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Morirse de risa

Por 29 de diciembre de 2005 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

A contracorriente, Adam Zagajewski defiende la necesidad de una inconveniencia: el fervor. Es uno de los ensayos que incluye En defensa del Fervor (El Acantilado) recientemente aparecido y muy poco previsible en el panorama del ensayo literario contemporáneo.
¿Quizás pudo ser “entusiasmo”? ¿Quizás “furor”? Ignoro cuál será el término polaco del original, pero los excelentes traductores han elegido una palabra que sugiere la ebullición pasional frente a la gélida inteligencia. Y de eso se trata, Zagajewski, espléndido poeta, reprocha a nuestra época un exceso de ironía, de distancia burlona. En compensación armónica, propone el fervor, el calor próximo.
Creo que fue Kierkegaard el primero en definir la ironía como la posición de quien ha dejado de creer en los viejos dioses, pero no puede aún creer en los nuevos. La imagen se la sugirió aquel pobre Sócrates, ironista originario, a quien Aristófanes hacía comparecer en su comedia Las Nubes, flotando sobre el escenario en el interior de una cestilla pendiente de una cuerda. Sócrates atacaba las viejas tradiciones (lo que le costó la vida), pero sin defender nada nuevo. Así que “estaba en las nubes”.
Zagajewski argumenta, razonablemente creo yo, que los nuestros son tiempos ya excesivamente irónicos, lo que denota un extendido escepticismo frente a los dioses del poder, pero también una evidente impotencia para proponer dioses nuevos. Su invitación es honesta y seguramente religiosa: la ironía divide, el fervor une. Quizás aún estemos a tiempo de vivir el renacimiento del fervor. Habría que estar loco para no desear intensamente una renovación fervorosa del pensamiento y de la convivencia en el mundo sublunar. Sin embargo…
Aun cuando el escepticismo me impida creer en una cercana aurora del fervor (vivo en un lugar plagado de falsos dioses y de inocentes idólatras), su artículo ha sido un apreciable regalo de fin de año. Un poco de calor en el frío desierto de la constatación.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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