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La felicidad de no ser yo

Sobre lo que significa escribir y terminar de poner el punto final a un libro hay tanta literatura como ficción. Tanta ficción literaria en la que se han basado no ya los argumentos de los libros sino las ficciones de los autores. Se acaba un libro y no pasa nada. Sólo vendría el alborozo si, como en los sorteos o en los partos, apareciera algo desconocido. De ahí que la sorpresa feliz del alumbramiento o del premio sean tan intensas. Nada es tan importante como aquello que no sabemos clon  exactitud cómo se ha hecho o cómo lo hemos hecho. ¿Cómo, pues, esperar que nos alboroce un trabajo que, como la escritura, se realiza artesanalmente, primitivamente, letra a letra, adjetivo adjetivo, corrección tras corrección, fatiga tras insomnio, preocupación tras dudas y dudas?

La sensación más ajustada a la terminación de la obra es la de alivio. La obra bien hecha sólo será posible de estimar, si llega el caso, mucho después. Cuando está impresa y no es igual a los folios entregados, cuando se lee y no parece que, estando bien, la hayamos escrito nosotros. El nosotros, el yo, para acabar, es una pesada carga que de la fatigosa identidad va a la queja, que de la queja pasa al falso orgullo y que del orgullo desemboca en la humillación. El yo es un círculo que apresa. El yo es un anillo que circunvala. Cuando más se disfruta del mundo es en aquellos momentos que creemos volar sintiendo que nos hemos liberado del yo como se liberaría de su amo la paloma anillada.

 Gozamos más cuando no podemos creernos que el yo sea  quién recibe el galardón y creemos que se trata de otro tipo, aquél sujeto inimaginable, que ahora por error y circunstancialmente nos habita. Por error nos habita y, encima, ante el asombro de los demás que, a su vez, nos contemplan con  extrañeza. Es decir, con el máximo halago.

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27 de enero de 2011
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¿Quién se ocupa del salmón?

Cuando Davos se despereza, Washington se halla todavía en la digestión de las palabras presidenciales. Casi todos los años el discurso del Estado de la Unión resuena en las montañas alpinas justo en el momento en que empieza el Foro Económico Mundial. El eco suele ser más intenso cuando el presidente de la primera superpotencia se ocupa de los asuntos mundiales: la concentración de estadistas, ministros, economistas y politólogos que se da en la localidad suiza sólo tiene parangón con la que hay normalmente en Washington, incluidos los americanos. Pero este año Obama ha dirigido su mirada hacia casa, para cerrar el paso al Partido Republicano después de su victoria de noviembre y de su agresivo despliegue de cara a las presidenciales de 2012, con un discurso más centrado, una oferta bipartidista y subrayando los acentos patrióticos que presentan a Estados Unidos como una nación especial, excepcional y destinada a conseguir metas inigualadas en la historia.

Muy poca política internacional, por tanto. Apenas para rendir homenaje a sus soldados que siguen sacrificándose en las aventuras de Irak y Afganistán iniciadas por el anterior presidente y para recordar que EE UU sigue siendo el país líder y responsable de la seguridad mundial. Esta no es una cuestión marginal. China es ya un gran jugador reconocido en la escena global, que participa siguiendo las reglas de juego internacionales (lo contrario de lo que hace en casa, donde no hay más regla que la del poder del partido), pero no se responsabiliza de la marcha del mundo ni quiere cargar sobre sus espaldas protagonismo alguno. Europa es peor: no aspira a nada, ni a jugar en la escena mundial ni por supuesto a tomar responsabilidades o protagonismo. Obama habló de Túnez, con claridad y contundencia suficiente como para que los europeos sigamos sonrojándonos. Pero no supo decir nada de la ira contra los dictadores que va extendiéndose en la calle árabe, en Argelia y Egipto sobre todo, y lo que es más grave, no dedicó ni una mención, aunque fuera tangencial, a una de sus cuentas pendientes: la prometida paz entre los dos Estados reconocidos internacionalmente con fronteras seguras que varios presidentes estadounidenses han prometido a israelíes y palestinos. Oriente Próximo no está entre las preocupaciones de sus electores. El presidente que consiga la paz entre israelíes y palestinos, como se propuso Obama quizás imprudentemente, pasará a la historia, pero no es seguro que obtenga gracias a ello un reconocimiento en votos. El eco global del Estado de la Unión no se percibe únicamente cuando el presidente se refiere a los grandes capítulos conflictivos de la política internacional. Ya no existe la política interior para ninguno de los países que cuentan. La creación de empleo no es un reto interior para nadie, sino parte de la carrera de la competitividad en el mercado global. Obama invitó ayer a sus conciudadanos a competir en el escenario global con los nuevos agentes que retan el poder de EE UU en numerosos capítulos, desde la educación y la banda ancha (Corea del Sur) hasta los transportes (Europa, Rusia, China). Su receta, en cinco puntos, vale para EE UU y vale para Europa. 1.- Ganar el futuro mediante la innovación, en biomedicina, en tecnologías de la información y en energías limpias. ¿No vale para España, al igual que su mix energético que incluye las centrales nucleares? 2.- Invertir en educación y sobre todo en educadores, ?constructores de la nación? según los surcoreanos. 3.- Mejorar las infraestructuras: transportes y telecomunicaciones sobre todo. 4.- Atacar drásticamente el déficit público, para no quedar ?enterrados en una montaña de deuda?: ahí el eco de Davos le devolvió la crítica de Nouriel Roubini por la modestia de su propuesta; debería cortar más todavía. 5.- Reformar el gobierno; la avería generalizada de la gobernanza queda muy bien ejemplificada por un gag de su discurso: el departamento de Interior se ocupa de los salmones cuando viven en agua dulce, pero es el de Comercio quien lo hace cuando llegan al mar, y no se sabe quién está al cargo cuando ya están ahumados. Las duplicaciones, el solapamiento de competencias y la ausencia de responsabilidades claras es algo que afecta a todos los gobiernos, desde el nivel más local hasta el nivel global, el G20, donde no hay manera de que cada uno asuma sus responsabilidades, pasando por el nivel europeo, donde hace falta una crisis de la deuda soberana para que los gobiernos empiecen a hacer sus deberes. Obama fue muy preciso y sutil es su análisis: ?Por supuesto, hay países que no tienen este problema. Si el gobierno central quiere un tren, tiene un tren, no importa cuántas viviendas sean destruidas. Si no quieren una historia negativa en el periódico, también lo consiguen?. El emblema del mundo desgobernado es este salmón que se nos escapa de las manos y que sólo el capitalismo chino, u otros regímenes autoritarios, pueden criar y pescar a placer.

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27 de enero de 2011
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Los verdaderos poetas (I)

 

¿Cuándo empezó la persecución de los verdaderos poetas? Algunos estudiosos han propuesto que el cruel fenómeno se remonta a finales del siglo XX, cuando los poetas de la experiencia y de la diferencia se tiraban del moño. Pero recientes investigaciones han sugerido que la represión atroz se inició en la Roma renacentista, en el momento en que un verdadero poeta accedió al papado. Y todo fue que, cuando murió Alfonso Borja, el hábil financiero valenciano que aprovechó ser el papa Calixto III para convertir el purgatorio en el artefacto que remodeló Europa, su sobrino Rodrigo Borja se presentó ante sus ilustrísimas que votaban en el cónclave como un joven cardenal inexperto y humilde: como las votaciones se repetían, no había acuerdo, y todos estaban cansados, les propuso que se pasara al accessit

Hacía mucho tiempo que no se recurría a esa ceremonia, muchos cardenales no sabían en qué consistía, y el propio Borja, buen orador, muy seguro y aplomado, con gran conocimiento de cánones, procedió a explicarla. El accessit es un medio de abreviar las votaciones por escrito, cuando nadie alcanza los preceptivos dos tercios favorables. Cada cardenal ha de aproximarse al altar y decir:  “accedo a los que han votado a Tal”. Estos votos se suman a los escritos y, si se alcanzan los dos tercios, la elección es válida. No les dijo que, en el accessit, las perspectivas de elección pueden dar un vuelco inesperado. Bien porque los votantes minoritarios, ante el temor de ser conocidos como tales, cambian su voto; o bien porque se desvela que los sufragios casi mayoritarios a algún candidato eran una maniobra de distracción. También es lícito no votar a nadie y decir: accedo nemini. El cardenal Nemini ha obtenido muchas veces la mayoría, cuando la rabbia papale hace estragos.

Pero, de repente, cuando algunos aún no acababan de entender qué era el accessit y los votos de la última ronda todavía estaban sin contar, el propio Rodrigo Borja, tras una pausa efectista, proclamó de viva voz su voto al cardenal Æneas Silvio Piccolomini, un literato pobretón en el que nadie había pensado. 

Inmediatamente, se prosternó a sus pies, reconociéndolo como vicario de Cristo. No hizo falta explicar que también es válida la elección por aclamación, inspiracion y adoración. La maniobra era audaz y muy arriesgada. Si, en vez del favorable tumulto esperado, la concurrencia cardenalicia se quedaba indiferente, el desprestigio del adorador y el adorado sería irreparable. Pero el efecto fue fulgurante. Hasta el cardenal Scarampo, el más rico, que ya tenía apalabrada la compra de los votos que necesitaba menos tres, celebró el golpe de mano y aclamó al nuevo pontífice.

Sólo el cardenal D'Estouteville, opulento y ambicioso, que aún se sentía molto papabile, no podía creer lo que estaba pasando, se levantó y clamó furioso: Poetamne loco Petri ponemus?; que vale como decir: “¿Caeremos tan bajo como para elegir papa a un poeta?” Æneas Silvio se permitió recordar que, si bien él padecía el mencionado vicio, el cardenal D'Estouteville tenía uno insalvable: era francés. 

Pío II, el nuevo papa, era un erudito menudo, de ojos saltones, que tomó su nombre de un verso de Virgilio: pius Æneas… Había recibido el capelo cardenalicio de Calixto III y debía la tiara a su sobrino, Rodrigo Borja.

También la inquieta horda de poetas y humanistas entró en efervescencia. En una semana, aparecieron cientos de ditirambos, apologías y retumbos. Ninguno podía reprimir la admiración que profesaba a los escritos del nuevo papa. Pero pronto se vio que Pío II, adulador de papas y prelados diversos, copista de concilios y secretario de emperadores, era un verdadero poeta: también él había sufrido la rabbia papale, siempre había querido ser papa y lo demás era cuento. Todos los verdaderos poetas de la cristiandad sufrieron un amargo desengaño, no eran premiados con cardenalatos, arzobispados ni laureles, por más altura de miras que ponían en la adulación papal. Sólo Filelfo recibió una pensión raquítica en pago de su maledicencia, y el poeta Campanus, por tener un nombre sonoro y ser muy malencarado, recibió un obispado que tenía que sudarse cada día fabricando dísticos como un forzado para gloria de su santidad.

No quedó en eso el escarnio y tormento que Pío II infligió a los verdaderos poetas. Escribió la bula In minoribus agentes donde declaraba execrable la obra de un tal Æneas, particularmente su novela ovina De Euryalo et Lucretia, que estaba siendo objeto de grandes alabanzas por los verdaderos poetas. Pío II renegaba de la obra de Æneas Silvio; sus poemas sieneses, sus comedias alemanas, su hijo alsaciano… todos quedaban sin padre. “No atribuyáis a Pío lo que fue de Æneas”, acababa. Era para volverse loco. Sin saber a quién adular, versificadores y doctos humanistas erraban como almas en pena. Casi un centenar de los más desesperados botaron un bajel en Otranto para ir a la corte del gran turco y mahometizar. Al menos allá, se decían, sabremos con certeza a quién rendir admiración. 

Indignado con aquella fuga de cerebros, Pío II convocó a los príncipes cristianos en Mantua para predicarles la Cruzada contra el gran turco, que recomenzaba su avance sobre Belgrado, envalentonado con la preciosa adquisición de poetas. Llegado el día señalado, ningún príncipe cristiano se presentó en Mantua. Como Pío II no había derrotado a ningún cometa, nadie confiaba en la victoria y, lo más asombroso, nadie se entusiasmaba con la posibilidad de recuperar a los poetas cobistas mahometizantes.

Concibió el papa entonces un plan tremendo. Escribió una carta al sultán Mahomet exhortándole a cristianarse. El latín de la misiva era tan excelso que hubiera corroído de envidia al estilista Cicerón y arrancado tiernas lágrimas al severo Tácito. “Mahomet, —le decía—, ilustre sultán de los turcos, si quieres dilatar tu imperio y hacer glorioso tu nombre, no necesitas oro, ni armas, ni ejército… Basta un poco de agua con que te bautices, te hagas cristiano y creas el Evangelio. Si eso hicieres, no habrá en el orbe un príncipe que te supere ni iguale en poderío. Te llamaremos emperador de los griegos y de Oriente. Ordenaré a todos los cristianos que te veneren y escojan como árbitro de sus litigios. Volverán los tiempos de Augusto y los siglos áureos cantados por los poetas. Habitará el leopardo con el cordero y el ternerillo con el león… las letras latinas y griegas, y también las bárbaras, cantarán tus loores…” Tuvo la delicadeza de pasar por alto el bajel de aduladores del que injustamente se había apropiado y, a cambio, le pormenorizó detenidamente el misterio de la Trinidad y le refutó los errores islámicos con citas del Cribratio Alchorani, de Nicolas de Cusa. Pero el sultán Mahomet, incomprensiblemente, no era sensible a las buenas letras; siguió avanzando, y conquistó Lesbos, y toda Bosnia. 

El poeta Campanus recordaba el episodio en sus memorias y se lamentaba de la ignorancia del turco que, por ser tan suma, impidió que cambiase el curso de la historia: Ah, se Maometto avesse saputo il latino! 

No todos los verdaderos poetas se habían ido. Algunos se quedaron y conspiraban contra Pío II. Tiburzio Porcari planeaba derrocarlo y presidir un Parnaso laico que hiciera un nuevo reparto de laureles. Fue descubierto a tiempo y condecorado con la soga apretada. Piccinino, cómplice del anterior, se había apoderado de Asís y otras ciudades pontificias donde se había laureado a sí mismo. 

Pero, en toda Italia, no había literato a quien odiara más el sumo pontífice que a Sigismondo Malatesta, el tirano insolente que, pese a ser excomulgado y quemado en efigie, seguía haciendo befa del papa y gobernando su ciudad de Rímini. Allá campaba a sus anchas, rodeado por poetas y eruditos a los que imponía trabajos forzados como disertar con elegancia, sostener controversias peliagudas y alabarlo sin cesar, y a quienes, según su capricho, retribuía con un quinta campestre u obligaba a ganar el sustento como acémilas de noria o soldados rasos de su ejército. 

Para liberar al Pío II del disgusto y mortificación que le causaban los verdaderos poetas, el cardenal Borja montaba espectáculos en su honor. Ya por entonces, comenzó a destacar por la pompa, alarde y estruendo de salvas de artillería de sus coreografías audaces.  Como uno de los nombres del papa era Silvio, en un tramo del recorrido de la procesión del Corpus, hizo instalar una selva frondosa de total verismo en donde figuraban cinco reyes con su gente armada y un salvaje despechugado que luchaba con un león en medio de un cañoneo feroz. Fue un gran éxito de público y crítica.

Cuando se produjo la invención del cráneo de San Andrés en Grecia y se trasladó a Roma, también Borja se encargó de organizar el recibimiento, que destacó por su esplendidez. Hubo cortejos de patriarcas recitando versos, ángeles músicos que volaban, una representación de la vida del inquilino del cráneo en diecisiete cuadros vivientes, incluyendo el cielo y las gradas del Altísimo y, por supuesto, pirotecnia.

Pío II apreciaba mucho las creaciones tan entretenidas de Borja, pero, al final, no soportaba la urbe. Pasó la última parte de su pontificado haciéndose llevar por montes y valles en su palanquín. Estaba tan gotoso y apesadumbrado que no podía ponerse en pie ni sostener la pluma entre los dedos. En tan penoso estado, se impuso el deber de escribir algo que definitivamente demostrara que Pío era superior a Æneas. La idea la tuvo un día de siroco en que el mismo cielo se había puesto amarillo de sofoquina. En las cuestas del monte Amiata, los porteadores de la silla, chorreando sudor y atormentados por las moscas rabiosas, tropezaban y sacudían malamente al santo padre que se ahogaba de calor en su cajón. 

Campanus, siempre cumplidor de su deber, dijo que su santidad era como el heroico rey Filipo el macedonio que, según cuenta Tito Livio, ascendió al monte Hæmus sin otro propósito que contemplar su reino y meditar la guerra con Roma. Su santidad callaba. Campanus volvió a la carga.

—Pero, con la diferencia de que su santidad es… como el heroico rey Filipo y el gran Tito Livio, a la vez…

Su santidad no decía nada. 

—Su santidad es como el heroico rey Filipo, el gran Tito Livio… y Petrarca, soberano de los poetas, a la vez…

Por fin, Pío II, petrarquista ferviente, acusó recibo.

—¿Por qué Petrarca?

Campanus recordó cómo el soberano de los poetas emprendió la descripción del golfo de Spezia, porque no había sido cantado hasta entonces, y cómo ascendió al Mont Ventoux para dar cuenta de una emoción que no habían registrado los antiguos ni los contemporáneos. También la visión repentina de los bosques calabreses le hizo reanudar la composición de unos endecasílabos que tenía atascados… 

Pío II asintió. Cuando un verdadero poeta asiente, no tarda en entusiasmarse y aquel entusiasmo fue el origen de la célebre sella stercoraria poetica. El ingenioso vehículo, construido según los planos de Pietro Torrigiani, cumplía los requisitos líricos y jerárquicos al mismo tiempo.

Campanus iba alojado, con su recado de escribir, en el cubículo debajo del orificio estercorario que quedaba ante los pies del papa. Éste profería fragmentos de versos en agraz, comentarios eruditos y descripciones memorables. Fue un verano con un calor de volcán. Sofocado en su cubículo infrapapal, registrando las pontificales excelsitudes que le venían de lo alto, cuántas veces recordaba Campanus con indecible nostalgia la dulzura de los tiempos en que viajaba a lomos de su asno, detrás de la sella gestatoria, ripiando algún que otro dístico y lisonjeando a su santidad. 

Cuando el poeta, aunque romano pontífice, decidió emular a Petrarca y ascender en la sella stercoraria poetica al Mont Ventoux para estercolar muchos versos, comentarios y descripciones, el primer impulso de Campanus fue arrodillarse e implorar piedad. Sin embargo, conociendo  lo inútil de tal recurso ante un verdadero poeta, tuvo la lucidez de contenerse y sugerir a su santidad que la ascensión al Mont Ventoux y el correspondiente estercoleo lírico ya los había hecho Petrarca, y que le reportaría más gloria dirigirse a Ancona, donde miles de cruzados de todas partes se habían reunido para embarcarse contra el turco y, como nadie se ocupaba de embarcarlos, se masacraban entre sí y condenaban sus almas jugando a los dados y blasfemando.

—Su santidad podría describir el famoso puerto de Trajano, arengar a los cruzados y bendecir las galeras… —sugirió Campanus

La travesía de los Apeninos fue especialmente penosa. Pío II cogió una diarrea tan sumamente prolífica que la sella stercoraria poetica hubo de ser provista de otro orificio, éste estercorario sin más. En Loreto, ante una de las cien Madonnas que pintó san Lucas, el verdadero poeta estaba tan decaído y absorto en el redoble de sus borborigmos y trifulcas intestinales que no apreció el turiferio de Campanus, cuando improvisó unos ripios donde decía que el mejor pincel y la más excelsa pluma de la Cristiandad se encontraban frente a frente.

A la vista de Ancona, el Adriático parecía de ceniza y el cielo estaba blanco de calor. Los palanquineros habían dejado la calzada y caminaban campo a través, por la arena dorada y ardiente. Tenían prisa. Pío II llevaba dos horas muerto, echado para atrás en su sella estercoraria poetica, y las tripas le seguían haciendo ruido. 

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27 de enero de 2011
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Jaime Salinas, Madrid y otras travesías

 

 

Hoy he pasado, por azar del paseo, delante de la casa dónde pasó su juventud, dónde hizo poemas, vivió amores, Pedro Salinas. La misma casa que tantos años, desde el regreso del exilio hasta hace unos días, habitó su hijo Jaime Salinas. Me he parado delante de la placa que recuerda al padre poeta. En la puerta un anuncio de obra de instalación de ascensor. Nunca se quejó Jaime, siempre se mantuvo en forma. Las obras, la muerte, le han pillado lejos, en su querida Finlandia, la patria de su amor.

Debajo de la casa sigue un bar de copas, "El Pecado". He sonreído. Y recordado ese poema del padre: "¡Qué día sin pecado!". Acabo de leerlo en una reedición de sus poemas de amor en Lumen. Que gran poeta el padre del editor. Que gran editor el hijo del poeta.

No conocí mucho a Jaime Salinas, pero sí pude disfrutarle unas cuántas veces. Su sonrisa amable, su perfil de águila de vuelo tranquilo, su elegancia sin esfuerzos y la memoria plagada de travesías no se me olvidan. La última vez fue en un restaurante del centro, un lugar muy frecuentado por su amigo Javier Marías, cerca de sus casas, de nuestras casas, en ese islote del Madrid central, entre el desorden y la vida de barrio barrio, entre el turismo y el casticismo. Un barrio muy madrileño, abierto y con un espíritu cosmopolita que le hace ser mejor, ser agradable a pesar de curas, obispos, militares, funcionarios y mercenarios.

En la comida, convocada por Juan Cruz, hablaba con ironía y cariño de sus años de editor en Alfaguara. Perteneció a una estirpe de editores en extinción, en Europa y en España. Comenzó con su amigo Carlos Barral cuando llegó del exilio. Y el mejor de los piropos es que ni a Barral, ni a Benet ni a otros que tanto lo conocieron les parecía un español. Le piropeaban diciendo que tenía poco aspecto de español. Sin embargo, a pesar de haber nacido en Argelia, haber crecido, estudiado y luchado como ciudadano de los Estados Unidos en la Segunda guerra mundial, de haber vivido en París y muerto en Finlandia, yo veía en él lo mejor de un español, madrileño, del espíritu de la República. Era un español republicano, un madrileño del catorce de Abril. Me hubiera encantado estar en alguna de esas míticas fiestas que en su casa madrileña daba cada catorce de Abril. Fiestas de escritores y whisky. Fiesta para la evocación de una patria robada, de un país más abierto, mejor.

Lo volví a ver algunas veces después de aquella comida. Incluso comprando en el mercado, con ese aspecto elegante sin esfuerzo. Elegante por dentro, elegante por fuera. Elegante hasta con el uniforme de voluntario civil en el American Field Service. Elegante en guerra, como Luis Cernuda. Elegante en paz. Que descanse el hombre que nos permitió leer a los mejores escritores del siglo veinte, de otros siglos.

Al lado de su casa, en el portal de al lado, había nacido Lina Morgan, una madrileña en su antípodas, pero me gusta esas calles de Madrid en que se mezclan el espíritu de la revista y el corazón de los poetas. Una ciudad en que lo castizo no impide lo moderno.

Se fue Jaime Salinas. Los que quieran saber de él, al menos del español cosmopolita que vivió por el mundo y que llegó un día a una editorial de Barcelona, que acudan a sus memorias, "Travesías". Fueron editadas por Tusquets, una de las últimas editoriales que tienen nombre propio y espacio abierto. Siguen otros, pero son distintos.

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26 de enero de 2011
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Franquistas en Bruselas

Camino de Davos, he aquí un ejercicio de imaginación retrospectiva inspirado en recientes acontecimientos que tienen como protagonista a la Unión Europea. Me ayuda en la inspiración la tradicional escasa presencia española en el Foro Económico Mundial, una especie de reminiscencia de nuestra olvidada época autárquica, de aquellos tiempos difíciles en los que las élites económicas y políticas permanecían casi enclaustradas porque el ancho mundo miraba con malos y despreciativos ojos a la España que había cultivado las amistades poco recomendables de Hitler y Mussolini y seguía empeñada en mantener la dictadura y el nacionalcatolicismo.

El ejercicio es muy sencillo. Consiste en imaginar qué sucedería ahora mismo en la Unión Europea con un régimen como el franquista en caso de que hubiera conseguido sobrevivirse a sí mismo y perpetuarse en sus impresentables e iliberales formas. La pirueta mental no es fácil, pero hay tantas experiencias de perpetuación de las dictaduras en nuestras inmediaciones, frecuentemente bajo forma dinástica, que podemos convenir en que también a nosotros nos pudo tocar este desgraciado vericueto de la historia. Tendríamos quizás un régimen de pluralismo limitado, con asociaciones políticas del Movimiento. Nos regiríamos por las Leyes Fundamentales, apenas ligeramente retocadas. Obreros y patronos seguirían organizados en un sindicato único. Quizás, en un arrebato de generosidad, el régimen habría permitido la creación de unas mancomunidades catalana y vasca, que habrían sido emuladas inmediatamente en su misérrima consistencia, por todas las viejas regiones. Todo siempre con el permiso y beneplácito previos de la autoridad gubernativa. ¿Qué podríamos imaginar de la Corona? Dos hipótesis. Una, su acomodación tranquila al franquismo perpetuado, al que el carácter moderado del monarca habría rendido multitud de servicios en la escena internacional. La segunda, quizás más bella y novelesca, en la que don Juan Carlos haría vida en Estoril con su familia, donde recibiría a los pocos e inconformistas demócratas radicales que quedarían fuera del sistema. Pero estamos todavía en los detalles sin importancia, en la escenografía. Vamos al meollo del asunto. Vistos los antecedentes parece claro que la Unión Europea, esta Unión Europea que realmente tenemos, no haría ascos del franquismo y estaría proporcionándole ventajas crecientes e incluso la adhesión plena. La legislación de prensa franquista no se diferencia en muchas cosas de la que ha implantado Hungría, coincidiendo con el inicio de su presidencia europea. Si el Caudillo estaba por encima de las leyes y de las instituciones, otro tanto sucede con el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi. Los dictadfores son bienvenidos en Bruselas, y se les tiende las mejores alfombras rojas. Partidos que simpatizan con ideas de extremas derecha, al igual que la Falange del franquismo, ya han entrado en mayorías parlamentarias y de gobierno en varios países europeos, empezando por la pionera Austria, la única que mereció un rapapolvo que ha dado pie luego a una sistemática manga ancha con quienes se burlan de las libertades y de la democracia. Situado en esta Europa imaginada, ya en Davos esperaría yo inútilmente encontrarme con miembros de la oposición. Pero los personajes del régimen serían también aquí los protagonistas. Anda por aquí, según parece, el hijo de Gaddafi. Hay déspotas centroasiáticos que suelen ser asiduos a la cita. No faltan jeques saudís, zares eslavos, ni altos cargos del comunismo capitalista chino. Los únicos ililberales que no se acercan por aquí son los que se empeñan en identificarse como de izquierdas. Ni se les ocurre a ellos, ni se les invita. Es evidente que los franquistas, de haber conseguido sobrevivir desde la autarquía hasta la globalización, como hizo el maoísmo, serían recibidos con todos los honores, aquí y en Bruselas.

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26 de enero de 2011
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Un mundo extinguido

En 1819 Carl Gustav Carus emprendió un viaje a la isla de Rügen para ver los parajes que su amigo Caspar David Friedrich había pintado una y otra vez. Carus también era pintor y no de los peores, pero se había dedicado profesionalmente a la medicina y se loe tiene por un científico apreciable. De carácter sencillo y entusiasta era lo que podríamos llamar un romántico moderado, al tiempo que uno de los cerebros más lúcidos de su generación.

     Salió de Dresde y la primera etapa le llevó hasta Berlín. Tardó tres días en llegar "a través de arenas y pantanos, en aquel pequeño carruaje que atravesaba ciudades y pueblos". Estos recuerdos los escribe en 1866, estupefacto porque en ese año "se llega a Berlín en cinco horas" gracias al tendido ferroviario. De tres días a cinco horas. El encogimiento temporal lleva consigo la inexistencia del viaje en tanto que viaje; hoy no se puede ser viajero, sólo turista, piensa.

Más días le costó la etapa de Berlín a la isla de Rügen, situada en el Báltico y a donde llegó tras cruzar el mar en una embarcación que quedó detenida toda la tarde y noche por una inesperada calma. Allí cocieron unas patatas y allí durmieron, acunados por el chapoteo. Carus estaba maravillado por el denso pestañeo de millones de estrellas. A la mañana siguiente se levantó una brisa y pudieron desembarcar en Rügen. A partir de 1936 habría cruzado del continente a la isla por la autovía que construyeron los nazis y que aún hoy es el acceso habitual de llegada a los múltiples centros de esparcimiento que han surgido como hongos desde que la isla dejó de ser territorio de la Alemania comunista.

     Durante su viaje, Carus había podido observar muchas cosas, la estructura de las casas populares y las chozas cubiertas de paja por cuya techumbre se colaba el humo de un hogar sin chimenea, el taller de un herrero (hermano de Friedrich) en Neubrandenburg, la vida de un burgués acomodado de Greifswald dedicado al negocio de los jabones (el otro hermano de Friedrich), las ruinas del gótico nórdico entre un bosquecillo de árboles con un pequeño alpendre adosado, el ladrillo cocido de los edificios civiles y religiosos de Pomerania que no necesitaba mortero y reflejaba una luz especial, y así sucesivamente. El viaje era una concentrada cadena de experiencias de enorme poder emocional.

     Al redactar sus recuerdos cuarenta años más tarde, Carus ve la enorme transformación que se ha producido en tan corto periodo de tiempo. Sin ninguna nostalgia constata que se está abriendo un mundo del que él es sólo uno de sus primeros habitantes aunque todo su espíritu pertenece al viejo mundo extinguido. "Lo nuevo se caracterizará por un sentido agudamente pragmático, por la agilidad de la mente calculadora, y la búsqueda del lujo y el placer inmediato". Es asombroso que acertara de lleno en el bulto del futuro. Y es especialmente sobrecogedor, en un tiempo tan austero como el suyo, que ya en 1866 adivinara los motores de la máquina social: "el lujo y el placer inmediato". Nos profetizó.

     A veces, leyendo estos viejos libros, uno tiende a creer que en aquellos años se apagó un mundo que había perdurado desde Pericles hasta Bonaparte. Entonces, en plena oscuridad, se abrió una puerta por la que entró una luz cegadora. Desde entonces tratamos de avanzar, ciegos y pertinaces.

     (He tomado las citas de la excelente edición de Agustín López en Terra Incógnita.)

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26 de enero de 2011
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IV. Un sombrero lleno de conejos

A la luz de los reflectores que lo siguen con su luz blanca, el mago va a hasta los curules de la oposición, toma de las orejas a los conejos vociferantes e intransigentes, algunos de ellos verdaderamente rabiosos,  regresa al escenario, los introduce dentro de la chistera, y cuando vuelve a meter la mano lo que saca son conejos risueños y complacientes, dóciles a más no poder, tanto que en lugar de conejos podríamos hablar más de bien de palomas. Pero dejémoslos mejor en su naturaleza de conejos, que son los que mejor se prestan a los experimentos científicos.

Porque aunque se trata aparentemente de un acto de magia, ya sabemos que los magos dependen de la ciencia con que manejan sus trucos, y las conversiones políticas de esta naturaleza siempre tienen trasfondos, resortes, palancas, y recovecos. ¿Cómo personas de cerrada reputación de derecha, que juraban hasta hace poco enemistad eterna al sandinismo en el poder, que fueron dirigentes de la contrarrevolución en los años ochenta, confiscados unos, exiliados otros, hoy se muestran convencidos de que el comandante Ortega, desde su estatura de líder preclaro,  es el faro que ilumina con sus rayos potentes el destino de la nación?

Para alivianar el misterio, quizás sea mejor recurrir a la sabiduría siempre presente de don Quijote, que en su célebre discurso sobre las Armas y las Letras declara: "los hemos visto mandar y gobernar el mundo desde una silla, trocada su hambre en hartura, su frío en refrigerio, su desnudez en galas, y su dormir en una estera, en reposar en holandas y damascos...". ¿De dónde tela, si no hay araña? Preguntaría algún chusco.

Y allí estaría el buen Sancho Panza para responderle: "que no falte ungüento para untar a todos...porque si no están untados gruñen más que carretas de bueyes".

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26 de enero de 2011
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Sin interlocutor para la paz

No hace falta gastar más tiempo ni esfuerzos. No hay posibilidad alguna de que el Gobierno de Israel y la Autoridad Palestina alcancen acuerdo alguno. La distancia entre ambas posiciones es tan grande que es inútil pretender que se pueda resolver con negociaciones. La publicación de los documentos hasta ahora secretos sobre las conversaciones de paz por parte de Al Jazeera y The Guardian revelan dos cosas, ambas dramáticas: la debilidad de la Autoridad Palestina, dispuesta a entregar mucho más de lo que jamás se había pensado, y la imperturbable fortaleza de los gobernantes israelíes, decididos a no entregar nada. La AP estaba dispuesta en 2008 a ceder todo Jerusalén Este, excepto una colonia, Har Homa; pero el gobierno israelí rechazó cualquier conversación que versara sobre la que consideran la capital eterna e innegociable de Israel.

Los responsables israelíes no quieren de ninguno modo que los palestinos tengan un Estado sobre las fronteras de 1967 y no les interesaba la paz sino únicamente tenerles atados a unas conversaciones que no llevaban a ninguna parte. Esta es la conclusión, no por temida menos dolorosa, que hay que sacar de 17 años de esfuerzos y negociaciones. Habrá muchos a quienes no les sorprenderá el contenido de los documentos, como sucedió con los de Wikileaks, pero la realidad es que las evidencias aportadas por esta montaña de 1.600 documentos entierran definitivamente el proceso de paz. El plan de paz que ha presentado el ministro de Exterior israelí, el extremista Avigdor Lieberman, basado en mantener la actual distribución del espacio, es el que más se ajusta a la voluntad de los gobiernos israelíes: 13 por ciento del territorio de la Palestina histórica, dividido en un queso gruyère de enclaves incomunicados. Ni un solo presidente norteamericano, ni siquiera George W. Bush, ha bendecido tal tipo de fórmula. Los papeles filtrados revelan también que los sucesivos gobiernos de Israel desde la llegada de Sharon han engañado a conciencia a Washington y a la entera comunidad internacional, concretamente al Cuarteto (EE UU, Rusia, Unión Europea y naciones Unidas), puesto que habían firmado unos acuerdos, la Hoja de Ruta sin ir más lejos, sabiendo que no tenían propósito alguno de cumplirlos. Hace unos años Ariel Sharon se esforzaba en demostrar que no había interlocutor palestino para la paz. Lo consiguió con el enclaustramiento de Arafat en la Muqata y luego, de forma todavía más clara, con la rebelión de Hamas contra la Autoridad Palestina. Los documentos ahora revelados demuestran que no hay interlocutor israelí para hacer la paz con los palestinos. Que quede en evidencia quien es el responsable del fracaso no significa que las revelaciones le perjudiquen. Al contrario. Si hay que preguntarse por los beneficios de la filtración hay que decir que quien sale peor parado es Mahmud Abbas, puesto que queda en evidencia que ha seguido negociando sin que existiera espacio alguno para hacerlo. También él ha practicado una forma de falsificación, aunque sea en forma de autoengaño o de seguir ganando tiempo a la espera de que se produjera algún milagro, quizás en Washington. Netanyahu, en cambio, puede estar feliz porque ha terminado con Oslo, algo que ya se propuso justo cuando empezó. Hay analistas israelíes que le atribuyen la intención de reconocer unilateralmente una entidad territorial palestina provisional, en los actuales límites donde se administran los palestinos y a continuación poner pie en pared y negarse a negociar ni deshacer ninguna de las colonias hasta ahora creadas. Sería la Palestina minúscula, fragmentada e inviable como Estado propuesta por Lieberman, que aseguraría la perpetuación del conflicto y daría de nuevo alas a los extremistas. ¿Queda entonces algún camino para la paz si el camino de la paz trazado desde Oslo en 1992 ha quedado definitivamente cerrado? Debe haberlo. Deberemos buscarlo. Pero será distinto. Y debe ser por supuesto pacífico, aunque sin negociación bilateral puesto que no hay dos partes que quieran negociar. El mayor peligro que se cierne ahora sobre los palestinos es precisamente que no puedan controlar a los más radicales de su propio campo. No faltarán las provocaciones.

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25 de enero de 2011
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Ciencia buscada

La  metafísica siempre ha sido "ciencia buscada".  Nunca hubo un metafísico que se sintiera posesor no ya de la solución del problema, sino de saber técnico que le permitiera abordarlo. La filosofía de la Naturaleza (y quizás la filosofía en general) conlleva siempre la aspiración al dominio de una técnica (o incluso  alcanzar por primera vez la misma) que permitiría moverse con mayor facilidad en los meandros del problema.

Y en el caso de que esta técnica ya se domine ¿qué diferencia entonces al filósofo? Simplemente su actitud, marcada por el deseo mismo del problema, deseo de que algo no claro motive al espíritu.

La contemplación de las implicaciones de la Mecánica Cuántica para nuestra representación de la naturaleza  parece alejada de las preocupaciones cotidianas, pero también lo parecían las hipótesis de Kleper,  y quizás efectivamente lo eran. Una vez más lo que cuenta es "el ardiente deseo de toda mente pensante". El deseo de la tensión erótica constituye al respecto una buena imagen, pues cabe decir que si la no descarga de esta tensión es frustración para el espíritu, la desaparición de la misma sumerge al espíritu en una forma de limbo  y la ausencia de deseo de que la inquietud retorne es  definitivamente signo letal.

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25 de enero de 2011
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‘Wikinovelas’

Ha sido el mejor regalo que la literatura de creación nos ha hecho a los lectores en el último tramo del año 2010. Recuperando de forma quizá involuntaria el trepidante modelo de los folletines por entregas del siglo XIX, El País y otros cuatro grandes periódicos de Europa y Norteamérica nos han ido intrigando, entreteniendo, informando y a veces confundiendo, confundiéndonos -de un modo que también es intrínsecamente literario- entre la noticia y el reportaje, el momento actual y el tiempo pasado; no creo haber sido el único lector de la novela coral de Wikileaks que a menudo tenía que recapitular, o al menos mirar el encabezamiento de cada plana impresa del diario, para saber si aquel encubrimiento jordano-americano o aquella componenda venezolana había sucedido el día anterior o era el relato en presente histórico de lo que un funcionario averiguó y puso por escrito a sus jefes cinco años atrás.

     No estoy entre los entusiastas incondicionales de estas filtraciones dadas a conocer por la prensa ni tampoco entre sus enemigos, algunos cicateramente interesados en el desprestigio de la operación. He aprendido cosas que no sabía, he comprobado otras que parecían improbables cuentos chinos, y la cultura de la sospecha pudo más de una vez ser elevada a la ética de la desconfianza al leer los turbios manejos de políticos elegidos en las urnas y de sus representantes institucionales, incluyendo, por desgracia, a más de uno de ‘los nuestros'. Ahora bien, soy un escéptico del valor absoluto que a estas miles de páginas concienzudamente seleccionadas y ‘editadas' por los periodistas se le quiere dar. Algunos de los episodios reconstruidos, algunos de los ‘despachos' trasmitidos, no pocos de los retratos esbozados por diplomáticos anónimos de los Estados Unidos, tenían, es indudable, una buena escritura, una viveza de rasgos, una sabia captación del carácter, así como, de cuando en cuando, un humor patricio y un asomo de culpa propio de toda confesión. Otros eran enrevesados o reiterativos. Exactamente igual que las novelas, pues me permito insistir en que todo este llamativo acontecimiento que ha sacudido el trimestre y tal vez marque el futuro es, en esencia, una gesta novelesca más que política.

     Las mejores ‘filtraciones' (‘leaks') promovidas por Julian Assange exponen la entraña, el artilugio y los disimulos de un poder, de unos poderes democráticos o dictatoriales, pero lo hacen de un modo muy similar al que los novelistas llevan siglos utilizando en lenguas y épocas diferentes. Todas y cada una de las páginas que hemos leído con pasión o tedio en los últimos meses eran la obra escrita de un hombre (o una mujer, por supuesto), basadas en lo oído o lo sonsacado a otros hombres que contaban y proporcionaban datos, cábalas y rumores sobre situaciones y acontecimientos vividos directamente por ellos o tan sólo -a su vez- escuchados, presentidos, edulcorados, retocados, pura y simplemente inventados.

    La novela moderna mató (figuradamente, como siempre son estas matanzas rituales en el reino de la imaginación) al narrador omnisciente, al dios de los relatos, y ese nuevo relativismo inestable o fragmentación narrativa operada es el rango en que se sitúan los cientos de miles de micronovelas de Wikileaks. Los llamados ‘Papeles del Departamento de Estado' -no un mal título de ficción, por cierto- son obras de individuos concretos que escriben libremente (aunque pagados por ello) para añadir su punto de vista de espías de lujo a una realidad emboscada y fugitiva, justificando de paso sus elevados salarios. En ningún caso la voz que en ellos se escucha es el oráculo del Mal ni la ordenanza sagrada de los dioses de la guerra, que tienen otros drásticos modos de actuar y manifestarse no recogidos, por desgracia, en los documentos sacados a la luz por el grupo que dirige Assange.

    Lo mejor, para mí, ha sido descubrir lo ‘balzaciano' que sigue siendo el cuerpo diplomático, es decir, su sibilino grado de artimaña a la hora de maquinar y de aparentar, tan parecido al de los grandes ‘escaladores' sociales de Balzac. También son humanos, advertimos, con una mezcla de aprensión y alivio. En un momento de descrédito universal de la política y creciente repudio de nuestros gobernantes, las historias contadas en esos ‘papeles' hacen que veamos a sus ‘personajes' como seres errados y tramposos, aunque me atrevo a decir que no más tramposos ni más falibles que la mayor parte del género humano al que pertenecen y  -no se olvide- pertenecemos todos nosotros, los lectores ávidos de la saga. Nos diferencia, y no es poca cosa, el lado en que estamos unos y otros situados; ellos trabajan sirviendo los intereses comunes y cobrando de la comunidad, nosotros trabajamos para nosotros mismos y vivimos de nuestros propios recursos. Pero no deja de ser curioso (¿ominoso?) que en el desenlace de tantos de los episodios leídos en ‘Wikileaks', la frase que resuena como mensaje implícito sea la misma que nosotros -seamos escritores de obras de ficción, compradores de un piso con hipoteca, propietarios de grupos periodísticos en apuros o candidatos a un puesto docente- tantas veces hemos pronunciado en nuestras angustiosas vidas: "¿Qué hay de lo mío?".

   Si llega el día, posiblemente imparable, en que el ‘juicio final' de la humanidad se base en el principio de que nada que puede ser revelado ha de quedar oculto, no sería de extrañar que nuevas tandas de ‘leaks', obtenidas por otros ‘hackers' de otras fuentes, se interesasen también (el devenir del género novelístico lo avala) por el hombre medio, sacando de debajo de las alfombras de los despachos y los dormitorios privados sus dobleces, sus trucos, nuestras fechorías y nuestros ‘bulos'.

    En cuanto a Assange, y a falta de que se pronuncie la justicia sobre su conducta sexual, no importa mucho, dirán ustedes, que tenga un pasado de pequeño delincuente amigo de lo ajeno. En la adolescencia formó -según sabemos también por El País- un grupo de ‘hackers' en el que su lema era ‘Mendax', y a sus 20 años produjo con sus violaciones cibernéticas pérdidas de cientos de miles de dólares a la compañía Nortel. El juez le multó, sin mandarle a prisión. Hay precedentes en la literatura. Uno de los más grandes escritores del siglo XX, Jean Genet, empezó de ladrón y sufrió cárcel. Julian Assange tiene futuro en las letras.

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24 de enero de 2011
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El Boomeran(g)
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