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Catástrofes futuras

Israel ha hecho un muy mal negocio. Ha dañado, ante todo, su imagen internacional, seriamente lesionada desde la operación Plomo Fundido sobre Gaza y todavía más de la formación del gobierno más ultra y radical de toda su historia. Buena prueba de ello son las resoluciones que ha suscitado su acción, del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, de la Unión Europea y de la OTAN, y la actitud de Estados Unidos que, por primera vez en años, ha tomado posición propia y no se ha escudado en el apoyo incondicional a lo que haga Israel. Ha tensado los lazos con los aliados hasta un punto difícilmente tolerable, como es evidente en el caso de Turquía. Ha situado la cuestión de Gaza en el primer plano de la actualidad internacional que era exactamente el propósito de los promotores de la flotilla solidaria. Y ha obligado a Mubarak a abrir el acceso desde la franja a Egipto por Rafah, algo indeseable para la dictadura egipcia, que sufre en su interior la oposición de los Hermanos Musulmanes, de la que Hamas es la rama palestina.

Además de hacer un mal negocio, Israel ha actuado fuera de la ley y según criterios morales condenables, tanto en el asalto a la flotilla como anteriormente en la guerra y en el bloqueo de la franja de Gaza. Eso es evidente y sólo los ciegos no quieren verlo, deslumbrados por la profusión de actuaciones del mismo tipo que encontramos en la región y en el mundo, en el presente y en el pasado. Pero no es éste el problema que se discute. La cuestión candente es saber si este tipo de actuaciones sirven al propósito del sionismo más pragmático y realista. Y la respuesta negativa, clara y rotunda, suscita un amplio consenso internacional. Sólo entre los ciudadanos de Israel se ven las cosas de forma distinta. A ello apelan los defensores a ultranza de cualquier cosa que haga o pueda hacer un gobierno israelí, en preciso seguimiento de la consigna nacionalista: right or wrong, my country, y en este caso, Israel. En esta actitud se mezclan muchas cosas, algunas de las cuales son abiertamente psicológicas. En primer lugar, el hecho incontrovertible de que estamos hablando de un Estado en guerra con sus vecinos desde su fundación, que se produjo también a partir de una guerra con los colonizadores británicos y con los habitantes árabes de Palestina. La tierra prometida no estaba esperando, vacía y sola, con su miel y sus uvas, a que llegaran los futuros israelíes sin patria. Tuvieron que ganarse el territorio de la patria palmo a palmo e inculcar en sus ciudadanos, desde la escuela, la vigilancia y la actitud militar, defensiva y conquistadora a la vez. Se impregnaron además de la escuela violenta de la región, que Enric González ha descrito con tanta precisión en su admirable blog Fronteras movedizas: ése es el lenguaje con el que creen entenderse mejor los israelíes con los árabes, el de la dureza y de la intransigencia militares. ¿Por qué habría que acudir a la paz cuando sólo se cree en la guerra? Se resguardaron además en la condición moralmente invencible de la víctima perfecta y sin parangón, con autorización sin límite para preservar y guardar la exclusiva de su condición y para exhibirla ante la menor discusión y no digamos amenaza o riesgo de confrontación. Siendo uno de los Estados más fuertes y enérgicos del mundo, siempre exhibirá la amenaza de su destrucción y el miedo legítimo de sus ciudadanos; y siendo el Gobierno más desatento a la diplomacia y al diálogo con amigos y enemigos, siempre osará escudarse en el antisemitismo para defenderse de las críticas. Y a pesar de todo ello, hay algo de la herencia judía de lo que no consigue despegarse una parte de Israel, y es quizás lo que explica todas esas otras adherencias que vienen a enturbiar la posibilidad de políticas racionales y decisiones valientes y eficaces para preservar su futuro. Donde más cómodos se sienten los dirigentes israelíes es en la soledad absoluta, rodeados por un mundo hostil al que no dudan en considerar antisemita y enfrentados a unos enemigos que no dudan en situar al lado de los nazis. Ese es el infierno o abismo que les atrae y en el que se sienten cómodos, jaleados por los neocons y por los palmeros del Apocalipsis que son los cristianos renacidos norteamericanos, dispuestos a buscar en tierras de Oriente Próximo la batalla final entre el bien y el mal que precederá, gran paradoja, la conversión de Israel al cristianismo. Esa soledad metafísica tiene raíces vivas y difíciles de cortar, hincadas en la vieja mentalidad del ghetto, de la que la derecha israelí no consigue emanciparse, como sucede con la nula confianza en la humanidad y la creencia exclusiva en la propia determinación y en la fe en unas escrituras que marcan el destino: Dios y el pueblo. Por más que este sentimiento pueda despertar asombro e incluso admiración en quienes aman a Israel y aman el pueblo judío y su civilización portentosa --que es exactamente la nuestra, no lo olvidemos--, esta última deriva es la peor de todas, puesto que conduce de cabeza hacia un régimen militar y un fundamentalismo religioso ambos en perfecta sintonía con los peores cultivos del mismo tipo que se dan en la región. Y esto, para los judíos liberales que son mayoría en el mundo y para sus amigos, no sería el advenimiento de nada, ni una victoria en el Armagedón, sino una nueva catástrofe histórica de dimensiones incalculables para Israel, para los judíos y para la humanidad. (Enlace con el blog de Enric González)

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2 de junio de 2010
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Mentiras y escritores

 

 Decíamos ayer que soy un  impostor. Soy uno que no está convidado a estas fiestas en las que estoy. Presentaciones, festivales, encuentros en los que solo quiero estar para escaparme. Sigo aumentando el catálogo de mundos que no están en los míos. Lugares en los que ni se me espera, ni quiero llegar aunque siga dejándome caer en la tentación provocada por mi incontrolada curiosidad. Y por mi culpa, por mi grandísima culpa.

Algo hace que me sienta atraído por las vidas y los lugares, que habitaron escritores que me interesan. Algunos de ellos pasaron tiempo en las islas del Golfo de Nápoles. En Capri, Neruda se escondió con su amante, escribió nuevos versos enamorados y siguió bebiendo el vino que era el mismo de las tabernas. También allí hizo algunos poemas de uno de esos libros "polémicos" del poeta más ideologizado. En compañía de "Los versos del capitán", crecieron algunos poemas de "Las uvas y el viento". El poeta enamorado era un convencido stalinista: "...Stalinianos. Llevamos ese nombre con orgullo./ Stalinianos: Es ésta la jerarquía de nuestro tiempo!/ Trabajadores, pescadores, músicos stalinianos!/ Médicos, calicheros, poetas stalinianos!/ Letrados, estudiantes, campesinos stalinianos!/ Obreros, empleados, mujeres stalinianas, salud en éste día. No ha desaparecido la luz, / no ha desaparecido el fuego, sino que se acrecienta! la luz, el pan, el fuego y la esperanza/ del invencible tiempo staliniano!"

 Se equivocaron como palomas- creyeron que "el norte era el sur, que la calor la nevada, que su espalda era su risa"- se equivocaban  con esa ilusión de un mundo nuevo. Un mundo falso como un paraíso, un mundo como un infierno del Dante. Y no lo quisieron ver los poetas, no lo quisieron ver tantos escritores que se dejaron llevar por los ismos y sus mentiras. Siguieron ciegos en sus complejidades, en sus vidas, sus fugas, sus versos o sus novelas. Siguieron viviendo como extraños en un paraíso. La pesadilla de Stalin nunca llegó a Capri. Pero sí estaba por allí el espíritu del maestro, del padre ideológico, Lenin, el burgués revolucionario sí estuvo en la isla.

 Ya no seguimos siendo los leninistas- que nunca fuimos- y podemos practicar aquello de dos pasos adelante y uno atrás ¿O era al contrario? También Lenin supo mentir desde ésta isla. Aquí construyó parte de sus falsos paraísos. De sus principios, de sus verdades que con el tiempo se convirtieron en enormes mentiras. Mi amigo Pau Arenós- escritor, gastrónomo, periodista y gran observador- se divierte con la paradoja de que para llegar a la estatua de Lenin en Capri haya que cruzar un calvario de tiendas, pijos de toda la vida, horteras de isla mediterránea, paseantes de una tarde, estables de la jet y todo tipo de diabólicos  vestidos de  "Prada". El diablo viste como quiere en Capri, sabe bailar entre la progresia y la tontería.

No reconozco, entre esos escaparates de la moda y el limoncillo, el espíritu de uno de sus más significados residentes, uno de los más grandes escritores de los tiempos de los excesos ideológicos, Curzio Malaparte. Quise llegar a su casa, `pasear por esa terraza, recordar al escritor de "La piel"- ya que Valcorba recuperó en "El acantilado" la imprescindible "Kaputt"- y a su manera libre y sin retóricas de explicar la derrota de los suyos en la guerra mundial democrática. De la Europa que sufre bajo los nazis a la que disfruta con la "liberación" por los americanos. También las mentiras se ponen guapas como las mujeres de Prada. Menos mal que nos queda la verdad literaria de Malaparte. Y su hermosa casa, en ese acantilado, allá por donde los farallones de una isla que fue refugio de brutas y hermosas mentiras.

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1 de junio de 2010
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Moralidad y sometimiento a la razón

En la carta del profesor  José Lázaro que ha dado lugar  a estos últimos textos primaba la cuestión de la dificultad de discernir entre las "máximas subjetivas de acción" sometidas a algún principio intrínsicamente moral y las que no tendrían tal virtud. Ello haría difícil trazar una barrera firme entre la actitud del falangista de buena fe (que aspirando al bien de su país se habría encontrado con la sórdida  realidad del franquismo) y la del revolucionario comunista cuyas "buenas intenciones" no habrían impedido el control de la población por la policía estalinista o la persecución de homosexuales en Cuba. José Lazaro me decía concretamente que le  "venían  a la cabeza cristianos, marxistas falangistas  de noble sinceridad que se quedaron horrorizados con lo que hicieron del pensamiento de sus respectivos maestros los sacerdotes de las respectivas religiones."   Y al respecto José evocaba a lucero, Orwell o Ridruejo.

Intentaba por mi parte, en un texto anterior, responder a esta perplejidad escéptica de José Lazaro en base a distinciones kantianas. Retomo el asunto con algo más de precisión.

 

El asesino y el médico   

"Las prescripciones que debe seguir el médico para curar a su hombre, aquellas que debe seguir el envenenador para liquidarle con certeza,  son de idéntico valor"

No se trata de una provocativa "boutade", sino de un párrafo de la kantiana  Metafísica de las Costumbres, uno de los textos más importantes que se hayan nunca escrito en materia de moral.

Supongamos que una persona acuciada por una situación de penuria barrunta el resolverla por cualquier medio, lícito o ilícito, y que tras sopesar los inconvenientes adopta la decisión de desvalijar un establecimiento, una sucursal bancaria por ejemplo. A partir de este momento, tal hecho delictivo será móvil de su voluntad, en términos de Kant "máxima subjetiva de acción"

Naturalmente, hallarse determinado por una máxima, tener una meta a alcanzar, tiene poco sentido si no se está atento a los instrumentos necesarios para la realización efectiva. Si, por ejemplo, nuestro hombre se deja llevar por la abulia, el placer o la pereza, y en lugar de de vigilar cuidadosamente el dispositivo de alarma, se dedica a pasear o acude a un museo, difícilmente alcanzará su propósito. La vigilancia de la alarma, y todas las demás circunstancias análogas, es algo determinado por un fin a alcanzar, y no algo a lo que forzosamente lleva la inclinación del sujeto. En tal medida constituye una suerte de imposición o  deber ( Sollen en el texto de Kant), una ley o imperativo de la razón.

Aunque desvalijar una institución bancaria sea en general considerado un acto poco edificante, cabe imaginar que las razones últimas del sujeto sí tenían alguna connotación moralmente positiva (la precaria salud de un miembro de la familia, por ejemplo). De ahí que, para aprehender la esencia del imperativo kantiano sea mejor considerar ejemplos indiscutiblemente turbios: un individuo obsesivamente atravesado por una sexualidad no correspondida, decide pasar al acto contra la voluntad de la persona deseada; un sujeto injustamente envidioso es presa de un deseo homicida contra la persona afortunada.

En uno y otro caso,  imperativo de la razón es buscar la ocasión y el instrumento adecuado. El violador cabal actuará al amparo de la soledad y el homicida ha de elegir el instrumento oportuno, según la implacable lógica que atribuye idéntico valor a la disciplina que sigue el terapeuta y a la que sigue el asesino.

Diferencia en los fines

¿Idéntico valor moral? No ciertamente, pero ello en razón de la diferencia de los fines a los que tales disciplinas se ajustan, y no en razón de su condición de instrumentos racionales para alcanzar los mismos, pues como tales su dignidad está garantizada. Si el envenenador probara con la primera pócima a mano, o el violador actuara a plena luz y ante testigos susceptibles de impedir el acto, cabría hablar de impulso conforme a una inclinación, no de de mediación- distancia- interpuesta por la razón, no de acto cabalmente humano.

Esta diferencia (a la que, con buen criterio, tan atenta está la lógica jurídica)  es clave respecto al problema de determinar si ha habido o no responsabilidad,  y la dignidad que la responsabilidad conlleva, en el comportamiento. Hasta para alcanzar fines que atentan a lo que un orden social racional exige, hay que usar la razón, la cual impone una ley a la  que se  subordinan las inclinaciones del individuo: tal es la moraleja de esta reflexión kantiana en la que ahondaré algo más.

Los ejemplos hasta ahora considerados tienen en común un rasgo de contingencia. Cabe pasar por la situación en la que la propia meta es desvalijar un banco, pero no ocurre esto a todos los individuos y ni siquiera a un único individuo en todas las circunstancias de su vida; y lo mismo cabe decir de la meta subjetiva de proceder a una violación o  a un asesinato.

Hay ciertamente metas que no sólo son menos turbias, sino más comunes. Así, muchos se proponen alcanzar un oficio convencional, tener un hijo, o una casa propia. Y en la generalidad de los casos se subordinan a los imperativos (de estudios, vestimenta, mediación social etc.) sin los cuales la razón indica que tales objetivos son inalcanzables.

Mas tampoco en los últimos casos cabe considerar que se trata de fines  auténticamente universales. Salvo que nos refiramos a un eventual deseo  inconsciente (cosa que quizás valdría la pena considerar), no cabe decir que tener un hijo es finalidad que se propone todo individuo, y sobre todo, en cualquier tiempo. Y el asunto es aun más claro en lo que se refiere al oficio (un "hijo de papá" puede perfectamente estimar que su meta lógica es vivir de rentas), o a la vivienda. Pues bien:

 

Meta que ningún ser humano pudiera repudiar

Si la meta a  alcanzar, la máxima subjetiva de acción, es contingente, entonces, cualquiera que sea la connotación moral que le atribuyamos, el imperativo de adaptar el comportamiento a tal meta, no sólo es subordinado o hipotético sino además contingente o problemático ( el fin para el que es instrumento pudiera no darse). Por el contrario: si alguna meta fuera tal que ningún humano en ninguna circunstancia pudiera no hacerla suya, entonces el imperativo (la ley que determina el adecuado comportamiento), aun siendo hipotético o dependiente sería inevitable o asertórico.

Entiéndase bien que el imperativo es racional, y por ende, "ético", en ambos casos. Pero en el primero lo es en relación a algo que, en sí mismo, puede eventualmente no ser racional, mientras que en el segundo caso lo es respecto a algo racional en esencia, algo que acompaña a la condición humana como tal, a saber, la aspiración a la felicidad, la cual  no puede darse sin gozar del respeto de los demás, exige imperativamente el merecer tal respeto.

El seleccionar cuidadosamente el veneno  alcanzaría un suplemento de legitimidad si hubiera alguna buena razón para efectuar el crimen (¿sería tal la liberación de la tiranía?), mas su  carácter de deber no depende de ésta, sino de la adecuación a la meta que el sujeto se ha trazado. Pero lo mismo ocurre con la exigencia de prudencia en las relaciones humanas, sin la cual el respeto de los demás - condición de la felicidad - no puede darse. Ambos casos responden al criterio que permite determinar el carácter hipotético del imperativo: hay en perspectiva un fin concreto (acción, estatuto, posesión conocimiento etc.) que motiva a la voluntad  y que, dadas las circunstancias, lo exige. El imperativo mira a un fin y no a la condición del fin, mira a un objetivo (necesario o contingente) y no a la objetividad.

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1 de junio de 2010
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Piratas del Caribe

La tele zumba en la sala aunque nadie la mira. La dejan encendida durante horas sin hacerle caso, como si de un familiar atolondrado se tratara. En la cartelera se lee que en media hora empezará el serial de criminalística CSI, seguido un rato después por otro muy similar llamado Jordan Forense. Para relajar un poco, en el canal 21 estarán los simpáticos protagonistas de Friends y la película de la medianoche ha sido rodada en los estudios de la 20th Century Fox. La jovencita de la casa no se quiere perder el enésimo capítulo de Las chicas Gilmore pero el padre pelea por sintonizar un documental del Discovery Channel sobre los tiburones. En medio de la madrugada ?cuando sólo están despiertos los custodios, los ladrones y los gatos? quizás retransmitan la última temporada del Doctor House. Nuestra pantalla chica tiene dos sellos distintivos: la extrema ideologización de ciertos espacios y la abundancia de materiales robados a productoras extranjeras. Peculiar combinación la de un incendiario discurso antimperialista que cohabita con la difusión constante de producciones hechas en el país del Norte. Filmes que hace un par de semana se estrenaban ante el público norteamericano son difundidos hoy sin pagar un solo centavo de derechos de autor. Los espectadores nos beneficiamos ?claro está? con esa premura por tomar lo ajeno que tiene el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) pero un gusto amargo nos deja el saber que sin el contrabando no se sostendría nuestra programación televisiva. Para paliar la depresión en que han caído las realizaciones locales, especialmente los seriados, novelas o programas de participación, se echa mano de lo foráneo sin compensar ?casi nunca? a los creadores o distribuidores. Cuando el pillaje se institucionaliza pierden fuerza los llamados a la población para que no desvíe recursos estatales, pues basta con sintonizar un canal y veremos las pruebas del hurto a gran escala. Para colmo, en un gesto de esconder la falta, cubren con una banda oscura el sello de la televisora que lo trasmitió originalmente, haciendo con eso más evidente la sustracción. Con frecuencia los sábados en la noche proyectan filmaciones realizadas sobre la pantalla de un cine, donde en mitad de la trama uno ve como alguien del público se levanta para ir al baño y nos impide leer un trozo de parlamento. Los subtítulos hechos por un aficionado, plagados de faltas ortográficas ?típicos de las copias bajadas de Internet? pueden verse hasta en programas bastante serios de debate cinematográfico. ? ¿Qué ocurrirá si en un futuro cercano el país no puede seguir comportándose como un corsario sin ética ante la creación artística de otros? ¿Estarán los funcionarios del ICRT pensando ya en cómo van a saciar nuestros apetitos televisivos sin hacer uso de la piratería? La solución ?evidentemente? es estimular la realización nacional, permitirle a la televisión generar ingresos que redunden en su mejoría y en su capacidad para adquirir derechos de difusión. Esto último podría ser incompatible con las largas horas de discurso ideológico, con las aburridas emisiones que a pocos gustan pero que nos administran como la cucharada obligatoria de adoctrinamiento. Una programación dinámica, atractiva y dentro del marco de la ley no puede hacerse desde la estatalización total de nuestros medios ¿Es que no se dan cuenta?

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1 de junio de 2010
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¿Pero qué quieren?

¿Quieren acaso ponernos a prueba una vez más? ¿Quieren comprobar hasta dónde puede llegar la resistencia de sus amigos y aliados? ¿Quieren arruinar de una vez por todas las levísimas esperanzas de paz que se abrían con las conversaciones indirectas de George Mitchell? ¿Quieren impedir directamente que Obama rehaga los puentes en un encuentro como el que ya se ha anulado y que debía celebrarse hoy en la Casa Blanca? ¿Quieren saber si Estados Unidos usará el derecho de veto para impedir por primera vez una resolución de condena de sus fechorías en el Consejo de Seguridad? ¿Quieren ahuyentar a cualquiera que se les acerque? ¿Quieren quedarse solos con sus colonos armados y sus judíos ortodoxos, insensibles a cualquier sufrimiento ajeno, sordos a cualquier argumento aunque llegue de las voces amigas, ciegos ante la realidad de un mundo que cambia en dirección contraria a sus obsesiones?

Ese disparate militar de ayer merece mucho más que condenas. Las fuerzas de defensa de Israel son uno de los mejores ejércitos del mundo, una auténtica milicia de élite preparada para las más difíciles eventualidades. Está dotado de la mejor tecnología, cuenta con un entrenamiento difícilmente mejorable, su capacidad logística es espectacular y tiene a mano la materia prima que le suministran los servicios secretos más cualificados y eficaces del planeta. Tiene a su disposición, además, todo el apoyo y la colaboración militar y tecnológica de Estados Unidos y las facilidades que le brindan unas relaciones de confianza desarrollada desde hace décadas con todos los ejércitos de la Alianza Atlántica, incluido el de Turquía. ¿Por qué extraña razón quiso buscar Israel este combate desigual y vergonzoso con la intifada marítima organizada por las ong?s solidarias con la franja de Gaza? No sabemos lo que quieren los responsables del disparate, pero sí a dónde conduce el camino que trazan con su violencia. Quienes sólo saben utilizar la violencia como instrumento de acción acaban esclavizados por la violencia. Lo hemos visto sobradamente del lado palestino y ahora lo estamos viendo también del lado israelí. En vez de dos estados conviviendo en paz y democracia, haciendo fructificar en la región la siembra de la reconciliación, lo que se dibuja en el futuro es una fortaleza militar israelí asediada en mitad de un océano árabe hostil, en la que los propios árabes de ciudadanía israelí sean excluidos, discriminados o encarcelados. Los partidarios de este último horizonte, es decir, la extrema derecha israelí y el extremismo palestino de Hamas, obtuvieron una sonora victoria ayer sobre los partidarios de la paz. Cualquier motivo es bueno para emprender la guerra para quienes quieren evitar sobre todas las cosas emprender el camino de la paz. 

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1 de junio de 2010
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Humanidad

Tienen razón los escépticos cuando afirman que la historia de la humanidad es una interminable sucesión de ocasiones perdidas. Afortunadamente, gracias a la inagotable generosidad imaginación, vamos supliendo las faltas, rellenando las lagunas de la mejor manera posible, abriendo paso en callejones sin salida y que sin salida continuarán, inventando llaves para abrir puertas huérfanas de cerraduras o que nunca llegaron a tenerlas. De Las pequeñas memorias, Alfaguara (Selección de Diego Mesa)

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31 de mayo de 2010
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A falta de congrí

Hace varios años conocí a una joven que estaba a punto de viajar ?por primera vez? fuera del país. Tenía tantas dudas sobre lo que encontraría al otro lado que preguntaba a quienes ya habíamos ?cruzado el charco? hasta los mínimos detalles. Quería saber si debía llevar abrigo o ropa de manga corta al verano europeo y si con sus escasos conocimientos de inglés podría hacerse entender. Indagaba por nombres, lugares y hasta sabores, pues una de sus aprensiones principales giraba alrededor de cuánto iba a gustarle la comida de aquellos lares. Temía, fundamentalmente, que sobre los platos no fuera a encontrar el arroz con frijoles que estaba acostumbrada a ingerir cada día. Cuando me lo confesó tuve ganas de reírme, pero después comprendí el tremendo aprieto que para ella representaba romper su rutina alimentaria. Desde pequeña se había habituado a esa combinación tan criolla y enfrentarse a un plato de vegetales ya le parecía un sacrilegio. Estaba preocupada por tener que consumir solo espinacas o brócoli, como había visto en algunas películas, y pasarse más de un mes sin los ?moros y cristianos?. El recelo le llegó a un punto que subió al avión llevándose en el equipaje varios kilogramos de su inseparable leguminosa y su cotidiana gramínea. Nunca regresó de aquel viaje, porque se instaló en el norte de Italia al parecer encantada con la sazón del lugar. El empobrecimiento de nuestra cultura culinaria, debido a la crisis crónica que vivimos, ha hecho que el paladar apenas si se tropiece con una decena de sabores. Las ?proteínas? que se muestran en los platos cubanos son las contenidas en un “perro caliente”, una porción de picadillo de pavo o un trozo de hígado de res. Estos productos poseen los precios más accesibles en las tiendas en pesos convertibles y son importados ?mayoritariamente? desde ese país del norte que tanto se menciona en las consignas políticas. Hasta la carne de cerdo se ha vuelto inalcanzable y en mi barrio cuando venden huevos hay una felicidad como si se tratara del advenimiento de los mismísimos reyes magos. La repetitiva mezcla de arroz con frijoles está también por desaparecer debido al desastre agrícola, la sequía y la estatalización disfuncional de nuestros campos. Ahora, hay que desembolsar el doble y hasta el triple de dinero para disfrutar de ese congrí por el que mi amiga estuvo a punto de abortar su viaje a Europa.

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31 de mayo de 2010
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Bajo los cielos de Asia

 

Una de las verdades inconmovibles  que rigen en el mundo de la edición es la referente a  lo poco que vende la literatura deportiva. "Si ni siquiera los libros de fútbol tienen éxito", parece rezar la máxima que todo editor guarda en un cajón para ahuyentar a los intrusos, "¿cómo pretende usted que le publique ese libro que encima está dedicado a un deporte que ni quiera es mayoritario?".

Una primera aclaración: en la inmensa mayoría de casos, cuando alguien habla de  "literatura deportiva" se está refiriendo a esas autobiografías (que mejor debieran llamarse autohagiografías) supuestamente escritas por algún deslumbrante astro del balón pero que por lo general suelen ser unas remembranzas de infancia  dictadas a un periodista anónimo (el famoso negro) y cuidadosamente despojadas de cualquier circunstancia escabrosa que pueda afectar negativamente a la imagen pública del astro en cuestión y dañar de paso sus fabulosos contratos publicitarios.

                Bueno seria poder decir ahora que el reiterado fracaso de esos edulcorados productos de marketing se debe a que el público al que van dirigidos posee criterio propio y no se deja engañar. Pero qué va, y el nivel intelectual del aficionado medio nunca ha sido objeto de admiraciones y orgullos. Lo que ocurre es que la llamada "literatura deportiva" se rige por unos parámetros que nada tienen que ver con las cifras astronómicas que mueven los astros del balón. Y aunque estoy muy lejos de ser un especialista en libros sobre deporte, tengo la certeza de que gente como Nick Hornby, Ryszard Kapuscinski,  Eduardo Galeano, Manuel Vázquez Montalván u Osvaldo Soriano (autores todos ellos de libros con temática de fútbol ); Javier García Sánchez (ciclismo) y Reinhold Messner, Jon Krakauer o Roger Frison-Roche (todos ellos escritores de temas de montañismo y el último pionero del género con aquella entrañable novela titulada El primero de la cuerda y que todavía se puede encontrar en la edición de Barrabés) son nombres que cualquier editor incluiría gustoso en su catálogo porque no sólo no son ningún desdoro (más bien al revés) sino que venderán aproximadamente lo mismo que vendan los demás.

            Lo que importa, en definitiva, es ofrecer libros de calidad con independencia del calificativo que se les pueda añadir, y en esa línea va la colección que Saga Editorial tiene ahora mismo en las librerías, y que es una apuesta tan arriesgada como meritoria. Casualmente, su punta de lanza es Bajo los cielos de Asia, de Iñaki Ochoa de Olza. Este montañero navarro, que ya figuraba en la élite de su profesión, murió en 2006 cuando descendía del Annapurna y las dramáticas circunstancias que rodearon su muerte le dieron una notoriedad que volvió a resurgir cuando, mediada la temporada 2009-2010, Josep Guardiola utilizó su figura para inculcar a los jugadores del F.C. Barcelona las virtudes del espíritu de lucha llevado hasta sus últimas consecuencias o las ventajas de la solidaridad y compañerismo. El libro está claramente escrito por un no profesional, pero en cambio refleja bien la talla moral y la peculiar visión de la  vida de ese hombre al que la muerte le impidió completar el siguiente proyecto: llegar desde Pamplona al pie del Everest en bicicleta, subir y bajar la montaña más alta del mundo y volver a casa caminando. No obstante, lo simpático de esta aventura editorial es que en lugar de limitarse a un género de probada raigambre (el montañismo) apuesta igualmente por el fútbol con un título Scunthorpe hasta la muerte, de ïñigo Gurruchaga, basado no en una estrella mediática sino en un obrero del balón llamado Álex Calvo-García cuya trayectoria deportiva transcurrió íntegramente en equipos ingleses de tercera división; en otro de los títulos, No querían ganar, Jorge Nagore sigue día a día aquel curioso Tour de 1983 ganado por quien menos se esperaba (Laurent Fignon), y otro más, El tercer tiempo, de Albert Turró, está íntegramente dedicado a un deporte en España tan minoritario como es el rugby y que sin embargo en Francia y Gran Bretaña, y no digamos en Australia y Nueva Zelanda, sus figuras se encumbran hasta alturas que para sí querrían sus futbolistas. Si resulta ser cierto que lo importante es ofrecer calidad, el acierto será total.

 

 

Bajo los cielos de Asia

Iñaki Ochoa de Olza

Saga Editorial  

               

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31 de mayo de 2010
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Los jueves, cine

En mi niñez, ‘los jueves, milagro', según el peculiar evangelio de San Luis Berlanga, que hizo esa divertida película engañosamente católica en el año 1957. Mi propio jueves mirífico fue el pasado día 27, cuando tuve la oportunidad de mostrar por segunda vez ‘El dios de madera' en un pase organizado muy generosamente por el Grupo Planeta, un sello editorial en el que nunca he publicado y que tampoco distribuye, a través de su división cinematográfica Dea Planeta, mi película.

    Aunque en Málaga también acudieron varios escritores a verla en la sesión a concurso del Festival de Cine, el público que llenó el jueves el cine Roxy de Madrid era en su mayoría "letraherido', y eso me hizo sentir algo especial y ambiguo. Por un lado se trataba de semejantes, hermanos y hermanas literarios, en bastantes casos muy cercanos y admirados. Por otro era inevitable la sensación de estar dirigiéndome a ellos -en la breve alocución de agradecimiento antes de dejarle la palabra a Marisa Paredes, que me acompañaba-  como un tránsfuga o un transformista. Quizá por eso quise oírme a mí mismo decir delante de todos que tengo el mayor deseo de volver a lo que más he hecho en mi vida, escribir narrativa.

     Si un escritor con querencias fílmicas más bien sedentarias (como era mi caso hasta el año 2001) se lanza a la epopeya, no en todo momento heroica, de dirigir una película, lo hará, y eso no admite dudas para mí, por trasmutarse, lo que no quiere naturalmente significar negarse. Mostrará en su relato fílmico afinidades y coincidencias con el de sus libros, pero lo hará, ése es mi fin, saliéndose del todo del patrón de la literatura, tan distinto, por no decir opuesto, al del cine.

    Yo he querido, y ojalá haya conseguido, hacer una película con la voluntad de estilo y la ‘libre invención' de quien escribe una novela, sabiendo sin embargo que esta vez la palabra no pasaba de ser ancilar, y los recursos a mi disposición eran la cámara, la profundidad de campo, el corte posterior de los planos, el azar objetivo de los elementos. En esa historia así contada los personajes no sólo nacerían de mí y vivirían sujetos a mí hasta su muerte o desaparición en la página, como los de los libros. De mí sacarían el germen, quizá la plantilla o una idea final; el resto, el determinante resto, sólo dependería de lo que ellos, los actores y actrices de ‘El dios de madera', quisieran hacer con su lectura del libreto, su voz, sus improvisaciones, sus preguntas a mí y sus respuestas a sí mismos.

    Si a todo eso se añade que el relato propuesto lleva algo que la literatura, al menos la que yo leo, aún no ha incorporado, música (la de Luis Ivars, a mi modo de ver el mejor compositor español de cine, junto a Alberto Iglesias), puede entenderse mi situación del pasado jueves, entre el pudor y el portento: la de un agente doble al servicio de las grandes potencias del arte narrativo, en cierto modo amigas pero muy rivales.

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31 de mayo de 2010
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El Boomeran(g)
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