
Jesús Ferrero
«No hay nada incomprensible», decía Lautréamont. Y habría que añadir: ciertamente es así para los locos.
«No admirar nada es una fuerza», decía Paul Léautand. Yo más bien creo que es una debilidad mental.
«La verdad tiene un corazón tranquilo», dijo Shakespeare. Hermoso idealismo: cuando la verdad es hiriente, se enardece su corazón, pienso yo.
VÍctor Hugo creía que la verdad era una dimensión solar, capaz de iluminarlo todo. Otros, menos triunfalistas, piensan que la verdad es una dimensión difusa como la luz de la luna otoñal.
Puentes sobre ríos sin peces, bosques sin ciervos y sin pájaros, praderas sin flores, sin hierba, sin abejas… Vámonos de camping, cielo. ¡Es tan hermoso el silencio…!
Algún día nos avergonzaremos de tanta negatividad, tanta irresponsabilidad, tanto desprecio, tanto desatino.
“La belleza es un estado de ánimo”, decía Zola. Casi acertó: la belleza sería una realización que exige, para su materialización, un estado de ánimo muy especial.
El humor es la lógica elevada a la enésima potencia, que estalla en forma de risa o de carcajada.
Los seres que más admiro son los que saben nadar en un mar de conflictos sin permitir que les arrebaten su propio ser.
¿Verdad que el oído nos dice que «estremecedor» tendría que escribirse extremecedor? La etimología también lo dice, pero la lengua tiene sus caprichos.
En este país la coherencia brilla tanto por su ausencia que habría que decir que resplandece.
La generosidad se demuestra cuando te dan algo que no pides