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Alejandro Sawa

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

Luces de bohemia

Amelina Correa Ramón

Fundación José Manuel Lara

Hasta la aparición de la presente biografía (por cierto que muy completa) Alejandro Sawa era apenas una nota a pie de página en las historias de la literatura española de finales del siglo XIX y principios del XX.

Los más iniciados sabían al menos dos cosas de él. Una , que después de haber gozado de cierta fama y prestigio en los círculos literarios de Madrid y París, acabó sumido en una miseria tan espantosa que hubo de ser enterrado en una tumba de alquiler cuyos pagos siguientes no se hicieron y los restos del escritor fueron a parar a la fosa común. La otra cosa que todo iniciado recuerda es que tan aciago final hizo que Valle Inclán se inspirara en él para crear a Max Estrella, el esperpéntico protagonista de Luces de bohemia.

Alejandro Sawa, de ascendencia griega, nació en Sevilla en 1862 y residió algún tiempo en Málaga, trasladándose luego a Madrid para iniciar una vida íntegramente dedicada a la literatura.  En cierto modo esa entrega fue tan absoluta que él mismo acabó siendo material literario, una más de sus obras. La vida como literatura y la literatura como vida: Alejandro Sawa, el gran protagonista de la obra de Alejandro Sawa.

Algunos de sus contemporáneos, gente que le conoció bien, achacaban su trágico final a la proverbial indolencia de Sawa, encarnada plásticamente en su militancia casi fanática en la bohemia, con los ingredientes inevitables de abuso del alcohol, el tabaco y las drogas, destacando entre estas últimas la que tiene unos efectos narcóticos y delirantes más nocivos y duraderos, es decir, la palabra, toda una vida de tertulias en los cafés literarios de Madrid y París, veladas interminables interrumpidas apenas por un aparte en un velador cercano para escribir el artículo del día y luego recuperar el uso de la palabra. Él mismo lo dirá con un lenguaje muy propio de la época:"¡Oh alcohol!¿Oh hastzchiz!¿Oh santa morfina! ¿Por qué los desgraciados de todas las épocas han quemado ante vuestra ara sus mejores mirras, si no fuera porque sois clementes, porque sois piadosos, porque poseéis secretos de faquir para curar las más rebeldes heridas?". Por el contrario, su gran amigo Gómez Carrillo, hombre mucho más pragmático y menos entusiasta de los goces bohemios lo describía así: "Es un hombre que no trabaja nunca, de ningún modo. Parece que hubiera nacido en domingo".

En esa línea argumentativa se exhibe asimismo como prueba lo exiguo de su obra, apenas siete u ocho novelas con alguna entidad y unas pocas incursiones en el teatro. En ese recuento no se le incluyen los centenares de artículos de colaboración que escribió para diferentes periódicos y revistas de la época porque se consideran un ganapán y por lo tanto no contabilizables como un producto surgido del comercio místico con las musas sino del miedo al hambre. Dicho sea en su favor, Alejandro Sawa murió a los cuarenta y siete años después de unos últimos años progresivamente incapacitado por los dolores reumáticos y una enfermedad neurológica que primero lo dejó ciego y luego le sumió en la demencia. Por lo tanto es imposible decir qué hubiera pasado con su obra si ese hombre hubiese llegado a la madurez en pleno uso de sus facultades físicas y mentales.

Visto en la distancia, y con independencia de su industriosidad o pereza, parece claro que, en parte, fue víctima de un cambio de época, un punto y aparte que él no supo interpretar. A su llegada a Madrid, en 1879, el cotarro literario lo copaban todavía gente como Campoamor, Alarcón, Núñez de Arce, Fernández y González, Zorrilla y otros integrantes de una generación que estaba a punto de decir adiós. Paralelamente Galdós estaba publicando ya novelas como La desheredada, Fortunata y Jacinta o Tristana, primeros síntomas de una corriente literaria que más adelante daría un impulso definitivo a gente como Pío Baroja y Valle Inclán, mientras que en poesía se empezaba a escuchar la voz inequívoca de Antonio Machado, es decir, una corriente que iba a desembocar directamente en la contemporaneidad. Alejandro Sawa, y otros tantos como él, estaba apostando mientras tanto con su característico apasionamiento por un naturalismo militante y radical, del que le interesaba sobre todo lo que tenía de inconformista, rompedor, anticlerical y agnóstico. Y de ahí por ejemplo su admiración por Lombroso, una puerta que en principio parecía muy prometedora pero que de puro artificiosa conducía directamente a un callejón sin salida.

Tras su paso por París y su estrecha relación con Victor Hugo y Paul Valery, Alejandro Sawa hubiera podido encaminarse de nuevo hacia la modernidad, pero quizás debido a su facilidad para la escritura, o por culpa de los padecimientos físicos que empezaron a manifestársele en esa época, dedicó más tiempo a los artículos de supervivencia que a su obra literaria, y mientras el mundo se encaminaba ya hacia las vanguardias y todo lo que vino detrás, él se fue perdiendo progresivamente en un universo de confusión que le estalló literalmente en la cabeza el día en que no sólo le dieron la noticia de que no iban a publicarle su obra más personal e íntima, Iluminaciones en la sombra, sino que encima le retiraban una colaboración de sesenta pesetas y que era entonces su único sustento. 

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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