Iván Thays
RESEÑAS SIN PLUMAS
por Luis Hernán Castañeda
Un detective en la familia
?Las familias son instituciones que aspiran a prosperar, a veces a costa de la sociedad, me dijo alguna vez mi tío Adolfo. Son árboles que crecen para extender sus ramas. Adquieren sus fuerzas de unas raíces antiguas y profundas, y se expanden, tratando de arrebatar el aire y el agua al resto del mundo. Esas ramas cobijan a los suyos, y mientras más frondosas y grandes sean, hay lugar para más personas bajo su protección. Pero solo los miembros de la familia pueden estar ahí. La familia es una conspiración contra el mundo, concluyó?.
La familia es una conspiración: definiciones semejantes a esta abundan en la más reciente novela de Alonso Cueto, que combina el dinamismo de una trama policial y la instrospección propia de una novela psicológica. A través del esquema clásico del ?caso?, la novela busca y logra brindar ?quizá como primer y mayor objetivo?, la exposición del carácter de sus personajes y la aprehensión del clima emocional que los envuelve. ?La venganza del silencio? es la historia de los rencores y traiciones que fermentan en el microcosmos amurallado de una familia limeña de la alta burguesía, y también es la historia de uno o más crímenes que dan su forma policial a la exploración de dicho microcosmos.
La novela parece decirnos que la vida familiar entraña, en ese corazón semisecreto que palpita, suspendido y accesible aunque rechazado, entre lo público y lo privado, entre lo indecible y lo visible, un tejido de crímenes cotidianos que acontecen sin cesar y se apilan en el tiempo de la genealogía: crímenes que algunos perciben y dejan pasar y otros ni siquiera advierten, porque siempre los modera y los oculta ?a medias, tal vez para ser señalados más rápido por los más sagaces? el silenciador de la rutina, el cariño y las apariencias.
El centro de ?La venganza del silencio?, su aspecto más trabajado y relevante, es, no cabe duda, el personaje: su mundo interior, un palimpsesto de cicatrices dejadas allí por criminales íntimos, que siempre amenazan con volver al lugar de los hechos, ocupa el sitio estelar y es el objeto de una minuciosa atención. Presos en esta red de rituales amenos, agresiones soterradas y antepasados vigilantes, los personajes más entrañables de ?La venganza del silencio? son seres solitarios, introvertidos y soñadores, que encarnan una contradicción.
Por una parte, definen su identidad individual en función de la cárcel familiar en que les ha tocado vivir, y aceptan resignados su condena, conscientes de que el remedio de sus males podría llegar a ser más pavoroso que la enfermedad. Sin embargo, pese a esta conciencia, añoran escapar de sus hogares porque los saben inhóspitos, plagados de enigmas truculentos y pasados intolerables. Personajes como Antonio Hesse, el narrador y protagonista, parecen intuir que esa familia cuyo exterior desconocen y temen, esa conspiración que amenaza tanto a propios como a extraños, es el único mundo posible donde podrían subsistir ?no importa si heridos?, sin verse aniquilados por una realidad que es indispensable ignorar, repudiar, combatir.
Antonio Hesse no es solo el detective que hurga en los secretos de su propia familia, sino también el personaje que asume y sufre con mayor intensidad, sensibilidad y entereza moral las consecuencias de esos secretos. Quizá podría decirse que el pasado biográfico del personaje, signado por la pérdida y la orfandad, determinó su posterior apego inflexible ?y cómplice? a las leyes de la familia, leyes que acata pese a saberlas inicuas. Antonio tenía apenas diez años cuando sus padres fallecieron en un accidente de tránsito y sus tíos, Adolfo y Adriana ?hermana mayor de su padre?, se lo llevaron a vivir con ellos. Antonio creció rodeado por el afecto de sus tíos y al calor de una gran familia extendida, compuesta por tíos y primos vinculados por la sangre y por el dinero. Los Hesse son dueños del Banco Pacífico, uno de los más poderosos del país. Adriana, una mujer rígida y hermética, no es solo la mayor accionista de la empresa y la cabeza del negocio familiar, sino el centro fijo alrededor del cual orbitan los demás parientes, incluido su esposo, un hombre afectuoso y disminuido, cuyo mayor pecado es provenir de una clase social inferior, que vive o sobrevive o quizá simula vivir a la sombra de su mujer, esa ?gran mujer?.
Bajo el régimen de Adriana, que ha implantado como una emperatriz los códigos que rigen a los Hesse, la vida familiar transcurre serena y ordenada, pautada por almuerzos dominicales en los que reina la armonía. En este regulado ambiente que se asemeja a una sociedad secreta impermeable al cosmos exterior, Antonio crece y se hace hombre, hasta ocupar en la familia el sitio que le corresponde: por su carácter disperso e imaginativo ?su primo Claudio lo considera ?el inútil de la familia??, no está llamado a llevar las riendas del banco y elige ?¿o la familia lo sitúa allí? ? el puesto de administrador de una sucursal en Miraflores. Entonces ocurre la tragedia que remece las bases de esta aparente concordia, delatando una fragilidad que siempre estuvo allí: tío Adolfo es asesinado y su cuerpo es abandonado en una calle próxima a la casa donde ?este detalle es secreto para muchos, no se sabe cuántos? tenía por costumbre reunirse con su amante, Lorena, la hija de su chofer.
Ante estos hechos, la pregunta clásica de toda ficción detectivesca, ¿quién es el asesino?, se reformula y se hace más urgente: ¿es el criminal alguien ajeno a la familia o es, quizá, uno de nosotros y, en ese caso, quién de todos los posibles victimarios? La muerte del entrañable tío Adolfo, quien fuera casi un padre para Antonio, ¿está vinculada con esas visitas clandestinas a su amante Lorena, visitas a las que el mismo chofer Venus ?así se llama él? tenía la obligación de conducirlo sin saber que el patrón iba a encontrarse con su hija? ¿O existen otros sospechosos, otras posibles historias relacionadas con disputas entre parientes, tanto más agrias cuanto que la cantidad de dinero involucrada es inmensa?
Estas preguntas son asumidas por Antonio, quien por haber descubierto azarosamente los amoríos, se siente en posesión de una clave que podría llevarlo a desentrañar la identidad del asesino. Oscuramente, también, el detective entiende que su pesquisa lo catapultará más allá del crimen y sus enredos inmediatos, para guiarlo a desentrañar esaa maquinaria que, por vía indirecta, produjo la muerte de Adolfo. Antonio intuye, desde antes de empezar a investigar, que la causa última de la muerte de su tío se repliega en las regiones tenebrosas de la vida familiar, ese territorio de silencio que se procura disfrazar y apartar pero que se manifiesta, de modo explosivo y sangriento, en el caso de su tío.
Para llegar hasta este núcleo reprimido, que le permitirá conocer más y mejor que nunca a las personas que lo han rodeado durante toda su vida, Antonio deberá descartar las soluciones cómodas y las pistas falsas, aquellas que suministran la policía y un detective privado que ha sido contratado por sus tíos con el afán, al parecer, de ocultar la verdad en nombre del prestigio social. La pregunta final es, ¿hasta qué punto está el mismo Antonio capacitado para tolerar la verdad?
La instrospección y la observación asumen la lógica de una investigación policial cuyos materiales, cuyas soluciones, pertenecen antes que al terreno sólido y luminoso de los hechos comprobables, al espacio gaseoso y turbio de las relaciones humanas, y del vínculo entre el pasado y el presente. ?La venganza del silencio? admite y representa esa doble oscuridad, pero también se lanza a sondearla, iluminarla y explicarla a través de las normas de la ficción y, en particular, gracias a los hilos de correspondencia de un universo propiamente novelesco, donde el lugar que ocupan cada personaje y cada situación está interconectado con los lugares de los demás. Esta red de relaciones, que al principio se manifiesta como una maraña, va siendo reordenada por Antonio, quien termina por sugerir un descubrimiento: las leyes de las relaciones familiares se parecen, en medida apreciable, a las leyes de la proyección y de la analogía.
Así, por ejemplo, el amor de Adriana por Adolfo, un sentimiento que vulneró las barreras sociales y depositó una semilla de fricciones futuras, halla su reescritura en la pasión ilícita de Antonio por su prima Sonia ?una pasión que, bien vista, en el fondo respeta las tendencias endogámicas de los Hesse. Por otra parte, el mismo Antonio, el soñador y el excéntrico que nunca termina de encajar y de ser aceptado, es una versión de su cariñoso, irremediablemente extraño, tío Adolfo, al tiempo que no se oculta que Sonia y Adriana comparten más de un rasgo, cerrando así el círculo de correspondencias y proyecciones. En ?La venganza del silencio?, los numerosos conflictos y las distintas modalidades del dolor dialogan y se envían ecos a lo largo del espacio y hacia lo profundo del tiempo, demostrando así que la familia es una conspiración pero, además, una galería de espejos y una visión de la historia.
Si el lector desenreda esta madeja de versiones y reproducciones, descubrirá que el conflicto de fondo, el axioma que determina el juego de simetrías y asimetrías, es el impasse entre el interior y el exterior, que deberían hallarse incomunicados y que, sin embargo, no lo están ni podrían estarlo. El pecado original, el matrimonio entre Adriana y Adolfo, sigue pesando y enturbiando el presente de los Hesse, prodigándose y distribuyéndose en las penurias de los descendientes. Desde un primer momento, el padre de Adriana rechazó al pretendiente de su hija favorita, rechazo que, incluso después de la muerte del patriarca de los Hesse, seguirá interviniendo en la realidad del presente y dirigiendo tal vez el futuro.
Podría decirse que la ausencia de los cuerpos no impide, sino que potencia, la influencia de los que se han ido: la familia es el escenario de guerra donde la muerte se ve despojada de su poderío, donde los tiempos confluyen y se mezclan y donde los vivos y los muertos conversan y batallan bajo el imperio de los ausentes, claro está, porque son ellos los fundadores que gozan del prestigio del pasado. Antonio, consciente de estas reflexiones, las expresa con el temple lírico y melancólico que caracteriza su dicción:
?Por entonces escribí algo en un cuaderno. Pienso que la casa nos observa y nos evalúa de vez en cuando. Le envía un informe de nuestra conducta a los anteriores habitantes, de los que todavía depende. La casa es una fortaleza, el refugio donde se acantonan las tropas del pasado familiar, listas para entrar en acción cuando alguno de los generales muertos las llama?.
El legado de la familia Hesse se prolonga hasta nuestros días, pero el lector se lleva la impresión de que sus valores y convenciones están enraizados en un pasado arcaico. El espectro de una memoria señorial, autoritaria y vertical, recorre las páginas de la novela, recordándonos que, durante la mayor parte de nuestra historia republicana, las distintas clases de la sociedad peruana funcionaban, o se pensaban a sí mismas o las pensaron así, como castas dentro de una jerarquía pétrea. Es posible reconocer, en esta organización estática de la sociedad, una frontera esencial y esencialista, una divisoria infranqueable: la que se manifiesta, en otras novelas de Alonso Cueto como ?La hora azul?, entre ?nosotros? y ?ellos?, entre el mundo andino, concebido como una alteridad exótica y peligrosa por los que se hallan ?de este lado?, y los representantes del orden criollo, con los que se identifica, siempre de modo ambiguo y más o menos crítico, la voz narrativa. Esta misma visión dicotómica es la que explica, en ?La venganza del silencio?, el estatuto familiar de los Hesse, pero en el caso de esta novela, el universo andino se halla ausente y, más bien, son los sirvientes negros de la familia quienes ocupan la posición de los ?otros?: no resulta extraño que sean el chofer Venus y sus hijos, Lorena y Ronnie, los primeros sospechosos y los acusados más ?naturales?.
Las novelas de Alonso Cueto no se limitan a evidenciar y reproducir estos modos de organización social, puesto que las biografías de sus personajes y las relaciones que estos entablan tienden a cuestionar estas representaciones, debilitando las jerarquías y abriendo brechas de afectividad y comunicación entre los compartimentos estancos: o haciendo visibles los umbrales que desde siempre estuvieron allí. A fin de cuentas, los barrotes y paredes de estas supuestas cárceles fueron, desde siempre, más porosos y permeables que la imaginación del orden tradicional dispuesto a afirmarlos como necesarios. Los afectos y las pasiones, demuestra ?La venganza del silencio?, circulan a pesar de todo a lo largo y a lo ancho de la historia de la novela latinoamericana, para subrayar la vigencia actual del esquema melodramático ?que viene siendo reescrito y recuperado desde el romanticismo decimonónico hasta nuestros días? como un perdurable y generoso laboratorio donde la sociedad se imagina, se recuerda y se transforma.
Los méritos de ?La venganza del silencio? como pieza narrativa son constantes y memorables. En primer lugar, la construcción de un mundo familiar con sus leyes propias reposa no sobre la exposición abstracta, sino que está encarnada en fulgurantes reflexiones líricas y en elocuentes situaciones narrativas que sugieren, revelan y muestran lo que prefieren no ?explicar?. Al igual que en ?El susurro de la mujer ballena?, en esta novela Alonso Cueto logra diseñar un punto de vista, el de Antonio, que resulta coherente de principio a fin y que nos vuelve a demostrar la capacidad del escritor para observar la vida a través de la mirada ajena, para asumir una distinta piel. Esta capacidad es especialmente sutil en lo relacionado a las relaciones íntimas de Antonio. Recuerdo nítidamente que, al principio de su investigación, este ?detective en la familia? se apresura a revelarle sus primeros hallazgos a su prima Sonia, con una facilidad y una naturalidad que desconciertan al lector que lo ha visto actuar con tanto sigilo. Por supuesto, Antonio no necesita explicarse a sí mismo que para su prima no existen secretos: el lector lo descubre en la acción. También en la acción se insertan descripciones fugaces y sugerentes de los personajes (no olvido el ?aire remoto y salvaje? de Ronnie), y del escenario que los contiene, la ciudad de Lima.
Alonso Cueto figura, sin duda alguna, entre los escritores peruanos que han producido las imágenes más nítidas y memorables de la Lima actual. En su mundo ficcional, la ciudad, especialmente la ciudad nocturna, que es imagen y reflejo de los espacios cerrados del hogar y de la intimidad, es el teatro de los afectos silenciados, de las rutinas engañosas, de una paz que prefiere, la mayor parte del tiempo, permanecer divorciada de la verdad. Sin embargo, tampoco la verdad, por más que se haga evidente, parece ser el camino adecuado para escapar del dolor. Al interior de un mundo donde las víctimas y los victimarios pertenecen al mismo bando hasta el punto de volverse indiferenciables, se impone un pacto de silencio que todos aquellos seres amables, elegantes y turbulentos están dispuestos a admitir, quizá porque intuyen que la culpa es su herencia familiar más duradera.
Antonio acepta, también, su destino como ?hombre de familia?, pero él tiene de su lado la escritura de ficción: ¿qué significa escribir, es decir investigar, cuando la verdad que el detective busca, encuentra o deja de encontrar podría destruir a su perseguidor? Para Antonio Hesse, escribir es, al fin y al cabo, una estrategia para disolver la oposición entre el interior y el exterior, entre la apariencia y el ser; un modo discreto y crítico, no por ello menos intenso, de celebrar los afectos, homenajear a los suyos y resucitar a los muertos, porque esa verdad que realmente importa no podría ofrecerla la solución de un caso detectivesco: su forma más plena es la unión familiar.