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Es la genética, estúpida

La maternidad ideal no existe, por mucho que el despliegue en las revistas de famosas con sus cachorritos en las playas se empeñe en demostrar lo contrario. Ahí están, pocos meses después de parir y sin rastro de tripa ni estrías, como si su belleza viniera con certificado de garantía postparto. A muchas mujeres les irrita esa exhibición de realismo mágico: “Un año para que el cuerpo vuelva a su sitio” dicen las madres, mientras que Sara Carbonero, Elsa Pataky o Eugenia Silva parecen, en bikini, bendecidas por su prodigiosa naturaleza, más delgadas que antes de dar a luz, bronceadas y sin manchas. “Es la genética”, dicen algunas, asegurando que comen de todo; otras, como Elsa Pataky -tres críos en apenas un par de años-, confiesan obligarse a no mirar la carta y pedir un sencillo plato de pescado. Incluso Hale Berry, madre a los 47, viste ceñida a los nueve meses del parto, eso sí, sin enfajar los restos de redondez en su tripa para rubricar que la naturalidad es un gesto sensato. Pero no sólo es físico el descontento de las madres de clase media, con cinco o siete kilos más, un pliegue en el abdomen, los misterios de la leche y el pecho caído, sino también anímico. Encapsulada queda su soledad, difícil de trasladar a palabras, con su colección de desencuentros y contradicciones. El momento más hermoso de la vida, regado de ternura y esplendor, contiene a la vez las sombras del miedo servidas como una colección de matrioskas, abriendo una brecha entre amor y culpabilidad, felicidad y vacío. Y paro. Por ello abundan los blogs de malas madres, en los que confiesan todo tipo de barbaridades, incluso el deseo de administrarles una doble dosis de Dalsy a sus bebés para que dejen de llorar. En algunos foros norteamericanos no se cortan, llegando a compartir nombres de tranquilizantes para conseguir un plácido y profundo sueño y poder escaparse a la discoteca. La banalización global también halla un hueco en las madres irresponsables y desculpabilizadas. Madres amantísimas, débiles, dominantes, hippies, tristes, los estereotipos de la maternidad se han acompañado de muchas aristas en la ficción. Todos recordamos con mayor rapidez ejemplos de madres funestas, y no abnegadas, en el cine o en la literatura. Ojalá no solo se midiera la huella de ser madre en el cuerpo, sino en cómo llega a modificar nuestra cabeza. El antiepicúreo Si es innegable que internet ha variado nuestra forma de pensar, tener un hijo trastoca la arquitectura neuronal. Parir es un milagro que la fuerza de la costumbre empequeñece. Una pócima de renuncias se agita en el tarro de las satisfacciones. Y la responsabilidad, dispuesta a borrar una parte de quienes un día fuimos, sobrecarga los hombros. Pocas escuelas hallamos en la vida para aprender a rebajar presuntuosas expectativas ante el amor, la maternidad o el éxito. Pero existen muchas madres con estrías dispuestas a desenmascarar, sin tópicos, todo aquello que aún no vende ni adelgaza. Una alumna de un taller de periodismo me entregó un artículo titulado “Podemos vestir bien”, en el que se interrogaba acerca del conflicto de la izquierda con la elegancia, a excepción de un ala de la gauche francesa. Aunque más que dificultad se trate de un complejo enraizado en el viejo prejuicio de que el (buen) gusto es una imposición burguesa. El tema surgió después de que Pablo Iglesias contara que compraba la ropa en Alcampo (ahora también ha trascendido que comparte habitación y viaja en autobús). Unos aplauden su encomiable gesto a lo InterRail y otros se cuestionan si su desprecio a la estética no implica pobreza espiritual. Pero, ¿es que acaso Iglesias no ha marcado su propia estética? Millonario non grato Mónaco de nuevo se acordona, con su guardia blanca y sus baños de mar. El acogedor paraíso de millonarios ha vetado en la entrada al financiero norteamericano Adam Hock, que será detenido inmediatamente si se atreve a pisar suelo monegasco. En 2012 le rompió la mandíbula a puñetazos al sobrino del rey Alberto II en una pelea en un selecto club del West Village neoyorquino, el Double Seven. También participaron en la juerga-trifulca Vladimir Restoin Roitfeld, marchante de arte e hijo de Carine Roitfeld, y Stavros Niarchos III, heredero de los armadores griegos. A lo largo de los años, si hay algo que no varia es la miserable estampa de millonarios con el ego herido peleándose a puñetazo a limpio. El ojo del glamour Siempre hay risas a su alrededor. Y pantalones blancos. Y mujeres altas, que a menudo tienden a doblarse como muñecas, con sus armaduras de seda y sus tacones temblorosos. Mario Testino, fotógrafo peruano adorado por las socialités y las modelos, se ha convertido -desde que inmortalizó a Diana de Gales para Vanity Fair- en el ojo del glamur. O mejor dicho, en el mejor cirujano de la imagen, capaz de revertir la fealdad en belleza con su iluminación, su flow y su aire de aristócrata con los pies descalzos. Ahora Vogue España le reconoce como mejor fotógrafo del mundo, en los premios Who’s on Next. Cuántos directores de arte que en su día lo despreciaron se han echado las manos a la cabeza… (La Vanguardia)

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12 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo que se nos ha perdido en Indonesia

El miércoles hubo elecciones presidenciales, en las que se enfrentaron el candidato reformista Joko Widodo, llamado Jokowi, y el del establishment conservador, heredero de la dictadura de Suharto, el exgeneral Prabowo Subianto. Ambos reivindican la victoria, pero hasta el 22 de julio no se conocerán los resultados oficiales. Indonesia es un país de 237 millones de habitantes, de los que 150 millones estaban convocados a las urnas, dispersos en más de 13.000 islas. Si no es sencillo votar en condiciones democráticas, menos lo es hacer el recuento en un territorio tan fragmentado. Para complicar más las cosas, el resultado final puede ser tan ajustado como para que el derrotado lleve su impugnación al Tribunal Constitucional para que desempate. Queda lejos de nosotros lo que ocurre en el continente más poblado, más rico y con más futuro. Los europeos estamos tan atados a nuestro pasado que nos da vértigo asomarnos al continente del siglo XXI. Allí han celebrado este año elecciones presidenciales dos de las tres democracias más pobladas, primero India y ahora Indonesia, pero nuestra atención está en otra parte, cerca de nuestros ombligos, sin darnos cuenta de que parte de lo que sucede aquí se explica por lo que sucede allí y parte de nuestro futuro se juega con el futuro de todos, asiáticos e indonesios incluidos. Eso sin olvidar que, en dimensiones demográficas, es la tercera democracia del mundo. Y el primer país musulmán del planeta. Sí, democracia e islam andan sincronizados en el otro extremo del mundo cuando en nuestro vecindario van a la greña y parecen incompatibles. El islam suní es la religión mayoritaria de un país plural en todo: religiones, etnias y lenguas. El califato terrorista de Mosul también mira en aquella dirección con ojos golosos, porque no faltan allí los reflejos sectarios que tanto les interesan. Los partidarios de Subianto se han dedicado a insinuar que Jokowi oculta que es chino, cristiano y comunista, etiquetas letales en los momentos más trágicos de la historia de Indonesia. Indonesia es también un país emergente y la décima economía del mundo. Le falta culminar su transición iniciada en 1998 con la caída del dictador Suharto, suegro por cierto del candidato Subianto. Esta es la tercera elección presidencial directa celebrada en condiciones perfectamente aceptables, de forma que una victoria de Jokowi sería un paso decisivo en su asentamiento, y la de Subianto, un paso atrás bien claro. Los españoles descontentos con nuestra Transición deberían ver The act of killing (El acto de matar), el filme en el que el director Joshua Oppenheimer retrata todo lo que significa Subianto, candidato de una derecha que todavía reivindica sus méritos en la Guerra Fría, cuando más de medio millón de indonesios, muchos por pertenecer a la etnia china, murieron tras el golpe de Estado encabezado por Suharto. 



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12 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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45. Saberes inútiles

 

 

No ha existido ningún rey Arturo en la historia inglesa.

 

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Hasta el emperador Teodosio no se consideraron los edificios como objetos dignos de alguna protección.

 

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Sarik Junasa, conocido como an-Numayri, entró en el Paraíso según la tradición islámica y volvió de él como una hoja (Yáhiz, Hay, 1, 301). Es el sueño de Coleridge contado por Borges.

 

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Stanislav Grof estableció una tipología de seres según el momento del nacimiento.

 

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El personaje de Corto viaje sentimental de Italo Svevo, Aghios, se propone no sólo ordenar sus bolsillos, sino también guardar en ellos un registro que contenga el croquis de los bolsillos, junto a la relación de objetos contenidos en ellos.

 

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Claude Adrien Helvétius sostenía en De l'Esprit (1758) sus tesis sobre el genio, según las cuales cualquiera de sus criados podía haber escrito su libro.

 

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Pierre Reverdy imagina en uno de sus poemas un personaje que vaga desolado por el campo. En un llano, ve una puerta, una puerta exenta, colocada sobre la hierba que se levanta sola, sin muros ni arquitectura. Abre la puerta, entra por ella, y la cierra tras de sí, sintiéndose más seguro.

 

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André Breton y Benjamin Pèret no permitían que ninguna mujer los viera desnudos si no era en estado de excitación.

 

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Simónides de Ceos, quien dijo que "es infinita la estirpe de los necios", no tuvo reparo alguno en poner su pluma al servicio de los intereses más diversos: a veces Atenas, otras Esparta, alguna vez para el pisistrátida Hiparlo, otra en favor de los príncipes sicilianos, y también por encargo de los aristócratas de Tesalia.

 

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Heissenbüttel describió una habitación sin puertas ni ventanas.

 

 

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Alejandro Dumas (padre) levantó una torre en la que cada una de las piedras llevaba grabado el título de cada uno de sus libros.

 

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Uno de los personajes de Generation A, de Douglas Coupland, inventa un sitio web con tonos de llamada de móvil consistentes en el silencio de las habitaciones de famosos.

 

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Sindéresis equivale para Gracián a ciencia de pensar y de vivir. Para Baroja es sinónimo de conciencia, sabiduría, discernimiento, juicio.

 

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Los soldados griegos, en sus campañas por latitudes nevadas, se ponían vendas negras ante los ojos para protegerse de la blancura de la nieve.

 

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Según Plinio el Viejo, el egipcio Mesfres ordenó levantar un obelisco en la ciudad del Sol (Heliópolis para los griegos), obedeciendo una orden recibida en un sueño

 

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Al filósofo Berkeley le bastaba darse la vuelta para negar la existencia de un árbol en el New College de Oxford. Bloom, en el Ulysses, origina un eclipse de sol con su dedo pulgar.

 

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El capitán Hatteras, de Verne, caminaba siempre hacia el norte.

 

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Cuando José Hierro trabajaba triturando caucho en una fábrica pasaba las horas pensando  poemas; principalmente sonetos, porque le resultaban más fáciles de recordar. 

 

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Roger Callois decía que cualquier concepto o sentimiento podría expresarse en una palabra de menos de cuatro sílabas.

 

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Un papiro egipcio, que anunciaba "el conocimiento de todos los secretos del cielo y de la tierra", sólo exponía, al ser descifrado, las ecuaciones de primer grado.

 

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Ríos que aparecen y desaparecen: el Guadiana en España, el Aretusa en Sicilia y el Mole en Inglaterra.

 

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"De cómo es posible por medio de un aparato permanecer algún tiempo debajo del agua; por qué me niego a describir mi procedimiento para permanecer bajo el agua por todo el tiempo durante el cual me es posible prescindir de alimentarme. No lo publico y no quiero explicarlo, temiendo el carácter malvado de los hombres, que aplicarían este dispositivo con fines de destrucción, empleándolo para despedazar desde el fondo del mar el casco de los buques y hundirlos junto con sus tripulaciones"; Leonardo da Vinci, Frammenti.

 

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Según Herodoto, Histaiaeo, quien quería alentar a Aristágoras de Mileto para que se rebelara contra el rey de Persia, hizo transmitir sus instrucciones de una forma segura: afeitó la cabeza de su mensajero, escribió el mensaje en su cuero cabelludo y luego esperó a que le volviera a crecer el pelo para que pudiera llegar sin ser detenido ni causar sospechas a su destino.



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12 de julio de 2014
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Un pintor que escribe

Francisco de Goya le escribió cartas muy vivaces (llenas de faltas de ortografía) a su amigo Martín Zapater, pero no se puede decir que los genios de la pintura clásica española supieran escribir. Todo cambió (y no sólo en España) a partir del siglo XX: Picasso, Solana, Dalí, Ramón Gaya, y una nómina de grandes plásticos que tuvieron la curiosidad literaria, la base cultural y el deseo de extender con palabras sus pinceladas. La lista es substancial, y a los nombres de, por ejemplo, Tàpies, Lucio Muñoz o Pérez Villalta, se puede sumar hoy la de José Caballero, fallecido en 1991. En el mes de junio de 2015 se cumplirá el centenario de su nacimiento, pero un año antes publica la Editorial Síntesis un libro fascinante, ‘La aventura de la creación', en el que se recogen numerosos escritos y entrevistas con el pintor onubense.

 

     José Caballero vivió al menos dos vidas artísticas, una, aunque históricamente muy destacada, más breve que la otra. En la primera, siendo aún adolescente, llega a Madrid, estudia con Vázquez Díaz, frecuenta la Residencia de Estudiantes y traba amistad con Neruda, con los hermanos Buñuel y con García Lorca, quien le incorpora a La Barraca. Para ese legendario grupo teatral, Caballero haría sus primeras escenografías y diseños de vestuario, una labor que tuvo después continuación en los pioneros montajes lorquianos (‘Yerma', ‘Bodas de sangre') de los años 1960, cuando el nombre del autor de ‘Romancero gitano' aún era sospechoso en la España de Franco. Caballero fue por tanto un artista de espíritu republicano y concomitante con la Generación del 27, aunque, movilizado a la fuerza en 1937 por el ejército rebelde, tuvo la suerte de ser protegido por Dionisio Ridruejo, quien, conociendo sus méritos pero también su ideología, le dio empleo de dibujante en los servicios de prensa del Movimiento.

    La segunda vida de José Caballero pasó por fases de ostracismo y silencio, a la vez que maduraba y se configuraba como un pintor de materias y trazo abstracto, algo que él describe en uno de los aforismos recogidos en este libro: "El blanco muro de España, que a veces es negro...a mí me interesa una barbaridad". Fue también un gran aficionado a los toros, y antes de la guerra coqueteó con la lidia, hasta que se le apagaron los humos taurinos al ser bautizado por Federico, en una de sus chispeantes bromas, como "Pepito Lagarto, banderillero". Pero no hay en la obra pictórica de Caballero color local ni pintoresquismo. "Me gusta pintar en Andalucía, sí. Pero no pintar a Andalucía", aunque es evidente que el blanco de sus pueblos, su "luz hiriente" y sus nobles paredes desconchadas le sirven de inspiración.

       ‘La aventura de la creación' tiene varias lecturas posibles. En sus páginas se reconstruye una trayectoria artística de gran envergadura, se conoce el ideario de Caballero, su mirada de crítico y de observador, a la vez que se disfruta de su poder de evocación. El extenso apartado final de semblanzas ofrece así varios retratos inolvidables: Balenciaga, Neruda, Picasso, Jaime del Valle-Inclán, y uno, muy divertido, de Luis Buñuel en París, el día en que, en pleno franquismo, paseando el pintor con su esposa María Fernanda por Saint-Germain-des-Près, se lo encontraron con un libro en la mano, una biografía del cineasta que acababa de publicarse en Francia. Buñuel la abrió por la página en la que una foto de los años 30 mostraba al jovencísimo José Caballero rodeado de intelectuales de la República, mientras le decía: "Voy a enviársela a Franco para que te fusile".

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10 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La televisión pública y la cultura

Después de más de 13 años acudiendo sin desmayo a su cita semanal en la televisión catalana, el programa Millenium, concebido, dirigido y presentado por Ramón Colom, se ha trasladado a la segunda cadena de la radio televisión española. Sus debates, en los que se abordan asuntos complejos que no pueden ser liquidados con un titular, demuestran que la televisión pública -después de saciarse con fútbol, tenis, ciclismo, coches y motos, concursos de baile y diversas astracanadas- puede reservar un espacio nocturno de su programación a la cultura. Pero es el tono de la conversación, alejado de la algarabía y estridencia de las incomprensibles tertulias nacionales, el que regocija al espectador. En Millenium, gracias a la pausada orquestación de Ramón Colom, nadie grita ni se quita la palabra con esa petulante agresividad que ya es la marca de nuestra política. A diferencia de lo que es habitual en las ondas de radio y televisión, el programa Millenium recupera la cordura y nos incita a recordar lo que es una conversación: el arte de hablar sin dejar de escuchar. Y viceversa.

 

 

La ley del más fuerte
(domingo 6 de julio de 2014, a las 00.00 en La2 de TVE)

Esta semana, Millennium reflexiona sobre la ley no escrita que rige tanto los mercados como en gran medida nuestra sociedad: La ley del más fuerte. A partir de preguntas como ¿Por qué Google, Apple, Amazon.... y otras grandes corporaciones no pagan sus impuestos? El programa repasa los diferentes comportamientos en ámbitos económicos, culturales, filosóficos e incluso antropológicos ¿Por qué hay culturas predominantes? ¿Cómo ha evolucionado la demostración de poder a lo largo de los siglos? ¿Por qué el hombre tiene esa necesidad de mostrarse más fuerte?
Ramon Colom entrevista al Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Barcelona, Jesús Mosterín, investigador del CSIC y estudioso de la naturaleza humana y de la relación del hombre con los animales. Mosterín participará en el debate junto con Cristina Sánchez-Miret, Doctora en Sociología por la Universitat de Girona, especializada en desigualdades sociales; Basilio Baltasar, escritor y editor; y Enrique Luque Baena, Catedrático de Antropología Social de la Universidad Autónoma de Madrid, especializado en antropología política y jurídica.

http://www.rtve.es/television/millennium/

 



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10 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El califa pretencioso

Sube los escalones lentamente, como las personas de edad. Luce un reloj de pulsera, quizás un rolex, pero el resto de su vestimenta pertenece al pasado: túnica negra, como el turbante, a juego con su oscura y deshilachada barba. Si no fuera por el micro, el reloj, el ventilador y las lamparillas eléctricas, podría ser la estampa de un viernes cualquiera de hace 900 años, cuando se construyó la mezquita Al Nuri de Mosul. Osama Bin Laden usó trucos similares, escenografías y disfraces sacados de los baúles de un islam primigenio para embaucar a ignorantes e incautos, formas untuosas y modestas de los piadosos ancestros para justificar bombas y ametralladoras. No hay novedad en la escenificación del pasado viernes, el primero del mes sagrado del ramadán, grabada y producida en un vídeo por el Estado Islámico de Irak y de Levante. La diferencia radica en las pretensiones, que en Abu Bakr Al Bagdadí son máximas. De entrada, el uso del título califal, el primero en la jerarquía según un dicho atribuido a Mahoma: "Después de mi habrá califas; después de los califas, emires; después de los emires, reyes; y después de los reyes, tiranos". Nadie lo había utilizado desde que la República Turca lo suprimió en 1924. Es el vicario y sucesor del profeta, que une autoridad religiosa y política, trasunto musulmán del imperio romano y el papado y máxima autoridad universal que hace cumplir la ley coránica. Bruce Ridel, especialista en terrorismo islámico de Brookings, el think tank de Washington, ha detectado guiños a puñados: el nombre adoptado, Abu Bakr, del primer sucesor de Mahoma; el título elegido de Califa Ibrahim, que es el del profeta Abraham, primer musulmán, constructor de la Kaaba en la Meca y enterrado en Hebrón, en la Cisjordania ocupada; la imposible genealogía exhibida para legitimarse como descendiente de la tribu de Mahoma, los quraysíes, y de su familia, los hachemitas; la vestimenta y la bandera negras, de los abasidas que crearon el mayor imperio islámico de la historia con capital en Bagdad; e incluso la mezquita de la primera predicación, construida por la dinastía de Saladino, que venció a los cruzados y recuperó Jerusalén. Toda esa escenificación puede parecer una astracanada. Pero el Estado Islámico del que Al Bagdadí se ha declarado califa no lo es. No lo son tampoco sus pretensiones políticas, que se dirigen a todos los musulmanes sunnitas desde Marruecos hasta Malasia, con propósitos de deslegitimación de todos los dirigentes civiles y religiosos y de reclutamiento de la yihad en contra de los chiitas. Más lejos que Bin Laden, porque se asienta ya en un territorio conquistado. Y más lejos que los remotos talibanes y su modesto mulá Omar, porque ha declarado el califato en el corazón de Oriente Próximo, justo donde el Profeta empezó su conquista militar y religiosa.



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10 de julio de 2014
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El ring del PSOE

Pedro Sánchez y Eduardo Madina representan el liderazgo con tejanos y sin tripa, aspecto interesante para acometer la imprescindible renovación socialista. Ambos espigados: alabado por su hechura, Sánchez es “guapísimo” según Esperanza Aguirre, quien debería saber que la edad no exime de contar hasta cinco antes de piropear a los señores; y Madina, más indie y viajado, con manejo de la neuropolítica, experiencia en el aparato y grandes amigos como Patxi López o el propio Rubalcaba. Fuera quedaron las mujeres de la contienda, mejor dicho, se autocensuraron: Susana Díaz prefirió el plácido acomodo timbrado de azahar y palmas amigas en su feudo andaluz, y Chacón ha asumido su nuevo estatus de profesora en Miami, aguardando escenarios más propicios, escarmentada por el vodevil de barones y delegados que vivió en Sevilla. En el anticipo del congreso, los dos candidatos que pelearán por el cinturón socialista huyeron del debate, protagonizando en su lugar una sesión de sparring, un calentamiento para llegar al atril el próximo domingo con alianzas, confianza y soltura. Aunque ambos tengan experiencia con el micrófono -uno como profesor, el otro como político y tertuliano-, transmitir fiabilidad y solvencia en política es una tarea ardua. Los especialistas en dominar el terror a hablar en público señalan que es necesario aceptar la ansiedad y reutilizar la adrenalina como impulso para proyectar la voz y el mensaje. Además, hay que trabajar el ritmo del texto, tener los músculos a tono y los reflejos a flor de piel, dominar la presión de los intestinos y, sobre todo, confiar en el público, que no está ahí para hundirte. El lenguaje del mitin requiere más redaños que dientes. Su oratoria se construye sobre la repetición y la vehemencia: “Recorreremos kilómetros para trabajar, trabajar, trabajar”, jaleaba un pragmático Sánchez para quien el hecho de ser hasta hace un par de meses un perfecto desconocido suma a su favor, como los actores revelación. “Me veo en vosotros -decía en cambio el idealista Madina-, soñad, soñad… vuestros sueños serán imparables”. Norman Mailer escribió que “tarde o temprano las metáforas pugilísticas, al igual que los entrenadores de boxeo, o bien se vuelven sentimentales, o se vuelven militares”, y tenía razón. La estrategia de Sánchez, que nunca ha pertenecido a la Ejecutiva ni al Comité Federal del PSOE, ha sido la de la blitzkrieg: el que pega primero gana. Madina, por su parte, apuesta por el control y la autoridad. Al final de su actuación, dio una fuerte palmada en el atril y se dijo a sí mismo “vamos”, una muletilla que tanto puede tener que ver con el entrenamiento, como con la emoción o los intestinos. (La Vanguardia)

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9 de julio de 2014
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La fábrica de los portentos

Cuando hablo delante de un auditorio acerca de la pasión, o el vicio de la lectura, y alguien me pregunta por mi libro preferido, respondo que Las mil y una noches. Leer por entero este libro de los libros, dice Jorge Luis Borges, podría llevar a la locura. Y yo diría, a la más placentera de las locuras. En árabe, mil y una noches significa infinidad de noches. Por eso el temor de Borges a la locura ante la prueba de leerlas o escucharlas todas. Lo infinito no es sino la locura misma.

Las caravanas llevaban las historias hasta los hakawati, los cuenteros, que en las plazas y mercados se ganaban la vida relatando a viva voz aventuras prodigiosas a un auditorio que los escuchaba embelesado; y allí, otra vez, las historias volvían a ser transformadas, tanto en la cabeza y en la lengua de quienes las contaban, como en las de quienes escuchaban; y estos a su vez repetían sus propias versiones en los establos, los mesones, las barberías, los harenes, las cárceles y las cocinas.

De boca del cuentero a la boca de sus oyentes, entre los que se hallaban las esclavas y eunucos que repitieron esas historias sabias y a la vez descabelladas al oído de la princesa Scherezada, quien habría de contárselas a su vez, para salvar la vida, al sultán homicida que no se saciaba en su venganza contra las mujeres porque su esposa lo había engañado con un esclavo. Y esos cuentos cambiarán otra vez en boca de ella. Las variaciones de la imaginación también sus infinitas.

Para un niño ávido y curioso este libro tiene una ventaja inigualable, y es que puede empezar  a leerlo por cualquier parte, eligiendo cualquiera de los cuentos. Lo mismo ocurre con un adulto, que no precisa seguir el orden estricto en que los cuentos están presentados, salvo que, en la secuencia que les da la propia Scherezada, quien debe mantener interesado al sultán para no perder la cabeza bajo el alfanje del verdugo, la historia se prolongue más de una noche antes de alcanzar su desenlace.

Pero yo recomendaría comenzar siempre leyendo el relato inicial, aunque después variemos el orden de la lectura a nuestro gusto,  pues así vamos a enterarnos del porqué de la venganza del sultán, que es el porqué de aquella numerosa sucesión de relatos. Ese primer cuento, a manera de una columna vertebral, ofrece no sólo una estructura, sino también una tensión a todo el conjunto. A Scherezada, la que cuenta cada noche, le debemos el sentido unitario del libro, que de otra manera quedaría desperdigado.

             El sultán  tiene ya tres años de ejecutar cada noche a las doncellas que le son dadas por esposas cuando Scherezada entra por primera vez a su lecho. Su venganza es contra la mujer que lo traicionó, que quiere decir contra todas las mujeres. Y el plan de Scherezada es mantener despierto al sultán con las historias que cada noche va a contarle.

Mientras leemos, no sabemos si el sultán va a aburrirse una noche de tantas y al amanecer ordenará la ejecución de la narradora. Si eso ocurriera, este libro de vida tan precaria, porque depende del capricho de un déspota, acabaría en el mismo momento como si nos lo quitaran de las manos.

            Pero Scherezada no sólo se salva de la muerte, sino que salva también a las mujeres del reino, a todas esas niñas que al crecer serían desfloradas y luego decapitadas. Y nos ha salvado también a nosotros los lectores, que podemos terminar de leer el libro que ha durado esos largos tres años en ser narrado.

Las historias han pasado de boca del cuentero callejero a la de ella Scherezada; o, viceversa, es él quien alimenta su repertorio de lo que ella cuenta cada noche en la alcoba. Y así los dos ganan su vida. Uno se salva del hambre, la otra de la muerte.

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9 de julio de 2014
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El relevo

Mi padre hurgó en mi bolso, creo que en busca de unas monedas para comprar tabaco, y encontró un librillo de papel de fumar, Smoking rojo. Ya habría cumplido los dieciocho y aprobado el COU con matrícula, por lo que creía que aquel logro me eximía de cerrar unos cuantos bares con el melancólico Walk on the wild side, si es que alguna canción puede ser melancólica a los dieciocho años. No supe cuánto le había sorprendido su hallazgo por él, sino gracias a esa incontinencia maternal que siempre se anticipaba para tender puentes a riesgo de no saber guardar secretos. El silencio de mi padre me heló más que mil discursos. No mencionar aquella molesta revelación ?porque entonces los jóvenes no fumaban tabaco de liar, sino Fortuna?, hacer la vista gorda, me hizo sentir lo que en verdad era: la única responsable de lo que llevaba en mi bolso. ?Ya es mayor?, escuché que decían en la sobremesa ante el mantra materno de ?habla con ella?. Nunca conversamos sobre ello, ni hacia el final de su vida, cuando hablamos de tantas cosas. Los que pertenecemos a la generación del rey Felipe VI -nacidos entre en la década de los años sesenta y los setenta- y que conocimos un mundo mucho más próspero que el de nuestros padres pero también más que el que se han topado nuestros hijos, nos acostumbramos a dibujar una línea imaginaria en casa que distinguía el amor de la confianza. Queríamos a nuestros padres, sí, pero ni los besábamos tanto como hacemos hoy con nuestros hijos, ni ellos nos dedicaban largas y profundas conversaciones como ahora se impone en el imaginario de la paternidad ejemplar. Ignoro por qué, a pesar de la glorificación de la familia, hace apenas cuarenta años el cariño entre sus miembros era esquivo y las distancias marcadamente jerárquicas, inviolables y tediosas, independientemente del grado de tolerancia. Ignoro si a los veinte años, Don Juan Carlos de Borbón le registró alguna noche la cartera a su hijo. Ni qué control ejercía sobre él, y si lo hacía, hasta cuándo. Corren leyendas de algunas de sus juergas en el internado, pero siempre se mostró comedido, con novias y rupturas como cualquiera a su edad. Hasta el día en que su padre, como les ocurre a casi todos, observó que su hijo echaba canas, sonreía con un encanto del que él ya se sentía huérfano, y tenía ?el plato lleno de ocupaciones alegrías ? ?como dijo el entonces príncipe a los periodistas cuando nació su hija Leonor, eligiendo una metáfora insólita-. Había que dar paso a la generación capaz de dominar unos tiempos en permanente cambio y llamada a ejercer otro tipo de liderazgo, un distinto manejo del poder, los privilegios y prebendas. La mayor parte de directivos de las empresas más importantes de España están presididas por hombres (solo una mujer, Esther Alcocer) de edad parecida a la de Felipe VI. No son nativos digitales, comieron algún Tigretón, vieron a Curro Jiménez en la tele, hicieron la transición de la Olivetti al Mac y pasaron de ir a la discoteca a cenar sushi en casa convertidos en DJ´s. De sus madres valoraron su sacrificio, y defendieron sus causas olvidadas, que han intentado aplicar en sus casas. Felipe VI dejó bien claro en su proclamación que es un rey con familia. Un padre que acostará a sus hijas por la noche. Un hijo capaz de hacer emocionar a su madre. Un marido que se deja acariciar por su mujer, protectora: ?la reina de clase media? que ha vivido más que él, tan acolchado entre algodones y pistas de esquí. Fotogénicos, pletóricos, exhibiendo sus afectos en la principal campaña de publicidad global, Felipe VI y su familia estrenaron reinado con una puesta escena de bajo perfil, contenida pero besucona.

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8 de julio de 2014
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Ni yo, ni mí, ni conmigo

Las personas se asustan de sí mismas. Esa es la conclusión a la que llega un chocante estudio, publicado en Science, capaz de demostrar que a la psicología audaz no le tiemblan los métodos. Los voluntarios del experimento llevado a cabo por Timothy Wilson (Universidad de Virginia) podían elegir entre pasar 10 minutos solos con sus pensamientos, o bien autoadministrarse una descarga eléctrica, mirar fotos de cucarachas o escuchar el sonido de un cuchillo rayando el cristal de una botella. La mayoría escogió la descarga, y pagó para evitarla. La ausencia de móvil, tableta o libro resultaba más difícil de gestionar que electrocutarse. Pensar incomoda, según este estudio, que determina una psicopatía cada vez más extendida: huir de la inactividad. Evitar enrocarse en una cadena de pensamientos incontrolables, que parecen viajar en ascensores: se presentan, suben cimas, se desinflan, reaparecen y acaban por conducir al vacío. En un tiempo en que la palabra intimidad parece traducirse en una pantalla, y ha sido despojada de su valor existencial, recogerse, meditar e incluso ensoñarse son verbos temidos. La actividad es reparadora y entretiene; “prefiero no pensar”, dice la gente. Y lo que parece comprensible para un periodo de duelo o desamor resulta antinatural como estado permanente. El propio investigador, Wilson, se mostraba sorprendido. No sé hasta qué punto influye el medio para determinar el alto grado de absentismo mental que demuestra el estudio, pero, en verdad, nuestra sociedad hiperestimulada rehúye rabiosamente la reflexión. La palabra protocolo se ha instalado tanto en lo ortodoxo como en lo heterodoxo para determinar cómo hay que hacer las cosas, y hasta tal extremo se han bajado las espadas que incluso permitimos que dirijan nuestras emociones, como demuestra otro estudio no menos audaz realizado por Facebook y la Universidad de Cornell (Nueva York). Durante una semana suministraron noticias escogidas a 700.000 usuarios de la red social para analizar su reacción, con la intención de demostrar que Facebook puede hacernos sentir infelices al crearnos expectativas no realistas de lo maravillosa que la vida puede llegar a ser. Pero, además, comprobaron que suprimiendo estímulos positivos -como buenas noticias o comentarios- gran parte de los participantes tendía a deprimirse. Si bien quisieron demostrar la eficacia del contagio emocional, a riesgo de manipular los sentimientos de sus usuarios, por lo que han sido muy criticados, también han evidenciado la fragilidad de ese espíritu voluble que antes prefiere hacerse daño a sí mismo que enfrentarse a sus propios pensamientos. Como si hacer volar palomas, reírse de las chispas del día, imaginarse el propio funeral o ejercer la miltoniana capacidad de “hacer un cielo del infierno y un infierno del cielo” no fueran entretenidas actividades del lápiz del pensamiento.

(La Vanguardia)

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7 de julio de 2014
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El Boomeran(g)
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