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La pandemia y los lobos enmascarados

He aquí el español internacional que exhibe un periódico estadounidense. La lengua ha ganado en polisemia y en intensidad lírica, como se observa en este titular que tanto me ha conmovido y que en sí mismo conforma un complejo relato de tan solo dos versos:

Era pandemia y adoptaste un perro.

Ahora, tenemos que hablar.

El primer verso te atrapa enseguida por su ambigüedad. Era pandemia... ¿Se está refiriendo a la era de la pandemia, o a una pandemia que fue, es decir, que era o que había sido? ¿O quizá quiere decir que estamos en plena pandemia? Parece que el asunto puede ir por ahí, pero con cierto retorcimiento barroco que torna el texto tan misterioso como sugestivo. Sí, era pandemia y adoptaste un perro. La alianza del concepto “pandemia” con el concepto “adoptar un perro” resulta tan hermosa como “el encuentro fortuito, en una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas”, tan celebrado antaño por el conde de Lautreámont.

Era pandemia y adoptaste un perro. Era de noche y sin embargo llovía. Las dos frases encajan a la perfección porque ambas persiguen la derridiana destrucción del sentido. Era pandemia y compraste un perro, eran las diez y tenías verrugas, lucía la luna pero estabas en camisa, era vacuna y sin embargo te contagiabas. Y así ad infinitum.

Todos estamos de acuerdo en que el primer verso fulmina, pero, ¿qué decir del segundo? De pronto hay un giro dramático en el relato. Se invoca el presente (ahora), dando un toque de gravedad, seguido de una orden: tenemos que hablar.

Resulta que en plena pandemia te has comprado un perro y yo soy alérgico a los perros que no dejan de ser lobos disfrazados, lobos cínicos, y claro, tenemos que hablar porque estoy harto de tanto cánido, viene a decir el artículo. Pero eso llega más tarde. Lo mejor es el titular: te puedes pasar horas y horas repitiéndolo y añadiéndole nuevos elementos sorprendentes:

Era pandemia

y adoptaste un perro,

por eso el Ebro

guarda silencio,

por eso el viento

dice tu nombre

con ansiedad.

Era pandemia,

tenemos que hablar.

*

Al final, casi sin advertirlo, acabas la letra de un rock and roll:

*

Era pandemia y te vi de lejos,

venías corriendo con un sabueso descomunal.

¡No puedo creerlo!

¿Era pandemia y adoptaste un perro?

¡Tenemos que hablar!

De pronto recuerdo lo que decía Juan Luis Conde en su ensayo “Armónicos del cinismo” sobre el deterioro del español, que empieza a invadir el territorio de la sintaxis. Pero ¡qué necedades digo! Celebremos los nuevos giros. Era pandemia y compraste un lirio, me desmayé al hablar. La verdad es que cabe mucho lirismo si te dejas llevar por la musiquilla de los dos versos. Pero cuidado, si los repites muchas veces puede extraviarse tu mente y sales a la calle en pijama, y te echas a correr gritando: Era pandemia, era invierno, era verano, siempre pandemia, siempre la niebla, siempre el miedo, era pandemia, era invierno, era verano, era el reino de las tinieblas y tú no tienes mejor ocurrencia que comprarte un lobo disfrazado.

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28 de diciembre de 2021
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El acabose

Un año como este no apetece celebrarlo, pero podemos gozar la fiesta de su entierro. ¡Celebremos que por fin termina!

Al año le quedan tres días. Este 2021 ha sido uno de los peores de las últimas décadas. Más pobreza, más despotismo, más mentiras, más parásitos del Estado, más canallas enaltecidos, más asesinos ensalzados, pero por encima de todo, más muertos por la plaga. Un año así no apetece celebrarlo, pero podemos gozar la fiesta de su entierro. ¡Celebremos que por fin termina! Y que no vuelva.

O quizás sí. En estas fechas es bueno recordar el consejo que repiten todas las tragedias griegas: no se diga de nadie que es feliz, hasta que muera. Dicho a la inversa, mantengamos la esperanza de que el gozo seguirá siendo posible mientras no intervenga la muerte. Puede que alguien opine, cuando muramos, que hemos sido felices. Incluso a lo mejor lo decimos nosotros mismos.

Porque una cosa es la constricción del Estado, la asfixia política, el aplastamiento económico, la crueldad de los poderosos, el absurdo de la vida oficial, pero otra muy distinta la de cada uno con los suyos y su destino. Todavía puede y debe prepararse cada cual para agarrar su propia vida sin permitir que nadie se la arrebate. Ninguna colectividad, ninguna ideología, ninguna intolerancia, racismo o imbecilidad oficial puede robarnos la vida propia. Intervenir para remediar en lo posible los desastres públicos, sea, pero sin comprometer ni un gramo de nuestra individualidad.

Nacemos desnudos y así nos iremos de este mundo. La riqueza siempre es relativa y nunca dejará de haber alguien más pobre que el menos rico. No obstante, hay pobres felices y pobres que odian a los ricos porque creen que son ellos quienes les roban su alegría. A eso se le llama resentimiento. Ojalá que el año próximo nos pille más libres y alejados del odio, del resentimiento y la envidia. Más firmes en nuestras convicciones y por ello mismo más libres. Viva el nuevo año.

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28 de diciembre de 2021
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Venal

Los inicios de curso convertían los encerados de las aulas en tablones de anuncios. Ofertas y demandas de habitaciones para estudiantes en míseros pisos convivían con la venta de libros de años anteriores. Un día un alumno escribió “se vende Palomeque”, y fue respondido con singular vehemencia por un atrabiliario profesor que recriminó a gritos al responsable de la frase diciendo que sería un libro del catedrático Palomeque pero no su autor el que estaría en venta, que don Antonio Palomeque no era venal. Fue la primera vez que oí esta palabra, “venal”, y tras consultar en el diccionario tomé buena nota de ella con la esperanza de que alguien, algún día, me la aplicara, pero esto nunca sucedió, nadie quiso comprarme a lo largo de todos estos años, en especial durante ese periodo de angustia económica en el que me hubiera ido muy bien que me propusieran lo que fuera, lo más oscuro incluso, a cambio de poder pasar una minuta. Aún hoy, superadas las penurias, cuando oigo que se cierra la puerta del ascensor corro a mirar por el ventanuco que da al rellano por si un hombre de negro con un maletín a juego se dirige hacia mi puerta.

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24 de diciembre de 2021
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El desierto según [sin] Joan Didion

[Ha muerto Joan Didion. Otra pérdida. La aparición de sus libros era siempre una magnífica noticia. Me había propuesto escribir aquí sobre la última recopilación de sus crónicas, Lo que quiero decir. Mientras tanto, releo la lectura que hice en su día de sus pérdidas y sus desiertos en otros títulos.]

Para Joan Didion (Sacramento, California, 1934- Nueva York, 2021), hay veces en las que los crepúsculos son largos y azules –de ahí el título de su libro Noches azules– y se puede pensar que el día no se va a acabar nunca, aunque, paradójicamente, la noche cerrada y el fin se saben muy cerca. Esta es tan solo una de las numerosas definiciones de los fenómenos que conforman la existencia que la escritora norteamericana regala a sus lectores. En El año del pensamiento mágico consiguió estremecer no solo por la narración de la pérdida de su marido, John Gregory Dunne, sino por su capacidad de fijar la mirada en los pequeños detalles que dan forma al entorno. La mirada, en su prosa, se convierte en palabra que describe y, a la vez, interroga para dar un nuevo significado a lo que se está viendo. De ahí derivan todas las lecciones que Joan Didion ofrece.

Por todo lo anterior, Noches azules no es el librito en el que la escritora vuelve a una temática que casi se podría considerar un género –el del duelo–, y que le dio muy buenos resultados, para explicar en esta ocasión la muerte de su hija, Quintana Roo. Si bien es cierto que la pérdida de la hija es el punto de arranque y el centro de este conmovedor testimonio, la reflexión se complementa con otros muchos elementos, que adquirirán diferentes grados de importancia según la situación vital y la sensibilidad de los lectores. La vejez es descrita como la obligación de convivir con la propia decrepitud y la enfermedad para una persona que, a lo largo de toda su vida, ha tenido serias dificultades para comprender la lógica de las relaciones humanas, del paso del tiempo o del funcionamiento del cuerpo humano. Siendo así, tampoco es de extrañar que el proceso de adopción de su hija o la maternidad se le presenten como retos ambiciosos que ponen a prueba sus capacidades y su resistencia.

La feliz coincidencia de la publicación [la aparición de un libro suyo siempre era una magnífica noticia] de Noches azules y de la selección de algunos de sus ensayos y crónicas en Los que sueñan el sueño dorado [ambos editados en 2012 en Literatura RAndom House] permite una suerte de lectura en paralelo de la que resulta una muy provechosa inmersión en el universo de la autora. El amor por California, que se vive como el descubrimiento del Oeste de Estados Unidos; la fascinación por Nueva York, que también puede resultar una ciudad cansada y triste, o el San Francisco de los años sesenta como epicentro del movimiento hippy aparecen intermitentemente y reiteradamente en la crónica de Didion.

Muchos de los ensayos fueron escritos en los sesenta, pero tienen el mismo valor de crónica que lo tuvo El año del pensamiento mágico o lo tiene Noches azules. En toda su obra, la autora toma parte activa o se acerca tanto como les es posible a lo que está investigando para escribirlo después, ya sea la autopsia de su marido, la vida de las comunas de San Francisco, los rodajes y la comunidad de Hollywood o el recorrido de su hija por las UCI de diferentes hospitales. Gracias a la disciplina que impone a su trabajo y a sí misma para seguir adelante, Didion indaga aunque intuya desde el principio que no va a encontrar las respuestas que busca. En ese proceso, también reúne fuerzas para deshacer los tópicos con los que la cultura tradicional o los amigos bienintencionados quieren alcanzar un consuelo sedante. Es difícil conformarse con los recuerdos, que a veces hieren más que ayudan.

Su ingente producción como periodista –comenzó trabajando en Vogue y ha sido colaboradora habitual de The New York Review of Books–, narradora y guionista cinematográfica ha desembocado en una prosa limpia de artificios, directa y con una clara vocación de hacerse entender, incluso con frecuentes interpelaciones a los lectores. Joan Didion hace gala de haber tenido la fuerza y el valor suficiente para enfrentarse a todo aquello que no entendía, le incomodaba y le atemorizaba. En sus libros busca un interlocutor para seguir reflexionando, con lo que proporciona una oportunidad excepcional para redescubrir el Oeste y otros desiertos geográficos y anímicos.

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23 de diciembre de 2021

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La mala conversación

La madre de Sócrates fue comadrona, por lo que él supo desde niño que la vida se arranca de las entrañas con delicadeza y determinación. Y decidió hacer lo mismo con el conocimiento sirviéndose de la ma­yéutica, un método según el cual sus interlocutores indagaban en sí mismos hasta parir una idea, una metáfora todavía en uso, igual que decimos “¡menudo parto!” al culminar un trabajo arduo y laborioso.

“Para que nazcan las ideas se requiere una partera. Ese fue uno de los mayores descubrimientos jamás realizados”, señala Theodore Zeldin en su ya célebre y deliciosa Historia íntima de la humanidad (Plataforma Editorial), donde evoca al padre de la ética como un incansable interrogador que únicamente inventó la mitad de la conversación, ya que, sin respuestas, las preguntas no son más que apuntes para el diálogo. La conversación completa fue cosa de mujeres desde el Renacimiento, y en el XVIII, las salonnières eclosionaron: abrían sus casas para que hombres y mujeres inteligentes reaccionaran ante el efecto de la palabra cruzada, aunque según un misógino Voltaire eran “mujeres que en el ocaso de su belleza necesitaban hacer brillar el aura de su ingenio”. Los salones acabaron por ser aburridos porque la vanidad los pervirtió, pero hoy seguimos admirando aquella tradición de nuestros antepasados que se perdían en coloquios sin un fin concreto, un arte efímero cosido de percepciones, reflexiones, agudeza y humor.

España es un país donde se conversa poco y se discute mal, porque la perspectiva del otro incomoda y solivianta. Por ello, uno de los consejos más universales ha sido el de hacerse el tonto –máxime si una es rubia– a fin de no arriesgar alumbrando ideas para no levantar suspicacias ni envidias. Pasar inadvertidos, y hablar, como decía un escritor inglés, como el papel pintado. Así nos va: tras dos mil años de conversación continuamos silenciando lo que de verdad importa.

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23 de diciembre de 2021
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Triestino (Luis Bravo)

En Triestino Luis Bravo nos sumerge en un universo de versos largos, ondulantes y cinceladamente melancólicos, como hermosos cuerpos neoclásicos. Es un libro extraño, que nos trasporta al primer romanticismo (el que se proyectaba en Grecia) y a la vez al ambiente mortecino de nuestra época, y está lleno de voces que cruzan la noche del adiós. Está lleno de adioses. Las emociones se suceden como momentos luminosos que se perdieron. Elijo algunos versos:

Los paseos marítimos de mil novecientos no

sienten mis zapatos, porque la luz es suave,

porque el marchar es lento, porque el espigón

me contradice y dejo de creer y me sumo al agua

que es perla, alga, carta, recuerdo, y de nuevo

para no volver, un velero, mi juventud, veo, pasa.

*

...dos extranjeros en el cementerio de los ingleses.

Pasaron bandadas de mirlos, las sonajas

de la encina celosa por robarme tu atención,

el agua de riego que brillaba por los adoquines.

*

y las últimas palabras al oído sostienes:

Entierra mi corazón en el basurero central.

*

...la moda aquí,

como dijo Leopardi, es la hermana de la muerte.

*

Escribir no podía, supo, si no se sentía desamado.

*

...la amistad sirve

para hondas brechas, la mejor arma arrojadiza...

*

Un pavo real acompasó en las aguas su vuelo

y tuve que olvidarte por sus plumas de jaspe.

*

Viejos salones de palacio apagados.

En la carcoma, monólogos se suceden

susurrados al oído...

...los salones de palacio

se desploman. A crisantemos huele si cesan

los bailes...

*

...Es aquí su juventud. El amanecer

los delata como blancos cuerpos en la escollera.

*

Por las páginas abiertas como los matorrales

van las voces de los muertos sin raíces,

para que se borren y limpian como epitafios...

*

(El último poema, que es una dedicatoria, invoca “la noche final de un amor no correspondido”. El poemario fue escrito en Soria, Lisboa y Madrid, y se percibe en él el aliento de las tres ciudades.)

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21 de diciembre de 2021
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¿Democracia?

Ha bastado el evidente talento de Isabel Díaz Ayuso y Cayetana Álvarez de Toledo, para que los varones de su partido se acoquinen e intenten someterlas

A velocidad vertiginosa nuestra sociedad ha pasado del deseo y la pasión por vivir en una democracia parlamentaria, con sus partidos y dirigentes, a la decepción de sus partidos y sus dirigentes. Seguramente siguen siendo necesarios, pero lo cierto es que ya todo quisque sabe que los partidos y sus dirigentes no buscan el bienestar de los ciudadanos, ni siquiera la solución de problemas graves como la salud o el hambre, sino su propia conservación. Los partidos solo quieren preservarse y dar empleo a la tropa. Son empresas mercantiles que deben tratar con cierto respeto a sus empleados, pero lo esencial es el control de los enormes sueldos y negocios de la cúpula, como los bancos que solo benefician a sus consejos de administración. A eso llaman “el poder”. Y es verdad: eso es el poder.

Por esta razón voy siguiendo con interés las historias de dos miembros del Partido Popular que se han tropezado con este desagradable asunto: que sus jefes no quieren reconocer el talento para resolver problemas, sino tan solo la sumisión debida a quienes manejan el dinero. Que los empleados muestren talento no es algo bien recibido por los jefes. Últimamente, hemos asistido a la notoriedad de dos mujeres, Isabel Díaz Ayuso y Cayetana Álvarez de Toledo, con una inteligencia política destacada. Ha bastado eso, su evidente talento, para que los varones de su partido se acoquinen e intenten someterlas por todos los medios. Si hubieran sido feministas como las de Podemos, defensoras de símbolos y alegorías, nada habría pasado, pero estas dos mujeres hablan de cosas concretas, de problemas verdaderos, y se atreven a ganar elecciones. Esto ha de ser algo intolerable para la cúpula de funcionaros serviles que ahora conduce un partido sin coraje ni inteligencia. El feminismo, cuando es racional y legítimo, aplasta a los hombres sin cerebro.

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21 de diciembre de 2021

DIEGO MIR

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Elogio de la conversación

 

Entre los muchos logros de Internet figura el cruce inmediato de mensajes entre personas distantes. Paradójicamente, eso ha herido la comunicación verbal, entendida como el intercambio directo de ideas.

¿Conversar es un arte en peligro de extinción? Decir que sí sería, cuando menos, controvertido, pues hoy todo a nuestro alrededor está montado de tal manera que nos llegan sin cesar oportunidades de interactuar tanto con amigos como con desconocidos. La conectividad digital permite intercambiar mensajes sin límite, de modo que vivimos en la ilusión de estar inmersos en una suerte de charla infinita. Puede que la pregunta inicial no parezca tan desatinada si nos paramos a pensar en qué se entiende por conversación y, en especial, qué se espera de sus participantes: la expresión de argumentos, por un lado, y la escucha atenta, por el otro. En nuestro actual entorno hipertecnificado, ambas acciones constituyen todo un reto. Lo primero exige ciertas dosis de soledad previa para que quien hable haya tenido la posibilidad de elaborar algo genuinamente propio; lo segundo, prestar atención. O, dicho de otro modo, remar a contracorriente en el caudaloso río de estímulos e interrupciones por el que navegamos a diario. Y, además, dialogar no es un intercambio de monólogos. Afirmaba Jean de La Bruyère que el talento de la conversación no consiste tanto en mostrar mucho como en hacer que los demás encuentren.

Nuestras vidas se basan en interacciones, y la comunicación verbal es la herramienta más a mano para producirlas. Nadie discutirá la máxima aristotélica de que el ser humano es un animal social inclinado a exteriorizar opiniones y sentimientos. Por lo tanto, el silencio impuesto conlleva pesadumbre y, cuando un ser querido deja de dirigirnos la palabra, experimentamos dolor. El escritor Henry Fielding, en su ensayo de 1743 dedicado a la conversación, la definió como el intercambio de ideas mediante el cual se examina la verdad y en el que cada cuestión se analiza desde distintos puntos de vista, de manera que el conocimiento se comparte. La historia ha conocido momentos estelares de este arte desde que Platón señalara que es la forma más elevada del conocimiento. Muchos siglos después se empezó a percibir la relación directa entre estabilidad política y el mundo conversacional, aquel que David Hume describió como el de la conversación respetuosa en la que se da y se recibe en aras de un goce mutuo. Para mantener un intercambio lingüístico auténtico se deben dejar a un lado la vanidad, la intransigencia y el orgullo; así pues, la antítesis de la charla es la polarización enconada.

La conversación, tal como se ha desarrollado tradicionalmente a lo largo de la historia, tiene un denominador común: el cara a cara, el aquí y el ahora. Y esa necesidad de comunicarnos mirándonos a los ojos es lo que la omnipresencia de las pantallas ha empezado a difuminar, hasta el punto de que hay quien ha llegado a creer que, con esos sucedáneos de coloquios mediados por un dispositivo, nada se pierde en el camino. La pantalla, cabe recordarlo, no solo es una superficie que transmite contenidos, sino también, en su segunda acepción, una separación, barrera o protección que se interpone entre los individuos. Por eso investigadores como Sherry Turkle, profesora de Estudios Sociales de Ciencia y Tecnología del MIT, alertan de la crisis de empatía que fomentan los aparatos electrónicos, pues nos privan de ver las emociones que afloran cuando dos personas se explican frente a frente y en tiempo real. Conversar, además, es la manera más eficaz de crear vínculos afectivos. Turkle apunta en En defensa de la conversación (Ático Bolsillo) que cada vez esperamos más de la tecnología y menos de las personas que nos rodean, a las que hemos arrebatado buena parte de nuestra atención para desviarla a contenidos alojados en otra parte. “Hemos sacrificado la conversación por la mera conexión”, añade, y cita estudios científicos que demuestran que la mera presencia de un teléfono en la mesa, aun desconectado, desvirtúa la atención de todos los presentes. Otro dato preocupante: cuanto más tiempo pasan conectados los niños, menor es su capacidad para identificar sentimientos ajenos.

Tal es nuestra confianza depositada en la tecnología para llenar los silencios, combatir el aburrimiento y expresarnos sin el temor a sentirnos juzgados que la industria se afana en desarrollar inteligencia artificial a fin de que hablemos con objetos en lugar de con personas. Los robots conversacionales son ya una realidad. Hoy en día es posible reunir todos los mensajes y comentarios de un usuario en la Red para que, una vez muerto, se puedan recrear sus patrones de conversación, de modo que podamos seguir chateando con él. Aunque esto, como vaticinó Alan Turing, no dejará de ser un juego de imitación. La tecnología es un medio extraordinario, pero nada es capaz, avisa Turkle, de sustituir una comunicación en persona y los beneficios que reporta. El sociólogo Georg Simmel, ya a principios del siglo pasado, calificó la conversación de antídoto contra la presión y el estrés que causaba la vida moderna. En fecha reciente, un estudio de la Universidad de Chicago ha probado que la tertulia fortuita entre dos extraños en un tren o en una sala de espera hace de ese momento una experiencia más agradable. Tal vez, señalan sus autores, sobrevaloramos el deseo de intimidad en un planeta cada vez más poblado. No entender los beneficios de la interacción social deriva forzosamente en soledad, empobrecimiento y falta de empatía.

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20 de diciembre de 2021
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La amnesia y la magnesia

 

Siempre he juzgado a Lula da Silva como un estadista, uno de los pocos que desde la tan diversa y contradictoria izquierda de América Latina puede ser considerado como tal. Sus dos periodos vieron crecer la economía de Brasil y el éxito de los programas sociales emprendidos, que por lo general se quedan en la demagogia, tuvieron éxito.

Al aparecer Bolsonaro en el panorama como candidato en las elecciones presidenciales de 2018, con toda su cauda demagógica, Lula, favorito en las encuestas, fue apartado mediante el juego sucio de meterlo en la cárcel, acusado por corrupción; salió airoso de la prueba, y hoy encabeza de nuevo por muy amplio margen las encuestas, casi la mitad de intención de votos, mientras el juez Moro, que lo procesó con malas artes, candidato él mismo, le va muy a la saga; y también deja atrás al propio Bolsonaro.

Presenta por donde va sus credenciales de obrero metalúrgico y líder sindical que se hizo solo en la brega y ha gobernado con responsabilidad e imaginación, pero cuando se trata de cerrar filas con aquellos que considera miembros de su propia familia ideológica, aunque se trate de pariente políticos lejanos, y vergonzantes, deja que el agua sucia se cuele por esa brecha de sus creencias democráticas.

Es lo que pasa con sus opiniones sobre Nicaragua, donde una vez ya lejana hubo una revolución que Lula vio de cerca, y ahora existe una tiranía familiar, que ve de lejos o no ve del todo.

En una reciente entrevista concedida al diario El País, a su paso por Madrid, los entrevistadores le preguntan sobre Daniel Ortega; sólo han pasado unas semanas desde el fraude electoral que consumó para quedarse cinco años más en el poder al lado de su esposa. Le piden un diagnóstico, y Lula lo ofrece con elocuencia de plaza pública:

“…Todo político que empieza a creer que es imprescindible o insustituible empieza a transformarse en un pequeño dictador. Yo he estado en contra de Daniel Ortega. El Frente Sandinista tiene mucha gente para ser candidato. También estuve en contra de Evo Morales, que ya había hecho dos mandatos extraordinarios. Y lo mismo con Chávez…”

Hasta allí vamos bien. Pero de inmediato, sin perder el entusiasmo de la tirada, agrega, en flagrante contradicción consigo mismo: “puedo estar en contra, pero no interferir en las decisiones de un pueblo. ¿Por qué Angela Merkel puede estar 16 años en el poder y Ortega no? ¿Por qué Margaret Thatcher puede estar 12 años en el poder y Chávez no? ¿Por qué Felipe González puede quedarse 14 años en el poder?

Es en este momento en que los reflectores parecen apagarse, y la figura del estadista se borra de la visión, para dar paso, por desgracia, a un demagogo redomado, o al político provinciano que confunde la amnesia con la magnesia.

Deja de distinguir entre gobiernos autoritarios continuistas, basados en el arbitrio de una sola persona que se erige sobre las leyes y las instituciones, y los sistemas democráticos de pesos y contrapesos, separación de poderes, y soberanía parlamentaria.

Imaginemos por un momento, si es que se puede, a Angela Merkel dispuesta a quedarse en el poder más allá de toda regla democrática y todo escrúpulo político. Imaginémosla metiendo a la cárcel a todos los candidatos a canciller federal, y a todos los dirigentes de los partidos políticos alemanes; imaginemos cuatrocientos muertos en las calles de Berlín asesinados por paramilitares que la obedecen ciegamente; imaginemos miles de exiliados que huyen hacia Francia, Bélgica, Holanda. Imaginemos los periódicos clausurados. Imaginemos a escritores alemanes en el exilio, y sus libros prohibidos.

E imaginemos a Felipe Gonzalez, haciendo al revés el papel que tuvo en la historia real: para que calce con la comparación de Lula, tendríamos que imaginarlo más bien con el tricornio del teniente coronel Antonio Tejero en la cabeza, con la pistola desenfundada en el congreso de los diputados el 23 de febrero de 1981. Es decir, disfrazado de golpista para abrirse paso hacia el poder no a través de elecciones parlamentarias, sino de la violencia y el crimen.

Si la señora Merkel, la señora Thatcher, y Felipe González se quedaron tanto tiempo en el mando, es algo que no tiene que ver con las ideologías mesiánicas, sino con la solidez de los sistemas democráticos; muy distinto a Daniel Ortega, Chávez, Maduro, que llegaron al poder con la intención de que fuera de por vida, a costillas de las instituciones, de las leyes, y de sus propios pueblos sometidos al miedo y a las penurias.

Lula fue a dar a la cárcel porque lo odiaban a él, y a su Partido de los Trabajadores, y porque no le perdonaron que hubiera sido un gran presidente, afirma en la entrevista. Pero si un juez lo metió en la cárcel, recurrió a otros jueces que lo sacaron de ella tras examinar su causa y anularla.

En Nicaragua, donde no hay estado de derecho, aún estaría preso en una celda sin ventanas, sin derecho a un abogado defensor, sujeto a interrogatorios constantes, sin garantías procesales, y sin derecho a visitas familiares.

Esa es la diferencia entre la amnesia y la magnesia.

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20 de diciembre de 2021
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La verdad os hará extranjeros

 

En mi última estancia en la capital rusa, antes de la pandemia, descubrí una ciudad distinta. Me alojé en el sur, no en el centro, en una residencia para doctorandos, por donde pasa el tercer anillo de circunvalación que rodea la plaza Roja. La estructura radial de Moscú acentúa la centralidad del Kremlin, formal y metafóricamente, como si fuera un panóptico: todo gira en torno a él, y parece que puede apretar o aflojar los anillos a su antojo. El Kremlin estruja y, si quiere, ahoga. Una ciudad distinta, decía, no por la nueva oferta de esta urbe descomunal, sino porque pude leerla mejor entre líneas. Había encontrado la web de un proyecto de Memorial –organización creada a finales de los años ochenta para la defensa de los derechos ci­viles y la investigación his­tórica– titulado Topografía del terror. Consiste en un callejero de Moscú marcado con los lugares relacionados con la disidencia y la represión –campos de trabajo, centros de detención o ejecución, etcétera– desde la década de 1920. Los puntos de colores cubren todo el mapa. Y así supe que aquel distrito universitario fue levantado por prisioneros como Alexánder Solzhenitsin, que instaló suelos de madera en los apartamentos de lujo para los funcionarios del Interior, como relató en El primer círculo. Que cerca estaba la última dirección donde vivió Nadezhda Mandelstam, que en Contra toda esperanza salvó la memoria de su marido represaliado, pero también la de la noche más larga de todo un país, o la fosa común donde se cree que yacen los restos de Isaak Bábel, el Maupassant de Odesa, maestro total del cuento. Páginas que, si se arrancaran, dejarían el libro de Moscú incompleto, comprensible solo hasta cierto punto. En ese portal de Memorial no hay opiniones, solo nombres, fechas, descripciones e imágenes de archivo. La concreción de los datos frente a las mitologías patrióticas y la desinformación.

“Mientras los gobiernos no dejan de mejorar el pasado, los periodistas intentamos mejorar el futuro”, se oyó hace una semana en Oslo, durante la ceremonia de aceptación del Nobel de la Paz. Fue en el turno de palabra de Dimitri Murátov, después de la periodista filipina Maria Ressa, ambos galardonados “por los esfuerzos para salvaguardar la libertad de expresión como condición fundamental para la democracia y la paz duradera”. Cofundador y redactor jefe de Nóvaya Gazeta –milagroso reducto de independencia informativa–, Murátov recordó un dicho ruso: el perro ladra, la caravana se mueve. Si entendemos que el perro es el periodista y la caravana el poder, las posibles lecturas son dos: por mucho que los primeros gruñan, apenas importunan el avance de la segunda. O bien: la caravana avanza gracias a los perros ladradores, cancerberos del poder. Murátov tuvo un recuerdo para los periodistas asesinados de su diario. Entre ellos, Anna Politkóvskaya, que tituló uno de sus últimos artículos “¿De qué soy culpable?”. La respuesta: “Simplemente he informado de lo que he visto, de nada más que la verdad”. A la cronista del horror de la guerra en Chechenia la mataron por no ladrar al son de la caravana.

Desde el 2012, el Gobierno de Putin puso otro escollo en forma de ley a la libertad de expresión. Las oenegés que recibieran financiación extranjera y realizaran actividades susceptibles de calificarse de “políticas”, aunque se dedicaran a ayudar a mujeres víctimas de violencia de género, pasarían a considerarse “agentes extranjeros”, que, en el imaginario ruso, remite a la jerga soviética para “espías”. La ley se traduce en un calvario burocrático y la fiscalización de toda actividad, incluidas las interacciones en redes sociales. Más tarde también apuntaron contra medios de comunicación y particulares. Cada viernes, la web del Ministerio de Justicia publica la lista ampliada de “agentes extranjeros”. Por esta misma ley, Memorial está al borde de la disolución, y se ha advertido a Nóvaya Gazeta que el Nobel no les servirá como escudo protector.

En El Maestro y Margarita (1966) Mijaíl Bulgákov aprovechó cómicamente la asociación entre “extranjero” y “enemigo” para hacer pasar al demonio, de visita en el Moscú de los años treinta, por un turista (tal vez alemán). Si la democracia se sustenta en la libre circulación de información veraz, el Nobel otorgado a la labor de Nóvaya Gazeta reconoce su coraje por ser la excepción de aquel otro dicho ruso del pasado: en los periódicos rusos, solo las erratas dicen la verdad.

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16 de diciembre de 2021
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