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La exhibición de atrocidades

Por 29 de diciembre de 2005 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Recientemente, Salman Rushdie pasó por Barcelona para promocionar su novela Shalimar, el payaso, y en una entrevista con Diego Salazar, dijo lo siguiente:
“Hay una gran pregunta para todo escritor y ésta es: ¿Cómo escribir la atrocidad? Porque hay cosas en los libros que uno no puede mirar a la cara, son demasiado horribles. Y no sólo para el escritor, también para los lectores, hay cosas que son demasiado espantosas de leer. Y la gran pregunta es: ¿Cómo escribes todo esto de una manera que te sea posible seguir escribiendo, de una manera en que les sea posible a los lectores seguir leyendo acerca de estos hechos horribles, sin traicionar la experiencia, sin disminuirla? Mucha gente se ha enfrentado a este problema al escribir sobre hechos reales. La gente que ha dejado testimonio del Holocausto lo ha enfrentado de una manera envidiable. ¿Cómo escribes sobre este hecho tan horroroso? Para mí, esto ha sido de lejos lo más duro, y quizá haya sido lo más duro de escribir en toda mi vida.”
Curiosamente, muchos de los grandes escritores actuales se definen por su actitud ante la atrocidad. Coetzee, por ejemplo, suele encontrarla en los pliegues de la conflictiva sociedad sudafricana. Su descripción de la violación e incineración humana en Desgracia no se limita a los hechos de sangre, sino que permanece como una espada de Damocles sobre su víctima, una mujer que se niega a hablar de lo ocurrido, que parece considerar que la violencia es una condición obligatoria de su existencia, como comer o respirar. Y lo mismo ocurre en La edad de hierro, donde nos muestra cómo una sociedad puede llevar dentro la semilla de su propia destrucción, como si fuese un tumor.
Ian McEwan ha dedicado buena parte de sus novelas al análisis del monstruo que llevamos dentro. En libros como Amor perdurable o El placer del viajero, la amenaza no proviene de una situación política o una coyuntura social, sino de la propia naturaleza humana, que amenaza los límites de la razón y pone de manifiesto su fragilidad.
Y Roberto Bolaño, desde el poeta psicópata de Estrella distante hasta las mujeres descuartizadas de 2666, ha desarrollado una obra que navega en el umbral de lo inhumano y su fascinante relación con la estética, la belleza y el arte.
Todos estos escritores tienen algo en común: la frialdad de su retrato de la violencia. Coetzee, McEwan cuando despedaza a un cadáver en El inocente o Bolaño cuando tortura presos políticos en un sótano, se caracterizan por describir la brutalidad física con la frialdad clínica de un cirujano. Las escenas salvajes de estos autores no se tiñen de sensacionalismo, ni siquiera de opinión. Se limitan a exhibirse como piezas de un museo, autosuficientes, talladas a pulso para incrustarse en la mórbida imaginación de sus espectadores. Si el horror, como dice Rushdie, es lo más duro de escribir, no es casualidad que los narradores del espanto se cuenten entre los más admirados novelistas contemporáneos.

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