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El espejismo extranjero

Por 2 de enero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Según una reciente encuesta, el 60% de los españoles consideran que los extranjeros en España son “demasiados”. Por extranjeros, evidentemente, no se refieren a ingleses, franceses y alemanes. Esos no son extranjeros, son turistas. Los extranjeros de verdad, es decir los inmigrantes, figuran en la encuesta como el segundo problema de España en orden de importancia, por encima del terrorismo de ETA.
Parece una terrible amenaza, pero si se mira de cerca, no lo es tanto. Para empezar, los españoles opinan que son demasiados porque creen que alcanzan el 20% de la población, pero el porcentaje real de inmigrantes no llega ni a la mitad de eso. Y para terminar, el nivel de la amenaza se reduce con la pregunta “¿Cuáles son los tres problemas que a usted le afectan más?”. Entonces, la inmigración baja al quinto lugar. O sea, que es un problema de España, pero no de los españoles.
Me pregunto qué pasaría si a la inmigración no se le llamase “problema” sino “fenómeno” o “cuestión”. Porque la encuesta demuestra que la percepción sobre los inmigrantes está determinada por la manera de hablar de ellos. No son un problema porque afecten a las personas, sino porque los medios de comunicación los plantean como problema ahí, en ese mundo lejano que está dentro de las pantallas, y que parece tan real que ha duplicado el número de extranjeros en la imaginación de los españoles.
La realidad es así de maleable, y depende de las gafas –o de los antifaces- que nos coloquemos para verla. Para contrarrestar el peso de esas gafas en la experiencia cotidiana, EEUU instauró el sistema de cuotas: las universidades y puestos de trabajo están obligados a incorporar miembros de diversas minorías incluso en los casos en que estén menos cualificados que todos los demás postulantes. Se trata de una idea que rompe el principio comercial básico de competitividad y eficiencia, pero que ahorra roces sociales y permite precisamente desarrollar la competitividad y eficiencia de grupos tradicionalmente marginados del mercado profesional.
Los franceses se burlaron durante muchos años de ese sistema, que contradecía abiertamente la igualdad ante la ley. Hasta que en noviembre sus propios inmigrantes se pusieron a incendiar automóviles masivamente en las calles de París. Resultó que de tan iguales que eran en su Constitución, nadie se había dado cuenta de que recibían un trato diferente en el mundo real. Poco después, apareció en sus pantallas la primera narradora de noticias de origen extranjero. Ella ha sido el primer rostro visible del cambio de modelo.
España arranca con ventaja para encarar el fenómeno de la migración, porque tiene modelos. Puede ver lo que ocurre en EEUU, lo que ocurre en Francia, lo que ocurre en Alemania, y tomar sus propias decisiones. Haga lo que haga, sus programas de integración tienen una tarea clara: reducir la brecha entre los espejismos y la realidad, para poder trabajar en un mundo que sí exista.

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