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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El erizo invisible

Cataluña ha sido históricamente más zorro que erizo. Ya conocen como Isaiah Berlin clasificaba a filósofos y escritores: el zorro sabe muchas cosas pero el erizo sabe una sola que es la más importante. Para el zorro es una gozada una noche electoral como la europea: hay que merodear por todos lados, atender a todos los perfiles y admirarse por los veinte fenómenos que producen esos 400 millones de electores de 28 países votando a la vez y de forma bien diversa durante cuatro días. El erizo, en cambio, tiene que concentrarse en su sola idea e intentar hacerse visible con sus espinos erizados en mitad de la algarabía de la noche. Pues bien, ha ganado el erizo de la única idea y ha ganado incluso en la competición entre soberanistas. Algo del zorro le quedaba o le queda todavía al presidente Artur Mas, pero eso es lo que ha sido desautorizado de nuevo por las elecciones. Todas las victorias que pueda exhibir ahora ya no le pertenecen. El proceso sale reforzado, pero Mas, debilitado. En las autonómicas de 2012 fue el liderazgo único el que salió tocado: el zorro admitió el liderazgo compartido con un erizo empeñado en hacer una misma cosa desde la oposición y en el apoyo al gobierno. En estas europeas de 2014, Convergència i Unió pierde la hegemonía en el proceso y sale tocado el propio Artur Mas en su liderazgo compartido. Pero la victoria del erizo queda amortiguada. Hubo movilización, pero no una avalancha hacia las urnas. La movilización del electorado soberanista ha sido militante e intensa. Pero para conseguir una participación que dejara al mundo boquiabierto, como algunos habían sugerido e incluso anunciado, hay que movilizar a todos. Lo que es seguro es que esta vez no se ha hecho el ridículo, como hubiera sucedido de mantenerse por debajo del resto de España en participación, y eso ya es un gran éxito porque el ridículo es algo que produce más vértigo que la derrota. En cualquier caso el hambre de urna no era tan intensa como pretendían vendernos. Apenas hay abstención diferencial. Cataluña se sitúa en el mismo nivel que el resto de España, solo dos puntos por encima. Nadie puede exhibir por tanto un europeísmo diferencial. Si acaso, una recuperación de la apetencia de urna por parte del votante soberanista después de haber dado muestras de una profunda desafección hace ya diez años años, cuando la abstención diferencial fue clamorosa, pero por la inhibición catalana en las dos últimas elecciones europeas: 2004, 39'8% ; 2009, 37'5%. Este pequeño mamífero no puede competir con Marine Le Pen, es evidente. El hueco que deja la crisis del bipartidismo en Francia lo ocupa allí la extrema derecha, mientras que en Cataluña lo hace el soberanismo de Esquerra Republicana y una multitud en el conjunto de España. Que nadie busque semejanzas. Aparte del éxito, no tienen nada que ver, ni en la ideología ni en el peso, demográfico incluso, cuestiones ambas que afectan sin duda a la visibilidad. El erizo catalán no suscita temores como los suscita la extrema derecha, pero tampoco se le percibe, aunque algunos le identifiquen con el viejo topo y crean que en su éxito de ayer y en su ascenso apunta un cambio disruptivo, el adjetivo contemporáneo que señala al cambio revolucionario. Cataluña representa el uno por ciento de la población de los 28 países miembros de la Unión Europea. Veremos cómo se hace notar el erizo soberanista catalán en la jaula de grillos en que se convertirá un Parlamento Europeo en el que los dos grandes, populares y socialistas, tendrán menos fuerza, y que estará habitado por una variopinta gama de partidos de extrema derecha, eurófobos, euroescépticos y antieuropeos a derecha e izquierda. Habrá que tropezar, por tanto, con el erizo agazapado en su rincón para darse cuenta de su presencia. Nada descarta que algún día Europa se lo encuentre en mitad del camino. Por el momento, y al menos en esta noche de las elecciones, como en los próximos días, Europa apenas se ha enterado de su existencia. Nada desmiente ni va a frenar la aguda dedicación del erizo a su solipsismo; el proceso sigue, e incluso sale reconfortado por los resultados electorales; pero la internacionalización del proceso también sigue resistiéndose. Rajoy, otro erizo indiscutible, deberá tenerlo en cuenta.



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26 de mayo de 2014
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Gamas del arcoiris

Coinciden en los cines, pocos meses después del éxito de ‘La vida de Adèle', cinco nuevas películas basadas en la condición homosexual; dos tratan el carácter diferencial de lo masculino y lo femenino, una el turismo sexual, otra la enfermedad del Sida y sus enemigos, y la última en estrenarse, que es la mejor, explora de manera sutil el misterio que une al deseo con la muerte. De las seis, cinco han sido muy premiadas y celebradas, lo cual no debería, sin embargo, engañar a los optimistas: la homosexualidad sigue siendo un coto cerrado donde los cazadores de la normalidad entran como ojeadores más o menos tolerantes, como curiosos, como estudiosos, sin dejar de sentir que ese campo ajeno siempre es extraterritorial.

 

     ‘Pelo malo' es una película venezolana de reducido presupuesto y modestas ambiciones que ganó de modo inesperado el máximo galardón, la Concha de Oro, en el festival de San Sebastián de 2013. La propuesta de la directora y guionista Mariana Rondón es muy honrada, y su significado varía, como la propia autora ha reconocido, según el lugar desde el que se contemple. En América Latina puede predominar la metáfora racial y política, mientras que para nosotros, en Europa, la figura de Junior, ese niño de nueve años (subyugante Samuel Lange Zambrano) que quiere alisarse el pelo y cambiar su persona hacia una entidad más delicada, quizá más femenina, queda definida por la homosexualidad incipiente. Totalmente distinta es la comedia disparatada (sobre todo en el ‘almodovariano' episodio que trascurre en La Línea de la Concepción) ‘Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!', primera película de su director y actor principal Guillaume Gallienne, intérprete simultáneo del papel de un hombre afeminado al que su abrumadora madre (interpretada por él mismo ‘en travesti') aboca desde la infancia a la homosexualidad; la vis cómica de Gallienne, prestigioso miembro de la Comédie Française, depara los mejores momentos de una película que estabiliza en su forzado ‘happy end' cualquier desorden de género sexual antes planteado en la trama. Como la anterior, triunfadora absoluta de los Premios Cesar de la academia del cine francés, ‘Dallas Buyers Club', del canadiense Jean-Marc Vallée, obtuvo un enorme eco internacional y tres Oscars de Hollywood, muy merecidos los tres, mejor actor a Matthew McConaughey, mejor secundario a Jared Leto, convincentemente travestido a lo largo de toda la acción, y mejor peluquería y maquillaje, esencial en la verosimilitud que los peinados de época (los años 1980) y los estragos de la enfermedad dan a los personajes protagónicos. El film de Vallée se encuadra dentro del cine de tesis benevolente (recuerda en ese sentido a la también muy reconocida ‘Philadelphia' de Jonathan Demme, 1993), añadiendo al contexto de los peores momentos de la epidemia del SIDA un paisaje inusual, el del rodeo más rigurosamente heterosexual. En cuanto a la menos afortunada en honores y difusión comercial, la española ‘La partida', de Antonio Hens, se trata de un relato que combina la descripción de la miseria económica y moral en la Cuba de los hermanos Castro con una historia de amor entre dos muchachos, uno de los cuales se prostituye con turistas varones. La pintura social y familiar está bien plasmada, incluyendo las escenas del entrenador de fútbol y depredador sexual encarnado con talento por Toni Cantó, pese al esquematismo de su personaje, en quien se ha querido ver en clave críptica a una estrella del balompié catalán. El drama de la intolerancia machista incurre, por el contrario, en un cierto efectismo truculento, poniendo más de relieve la insuficiencia actoral de los jóvenes debutantes cubanos.

    Presentada en el festival de Cannes 2013 dentro de la sección ‘Un Certain Regard', donde obtuvo el premio a la mejor dirección, ‘El desconocido del lago' de Alain Guiraudie vivió la dulce experiencia de ser considerada por la crítica internacional como un título que tendría que haber entrado en la competición oficial, desafiando allí, para el gusto de muchos, la primacía de otra película francesa, ‘La vida de Adèle'. Ambas no son comparables, en su extraordinaria calidad, del mismo modo que resultan antitéticos desde el punto de vista formal Abdellatif Kechiche y Alain Guiraudie, autor de varios largometrajes, ninguno estrenado en España. ‘El desconocido del lago' muestra desde su primer plano (repetido idénticamente varias veces) un áspero no-lugar campestre donde aparcan esporádicamente los coches de unos hombres de distinta edad y físico, casi todos anónimos, que acuden a la orilla de un lago a fornicar, por lo general de modo inmediato y desprotegido. El lago es grande y también lo frecuentan, lo sabremos a través de los parcos diálogos, familias y bañistas más apacibles, aunque el espectador sólo ve, a menudo de lejos, al puñado de buscadores de la aventura, que se practica en el bosquecillo cercano a la ribera.

     ‘El desconocido del lago' no es una crónica de costumbres eróticas (si bien no faltan las escenas de sexo explícito), ni el relato de un amor pasional (que el protagonista Franck empieza a sentir), ni siquiera un ‘thriller' psicótico, teniendo la película como línea argumental un caso criminal y una resolución sangrienta. Alain Guiraudie compone con aplomo sutil una narración minimalista y despojada  -la sombra de Robert Bresson es, por suerte, alargada en el cine francés- en la que adquieren una gran relevancia los dos personajes secundarios que observan y a su modo comentan la acción: Henri, el hombre grueso que no busca gratificación carnal, y el policía investigador. Sus intervenciones, muy sugestivamente escritas y magníficamente interpretadas, alivian de la atmósfera concentracionaria y maligna vivida por los dos amantes protagonistas, Franck y Michel, en una suerte de danza macabra que funde la pulsión de muerte con el goce libidinoso, un concepto central en la obra de Bataille. Y así, ‘L´inconnu du lac', con su final nocturno y enigmático, cierra una historia perversa tan alejada de la alegoría como de la moraleja.

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26 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¡Hayduke vive!

Los simpatizantes de Edward Abbey y de su insuperable Banda de la Tenaza están (estamos) de enhorabuena porque Editorial Berenice ha vuelto a reunir a Hayduke, Doc, Bonnie y Seldom Seen Smith para reanudar su indesmayable, irredenta e inútil guerra contra las fuerzas del mal. La acción está situada en el terreno favorito de Edward Abbey, un territorio conocido como Cuatro Esquinas porque allí confluyen los estados de Utah, Colorado, Nuevo México y Arizona. Pleno desierto surcado de cañones y barrancas, una de las cuales, la más vistosa, es el Gran Cañón del Colorado.

Las fuerzas del mal están capitaneadas por el reverendo Love, un pantagruélico hombretón padre de once hijos y que por asegurar el bienestar de todos ellos, y el de las nuevas generaciones, defiende incluso a tiros los intereses de una multinacional belga que ha logrado del gobierno federal licencias para la explotación de minas de uranio a cielo abierto. Al decir de  los ecologistas,”el estroncio causa leucemia aguda, afecta a la médula, mata a la gente. Sobre todo a los niños”.  A lo que responde el reverendo Love:”El uranio me huele como huele el dinero. Huele como huele el trabajo. Me huele a miles de puestos de trabajo. Y no me importa deciros que me gusta ese olor”.  Quien se haya molestado en escuchar los argumentos esgrimidos por los partidarios de esa práctica llamada “fracking” verá que la ideología de los actuales reverendos Love no ha avanzado un solo paso respecto a lo que decían hace cincuenta años, más o menos cuando los de la tenaza se alzaron en armas contra la todavía controvertida presa del Cañón de Glen, en el río Colorado.

Abbey no dice cuántos, pero es evidente que han pasado muchos años desde su anterior (y catastrófica) pelea contra las fuerzas del mal. Desde entonces, Doc y Bonnie han formado una pareja estable, tienen un crío y están esperando otro, él ejerce de pediatra y ella de ama de casa. Seldom Seen Smith tiene tres esposas (hay mucho mormón en esta novela) y varios hijos, y se gana más o menos la vida alquilando caballos y barcas a los turistas. De manera que cuando reaparece Hayduke, al que todos daban por muertos, y trata de reconstruir la banda todos se hacen los locos. Doc porque trabaja en una clínica pediátrica y le necesitan, Bonnie porque estando preñada cómo se va a meter en la clase de líos que les propone el reaparecido, y el apenas visto Smith porque con las esposas, los niños, los caballos y las barcas tiene tanto trabajo que no le queda tiempo, ni ganas, de hacer ecoterrorismo.

Pero la propuesta de Hayduke es irrechazable porque se trata de acabar con la máquina malvada total, una explanadora denominada Super G.E.M.A  4240 W, alta de trece pisos, ancha como un campo de fútbol, capaz de desarrollar una potencia que podría iluminar una ciudad de 100.000 habitantes y valorada en 13.500 millones de dólares. Popularmente se la conoce como GOLIAT y es la punta de lanza de la que se valen las fuerzas del mal para arrasar bosques, desmontar montañas y cegar barrancos para construir una superautopista que traerá consigo las  minas a cielo abierto pero también urbanizaciones, hoteles de lujo, campos de golf y todo el resto de equipamientos que considera indispensables  el progreso.

Si la primera aparición estelar de la Banda de la Tenaza fue escrita en la década de 1970, esta segunda intervención data de diez años más tarde. Para entonces los integrantes de los movimientos ambientalistas eran, como los describe el propio Abbey “un ramillete de fascistas, racistas, terroristas, sexistas, anarquistas, comunistas, demócratas y simples ecofriquis campechanos”. O unos gamberros, en opinión del reverendo Love.

Ya entonces, la evidencia de que la industrialización, el progreso, el crecimiento económico sin límites y la desregulación a ultranza estaban destruyendo el planeta empezaba  a encontrar eco en capas cada vez más amplias de la sociedad. Pero el despertar de la conciencia ambiental todavía necesitaba una literatura de combate y eso es lo que hace Abbey: colar sus ideales en defensa de la Tierra a toda costa. Lo que ocurre es que no era un predicador talibán ni tampoco un pelmazo, y la transmisión de su ideología muchas veces parece una mera excusa para contar las disparatadas historias llevadas a cabo por esos sexistas, anarquitas y ecoterroristas que tanto le gustaban. El lector sabe de antemano que la banda no va a ganar la batalla contra el mal y basta ver lo que se le sigue haciendo al planeta para saber  cómo andan las cosas. Pero entre que los gamberros pierden la batalla y se salvan por los pelos, la narración ofrece momentos de una comicidad explosiva (con perdón) y sólo cabe lamentar que no habrá una tercera entrega porque Abbey se  murió a deshora y hoy forma parte del desierto que los reverendos Love le van arrebatando bocado a bocado.

 

¡Hayduke vive!

Edward Abbey

Traducción de Juan Bonilla

 

Berenice 



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25 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Odio y reconciliación

El 14 de junio de 1983, Alberto Uribe Sierra comía con dos de sus hijos en su hacienda antioqueña de Las Guacharacas -una finca de dos mil hectáreas cerca del río Nús-, cuando unos desconocidos se aproximaron a la casa principal. En cuanto los distinguió, el empresario no tuvo dudas: eran miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia dispuestos a secuestrarlo. Tras un ríspido intercambio de palabras, el patriarca desenfundó su pistola y disparó contra los intrusos, que le respondieron con una descarga de sus rifles de asalto. Horas más tarde su hijo, Álvaro Uribe Vélez, quien acababa de ser obligado a abandonar su puesto como alcalde de Medellín, se enteró de la noticia.

            Con este antecedente, sumado a decenas de amenazas, extorsiones y atentados por parte de las FARC, no resulta extraño que el expresidente, acusado una y otra vez de alentar y proteger a los grupos paramilitares, sea el principal enemigo del proceso de paz que actualmente se lleva a cabo entre el gobierno de Juan Manuel Santos, su antiguo delfín y hoy archienemigo, y los representantes de la última guerrilla marxista de la región. El asesinato de Uribe Sierra no fue sino un eslabón más en la cadena de atrocidades perpetradas por las FARC desde los años sesenta -que van de los secuestros indiscriminados a los atentados con niños-bomba-, pero resulta el más lacerante porque su impronta podría alejar al país de su camino hacia la reconciliación.

            Por ello, en las votaciones que se celebran este domingo los colombianos no están llamados tanto a discernir entre cinco candidatos y cinco proyectos políticos distintos-la reelección de Santos o la alternancia con los otros dos punteros Óscar Iván Zuluaga, el heredero de Uribe, o Enrique Peñalosa, el antiguo alcalde de Bogotá, el tercero en discordia-, como a decidir si deben mantenerse las conversaciones que podrían acabar con la guerra civil que desangra al país desde hace medio siglo o volver a la confrontación militar. Las elecciones, que en las últimas semana se han despeñado en una inédita bajeza, se han vuelto así plebiscitarias.

            Aunque la reelección de Santos parecía asegurada, su torpeza en el manejo de la destitución del actual alcalde de Bogotá -el antiguo miembro del M-19 Gustavo Petro-, los incesantes ataques y calumnias de Uribe, las filtraciones de sus nexos con el siniestro asesor electoral venezolano Juan José Rendón, acusado de tener vínculos con el narco, y su propia incapacidad para defender las negociaciones de La Habana por temor a perder a su electorado natural de derechas, han erosionado su apoyo al grado de que las últimas encuestas lo sitúan en segundo lugar. Para colmo, un nuevo escándalo le ha dado un giro imprevisto a la recta final de la campaña: en un video difundido por la revista Semana, ahora Zuluaga aparece al lado de un hacker dispuesto a obtener información confidencial del proceso de paz. La zafiedad de estas filtraciones da cuenta de la guerra sin cuartel entre las dos facciones y la magnitud de lo que se decidirá en las urnas.

            Como demuestran casos como los de Sudáfrica, la antigua Yugoslavia, Ruanda o Perú, cualquier proceso de reconciliación, luego de décadas de agravios entre dos facciones en pugna, siempre resultará arduo y doloroso. Como recuerda el novelista Santiago Gamboa en su ensayo La guerra y la paz, las víctimas de uno y otro bando siempre aducirán legítimas razones para resistirse a olvidar: se necesita una enorme grandeza de ánimo para dialogar con nuestros enemigos. De allí que alguien como Uribe, una víctima directa de las FARC, sea el actor menos indicado para opinar sobre el proceso.

Este domingo, los colombianos deberán elegir, pues, entre dos versiones contrastantes de su historia y entre dos futuros posibles. Según la visión de Uribe, difundida sin tregua por Zuluaga, los guerrilleros son meros terroristas que no merecen otra cosa que la cárcel. Las injusticias inherentes al sistema quedan disimuladas, lo mismo que la violencia paramilitar. En el relato contrario, no se olvidan las barbaridades de las FARC, pero se asume que, si tantos colombianos se adhirieron a su causa, fue en buena medida porque el estado jamás se preocupó por ellos y los excluyó por completo del bienestar. La elección se definirá, pues, entre quienes apuesten por lo natural, preservar el rencor, y quienes se decanten por lo que en verdad es arriesgado: más que perdonar, integrar a los viejos enemigos en un nuevo acuerdo social.

 

Twitter: @jvolpi

 



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25 de mayo de 2014
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El filósofo inquieto

“¡Cuántos frascos de Chanel n.º 5 llegué a vender a 275 pesetas!”, exclama Josep M. Terricabras. En la droguería-perfumería que sus padres tenían en Calella, el tercero de tres hermanos, el niño al que en carnaval disfrazaban de Robin Hood, el chaval que nunca le tuvo miedo al infierno y se preguntaba por qué el sexo era pecado, empezó a pensar con aromas. “Incluso a veces me pongo colonia para irme a dormir, me gusta ese olorcito. Prefiero las aguas frescas y secas: he utilizado desde Calvin Klein hasta Issey Miyake”, confiesa con una leve ronquera el filósofo que concurre a las elecciones europeas como número uno por ERC. Se trata de un hecho atípico en tiempos de economistas y tecnócratas. “Bueno, ha habido algunos antecedentes, desde Rubert de Ventós hasta Gianni Vattimo. Y no está mal que, además de estadísticas y fórmulas, se esté cerca de las ideas en un momento en el que parece que no es muy agradable el discrepar”. El pasado 8 de mayo, una hora antes de empezar la campaña electoral, el catedrático Terricabras impartía su última clase en la Universitat de Girona, tras 27 años de convivencia: “Ellos siempre han tenido 17 años mientras tú vas cumpliendo y eso te mantiene intelectual y espiritualmente joven”. El profesor se despidió de los alumnos. “Fue muy emotivo. No se trataba de hacer testamento, pero les di tres consejos: sed críticos, sed rigurosos en la argumentación y poneos siempre del lado de los más desvalidos, de los que lo pasan peor”. Por encima de todo, Josep M. Terricabras se siente profesor, después viene su dedicación a la filosofía y en tercer lugar, su compromiso cívico y su activismo. “El rigor es importante, pero también tener un punto de buen humor, no tomarse demasiado seriamente a uno mismo, y por supuesto no darse ninguna importancia. Suscribo las palabras de Pere Casaldàliga: mis causas son más importantes que yo”. Le pregunto si se siente humilde: “Sería demasiado virtuoso si lo afirmara”. Bien blindado, paciente y satisfecho consigo mismo, cuenta que una vez un hombre le dijo: “No querría ofenderle, pero…”, a lo que él contestó: “No podrá”. “Enseñar filosofía es enseñar defensa personal”, afirma meditándose a sí mismo. Hijo del Mayo del 68, su refugio fueron los libros, “aquí entonces nos apaleaban (‘atonyinaven’)”. Si había un camino natural hacia la gran filosofía, este conducía a Alemania. Había empezado a estudiar alemán en Calella, y ya lo dominaba cuando, en el año 70, llegó a Münster, donde pasó seis años. El hombre paciente, que habla seis idiomas y ha escrito numerosos libros, hizo su tesis doctoral sobre Wittgenstein (en alemán, cómo no), del que ha traducido al catalán ni más ni menos que su Tractatus, además del Ecce Homo de Nietzsche y El malestar a la civilització, de Freud. “Hoy no se ha de enseñar filosofía porque te guste, sino para cambiarte el gusto”. El candidato de Esquerra a las europeas se considera una persona espiritual, y por ello entiende el recogimiento y, sobre todo, el silencio. En lugar de pronunciarse ateo prefiere declararse: “sin Dios”, por mucho que sea, en su opinión, “una de las más interesantes construcciones humanas”. Director de la Càtedra Ferrater Mora, insiste en el mensaje de trasladar la paz de una Catalunya independiente a Europa, y conseguir su participación como estado. “Identidad catalana: no soy esencialista. Mientras se pueda mantener un acto de reconocimiento, se garantiza la continuidad de la historia”. Hace tres años sufrió un grave accidente de coche. Dos operaciones a vida o muerte. Tardó en recuperarse. “Pero lo peor de mi vida no ha sido esto, sino el accidente que sufrió una de mis hijas. Tenía una lesión en el cráneo. Aquel viaje en coche y en silencio con mi mujer, hasta llegar al hospital, aún me paraliza”. Sin Montserrat Martínez Targa -casados desde 1979- dice que no hubiera podido salir adelante, tanto que a menudo le pide que le deje morir antes que ella. Le pregunto por sus defectos: “Soy desordenado y puede que me haya convertido en alguien demasiado blanco (poco duro con los otros), pero no vale la pena el enfrentamiento, siempre pienso aquello de que el moqui la iaia”.

(La Vanguardia)

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25 de mayo de 2014
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El látigo de la belleza

La belleza no es un espejismo. Es un ansia que nos mueve a diario; y suerte tenemos de no extraviarla porque perder su estela significa renunciar a un ideal capaz de declinarse en visiones que nos conmueven o extasían. La belleza no es solo una, ni es libre, ni grande, por muchos intentos que haya de formatearla. Su poder es capaz de inquietarnos, bajo el influjo del Dios de los volubles, Mercurio, pero también de afirmarnos e incluso de engañarnos. Nuestra sociedad, huérfana de maestros y ufana por instagramear lo banal, lo humano y lo inexplicable, la exalta, encajando un puzzle tan contradictorio como saludable. Conservar en la retina desde el baile de las ramas de los arces con la ventisca de mayo, hasta el fulgor de las pedrerías de Marion Cotillard, imponente en la Costa Azul, o la poderosa clavícula de una Sofia Loren eterna, a punto de los ochenta. En Cannes se ha estrenado el segundo biopic de Saint Laurent, y no ha sido fácil aislar la belleza de la verdad para su director, el siempre arriesgado Bertrand Bonello. Enemigo declarado de las “vidas de santos”, ha confesado que lo que le interesaba de YSL es el mito, cómo se forjó y lo que le costó mantenerlo. Pierre Bergé ha dado su bendición a la otra cinta, más comercial y hagiográfica. Y no solo eso: el heredero universal del modisto amenaza con una batalla judicial si el filme de Bonello llega a las salas. Y es que a Bergé no le preocupan ni los excesos ni las servidumbres del gran couturier, sino la reivindicación de que le pertenece moralmente. A finales de los noventa tuve la suerte de conocerlo en el backstage del Hotel Intercontinental de París, tras un impresionante recital de alta costura. Nadie lo esperaba: el tout París lo daba por muerto, enjaulado entre dosis de Diazepam y silencio. Hablaba con una media sonrisa, la cabeza ladeada, rígida, y una de esas miradas que tanto pueden parecer tímidas como perversas. El virtuoso preciosismo de las telas, patrones y bordados transmitía una música de réquiem. Se presentía el fin de una época: las multinacionales engullían las casas de costura arruinadas y se apropiaban de sus firmas y su leyenda. Él siempre se rodeó de egregias negras, como Katoucha, una de sus principales musas, que murió ahogada en el Sena, o Naomi Campbell, que esta semana cumple 44 años. En 1988 le dijo a Saint Laurent que no conseguiría una portada en Vogue Paris: “nunca pondrán a una chica negra”. Tres palabras de él bastaron para conseguirla: “Yo me ocuparé”. Con un ligero galope, y un desafío insolente, las piernas de ébano de Naomi desfilando son uno de esos magníficos espectáculos en los que la edad no cuenta. Sólo el dulce látigo la belleza. Y las dos Españas Manuel Valls se ha paseado por Barcelona, apoyando a Elena Valenciano, con su mandíbula de hierro y su mirada de niño listo, el que según su hermana deglutía durante los veranos la biblioteca de Horta. Y entre feminismos e himnos culés -su tío músico lo compuso- hemos recordado cómo Valls ha propuesto reducir a la mitad el número de regiones del país vecino. En España, en cambio, la revisión del estado de las autonomías está reservada a las voces más altisonantes de la derecha. Donde Valls busca recortar 50.000 millones de euros y disipar “el miedo al futuro”, Esperanza Aguirre apuesta por acabar con “el sentimiento regionalista o autonomista” de un plumazo. Como si fuera una calcomanía. La más libre Se rapó la cabeza hace un mes. “Cosas de Bimba”, pensaron muchos. La modelo más andrógina de la pasarela nacional, y también la más libre; la cantante de The Cabriolets, con su voz grave y despaciosa; la cómplice creativa de David Delfín y solidaria, en el activismo contra el sida, de su tío Miguel; la que parió en casa a su hija June, hace tres años; ha confirmado que tiene cáncer de mama. Y que continúa trabajando. Pienso en el tiempo de la enfermedad. En los relojes rotos, cuando la vida se ordena de otra manera y las rutinas son mañanas de quimio y tardes de perros. La vida no se detiene mientras se blande la espada en lucha. El mantra: el 90% de los casos de cáncer de mama se curan. Combate en silencio El anuncio de la retirada de un escritor tiene otra gravedad que el de un torero. Mientras éstos siempre regresan, el escritor, cuando prefiere no hacerlo más, aquejado de alguna de las variantes del síndrome Bartleby que narró Vila-Matas, no da más folios. Por parálisis o desde la convicción de que ya no puede escribir nada mejor. Ante la noticia de Roth, pienso qué exigente imaginario nos habita, conminando a los creadores a parir hasta el último aliento. Una romántica y tirana expectativa. Como si no nos bastaran El mal de Portnoy, los maravillosos Zuckerman, Pastoral americana, o pequeñas delicias como Engaño: “‘¿Qué estás perdiendo? ¿El combate o la belleza?’ le pregunta él a ella. ‘Ambas cosas, creo que van conectadas’”.

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24 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Doble escudo para los criminales

Bachar el Asad está ganando la guerra dentro de su país, pero también está venciendo en la escena internacional. Y esto último gracias al escudo protector de Rusia y China, potencias crecientemente antagonistas de Estados Unidos, que han impedido con su veto en el Consejo de Seguridad la persecución judicial de los crímenes contra la humanidad perpetrados en Siria desde 2011, cuando empezaron las revueltas contra el régimen que se han convertido luego en guerra civil y sectaria. Es la quinta vez en que ejercen el doble veto y la tercera consecutiva tratándose de Siria, en todos los casos para evitar la condena, las sanciones o incluso ahora la acción de la justicia internacional contra regímenes criminales. Los dos primeros vetos dobles se produjeron en 2007 y 2008 para proteger a la junta militar de Birmania y al dictador de Zimbabwe, Robert Mugabe. La diplomacia de Naciones Unidas sabía que Rusia iba a vetar la resolución contra Siria, pero no estaba clara la actitud de Pekín después de su abstención ante la última propuesta sobre Ucrania que llegó al Consejo. Además de los cinco vetos dobles en que ha participado, China ha ejercido dos veces su derecho de veto en solitario, en contraste con el centenar de Moscú (90 como Unión Soviética y 10 como federación Rusa) y los 79 vetos de Washington desde 1946. El grueso de los vetos soviéticos se produjo en los primeros 25 años de Naciones Unidas, que coincide con el momento más álgido de la guerra fría y la carrera nuclear. En los veinte últimos años del mundo bipolar y los veinte siguientes del mundo dominado por Washington, es hegemónico el veto estadounidense, principalmente para proteger a Israel de las resoluciones en favor de Palestina. La época multipolar en la que estamos entrando tiene un claro reflejo en el incremento del veto ruso y la instalación del doble veto chino-ruso como norma. El veto de los cinco miembros permanentes en el Consejo de Seguridad es el despojo de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China. Ha atravesado intacto dos épocas enteras y entra en una nueva sin que se hayan producido las reformas ni las incorporaciones requeridas por la redistribución de poder en el mundo. Su persistencia en el mundo multipolar en manos de la alianza chino-rusa constituye todo un estímulo para regímenes como el de El Asad, al que da manos libres para actuar contra su población. Tomará buena nota la junta militar que ha tomado el poder en Tailandia esta misma semana. La responsabilidad de proteger, consagrada por Naciones Unidas en su cumbre de 2005 y aplicada con la aquiescencia de Rusia y China en la guerra de Libia, acaba de sufrir un nuevo revés en manos de este doble escudo en el que muchos indeseables buscarán protección en el futuro.



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24 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fogwill nuestro que estás en los cielos

Conocí a Fogwill en Montevideo muy poco antes de su fallecimiento. Estaba pálido y se veía mayor de sus 69 años, pero no perdía el entusiasmo. Una noche hablé con él y me contó que durante un tiempo había estado a cargo de la publicidad de cerveza Paceña y que admiraba a Jaime Saenz. Tosía mucho y mencionó su enfisema, pero eso no le impidió seguir fumando. Al día siguiente dio una conferencia patética, en la que hizo lo que se esperaba de él atacando a todos. Era una parodia, una triste imitación de sí mismo. Poco después me acerqué a que me firmara un libro, pero él solo le prestó atención a mi pareja, Liliana Colanzi; le regaló un ejemplar de los Cuentos completos, y cuando ella le dijo que ya tenía uno en casa, Fogwill respondió: "regálaselo al boliviano" (ese era yo).

Recuerdo todo esto mientras leo Fogwill, una memoria coral (Mansalva), el excelente libro de testimonios preparado por Patricio Zunini, que recupera algo del fuego del "dandy malvado" de la literatura argentina. Zunini ha elegido hacerse invisible y edita y ordena los testimonios (Pauls, Chejfec, Shua, Gandolfo...) para armar un Fogwill posible, construyendo una trayectoria que va desde su aparición en la escena cultural porteña, a fines de los setenta, hasta su muerte el 2010. A juzgar por el libro, Fogwill tenía en verdad, como escribió Daniel Link, "una inteligencia alienígena", y era tan admirado como temido. Su paso de tres décadas por la literatura argentina lo consolidó como un escritor central, triunfante en la guerra diaria que libraba por armar un canon en el que su obra tuviera pleno sentido: fue uno de los primeros en hablar de Levrero, y apostó por escritores jóvenes que hoy son importantes (Sergio Bizzio, Daniel Guebel, Iosi Havilio...). "En la literatura argentina no hay nadie con la generosidad de Quique", dice Daniel Tabarovsky, "porque la suya era una generosidad con poder".

En plena época de la dictadura, Fogwill trabajaba en una agencia de publicidad en Buenos Aires, le daba duro a la cocaína delante de todos, cantaba ópera a voz en cuello y era conocido por sus juicios salvajes sobre otros escritores; Elvio Gandolfo dice que era agresivo pero "tenía algo de bufón, hasta de atleta: no había mala onda profunda". Fogwill aparece en estas páginas como un ser complejo y contradictorio que podía ser de izquierda y derecha a la vez (Daniel Molina dice que "le gustaba el autoritarismo de la izquierda que sirve para desenmascarar a los ricos, y por otro lado le gustaba la represión de la derecha"). Era un francotirador y no se hizo de amigos cuando, al retorno de la democracia, criticó la política cultural de Alfonsín como continuadora del proceso militar; manejaba como pocos el arte de la provocación y podía ser capaz del gesto iconoclasta de quedarse solo con el apellido para convertirse en marca ("una operación de marketing llevada a la literatura", dice Sergio Chejfec).

Fogwill vivía en departamentos sucios y desordenados; a veces tenía merca en los bigotes; su cultura era vasta y alcanzaba lo práctico (sabía de herramientas, lanchas, materiales para la construcción, "era un Google antes de Google"); estuvo en la cárcel durante un tiempo; prestaba manuscritos de sus novelas y los perdía (todavía no aparecen tres o cuatro); como lector, no tenía rivales y podía darse cuenta de cuándo a un poema le faltaba un verso; fue un célebre editor (en Tierra Baldía publicó entre otros a Osvaldo Lamborghini y Perlongher); siempre andaba mal de plata; adoraba a sus hijos; hay quienes creen que su muerte es un chiste y en cualquier momento, a la vuelta de la esquina, se van a encontrar con él. A juzgar por este libro, tienen razón: Fogwill no se ha ido.

 

(La Tercera, 18 de mayo 2014)



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23 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La campaña vacía

Al final de una campaña como la que hoy termina, no está de más preguntarse qué nos ha enseñado a todos nosotros como ciudadanos. A juzgar por los argumentos e ideas que han intercambiado los candidatos, la respuesta es tan contundente como triste. Nada, o incluso menos que nada: en las malas campañas desaprendemos a ser ciudadanos. Así es como se nos ha ilustrado sobre la herencia socialista recibida, la derecha cavernícola y machista, la crispación independentista, la intrínseca bondad del nacionalismo inmaculado y tantos otros tópicos vacíos que contribuyen a acrecentar la desafección política y la inhibición electoral. De ahí que sean de agradecer las aportaciones, aunque sean de última hora, del expresidente de nuestra vecina República Francesa, Nicolas Sarkozy, incapaz de observar en silencio el ascenso populista. Sarkozy ha querido hacerse visible en un momento de decaimiento político tanto de la derecha como de la izquierda para aspirar de nuevo a liderar a la primera y vencer a la segunda en las siguientes presidenciales. Sarkozy propone crear una zona económica entre Francia y Alemania, países a los que convierte en el directorio de la zona euro. En cuanto a la UE, pretende recuperar competencias para los Estados miembros y retirárselas sobre todo a la Comisión. Una de sus pretensiones es terminar súbitamente con la libre circulación garantizada por el Tratado de Schengen, dejando que cada país gestione la inmigración irregular que entra en sus fronteras. Todo expresado en un lenguaje soberanista e identitario, nada ajeno a sus propósitos de frenar el ascenso lepenista. Lo más notable de estas propuestas es que todas ellas son perjudiciales para un país como España, que ha tenido siempre un aliado en la Comisión, no puede permitir la instalación de un directorio franco-alemán y confía más en Europa que en ella misma a la hora resolver sus problemas históricos. Esas ideas sarkozianas llegan cuando no queda campaña para que los candidatos las discutan y contrasten, por ejemplo, con la propuesta de la estrella del rock económico en que se ha convertido Thomas Piketty de mutualizar la deuda pública y crear un Gobierno económico del euro con su correspondiente órgano parlamentario. Pena de campaña.



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23 de mayo de 2014
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El Boomeran(g)
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