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Polansky y el huerfanito

Por 30 de diciembre de 2005 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Tengo malas noticias: Roman Polansky ha dejado de ser un psicópata. Su última película ya no es un dechado de perversión sexual como Lunas de hiel. Ni una terrorífica metáfora de la soledad como El inquilino. Ni siquiera una comedia sangrienta como El baile de los vampiros. No. El director que lleva décadas acusado de atropello a una menor, la víctima indirecta de la insania de Charles Manson, la leyenda negra ambulante, acaba de estrenar en España una nueva versión del clásico Oliver Twist: las aventuras de un huerfanito.
De hecho, se veía venir un cambio desde El pianista, que ya representaba un giro en la carrera del director polaco. Es verdad que ya había mostrado interés por retratar la violencia de un país en La muerte y la doncella. Pero aún entonces, esa violencia se manifestaba en la perversidad de la relación que establece un torturador con su víctima. En sus dos últimas entregas, en cambio, el torturador no es una encarnación individual del mal, sino la maquinaria pesada de una sociedad que aplasta a sus personajes sin remedio. La diferencia es que una sociedad o un momento histórico no se pueden colar en tu cama.
También hay un cambio en la actitud de los protagonistas, que han dejado de pelear. La pasividad del pianista judío es gemela de la buena educación del pequeño Oliver. Ninguno de los dos se toma la molestia de luchar por cambiar una situación que los desborda. Sólo sufren y huyen, se arriman a un lado cuando pueden y, en el caso más activo, suplican que los dejen en paz. Enfrentados a grandes tormentas sociales, estos personajes se dan por satisfechos con que no se les hunda el barco.
Esto no es una crítica técnica. La factura de ambas películas es impecable. Oliver Twist goza de una puesta en escena teatral, en ocasiones caricaturesca, que subraya la fragilidad del protagonista y conserva toda la fuerza dramática del original. De hecho, es una ejemplar reproducción. Y eso es lo que resulta extraño al verla. Es Oliver Twist. No es Polansky. En sus dos últimas películas, el director ha optado por desaparecer, o como sus personajes, por dejarse mecer entre las olas del relato, manteniendo el barco decorosamente a flote, con proa a ninguna parte.

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