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El Boomeran(g)

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El hombre que no sonríe

¿Han notado que Vladimir Putin nunca sonríe? Tiene esta cara como made in KGB, sin expresión, y la mirada de piedra. Uno se lo imagina diciendo “te quiero, cariño, cásate conmigo” con el mismo tono de voz neutro que usaría para “vamos a bajar los tipos de interés”. Pues con esos ojitos cariñosos, Putin estrena la presidencia anual del G-8, el grupo de los siete países más industrializados del mundo más Rusia. Y para los que confiaban en que Europa y EEUU lo llamasen al orden por la deriva autoritaria de su gobierno, desengáñense: a Occidente le da lo mismo. La prueba han sido las reacciones ante la crisis del gas de la semana pasada. Rusia le sube a Ucrania cinco veces el precio del gas. Y si no quieren, amenaza con cerrarles el grifo en pleno invierno. EEUU reacciona con contundencia: les pide a ambos países que se pongan de acuerdo por favor. Europa tiene un comportamiento heroico: pregunta “¿A nosotros también nos van a cortar el gas? ¿No pueden enviárnoslo por otro lado mientras se arreglan ustedes?” Hasta el asesor económico de Putin ha renunciado después de lo que considera el fin de la economía libre en Rusia y el uso de la energía como herramienta de chantaje político. Pero Occidente ha decidido mejor no hacer escándalo, que Putin se puede enojar. Las ONGs rusas tienen que ser aprobadas por el gobierno, pero no por eso es una dictadura. No, por Dios. Y los medios de prensa están presionados, pero sólo un poquito. Y los empresarios que se meten en política van presos mientras el estado controla la energía y la industria de armas y automotores, pero más o menos el mercado es libre: o sea, eres libre de acatar o ir preso. Y el ejército es capaz de tomar violentamente un colegio y matar a más rehenes que terroristas en un teatro. Pero bueno, esos son pecadillos. Putin declaró hace como un año que la democracia tendría que adaptarse a la realidad y a la historia rusas. Entendemos ahora que se refería a la tradición de Stalin e Iván el Terrible. Pero ahora, en el G-8, además, es el jefe de los grandes. Y aquí nadie ha dicho ni mu. El discurso global de Occidente es “todos queremos la democracia, pero sólo en los países con dictadores antipáticos.” Putin no es, pues, un dictador, sino un socio clave con un mercado grande, una posición estratégica para Oriente Medio y Asia y, sobre todo, un montón de gas y petróleo. Eso lo hace bueno. Me pregunto qué ocurrirá cuando empiece a resultar malo, y sus políticas choquen con intereses norteamericanos o europeos. Entonces quizá sus socios traten de sugerirle en ese tono amable que por favor si fuese tan amable se modere un poquito. Pero él pondrá su mirada de sótano de la comisaría y dirá “hasta la vista, baby”, eso sí, siempre sin sonreír.

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9 de enero de 2006
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Los primeros crímenes de 2006

Las noticias de la prensa española en la primera semana del año pintan un país feliz: en 2005 se redujeron los accidentes de tráfico, los fumadores han encajado la ley anti tabaco con resignación y buen humor, España se ha salvado de la crisis de suministro de gas ruso, la economía no está mal. Y sin embargo, dos periódicos y un canal de televisión han emitido, bajo distintos titulares, tres noticias: las de las primeras víctimas de violencia doméstica en este año. Todas son tremendamente brutales: un hombre asfixió a su mujer con una almohada. Otro le disparó a la suya con una escopeta de caza mientras ella recogía aceitunas. Y la última asesina fue mujer: ella degolló con un bisturí a su novio. Los dos varones representan el caso más habitual de violencia doméstica: tipos irascibles, incapaces de controlarse, que matan en un acceso de ira: ambos tenían antecedentes de violentas discusiones con sus parejas, y sobre ambos pesaban sendas órdenes judiciales de alejamiento. Esta vez, simplemente, fueron más allá de lo que ellos mismos creían. Significativamente, pasado el arrebato, ellos mismos llamaron a la policía, confesaron su crimen, se entregaron y colaboraron. Uno de ellos incluso guió a las autoridades hasta el arma homicida. Más extraño es el caso de la asesina. Ella parece haber sostenido una gran batalla interior antes de decidirse. No vivía con su víctima, y dejó en su casa una nota suicida para que la encontrase su hija. Es decir, salió ya determinada a lo que iba a hacer, llevando un bisturí de su trabajo –era enfermera-, y a la vez dejó indicios que permitiesen detenerla a tiempo. Pero nadie la detuvo. Según el periódico, después de degollar al hombre, la mujer llamó a su hija y le anunció que había cometido “una barbaridad”. Luego ingirió barbitúricos en un intento de suicidio, pero falló. Cuando llegó la policía, ella misma les abrió la puerta, derrotada, como si hubiesen llegado demasiado tarde y demasiado temprano, precisamente en el momento en que no debían. Me pregunto si el género determina de alguna manera el tipo de asesino que uno es. O si es la personalidad la que hace que algunos maten por una explosión de rabia y otros de un modo premeditado y doloroso, como quien se enfrenta a un trabajo desagradable y obligatorio.

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5 de enero de 2006
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Evo en Hispania

Evo Morales ha pasado por España ofreciendo estabilidad a los empresarios españoles. Pero antes estuvo en Cuba y Venezuela proclamando la revolución. En Madrid manifestó su interés por trabajar con los Estados Unidos. Pero ante Al Yazira declaró que Bush es el único terrorista. En su breve gira previa a la toma de gobierno, Evo está tanteando las reacciones de los diferentes auditorios, y a todo el mundo le dice lo que quiere escuchar. En todo caso, si algo se puede sacar en claro es que el eje de Castro y Chávez tiene un miembro nuevo. Y los tres promueven al peruano Ollanta Humala para continuar extendiéndose por la región. Su enemigo natural, el Gobierno norteamericano, guarda un cortés silencio. Ya sabe que montar un escándalo no le sale rentable. De hecho, el primer subidón electoral de Evo en 2002 se debió precisamente a una rabieta del embajador que les cayó bastante antipática a los bolivianos. Ante eso, los países latinoamericanos más grandes se frotan las manos, porque ellos actúan como mediadores. Para Brasil y para Argentina -que acaba de cancelar su deuda con el FMI- el eje socialista es un balón de oxígeno en la carrera por independizarse económicamente de Estados Unidos. Mientras exista Chávez, Kirchner será un ejemplo de moderación, y Lula, un aliado regional. Venezuela y Bolivia poseen, además, la reserva energética que necesitan sus industrias. Lo mejor para su desarrollo es que esa reserva esté en manos de los estados. El contexto pone a España en una situación difícil. Chávez y Evo promocionan a Zapatero -a su pesar- como una especie de camarada revolucionario. En respuesta, el Gobierno español procura presentarse internacionalmente como el mediador natural entre ellos y Estados Unidos. Pero, claro, para mediar entre ellos necesita mejorar sus relaciones con Estados Unidos. Y si lograse eso, aún tendría que definir qué ofrece España para la región que no ofrezca ya Brasil, por ejemplo. Y aún si consiguiese elaborar una oferta tentadora, le faltaría explicar cómo defenderá los intereses de los gobiernos latinoamericanos y, a la vez, los de los capitales españoles como Repsol. La encrucijada política que le espera al Gobierno del PSOE en América Latina muestra las dificultades de situarse ideológicamente a la izquierda cuando se gobierna un país rico. Resolver esas dificultades podría situar a Zapatero a la vanguardia de las relaciones internacionales. Pero hay que resolverlas.

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5 de enero de 2006
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El malo y el más malo

El Gobierno español acaba de retirarle el estatuto de asilado político al líder opositor de Guinea Ecuatorial, Severo Moto. El Gobierno guineano, presidido por Teodoro Obiang, se apresta a recibir de regreso a su peor enemigo. Un portavoz ha calificado la revocación de asilo como una decisión “sabia” y “lógica” que mejorará sus relaciones de cooperación con España. Sin embargo, el portavoz no anuncia ninguna represalia oficial contra Moto. Según dice, la ley tendrá la última palabra. Cabe sospechar que la ley que se ocupará de Severo Moto es la misma que mantiene en el poder a Obiang desde hace veintiséis años. La misma que ha consagrado a su partido como el único del país, con el irónico nombre de Partido Democrático. La ley que ampara a la radio estatal África 2000, que hace dos años anunció que el presidente está en permanente contacto con el Todopoderoso y puede matar a cualquiera "sin que nadie le pida cuentas y sin ir al infierno porque es el Dios mismo". Una ley confiable, sin duda. Ahora bien, Severo Moto tampoco tiene un historial muy claro. En 2004, Obiang lo acusó de planear un golpe de estado con el apoyo de España. Moto lo negó y proclamó públicamente que el régimen de Obiang planeaba asesinarlo. Meses después, desapareció en Croacia, a donde aparentemente había ido a comprar armas. Sin embargo, su partido culpó al Gobierno español de haber “permitido” su desaparición y la difusión de un rumor sobre su muerte. Luego, Moto apareció en Zagreb y dijo que él mismo se había ocultado porque el Gobierno español conspiraba contra su vida. Pero a su regreso a España, cambió otra vez la historia: declaró que había sido temporalmente secuestrado y uno de sus secuestradores había sugerido que quizá los españoles estaban involucrados en la operación. Lo más probable después de todo esto es que España haya aprovechado que Moto se ha cargado todos los límites legales del asilo para revocarlo y así ahorrarse el constante dolor de cabeza que este hombre representa. Teodoro Obiang es un dictador tan siniestro y repulsivo que uno se siente tentado de apoyar a cualquier cosa para reemplazarlo. Ahora bien, lo mismo ocurría con el anterior, Francisco Macías, aliado de Franco y notable genocida. Por eso hubo gente dispuesta a apoyar a Obiang. El síndrome de “un clavo saca a otro clavo” perpetúa a una clase política más diestra en operaciones de mafia que en gestión pública ¿Cuántos más de ellos tendrá que aguantar Guinea Ecuatorial?

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4 de enero de 2006
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La lotería de los perdedores

Un anuncio en el periódico del viernes invitaba a los lectores a comprar bonos para la “paz mundial y la eliminación de la pobreza”. Por sólo 50.000 euros, puede usted hacer se con uno. El anuncio pertenece a una organización llamada Maharishi Global Financing, y lleva un mes apareciendo en diarios de 78 países. Su propuesta es acabar con la pobreza en el mundo impulsando la agricultura en 2.000 millones de hectáreas sin usar en unos cien países. Cada una de esas hectáreas requiere unos 4.000 euros. Los bonos rinden, según el anuncio, entre el 10 y el 15 % anual. O sea que, si invierte usted cien mil dólares, puede vivir de la rentabilidad de esos bonos. Es mejor negocio que comprar una casa en Madrid. Y de paso, acaba con la pobreza. ¿No suena demasiado bueno para ser cierto? El mismo día, he recibido un mail que me informa de que un millonario nigeriano ha muerto sin redactar testamento. El mail está firmado por un supuesto administrador de sus bienes, que asegura que tiene que hacer algo con los tres millones de dólares que ha dejado el millonario, o se los quedará el banco. Yo he sido elegido al azar para evitar esa injusticia. Si le doy mi número de cuenta bancaria, todo ese dinero pasará a mi propiedad. Es mi segunda oportunidad de hacerme rico en un día. Pero lo más curioso es que, al salir a la calle, alguien me ha entregado un papelito que dice lo siguiente (los errores gramaticales están tomados del original): “Maestro Fansu: ayuda a resolver diversos problemas con rapidez y garantía. El maestro chaman africano, gran médium espiritual mágico, con poderes naturales. 20 años de experiencia en todos los campos de la alta magia africana. Ayuda a resolver todo tipo de problemas y dificultades por difíciles que sean. Enfermedades crónicas de droga y tabaco. Cualquier problema matrimonial, recuperar la pareja y atraer a personas queridas. Impotencia sexual, amor, negocios judiciales, suerte. Quitar hechizos, depresión y protecciones. Vida familiar. Mantener puesto de trabajo, atraer clientes. Cualquier otra dificultad que tenga en el amor lo soluciona inmediatamente con resultados positivos y 100% garantizados en 3 a 7 días como máximo. Oficina en Barcelona.” Por todas partes, pero especialmente en fechas como el Año Nuevo, nos llegan ofertas para solucionar todos nuestros problemas y triunfar. Algunas de ellas hasta nos ayudan a ser buenos. Todas funcionan con dinero, y suelen ser bastante poco creíbles. Pero si surgen tantas, es porque hay suficiente gente dispuesta a ignorar todas las normas del sentido común y apostar a un caballo sin garantías. La seducción del éxito fácil es tan fuerte –o quizá el éxito es tan difícil- que obnubila el seso y hace que la esperanza derrote a la razón, y que compremos un boleto seguro en la lotería de los perdedores.

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3 de enero de 2006
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El espejismo extranjero

Según una reciente encuesta, el 60% de los españoles consideran que los extranjeros en España son “demasiados”. Por extranjeros, evidentemente, no se refieren a ingleses, franceses y alemanes. Esos no son extranjeros, son turistas. Los extranjeros de verdad, es decir los inmigrantes, figuran en la encuesta como el segundo problema de España en orden de importancia, por encima del terrorismo de ETA. Parece una terrible amenaza, pero si se mira de cerca, no lo es tanto. Para empezar, los españoles opinan que son demasiados porque creen que alcanzan el 20% de la población, pero el porcentaje real de inmigrantes no llega ni a la mitad de eso. Y para terminar, el nivel de la amenaza se reduce con la pregunta “¿Cuáles son los tres problemas que a usted le afectan más?”. Entonces, la inmigración baja al quinto lugar. O sea, que es un problema de España, pero no de los españoles. Me pregunto qué pasaría si a la inmigración no se le llamase “problema” sino “fenómeno” o “cuestión”. Porque la encuesta demuestra que la percepción sobre los inmigrantes está determinada por la manera de hablar de ellos. No son un problema porque afecten a las personas, sino porque los medios de comunicación los plantean como problema ahí, en ese mundo lejano que está dentro de las pantallas, y que parece tan real que ha duplicado el número de extranjeros en la imaginación de los españoles. La realidad es así de maleable, y depende de las gafas –o de los antifaces- que nos coloquemos para verla. Para contrarrestar el peso de esas gafas en la experiencia cotidiana, EEUU instauró el sistema de cuotas: las universidades y puestos de trabajo están obligados a incorporar miembros de diversas minorías incluso en los casos en que estén menos cualificados que todos los demás postulantes. Se trata de una idea que rompe el principio comercial básico de competitividad y eficiencia, pero que ahorra roces sociales y permite precisamente desarrollar la competitividad y eficiencia de grupos tradicionalmente marginados del mercado profesional. Los franceses se burlaron durante muchos años de ese sistema, que contradecía abiertamente la igualdad ante la ley. Hasta que en noviembre sus propios inmigrantes se pusieron a incendiar automóviles masivamente en las calles de París. Resultó que de tan iguales que eran en su Constitución, nadie se había dado cuenta de que recibían un trato diferente en el mundo real. Poco después, apareció en sus pantallas la primera narradora de noticias de origen extranjero. Ella ha sido el primer rostro visible del cambio de modelo. España arranca con ventaja para encarar el fenómeno de la migración, porque tiene modelos. Puede ver lo que ocurre en EEUU, lo que ocurre en Francia, lo que ocurre en Alemania, y tomar sus propias decisiones. Haga lo que haga, sus programas de integración tienen una tarea clara: reducir la brecha entre los espejismos y la realidad, para poder trabajar en un mundo que sí exista.

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2 de enero de 2006
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Polansky y el huerfanito

Tengo malas noticias: Roman Polansky ha dejado de ser un psicópata. Su última película ya no es un dechado de perversión sexual como Lunas de hiel. Ni una terrorífica metáfora de la soledad como El inquilino. Ni siquiera una comedia sangrienta como El baile de los vampiros. No. El director que lleva décadas acusado de atropello a una menor, la víctima indirecta de la insania de Charles Manson, la leyenda negra ambulante, acaba de estrenar en España una nueva versión del clásico Oliver Twist: las aventuras de un huerfanito. De hecho, se veía venir un cambio desde El pianista, que ya representaba un giro en la carrera del director polaco. Es verdad que ya había mostrado interés por retratar la violencia de un país en La muerte y la doncella. Pero aún entonces, esa violencia se manifestaba en la perversidad de la relación que establece un torturador con su víctima. En sus dos últimas entregas, en cambio, el torturador no es una encarnación individual del mal, sino la maquinaria pesada de una sociedad que aplasta a sus personajes sin remedio. La diferencia es que una sociedad o un momento histórico no se pueden colar en tu cama. También hay un cambio en la actitud de los protagonistas, que han dejado de pelear. La pasividad del pianista judío es gemela de la buena educación del pequeño Oliver. Ninguno de los dos se toma la molestia de luchar por cambiar una situación que los desborda. Sólo sufren y huyen, se arriman a un lado cuando pueden y, en el caso más activo, suplican que los dejen en paz. Enfrentados a grandes tormentas sociales, estos personajes se dan por satisfechos con que no se les hunda el barco. Esto no es una crítica técnica. La factura de ambas películas es impecable. Oliver Twist goza de una puesta en escena teatral, en ocasiones caricaturesca, que subraya la fragilidad del protagonista y conserva toda la fuerza dramática del original. De hecho, es una ejemplar reproducción. Y eso es lo que resulta extraño al verla. Es Oliver Twist. No es Polansky. En sus dos últimas películas, el director ha optado por desaparecer, o como sus personajes, por dejarse mecer entre las olas del relato, manteniendo el barco decorosamente a flote, con proa a ninguna parte.

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30 de diciembre de 2005
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La exhibición de atrocidades

Recientemente, Salman Rushdie pasó por Barcelona para promocionar su novela Shalimar, el payaso, y en una entrevista con Diego Salazar, dijo lo siguiente: “Hay una gran pregunta para todo escritor y ésta es: ¿Cómo escribir la atrocidad? Porque hay cosas en los libros que uno no puede mirar a la cara, son demasiado horribles. Y no sólo para el escritor, también para los lectores, hay cosas que son demasiado espantosas de leer. Y la gran pregunta es: ¿Cómo escribes todo esto de una manera que te sea posible seguir escribiendo, de una manera en que les sea posible a los lectores seguir leyendo acerca de estos hechos horribles, sin traicionar la experiencia, sin disminuirla? Mucha gente se ha enfrentado a este problema al escribir sobre hechos reales. La gente que ha dejado testimonio del Holocausto lo ha enfrentado de una manera envidiable. ¿Cómo escribes sobre este hecho tan horroroso? Para mí, esto ha sido de lejos lo más duro, y quizá haya sido lo más duro de escribir en toda mi vida.” Curiosamente, muchos de los grandes escritores actuales se definen por su actitud ante la atrocidad. Coetzee, por ejemplo, suele encontrarla en los pliegues de la conflictiva sociedad sudafricana. Su descripción de la violación e incineración humana en Desgracia no se limita a los hechos de sangre, sino que permanece como una espada de Damocles sobre su víctima, una mujer que se niega a hablar de lo ocurrido, que parece considerar que la violencia es una condición obligatoria de su existencia, como comer o respirar. Y lo mismo ocurre en La edad de hierro, donde nos muestra cómo una sociedad puede llevar dentro la semilla de su propia destrucción, como si fuese un tumor. Ian McEwan ha dedicado buena parte de sus novelas al análisis del monstruo que llevamos dentro. En libros como Amor perdurable o El placer del viajero, la amenaza no proviene de una situación política o una coyuntura social, sino de la propia naturaleza humana, que amenaza los límites de la razón y pone de manifiesto su fragilidad. Y Roberto Bolaño, desde el poeta psicópata de Estrella distante hasta las mujeres descuartizadas de 2666, ha desarrollado una obra que navega en el umbral de lo inhumano y su fascinante relación con la estética, la belleza y el arte. Todos estos escritores tienen algo en común: la frialdad de su retrato de la violencia. Coetzee, McEwan cuando despedaza a un cadáver en El inocente o Bolaño cuando tortura presos políticos en un sótano, se caracterizan por describir la brutalidad física con la frialdad clínica de un cirujano. Las escenas salvajes de estos autores no se tiñen de sensacionalismo, ni siquiera de opinión. Se limitan a exhibirse como piezas de un museo, autosuficientes, talladas a pulso para incrustarse en la mórbida imaginación de sus espectadores. Si el horror, como dice Rushdie, es lo más duro de escribir, no es casualidad que los narradores del espanto se cuenten entre los más admirados novelistas contemporáneos.

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29 de diciembre de 2005
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Macho peludo

Mi colega de blog Jorge Volpi escribió el viernes un artículo indignado por el machismo de la película King Kong, en la que la rubia es más poderosa que el gorila y, de hecho, prefiere al simio antes que al dramaturgo atractivo y sensible. Pero yo quiero, con el mayor de los respetos por Volpi, manifestarme en favor del mono. Porque, seamos honestos: si uno fuera Naomi Watts ¿de quién podría enamorarse en esa película? Está claro que no del cineasta. Para eso han puesto en el papel a Jack Black. Para que nadie cometa el error de enamorársele, ni siquiera al principio, cuando todavía parece un artista soñador e intrépido y aún no se revela su verdadera personalidad egoísta y repulsiva. Tampoco es cuestión de prendarse del capitán del barco. Está bien, es un hombre de mar valeroso y guapo con barbita de tres días perpetua. Pero no tiene personalidad. Más allá de ser un tipo duro e inmutable, es sólo un constante as en la manga. Que los aborígenes han atrapado a todos los personajes sin salida: el capitán aparece a rescatarlos. Que los gusanos carnívoros del pantano se van a comer a Adrien Brody: el capitán aparece de repente con su revólver salvador. Que hay que llevarse en el barco a un mono de diez toneladas: el capitán tiene suficiente cloroformo para dormir a un ejército. Para excitar a ese hombre habría que tener una emergencia nuclear cada diez minutos. El candidato más natural para el amor sería Jack, el dramaturgo. Jack es atractivo y tiene ese toque de fragilidad que le da ternura. O sea, es Brody: el hombre sensible que escribe una comedia para la mujer amada, el que no da importancia al dinero, el que, por una mujer, se enfrenta a unos murciélagos del tamaño de Pau Gassol, atraviesa un muro policial, escapa al ejército de los EEUU (hasta ahora, sólo Bin Laden lo había conseguido) y trepa a la cúspide del Empire State por la escalera de mano. ¿Se puede competir con eso? ¿Algún hombre puede ofrecer más? Sólo uno: King Kong. Si Brody se lía con los murciélagos, Kong se enfrenta no a uno, ni a dos, sino a tres tiranosaurios al mismo tiempo. Y no sólo se enfrenta: les parte la quijada. Si Brody se cuela entre un par de soldaditos, Kong destroza tres aviones y varios vehículos de combate. Si Brody trepa medio Empire State en el ascensor, Kong lo hace todo a mano y rompe la mitad del edificio. Y en ambos casos, luego de golpearse ese pecho poderoso mientras sus gritos estremecen la isla entera, coge a la chica, la acurruca en la palma de su mano y la lleva a ver la puesta de sol. Sólo le falta tocar el violín (cosa que Jack tampoco sabe hacer). Volpi ha señalado con agudeza que Kong ni habla ni tiene pene. Ahí precisamente radica su atractivo: reúne todas las ventajas del hombre protector y musculoso sin ninguno de los defectos que nos hacen comportarnos de un modo ridículo e infantil. Y además, tiene esos ojillos que transparentan un corazón de malvavisco. No sé si esta película es más machista que, por ejemplo, las de Tarantino, en que las mujeres amenazan a los hombres empuñando fálicos sables samurais. O las de Von Trier, cuya relación con los hombres incluye violaciones, padres mafiosos, esposos paralíticos o muertes por asfixia. Pero sí sé lo que late tras la crítica de Volpi: la envidia. Y no es una crítica. Yo también la sentí. Escritores enclenques como nosotros, sentados todo el día ante nuestras computadoras con la aspiración de ser inteligentes –ya que lo de ser fuertes nos ha quedado lejos desde la infancia- nos identificamos con Brody, que es un hombre como nosotros queremos ser, es el dramaturgo convertido en un aventurero sin perder su sensibilidad. Por eso, nada nos revienta más que ver a la rubia largarse con un monicaco gigante que no puede ni deletrear el título de un libro. Miles de tristes episodios infantiles se convocan a nuestra memoria y, en el fondo de nosotros, mientras King Kong agoniza en la cúspide del Empire State, estamos pensando “tírate de una vez, miserable mandril, esto te pasa por ignorante”. A fin de cuentas, pensamos con rabia mientras descienden los créditos finales, King Kong es el triunfo del intelectual, aunque sea como premio consuelo.

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28 de diciembre de 2005
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El impostor inverosímil Rodrigo Fresán

Rodrigo Fresán, escritor argentino radicado en Barcelona, ha sido elegido por el Financial Times como uno de los cinco mejores autores traducidos al inglés durante el 2005, por su novela Kensington Gardens. Ya que a Fresán no le hace la más mínima falta que yo lo elogie, dedicaré este artículo a contar historias que le he robado. Fresán está lleno de relatos surrealistas sobre sus encuentros con otros escritores. Según dice, una vez en Buenos Aires peleó con su novia y ella salió corriendo. Como siempre ocurre en estos casos, él salió corriendo detrás. Al doblar la esquina, afirma haber chocado contra “algo blandito” (sic), que como consecuencia se cayó al suelo. Fresán ya iba a continuar su carrera cuando alguien le dijo: “¡Che, es Borges!”. En efecto, la cosa blandita que se retorcía en el suelo era el autor de El Aleph. Fresán asegura que en ese momento, lo primero que pensó fue: “voy a pasar a la historia como el escritor que mató a Borges.” Pero no lo mató. En otra ocasión, siempre según él, almorzó con Susan Sontag, que comía gigantescos filetes de carne casi cruda. Fresán comentó: “Oiga, Susan, come usted como Pedro Picapiedra”. Susan Sontag no estaba acostumbrada a que nadie le hiciese chistecitos, y menos a que la comparasen con Pedro Picapiedra. Pero quizá por eso, le hizo gracia. La siguiente vez que lo vio, lo recordaba bien, y aún se reía de sus filetes Flinstone. Pero la más alucinante de las historias es la de Roman Polanski. Sostiene Fresán que un día, mientras desayunaba en un hotel de París, se le acercó Polanski, le dio un abrazo y se sentó a conversarle como si lo conociera de toda la vida. Fresán se sintió obligado a decirle: “Perdone, creo que se confunde usted. No nos conocemos.” Polanski repondió. “¿No? Bueno, de todos modos me quedaré aquí, que ya tenemos conversación”. Pasaron un rato conversando, hasta que Polanski le sugirió que fuesen a un bar sadomasoquista que conocía, no lejos de ahí. Fresán afirma haberse negado. Según su relato, Polansky insistió sin éxito. Esas son sólo tres de las miles de historias inverosímiles que tiene Fresán sobre sus encuentros con hombres y mujeres notables. Yo sólo quería decir en este artículo que estoy seguro de que todas son falsas. Pero son muy divertidas.

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27 de diciembre de 2005
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