Sergio Ramírez
Hay una fantasmagoría recurrente, a la cual terminamos dando la espalda de tanto que se repite, y es la de ese ejército de emigrantes centroamericanos que tratan con permanente terquedad de alcanzar la frontera mexicana con Estados Unidos, a riesgo de maltratos, secuestros, extorciones, humillaciones, y sobre todo, a riesgo de la vida.
Ahora un fenómeno inusitado rompe con nuestra desidia y nos hace volver la cabeza hacia los caminos que transitan esos emigrantes. De pronto nos damos cuenta que en lo que va de este año, cerca de 50.000 niños dejaron sus hogares, la mayoría de ellos solos, y emprendieron el camino hacia la frontera de las ilusiones, en la malsana compañía de los "coyotes".
Se han convertido en un problema de estado. Un problema de seguridad nacional, afirma el gobierno de los Estados Unidos. La mayoría de ellos proviene de Guatemala, El Salvador y Honduras, y en un porcentaje menor, de Nicaragua.
Crisis migratoria. Crisis Humanitaria. Nos olvidamos de que, antes de nada, se trata de una crisis ética. Es cierto que quienes manejan el multimillonario negocio de la emigración ilegal han hallado un nuevo filón con la exportación de niños, y por eso han propagado la especie de que recibirían una admisión de trámites rápidos en Estados Unidos donde podrían reunirse con sus familiares, o facilitar que sus familiares fueran admitidos tras ellos. ¿Pero en qué condiciones vivían estos niños en sus propios países antes de ponerse en marcha?
Estos pequeños Ulises viven su propia aventura épica andando por veredas ocultas, pero nadie cantará sus hazañas. Subidos al tren de la muerte, mendigando, expuestos a abusos y violaciones, y también a perder la vida que apenas empiezan a vivir, son hijos de la miseria y el desamparo. Las sociedades en que nacieron siguen siendo injustas, divididas entre quienes tienen mucho, o demasiado, y quienes viven al margen porque no tienen oportunidades, mientras la clase media se deteriora. Y estos niños que emigran, y que serán devueltos a los lugares donde iniciaron su éxodo, nacieron sin oportunidades y por eso van a buscarlas lejos.
El Informe Mundial de la Ultra Riqueza 2012/2013, presentado por la compañía Wealth X de Singapur, revela que el número de millonarios ha crecido en los países centroamericanos de donde parten al exilio forzado los niños de esta amarga historia, expulsados de sus hogares por la pobreza. Tenemos unos 800 millonarios, y el crecimiento de sus fortunas en apenas un año suma, entre todos ellos, 10 mil millones de dólares. Semejante incremento se equipara al Producto Interno Bruto de esos mismos países. En Nicaragua, por ejemplo, esa riqueza personal suma 27.000 millones de dólares, mientras el PIB es apenas superior a 10 mil millones de dólares. Llamativa paradoja: un puñado de personas son más ricas que el propio país.
¿Prosperidad? Estas cifras no serían tan escandalosas si la acumulación de riqueza diera señales de ser una palanca de transformación, ayudando a traer bienestar a los demás, a los que viven con menos de dos dólares al día, que son la mitad de la población. Estos miles de niños que esperan juicios de deportación en Estados Unidos, demuestran todo lo contrario. Demuestran el fracaso. Vivimos en sociedades que han fracasado en crear equidad y justicia distributiva. Y el poder político, cualquiera que sea su signo, es responsable de ese fracaso ético.
Muchos de estos pequeños, en los campamentos donde se encuentran recluidos en Texas, Arizona y California, declaran al ser preguntados por los motivos de su largo y azaroso viaje para llegar a las puertas del paraíso que no se abren para ellos, que venían tras una vida distinta. Unos quisieran conocer Disneylandia. Otros comerse una hamburguesa. Hay quienes elaboran un poco más: "Allí hay trabajo, se puede comer y tener casa, allí todo es barato…", dice uno de ellos.
Otro simplemente dice que fue para no morirse de hambre.