Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

De Sex Pistols a Carl Einstein, pasando por las Grecas, Gary Gerstle y Trump

 

Cada día oigo a alguien lamentar la decadencia y la banalización de la cultura. Pensaba en ello mientras leía un sensacional texto hasta ahora inédito en su totalidad de Carl Einstein la culminación del ensayo de Gary Gerstle sobre Estados Unidos desde el New Deal a Trump y las series Pistol (una nueva versión de la historia del punk y los Sex Pistols) y Tokyo vice (periodismo y mafias en Japón). Viendo esta última me preguntaba, sabiendo la respuesta, por qué en España, con la crisis de guiones que hay, no se llevan al cine las tramas de corrupción empresariales, policiales, mediáticas y judiciales que en otros países democráticos han dado títulos tan sublimes como The wire.

No creo que seamos menos cultos, y por tanto, más tontos que en el siglo XX. Todo lo contrario, la minoría culta es más culta y la población en general somos más idiotas, idiotas con más prisa, dicho no como insulto, sino en el sentido etimológico, el de los que sólo participan de sus asuntos privados. Tampoco distingo una sola época en la que los autores no lamentaran la banalidad de su tiempo. Me refiero a los autores que seguimos leyendo o a los artistas que seguimos admirando, pues ya nadie se acuerda de aquellos que lo hicieron por pedantería y que se sintieron obligados a escribir sus obras para confirmar su teoría de la banalidad. 

Leyendo, pues, a tantos autores diciendo durante tantos siglos que vivieron tiempos decadentes, me pregunto cuándo empezó la caída, cuándo se inició el declive, la utopía al revés. Los románticos —y los surrealistas lo son— imitaron a los curas y llegaron a ubicar el paraíso perdido en el paleolítico, cuando ni siquiera se había inventado el alfabeto y es de suponer que tampoco la rueda o el taparrabos, pero sí el hacha de sílex. Hay que tener la buena fe  de Novalis o María Zambrano para sostener que hubo un tiempo en el que el ser humano vivía en unidad armónica con la naturaleza y el cosmos. Desde que el primate que fuimos supo utilizar la cabeza para algo más que embestir a otro primate, al menos hemos sabido inventar cosas tan  útiles como el Estado de Derecho y los instrumentos musicales.    

 Cultura en vena

Lo que sí existe es la banalización del concepto cultura, que yo llamaría, perdón por el neologismo, venalización de la cultura, venal de inyectar pseudocultura banal en vena y también, «vendible o expuesto a  la  venta» o «que se deja sobornar con dádivas»; es decir, aquella reducción del concepto cultura entendida exclusivamente como mera actividad económica que dicta el mercado,  da empleo o aporta capital al PIB, la cultura que desculturiza y nos tiene entretenidos sin hacernos sólo por ello ni menos tontos ni más felices. Si yo fuera editor, encargaría con urgencia un Diccionario de tópicos, actualizando el que hizo Flaubert. Y un segundo libro que comparara al egotonto neoliberal con el egotonto antineoliberal. Esto se me ocurre cuando veo a izquierdistas defender su parcela privada de saber con la ferocidad del lobo de Wall Street; cuando leo un texto en el que su autor, narcisista quejumbroso y solemne, se viste de Deleuze vestido de Foucault sólo para  comunicarnos la dificultad de ejercer un oficio en el que «pensar ni consuela ni nos hace felices», algo que ya había sido tratado con más profundidad en Yo no quiero pensar (Muñoz Rebull, Carmela y Tina, Las Grecas. Mucho más. Madrid: CBS, 1975) o cada vez que veo exposiciones o tesis académicas en los que los Procustos de hoy ajustan la práctica a la teoría, aunque tengan que cortarle manos, pies y orejas para que encaje dentro de su cápsula teórica. 

Había hablado de dos libros y una serie y ya llevo 650 palabras si mencionarlos, así que reto a la estadística, que dice que el lector digital apenas lee los primeros párrafos, y voy a ello:

Cómo los neoliberales perdieron el neo

En el reciente The Rise and Fall of the Neoliberal Order, America and the World in the Free Market Era, Gary Gerstle demuestra cómo la New Left y los demócratas Clinton y Obama apuntalaron el orden neoliberal republicano, surgido de las ruinas del New Deal, al igual que hicieron buena parte de líderes socialdemócratas europeos, hoy desaparecidos. Gerstle dice que a Biden le falta la mayoría para cambiar el orden normativo, que el neoliberalismo se ha desmoronado y que ante la amenaza interior del populismo autoritario (Trump, Orban, Le Pen, Abascal) incentivado por los países autoritarios que Occidente ha ayudado a enriquecerse y que ahora le amenazan  (Putin, Xi Jinping), la alternativa estará entre una socialdemocracia New New Deal y un conservadurismo híbrido entre los otros dos. Yo más bien creo que el neoliberalismo muta y se recombina. La izquierda social-liberal ha practicado un laissez-faire no sólo en lo económico, sino también en la universidad que organiza un saber fragmentado, el poder judicial que paraliza las reformas aprobadas por los parlamentos y en aquellos funcionarios que han privatizado el Estado y que se identifican con aquel cruzado místico de Indiana Jones, alucinados guardianes del Santo Grial. 

Sex Pistols en Londres, Makoki en Barcelona

La historia de la cultura tiene momentos de nihilismo y ruptura violenta. En la Europa de los años 20 fue Dadá y en la crisis de los años 70, el punk. Hoy vivimos uno de esos ciclos en los que fetichizamos el pasado, porque el presente angustia y el futuro asusta. No future fue el himno de los punkies. «No future for me / The fascist regime/They made you a moron/A potential H bomb», cantaba Johnny Rotten, ahora de nuevo noticiable por la serie Pistol de Dany Boyle y por haber declarado que «sería estúpido [moron], si no votara a Trump». La protesta, si sólo es queja sin alternativa, se ritualiza, se mercantiliza y envejece mal. Pistol está basada en las memorias Lonely Boy de Steve Jones, el skinkhead y  guitarra fundador del grupo, y es más convencional que la desmitificadora Sid & Nancy de Alex Cox. Boyle recupera el papel que ya dio Julien Temple (aparece en el film como un joven cineasta) a Malcom McLaren y a la diseñadora de moda Vivien Westwood, pero ahora como farsantes. Los dos eran situacionistas seguidores de Durruti y de Guy Debord, hartos de la ineficacia transformadora del hippismo. Uno de los momentos salvables del film es cuando contrapone la música adormecedora de Rick Wakeman con los riffs salvajes de Jones, que me recuerdan al gran Miguel Gallardo y su Makoki burlándose en la misma época de la soporífera Compañía Eléctrica Dharma que tocaba en Zeleste. McLaren primero quiso escandalizar a la sociedad norteamericana haciéndo vestir a los New York Dolls de rojos maoístas y después lanzar a los Sex Pistols como movilizadores  de la ira de la juventud lumpen, cebo publicitario de la industria cultural. Sex Pistols se inscriben en el mito del joven genio rebelde que muere en su propia llama y en las modas que nacen en las periferias urbanas para hacerse luego espectáculo mainstream. En mi opinión, lo mejor de los Sex Pistols fueron The Clash y el anarcopunk dadaísta de Crass, tan presentes en Barcelona.

Un sensacional inédito de Carl Einstein

Los ideólogos siempre ha tenido dificultades para conciliar la libertad individual con la acción colectiva y  consensuar las definiciones de realidad. El idioma alemán distingue entre Kultur y Kulturbegriff  (concepto de cultura), y entre Realität y Wirklichkeit, (un concepto más amplio que la realidad física). Mi buen amigo Klaus H. Kiefer acaba de publicar en Alemania la edición critica de Der Fabrikation der Fiktionen, obra inacabada de Carl Einstein, el gran divulgador anticolonialista  del arte africano  y autor de la revolucionaria novela cubista Bebuquin. Militante en el Spartakus de Rosa Luxemburg,  participó en las luchas de anarquistas y troskistas contra los estalinistas en Barcelona y después combatió en el frente de Aragón con Durruti, antes de suicidarse perseguido por los nazis en 1939. 

El libro es un sensacional libelo contra lo que había defendido hasta el momento y, sin citarlos, contra Breton, Picasso, Braque y Miró. Einstein buscaba una filosofía en acción  -«actúa, sé feliz», decía Deleuze-, para combatir el liberalismo y frenar el nazismo y el estalinismo. Su diatriba, por equivocada que me parezca su fórmula de justificar el  arte sólo si está al servicio de la acción revolucionaria, es fascinante y urge ser traducida. Tiene momentos sublimes, como cuando observa que «cuanto más se intelectualizan las mujeres, más violentamente se irracionalizan los hombres». Se burla de los intelectuales que creen que «lo imaginativo subjetivo determina decisivamente la realidad compleja». Memorable es también su retrato de los nuevos ricos, anarcocapitalistas que compran la originalidad moderna de los artistas para saciar su sed de diferenciación social, hacer olvidar sus origenes humildes y, en el caso de los surrealistas, estetizar sus neurosis sexuales. Es feroz su crítica a los pintores que creen que sus objetos poseen el poder de la magia para transformar el mundo, pero, ojo, ahora que se vuelve a leer a  Lukács, también fulmina a aquellos intelectuales revolucionarios que, atascados en discutir mil teorías y utopías paralizantes, creen que «sólo su versión conceptual del mundo es la única verdad objetiva, la única realidad válida». 

 

 

Leer más
profile avatar
21 de julio de 2022
Blogs de autor

Arder de indignación

Mientras arde mi provincia, leo un poema del gran poeta zamorano Jesús Hilario Tundidor. "Hondos barcos de pesadumbre navega desde siempre el hombre... Todo se pierde, se nos va perdiendo... Todo se pierde, las palabras nunca contienen la distancia de lo perdido...

Y es verdad, lo perdido es sencillamente la representación de la distancia, de lo que se va, de lo que se escapa.

Y esa distancia en incontenible, indefinible, y trágica. ¿Qué pensar de quién provoca las llamas del olvido y la distancia?

Hereje no es el que arde en la hoguera, hereje es el que la enciende, decía William Shakespeare), y tenía razón porque...

... las hogueras no iluminan las tinieblas.

Leer más
profile avatar
21 de julio de 2022

André Malraux durante la Guerra Civil.

Blogs de autor

Infierno y gloria

 

Malraux comenzó a escribir sus (falsas) memorias en un viaje en barco que duró dos meses a Oriente medio y extremo. Sus dos volúmenes forman una de las obras fundamentales del siglo XX

No hace aún muchas semanas, allá por el mes de mayo, escribía yo en un elegante digital acerca de los cuarenta años de infierno que sufren los grandes autores tras su muerte. No se sabe muy bien por qué razón, pero los editores se olvidan de sus mejores literatos tras su muerte, a veces durante medio siglo. Y ponía el ejemplo de Albert Camus, cuya maravillosa novela Le premier homme no se publicó hasta 1994, siendo así que Camus había muerto en 1960. Las excusas son múltiples, pero la más frecuente es la de “¡Oh, estaba olvidada en una caja de zapatos!”. Si hubieran tenido algún interés no habrían tardado treinta y cuatro años en encontrarla. Citaba también el caso de Samuel Beckett, pero hoy quiero saludar el regreso de uno de los talentos más grandes del siglo XX y una de sus obras fundamentales: las Antimemorias que acaba de editar Penguin en su colección Debolsillo. Una edición lujosa, en dos gruesos volúmenes (más de mil quinientas páginas) de tapa dura, que comprenden la totalidad del texto final publicado en La Pléiade. El editor ha sido Ignacio Echevarría, lo que da idea de la solvencia del monumento.

Porque se trata de un monumento, en efecto. Malraux comenzó a escribir sus (falsas) memorias en un viaje en barco que duró dos meses a Oriente medio y extremo. El resultado es, de acuerdo con Echevarría, “un libro extraordinario, verdaderamente extraordinario. Y asombroso también”. Coincido con el editor: estos dos volúmenes forman una de las obras fundamentales del siglo XX. Y está muy bien traducida.

Pero, cuidado, estas no son unas memorias al uso en las que se cuenta sólo lo que no molesta al autor. No: estas son unas memorias embusteras, llenas de falsedades asumidas y mentiras voluntarias. No por otra razón se llaman Antimemorias. Muchos han destacado ese aspecto, pero al tiempo que asumían que los recuerdos de Malraux, aun siendo falsos, eran verdaderos. El propio autor así lo asume, no se trata de confesiones (por las que siente un profundo desprecio) sino de vida vivida. Su ambición es extrema: “El hombre que aquí podréis encontrar es el que coincide con las preguntas que la muerte hace al sentido del mundo”. Es como si dijera, no se trata de mí, se trata de averiguar qué sentido tiene nuestra existencia y si he logrado enterarme de algo.

No pudo enterarse de todo, aunque lo que nos ha dejado en este libro equivale a media docena de grandes relatos filosóficos, empezando por San Agustín. No obstante, debe de ser la primera obra de un memorialista en la que se unen relato, tratado, ensayo, periodismo, travelogue y toda suerte de géneros, por lo que mi recomendación al posible lector es que lo lea de un tirón y como una novela. Piense que, aunque el diálogo con Mao Zedong sea en buena parte inventado (se conservan las cintas de la entrevista), lo increíble es que Malraux da una visión exacta del enorme país y una anticipación asombrosa de su futuro.

Como él mismo decía, los humanos somos un producto del azar y el mundo es puro olvido. Por esta razón, trabajos como el de Malraux en sus falsas memorias, o el de Proust buscando el tiempo perdido que tanto se le parece, van mucho más allá de la verdad y la falsedad. Plantean preguntas que carecen de respuesta hasta después de la muerte.

Leer más
profile avatar
20 de julio de 2022
Blogs de autor

Simenon: las diez mil

Debe de ser una coincidencia no programada que cuando -en un infrecuente tándem editorial- Anagrama y Acantilado están sacando en elegante formato de bolsillo y traducciones inmejorables (algunas legendarias) la ingente obra novelesca de Georges Simenon, alguien, Patrice Leconte, que ya creíamos desaparecido del mapa fílmico, regrese a nuestra cartelera, que puso en él mucha fe en los años finales del siglo XX y primeros del XXI. Los últimos títulos suyos que yo recordaba haber visto son El hombre del tren (2002) y Coincidencias muy íntimas (2004), dos thrillers insólitos y originales, en especial el primero, poseído de una gracia que Ángel Fernández-Santos, reseñando el film a su paso por la Mostra de Venecia, definía muy bien: “la negrura de un thriller” y “la arrolladora negrura del humor de un inmenso cómico, Jean Rochefort”. Hay que decir, sin embargo, que ese humor negro a veces tan notable no derivaba solo de la comicidad de actores como el citado Rochefort, Fabrice Luchini, Johnny Halliday (el cantante), Anna Galiena, Sandrine Bonnaire, o Michel Blanc; Leconte los elige conociendo su sabiduría natural de las leyes que rigen la tragicomedia, añadiendo así, casi orgánicamente, el delirio  a Monsieur Hire (1989) y la farsa vestida de época dieciochesca a Ridicule  (1996). Son estas dos películas, junto a la memorable El marido de la peluquera (1990), las que considero sus obras maestras. La primera tomaba como base literaria Los esponsales de Monsieur Hire, novela que desconozco, pero poco antes de cumplir los 75, Leconte, en plena forma, nos ofrece su segunda adaptación de Simenon, con la particularidad de que en esta ocasión el director se atreve con el comisario Maigret, una figura icónica de la televisión y el cine francés que solía encarnar el competente actor Bruno Cremer.

No trazaremos aquí la historia de la larga filmografía simenona, aunque es justo resaltar los nombres de Jean Renoir, que en La nuit du carrefour (1932) llevó a cabo la primera traslación cinematográfica del libro homónimo, y Claude Chabrol, autor de la mejor de todas, Los fantasmas del sombrerero, magistral novela y magistral película (de 1982). Es asimismo imposible, al hablar del escritor belga, esquivar su extraordinaria potencia literaria, con más de doscientas novelas en su haber y otras muchas ocultas en seudónimos; inteligentes todas e inteligibles, tanto las que protagoniza el comisario como las que no son policiacas, los llamados romans durs. Su prolífica producción, que incluye también copiosas memorias íntimas y guiones de cine, tuvo una picante glosa personal en 1976, cuando siendo ya un setentón, Simenon le confesó a su buen amigo Federico Fellini en una entrevista publicada en L´Express que a lo largo de su vida se había acostado con unas diez mil mujeres, un logro facilitado por su precocidad venérea, ya mostrada a los doce, edad en la que perdió su virginidad con una chica tres años mayor cansada pronto de él. ¿Un superhombre de la palabra escrita y de la proeza sexual?

La gran noticia ahora es que la reaparición de Leconte en Maigret, adaptación de la novela Maigret y la joven muerta, conlleva la de su héroe titular, encarnado por uno de los mayores talentos franceses de la interpretación, Gérard Depardieu, que compone un personaje ácido e inseguro, antipático y torpe de movimientos, sin dejar de ser avispado y conmovedor en el seguimiento encarnizado del rastro de una joven asesinada con brutalidad, en quien el policía ve el fantasma de su propia hija. Con las gotas de humor que uno siempre espera de Patrice Leconte, la figura de Maigret vista de espaldas, tan ensanchada como lo está ahora el cuerpo de Dépardieu, es un constante guiño a los cuadros del señor del abrigo negro y el sombrero que, visto también por detrás, aparece con frecuencia en la pintura del artista belga René Magritte a partir de 1920: el hombre que “apunta al mundo con su mirada”, como escribió la historiadora del arte Susi Gablik. Y aún más juguetón se muestra el cineasta en el chiste del “esto no es una pipa”, dentro de la escena de los fumadores de pipa.

Sintética y oscura hasta el punto de ser tenebrista en su iluminación, Leconte no trata nunca de enturbiar la línea de la historia contada, ni de sacarle punta hermenéutica o lección moral. Se trata de algo muy esencial y muy gratificante, esa fidelidad suya a Simenon, quien cuando hace novela no persigue la metáfora ni se detiene en la introspección. En todas, las “duras” y las de serie negra, o al menos en decenas de ellas, el novelista es claro sin ser banal, profundo con levedad (excepto en la muy reputada y en mi opinión algo grandilocuente Tres habitaciones en Manhattan, llevada en 1965 al cine, con más pomposidad si cabe, por Marcel Carné). Y también es anti-explicativo y sobrio de palabra, lo que no le impide brillar en la ocurrencia y ser un maestro del giro novelesco. De ahí lo importante que es traducirle bien en el libro y en la pantalla. En España, en las ediciones a las que nos hemos referido, los nombres de Caridad Martínez, José Ramón Monreal, Carlos Pujol, Ignacio Vidal-Folch, Emma Calatayud o Núria Petit, entre otros, avalan la fidelidad y el gran acierto verbal. Es famoso, por el contrario, el caso, así podemos llamarlo, de Paul Celan, traductor de alguno de los primeros maigrets al alemán, en los que el gran poeta rumano de expresión germánica, desdeñoso de un confeccionador a granel de ‘polars’, recortaba el francés original y lo transfiguraba, con lo que, al decir del editor suizo-alemán Daniel Keel, Simenon quedaba hermético y verboso.

Leconte no le traiciona en el paso de un arte a otro. Hablé antes de la tenebrosa atmósfera creada en un París que refleja o hace pensar al menos en los años 1950, fecha en la que transcurre la novela. Un París que da miedo y morbo, lo cual conviene a una historia de perversiones sexuales y crímenes. Los diálogos (que firma el coguionista Jérôme Tonnerre), son concisos pero de rica sonoridad, sin buscar el apoyo sentimental o misterioso de la música, en la que conviven dos notables compositores, Bruno Coulais y Michael Nyman. Sus partituras son un complemento tenue y significativo, que no distrae durante la proyección y tampoco se hacen pegadizas al salir del cine, lo apropiado cuando lo que hemos visto en la pantalla no es un musical de Hollywood.

A pesar de los records carnales de Simenon, y de su amplia galería ficticia de personajes femeninos, no se puede decir que esos cuerpos amados o deseados estén descritos golosamente en sus páginas; también a tal respecto el escritor nacido en Lieja es recatado. Al cine le resulta imposible tanta reserva, especialmente ahora, cuando ha ganado libertades, aun perdiendo, por puritanismo, el atrevimiento de los excesos. Y aquí reaparece el talento en el casting de Leconte, manifiesto con el reparto femenino que le da réplica al gran Dépardieu. Las dos jóvenes, la víctima Jeanine y la tal vez cómplice Betty (no deben darse más datos), son de inocencia ambigua o retorcida, y tanto una, Melanie Bernier, como la otra, Jade Labeste, se hacen tan intercambiables como sustantivas en la trama. Frente a ellas, la Mujer Mala, que en este caso es una de esas actrices que depara al espectador asiduo la sorpresa de lo inesperado; secundarias no estelares que uno reconoce en su corta intervención o al ver su nombre en los títulos de crédito. Y aquí estaba, en Maigret, Aurore Clément. Debutó en 1974 de la mano de Louis Malle en Lacombe Lucien, pero yo no la recuerdo de esa primera vez. Le he sido fiel por París Texas y Apocalypse Now, por sus tres películas con Chantal Ackerman, por la María Antonieta de Sofia Coppola, y sobre todo por su casi simbólico pero determinante papel en El sur de Víctor Erice, donde tiene dos nombres, Laura/Irene Ríos, y una presencia meta-fílmica, perteneciendo ella a ese Sur soñado o tal vez falso que nunca llega a alcanzarse. Es una actriz de carácter (lo tienen sin duda las cuchilladas que da en este film de Leconte) y sigue siendo bella y dulce a los 76 años. Gracias a ella y a sus compañeras de reparto antes citadas, una historia tan abrumadoramente masculina como la búsqueda obsesiva y ajusticiadora del comisario Maigret amplía el espectro de sus mujeres y las multiplica en el puzzle de este relato macabro y amargo a la vez que estilizadamente sofisticado.

Leer más
profile avatar
20 de julio de 2022
Blogs de autor

El trip de las masas

Mis amigos informáticos están preocupados. No solo porque Apple ya no es aquella compañía visionaria de Steve Jobs, sino una maquinaria implacable de programar la obsolescencia de sus artefactos. Tampoco les provoca ansiedad la guerra digital contra el 5G de los chinos de Huawei. Opinan que ni siquiera el Metaverso de Mark Zuckerberg es demasiado peligroso porque lo ven lejano e infantil. Y no se alteran porque aprecian en la Opa de Elon Musk sobre Twitter una simple jugada financiera. Lo que realmente les enferma es, no hay duda, el algoritmo.

¿Y qué es el algoritmo? Pues un invento de la lógica matemática que han adaptado los programadores informáticos, y que no es otra cosa que la secuencia de pasos a seguir para hacer lo que su creador propone. Aplicado a la solución de problemas es evidente que el algoritmo es la panacea, pero también se puede proyectar para conseguir beneficios personales, en especial dinerarios como es fácil imaginar. O para construir opiniones que convengan de un modo u otro.

A este mundo algorítmico llegan tarde los políticos y juristas, aunque es previsible que no se demoren en tratar de poner sentido común al mismo. Tendrá que ser, no obstante, algo más coercitivo y ordenado que la simple llamada de advertencia sobre las famosas cookies que emiten las páginas web. Click, le das a aceptar a las “galletas” de esa web y todo tu historial de internet pasa a ser de dominio del portal que visitas.

En una de las temporadas de la serie Homeland, un grupo ultraderechista norteamericano se dedica a la creación de algoritmos que beneficiaban sus posiciones ideológicas y a sembrar el caos entre los bienpensantes. En la vida real, al parecer, los rusos llevan años con tales prácticas. Forma parte de lo que llaman la guerra híbrida y no es descartable que en la crisis de Ucrania hayan tenido relevancia.

Mis amigos van más lejos todavía. Al fin y al cabo, las batallas informáticas se contrarrestan. Lo serio, por peligroso, es el algoritmo que se adapta a los propios gustos del usuario, multiplicando sus convicciones y deseos sobre su misma condición. El algoritmo nada sabe de barreras, de ética, de solidaridad o interés público… el algoritmo busca satisfacer el yo, un ser objetivo que vive en la superficie de la realidad en palabras de Félix de Azúa, y que ni siquiera conoce al ego, la circunstancia interna, lo subjetivo de una personalidad.

Solo un yo errático, exaltado en sus propias opiniones por el algoritmo de la secta QAnon es capaz de disfrazarse con una piel de búfalo y lanzarse a ocupar el Capitolio de Washington, donde hasta la fecha creía la humanidad que residía el más grande principio de libertad e igualdad democrática de Occidente. Así al menos nos lo hacían creer los clásicos liberales de Hollywood, desde Frank Capra a Preston Sturges incluyendo también a John Ford (¡qué gran error de quienes le consideraron un reaccionario!).

Fue el propio Ford el que nos advirtió en 1958 (El último hurra, con Spencer Tracy como alcalde de Boston), de las manipulaciones populistas que la televisión estaba empezando a construir sobre la democracia norteamericana. Pero mucho antes, sin la evidencia del medio catódico, fue Ortega y Gasset quien se alarmó ante la rebelión de las masas, el título de un ensayo que el filósofo español empezó a publicar como artículos sueltos en el periódico El Sol en 1927.

Releer ahora La rebelión de las masas, le deja a uno de piedra. Ortega, visionario, no solo rechaza los movimientos políticos revolucionarios, desde la insurgencia bolchevique al putsch del fascismo italiano. Ortega explica la llegada del hombre masa, satisfecho de sus propias opiniones. Lo que describe es un cambio de civilización, por el que todos los individuos pasan de tener creencias, de vivir de experiencias y de las tradiciones, a exaltar sus propias ideas.

Con Ortega sobreviene la radio, la prensa y la fotografía que tan bien describirán pensadores como Walter Benjamin o Georg Simmel. Nos acercamos al mundo distópico de George Orwell en la granja animal, a los tiempos modernos de Chaplin. Pero todavía faltan por prorrumpir el cine sonoro y la televisión. Ortega se queda corto. Hacia finales de los años 60 el sociólogo Guy Debord ya describe la vida social como un espectáculo, y todavía más lejos analizará Jean Baudrillard al afirmar que nuestra realidad es un simulacro que los medios de comunicación se encargan de saturar creando una crisis cultural de incalculables consecuencias.

Ya estamos alcanzando el presente. El algoritmo multiplica la velocidad a la que el ciudadano-a, que también es consumidor-a, cliente, creyente y votante, va a recibir todo lo que desea y a pensar todo en lo que cree nada más enchufar su móvil. La gente ya habla sola por las calles, se ausenta con sus auriculares en el metro o el autobús. Las redes sociales neutralizan el pensamiento complejo y simplifican los mensajes. Como la información no para, todo el mundo cree saber qué ocurre. Hay una cultura general al alcance de cualquiera. Los políticos explotan el populismo y apelan a los instintos antes que a la razón. Esta última, tampoco sabemos ya en qué consiste. Hace tiempo que al perpetuo Kant se le pasó el arroz.

Leer más
profile avatar
18 de julio de 2022
Blogs de autor

Deseo, remember, Schopenhauer, tonterías

El deseo es la forma más intensa de la esperanza, y también la más ambiciosa y obstinada.

Los cobardes son enemigos muy peligrosos, porque actúan en la sombra. Nunca dan la cara, y cuando la dan, suelen llevar máscara.

"Desde el fondo de un pozo el cielo se ve muy pequeño", decía Yu Han. Una evidencia muy esclarecedora que nos invita a añadir: no caigamos en pozos que achican el cielo tanto como agrandan el infierno.

Un hombre se mide por sus enemigos”, decía José Martí. ¿Y por los amigos no? Juraría que nuestra medida y nuestra valía las definen más las personas que queremos y nos quieren. Recordemos el dicho popular: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.

En su libro "I Remember", Brainard dice: "Recuerdo haberme desprendido, en dos ocasiones, de todo lo que poseía". Sorprendente, el desprendimiento absoluto es una forma de liberación a la que casi nadie se atreve.

Asombra que odiemos en nombre del amor. Se supone que las guerras de religión son eso. Toda una paradoja, y toda una aberración.

La gente suele llamar destino a sus propias tonterías, como creía Schopenhauer, y a veces hasta creen ver su confirmación en el cielo. Conozco a unos cuantos seres de esa naturaleza. Creen que el cielo confirma su destino. 

Leer más
profile avatar
18 de julio de 2022
Blogs de autor

La historia como delirio

En Delirio Americano, Carlos Granes cuenta, de manera lúcida y exhaustiva, la larga aventura de invención y reinvención de América Latina, tal como he escrito en Política & Prosa. Y, entre tantas cosas, llegamos a saber que los filósofos han estado casi ausentes a la hora de dilucidar las propuestas de nuevos modelos políticos y sociales. Son los escritores quienes han cumplido ese papel, convertidos en ideólogos.

Los escritores fueron capaces de contemplar una realidad por transformar, y se atrevían a buscarle una filosofía, como en el caso de José Enrique Rodó, con Ariel, o de Domingo Faustino Sarmiento con Facundo. Sarmiento, que además de novelista, fue político, y militar, y llegó a ser presidente de Argentina.

Pero, desde entonces, va a producirse una dicotomía entre el escritor que busca, y la realidad que no se transforma de acuerdo a sus sueños y visiones. El ideal va a convertirse entonces en utopía, y la realidad de atraso y miseria se volverá entonces un cebo literario, y al mismo tiempo ideológico. Más tarde, las utopías se convertirán en distopias. Los sueños de la razón, que engendran monstruos.

 Hay un momento en que el libertador que se sube al caballo para librar las luchas de independencia, contiene también al intelectual hijo de la ilustración, y así mismo al escritor, basta recordar las cartas de Bolívar, verdaderas piezas literarias; o los diarios de viaje de Francisco de Miranda. Todos tienen una visión ecuménica, como creadores de naciones, y son hijos de Rousseau y de Voltaire. Su pasión es crear un Nuevo Mundo.

El fundamento ideológico de Rodó, capital en la formación del pensamiento latinoamericano, como Granes viene a mostrarlo, es la lucha planteada entre Ariel y Calibán. Pero Calibán también es Facundo, el salvaje al que civilización debe domeñar para que haya naciones verdaderas. Esa formidable contradicción creada en el siglo diecinueve, entre proyecto de nación utópica y realidad espuria, viene a ser parte del mito americano. Y del delirio.

Orden institucional contra dictadura cerril. La perfección de los sueños históricos y la terca realidad heredada. Mundo rural y modernidad frustrada. Choque de razas y mestizaje. Orden y anarquía. Centralismo versus federalismo. Civilización contra barbarie. Es a los escritores a quienes toca dilucidar estas contradicciones, y plantear, incluso, propuestas de cambio o reforma, como la que contiene la novela Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, donde sigue campeando el espíritu de Ariel contra los apetitos oscuros de Calibán.

Es la novela que llega a expresar una filosofía, un deber hacer, que propone una norma. Gallegos no duró mucho en el poder para poner en acción sus propuestas civilizadoras, derrocado por los militares nueve meses después de haber sido electo presidente de Venezuela.

El mestizo empieza, entonces, a luchar contra sí mismo. Luchamos a partir de Facundo contra el salvaje que todos llevamos dentro. Queremos elevarnos a las alturas espirituales de Ariel. Y, mientras buscamos con delirio nuestra identidad americana, intentamos dilucidar los modelos políticos.

Los atributos de guerrero, intelectual, escritor, que al principio se presentan juntos, como en Bolívar o Miranda, o como en Sarmiento, se separan con el tiempo, y los intelectuales, desarmados, entran en contradicción con los caudillos, que nunca dejan las armas y las vuelven su razón de ser, y de poder.

Alguien que es sólo poeta, y pensador, como José Martí, carece de credenciales suficientes y tiene que legitimarse, subiéndose al caballo, frente a las armas y quienes las empuñaban como caudillos militares. Y le va la vida en ello. Al revés, someter el poder militar al poder político ha sido uno de los grandes delirios de nuestra historia, y la frustración más relevante.

Es precisamente con el modernismo, que representa la modernidad a finales del siglo diecinueve, cuando se da la separación de papeles entre escritores de oficio y políticos de oficio. Salvo Martí. Escritores, que son a la vez pensadores y tienen sus propias visiones americanas, contrarias al creciente dominio de los Estados Unidos. El antimperialismo pasará ahora a encarnar la lucha entre Ariel, el espíritu de la América indohispana, y Calibán, con sus legiones avasalladoras de “búfalos de dientes de plata”.

Uno de los grandes aciertos del libro de Granes es fijar el papel de las vanguardias dentro del contexto político latinoamericano. Al llegar el siglo veinte, América está todavía por hacer, y por interpretar, y las vanguardias ensayan a darle un sentido al futuro que aún no ha sido dilucidado.

Y, a la vez que revolucionan las letras y las artes, los vanguardistas terminan alineándose en los dos grandes polos que vendrán a surgir en el siglo veinte, fascismo y comunismo, hasta llegar a las propuestas totalitarias que se consolidan en vísperas de la segunda guerra mundial, y que arrastran a unos del lado de Stalin, y a otros del lado de Hitler, Mussolini y Franco.

Las propuestas atrevidas de renovación artística, y la insolencia de las protestas contra el statu quo, vendrán a acomodarse a los moldes políticos ortodoxos. Son parte del gran delirio de la utopía que se despeña hacia la entropía en el siglo veintiuno. Revoluciones que han terminado en involuciones, escenografías triunfales en harapos, sueños de redención pervertidos por dictaduras y populismos de pesadilla.

Leer más
profile avatar
18 de julio de 2022
Blogs de autor

¡Qué suerte que te despidieron, Lino Solís de Ovando!

Este es el prólogo que escribí para el exquisito, doloroso libro "Reportero sin cabeza", del periodista chileno Lino Solís de Ovando (Editorial Cinco Ases, 2022):

Sin la crisis del periodismo, sin el tsunami de la pandemia, sin los malos modos de empresarios sin escrúpulos y sus babosas serviles sin alma, no existiría este libro. Tampoco existiría sin la bronca, la frustración, el sentir que al despedirte te humillaron, al tener que comerse las lágrimas y aceptar una indemnización indigna.
Cuando Lino Solís de Ovando me llamó, a poco andar el encierro de la pandemia, me sonaba su nombre. Lo googlié. Es uno de los mejores periodistas y editores de negocios y finanzas de Chile. Un periodista por el que en la buena época se pelearían todos los medios escritos.
Todavía sentí el leve temblor en su voz cuando me contó cómo los habían echado a él y a todo su equipo de la otrora poderosa revista AméricaEconomía. Quería estudiar en el Diplomado en Escritura Narrativa de No Ficción, que yo dirijo. Quería escribir su historia. Después me pidió que yo fuera su tutor.
Trabajamos en el segundo semestre de 2020, mientras el coronavirus avanzaba por el mundo, crecía la desocupación, los parques santiaguinos se llenaban de carpas de los sin techo y las ollas comunes alimentaban a los trabajadores sin trabajo. Fue un enorme privilegio tener a este gran editor como alumno, discutir regularmente con él cómo entrevistar y tratar a los “personajes”, de qué manera usar la primera persona combinada con las voces de los otros, que fueron sus reporteros en la época de oro de la revista.
La historia que quería contar Lino, la que a ustedes les pegará y los acaricia, la que les divertirá e indignará en las páginas que siguen, es un relato de estos tiempos. Pero él la logró contar desde tres ángulos.
Por un lado, quería contar lo que le pasó, reflexionar al recordar su propio vía crucis. Por otro, quería poner este drama en contexto: como el avezado analista económicos que es, quería explicar por qué, cómo y cuándo se hunde el negocio de la prensa de calidad y en especial las revistas como AméricaEconomía, que en sus buenos tiempos fue bautizada como “el The Economist latinoamericano”.
Ese es el contexto, lo que cientos de periodistas en Chile y miles en el mundo están viviendo, y que afecta la calidad, veracidad y rigor de las noticias, sin las cuales no nos enteramos de qué pasa en el mundo.
Esto es lo que pasa: una revista deja de recibir los ingentes ingresos de cuando se compraban revistas y cuando las grandes y pequeñas empresas llenaban páginas con sus avisos publicitarios, y se reduce y manda a la mitad de la redacción a la calle.
O se convierte en un repetidor de boletines y manda a dos tercios de su plantilla a la calle.
O cierra y les pega a todos una patada en el culo.
Esta es una forma de entender el mundo de las empresas, de los medios y de la degradación laboral en estos tiempos.
En las charlas de nuestra tutoría, vimos juntos que para contar esta historia debía introducir un tercer elemento. Lino tenía muchas historias con sus antiguos compañeros de trabajo, los que fueron despedidos junto con él, y con los pocos que se quedaron a juntar los restos del estropicio. Los llamó, los entrevistó, le abrieron su mundo y sus miedos y esperanzas.
El camino de este libro es un sabio sumergirse en los recuerdos dolorosos del escritor, su orgullo que no lo deja quejarse y lo hace tratarse a sí mismo con ironía, con madura sorna, y también es un camino generoso hacia las historias de los demás.
Lo que resultó de sus entrevistas con los otros perdedores dignos de esta historia es un relato coral que supera en mucho el memorial de agravios. La puerta de entrada al mundo de estos periodistas despedidos es un prodigio de sensibilidad, porque Lino se sumerge en las historias y personajes que pueblan el imaginario de sus compañeros.
Uno encuentra paz en las sórdidas películas gore de terror, crímenes, sangre y vísceras; otro se refugia en la delicadeza de la cultura oriental; uno más se arrulla con la historia de lucha y exilio de sus padres revolucionarios. Lino mismo escribe cuentos donde personajes ficticios disparan contra los malos, mientras él mismo debe sortear la humillación de pedir la misericordia de una compensación justa a un empresario angurriento.
Por estas páginas desfilan novelas como Intimidad de Hanif Kureishi, personajes de películas, como el apesadumbrado experto en despedir empleados ajenos que interpreta George Clooney en Up in the Air, series como la fantasiosa Los caballeros del zodíaco, y hasta creaciones propias, como el personaje atildado y apuesto de Dandy McBull, el maravilloso invento de un reportero que necesita admirarse al espejo.
La mirada de periodista inquisitivo y narrador empático se unen para crear escenas inolvidables. Quedará para siempre en mi memoria el desalmado cuarto donde los empleados son despachados sin piedad por abogados autómatas, a los que muchos de los despedidos veían por primera vez.
Los jefes, aquellos que les exigían trabajar días y noches y fines de semana de horas extra sin retribución, nunca aparecieron para dar la cara.
Los escritores de raza tienen esta posibilidad de venganza poética: se alzan, lo cuentan, desnudan sus propios miedos y bajezas y revelan la miseria moral de los patanes.
No, no es venganza poética. Diría que es venganza narrativa: la capacidad que muestra Lino de transformar una derrota en triunfo contando magistralmente lo que le pasó, lo que sintió, pero también las causas y consecuencias de una tragedia colectiva. Y al hacerlo relato, darle un sentido y una función. La posibilidad de poner a cada uno en su lugar. La entereza de llamar a las cosas por su nombre y de revelar las debilidades propias y reconocer la humanidad de los otros, los hermanos en desgracia.
Reportero sin cabeza tiene cabeza, corazón, estómago y las criadillas bien puestas de un narrador exigente que no se contenta con contar su propio drama. En la historia de los otros encuentra un espejo en el que todos debemos mirarnos y contemplar la plaga de maltrato laboral que vino antes del Covid-19, un espejo en el que pueden reconocerse incluso muchas de las causas del estallido social.
Este libro puede leerse como una ilustración de lo que filósofos de hoy, como el esloveno Slavoj Žižek y el coreano-alemán Byung-Chul Han, analizan como la degradación del mundo laboral en el capitalismo tardío.
También como una inmersión en lo que el estudioso argentino de las nuevas literaturas del yo Julián Gorodischer llama “narrativas de lo íntimo” o lo que Jorge Carrión, experto catalán, distingue en los actuales relatos híbridos que combinan el ensayo con el periodismo literario: la combinación del analizar y el contar.
O como un ejemplo de la nueva crónica latinoamericana, comparable a los relatos de viaje para entender el mal de Martín Caparrós, Joseph Zárate, Marcela Turati o Rodrigo Fluxá.
Es todo esto y más. Entre una llamada telefónica del jefe que desencadena el drama y otra llamada, que cierra el relato, sé que los que se sumerjan en esta novela de hechos reales no podrá dejar de pasar las páginas y reconocerse en imágenes, gestos, escenas, reacciones. Fue para mí un gusto y un privilegio poder acompañar al autor, que ya era un periodista admirable, en este encuentro con su voz narrativa.
No puedo dejar de pensar, con culposo deleite: “qué suerte que te despidieron, Lino Solís de Ovando, así bajaste a los infiernos a regalarnos esta joya”.

Leer más
profile avatar
14 de julio de 2022
Blogs de autor

Revisión (I): espejo en el animal

Y tras el paréntesis que supuso la última columna, retorno a los temas que venía aquí tratando, empezando por una doble revisión.

En el museo de Bellas artes de Sevilla hay dos cuadros  del  maestro flamenco Jan Brueghel, el joven, que comparten el título de “El paraíso terrenal”.  A la izquierda del mayor de ellos destacan las figuras de Adán y Eva en el momento crucial de la tentación; a la derecha y, como en una historia narrativa, hacia el límite del cuadro, los dos humanos huyen de un ángel que desde lo alto les amenaza con un látigo de fuego.  El segundo cuadro parece referirse a ese momento que precede al tiempo: animales de múltiples especies,  en una suerte de onírica  indiferencia, ocupan por entero el escenario, y sólo en el fondo dos figuras casi imperceptibles representan a nuestros Adán y Eva. Se diría, pues, que antes de la caída el hombre era efectivamente un animal entre otros, incluso un animal carente de relevancia…Y en efecto, a la hora  de afirmar  la singularidad radical  del ser  humano, las disciplinas contemporáneas invitan a la prudencia, mostrando  el alto grado de homología genética entre nuestra especie y otras vecinas, o cuestionando la rigidez de la distinción entre la facultad de lenguaje  y las facultades de otras especies para sus  propios códigos de señales. Al menos hasta nuestros días,  la convicción de la singularidad vertical de la  especie humana en relación a las demás especies animadas, más que resultado de un posicionamiento filosófico era algo tan compartido como inmediato. Los humanos nos distinguiríamos por la capacidad de efectuar razonamientos (logismoi) como expresión de nuestra facultad  de decir (legein), luego decidir, escoger entre diferentes alternativas; nos distinguiríamos en suma por nuestra  singular  inteligencia, emisora de juicios cognoscitivos, éticos y estéticos, que Kant remitía a diferentes modalidades de la razón. A fortiori esta jerarquía se extendía en relación  a los vegetales,  seres vivos pero considerados carentes de anima, y aun con mayor razón a las cosas no vivas. Ello no es óbice para que la cultura  contemporánea sea particularmente sensible a la importancia de esta continuidad entre animales humanos y animales de otras especies, que evocaba en referencia al cuadro de Brueghel  el joven.

En varias ocasiones he mencionado  ya aquí a Gary L. Francione, autor de múltiples textos sobre el comportamiento respecto a los animales, entre ellos un libro que lleva el impactante sub-título de Your Child or the Dog (Temple University Filadelfia 2000). No es ocioso señalar que  Francione es jurista de formación, lo que da a sus tesis relevancia cuando desde el arranque del siglo se ha pasado de las disquisiciones teóricas relativas a derechos de los animales (e incluso, en boca de algunos, derechos humanos de los animales)  a exigencias de concreción legislativa. Francione participó en la gestación del llamado Proyecto Gran Simio y escribió largamente sobre el asunto. Francione compara a los que ni siquiera aceptarían a integrar a los simios en la comunidad moral con los racistas del siglo XIX, que se apoyaban en la frenología para declarar que la capacidad intelectiva de algunos humanos era inferior. Y estima que cuando se es, por así decirlo tan miserable, de poco sirve la evidencia de que los “chimpancés demuestren su aptitud para utilizar el lenguaje humano.

Tesis a favor de la cual se argumentaba  hace ya decenios,  cuando algún primate fue conducido a forjar, en el lenguaje de signos, elementales frases que un niño adquiere con total soltura, en razón de que la capacidad de hablar forma parte de su intrínseca naturaleza.

Este asunto de la posible atribución a otros animales de capacidades simbólicas hasta ahora consideradas exclusivas del ser humano, es como mínimo, objeto de polémica científico-filosófica. Y cuando la premisa está en tela de razonable juicio, es prudente no extraer corolarios como si se tratara de una evidencia incuestionable, más aún en el delicado terreno de la moral y la extensión de derechos. El propio Francione parece tener sus dudas, puesto que en varios momentos de su escrito acepta que  de hecho el lenguaje propiamente dicho es exclusivo del animal humano y que “ciertas distinciones entre la inteligencia humana y la de los animales que no utilizan el lenguaje son evidentes”. La cuestión es, sin embargo, medir el peso de estas distinciones. Y aquí podríamos entrar en una razonable controversia, evitando lanzar anatema sobre  el contrario.

El imperativo de no instrumentalizar al ser dotado de razón  (es decir, de pensamiento abstracto y lenguaje simbólico) que constituía el soporte de la ética kantiana, se formula ahora como imperativo de no instrumentalizar al ser meramente susceptible de sufrir. La potencialidad que tendríamos los humanos de identificarnos a tal padecer, la compasión, es la condición de posibilidad de que tal ética se instaure, mas sólo su traducción en legislación cotidiana garantizaría su efectiva realización. Y aquí una elemental pregunta: ¿no es esta actitud de puro y kantiano desinterés por el bien de otras especies  una prueba de la radical y absoluta (no mediatizada siquiera por la conveniencia de gozar de una naturaleza sana y equilibrada) singularidad de nuestra especie?

Leer más
profile avatar
14 de julio de 2022
Blogs de autor

Una nuca

En un reportaje televisivo reciente, sobre la vida y obra del torero Ortega Cano, destaca una secuencia en la que Ana María Aldón abre la puerta de un edificio y, al dar la espalda a la cámara, permite que contemplemos alborozados su nuca limpiamente rasurada luciendo esplendorosa como digno remate de una impecable columna. Aldón dispone de un rostro incisivo, perplejo, interrogativo, no incorrecto, pero en exceso asociado a la algarabía diaria de un mercado de hortalizas y legumbres. En cambio su espalda, su nuca desde luego, forman parte principal del catálogo de dorsos de esculturas atléticas violentamente adolescentes, esculturas, claro está, pertenecientes al sexo masculino. Se plantea pues una nueva dicotomía, el haz y el envés, el anverso y el reverso, la cara y la cruz de un cuerpo, lo que se debe y lo que no se debe mostrar. Ahora no hablamos de ángulo favorecedor, ahora hablamos de demediar, de mutilar lo que no conviene, de triunfar gracias a la promoción de una certera elección; hay clínicas privadas que a eso se dedican; anulan, ensombrecen, dejan en negro la mitad anodina, la hurtan a la impúdica voracidad de la deplorable y vocinglera turba.

Leer más
profile avatar
11 de julio de 2022
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.