al frente de la flota española en la batalla naval contra Inglaterra frente al cabo San Vicente -, para luego proseguir con su propio padre – asimismo llamado José y fusilado en 1810 en Potosí por los insurgentes contra la metrópoli española – y con sus hermanos,  Ramón- suicidado en 1825 cuando apenas tenía 20 años – José, el mayor – muerto poco después de un derrame cerebral – y sobre todo Luis, once años mayor que él y que prácticamente  le hizo de padre. Luis Fernández de Córdova debió de ser un hombre irresoluto y confuso, pues tras distinguirse en las guerras carlistas hubiera podido convertirse en el brazo armado del partido conservador – papel que acabaría desempeñando el general Narváez – pero se negó a ello y tras una carrera plagada de altibajos  acabó participando en una poco clara conspiración que le llevó al exilio en Portugal, donde fallecería en 1840.

El propio autor de las memorias que han dado origen a estas Escenas de la España romántica, mantuvo una trayectoria política tan incierta como la de su hermano y mentor, pues si llegó a gozar del favor de Fernando VII por los servicios prestados,  y fue varias veces ministro con su hija Isabel II, en 1868 se sumó a la revolución que derribó a aquella soberana y aún tuvo tiempo de ocupar varios ministerios con Amadeo I antes de morir en 1883.

Ferrán Costa, autor de la selección de aquellas Memorias íntimas, ha tenido el acierto de reducir mucho la parte introductoria – en loor de los antepasados –  y eliminar por completo lo narrado desde 1847 hasta el final, es decir, cuando el autor cambió la carrera militar por la política, y se dedica a justificar esta última. Y lo que ha seleccionado el antólogo es un pequeño regalo para quienes, una vez que ya han sido suficientemente documentados y analizados los hechos ocurridos durante aquél periodo histórico,  nos interesamos por las circunstancias que se fueron dando mientras tanto. Dicho en otras palabras, estas Escenas son un recuento de la vida cotidiana española durante una gran parte del siglo XIX:Escenas de la España romántica las costumbres sociales  de las clases altas y, por contraste, del populacho, con escenas tan impagables como esas serenatas al pie de las ventanas de palacio en las que los constitucionalistas le cantaban el injurioso Trágala a toda la familia real, o las salidas de paseo del rey, su familia y sus acólitos acompañados de los insultos y el lanzamiento de inmundicias por parte de ese mismo populacho que no mucho después aclamaría, sin dejar de correr despavorido,  la llegada de los 100.000 Hijos de San Luis. En lugar de enumerar una vez más las desgraciadas medidas tomadas tras su restauración por el llamado rey Felón, el autor centra su atención en las diversiones de la época, en especial el teatro y los toros, con las trifulcas y las apasionadas declaraciones a favor o en contra de las cantantes y los toreros más famosos de cada momento; los duelos por nimiedades y las repercusiones sociales de los mismos; las técnicas de seducción, e incluso la forma de vestir y de divertirse de las clases altas, con los correspondientes cambios según las épocas. Bien es verdad que el lector habrá de pelear un poco contra el lenguaje un tanto almibarado y en exceso formal de un escritor decimonónico que probablemente fuera más diestro con las espada que con la pluma (desde luego está muy lejos de la elegancia y la aguda visión para el detalle de un Mesonero Romanos), a pesar de lo cual el material que ofrecen estas Escenas  es de gran interés y novedad porque suele ser despreciado por los historiadores. El libro resulta tan entretenido como hojear una revista del corazón de la época, con su constelación de estrellas y favoritos, sus modas y tendencias, todo ello descrito por alguien que formaba parte de ese mismo estrato social y que parecía encontrarlo de lo más natural. Y hasta legítimo. El presente recuento de las diversiones que se inventaban las fuerzas vivas de la época para matar el tiempo ofrece el valor añadido de que el lector, mientras se pregunta quién se encargaba de gobernar si las cabezas pensantes tan ocupadas estaban en averiguar si la familia real pasaría  ese verano en La Granja o San Sebastián,  es muy consciente  de que al mismo tiempo en aquel  imperio donde no se ponía el sol las luces se iban apagando una tras otra según se marchaban las colonias, cosa que no parece perturbar gran cosa al memorialista, muy entretenido en describir las fiestas ofrecidas en 1845, 46 y 47 por el marqués de Miraflores, que pese a las cuatrocientas personas bailando en sus salones apenas si podían rivalizar con las ofrecidas por la condesa de Montijo los domingos en su palacio de la plaza del Ángel.

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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