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Una libreta sobre Federico Falco

Por 26 de julio de 2014 diciembre 13th, 2021 Sin comentarios

Edmundo Paz Soldán

            Hace un par de años mi pareja me conminó a leer a Federico Falco. Acababa de aterrizar en Santa Cruz y me contó que durante todo el viaje nocturno había leído su libro de cuentos La hora de los monos y que se largó a llorar con «El pedigrí de los canarios». El cuento era triste, incluso melodramático y algo truculento. Un cuento barroco, lleno de incidentes, de situaciones que funcionaban pese a lo disparatadas que eran. Un cuento que tenía todos los elementos para ser desastroso pero que con el escritor argentino alcanzaba niveles de tragedia. Donde Falco nada, otros se ahogan.

            Conseguí La hora de los monos (2010), luego Elefante (2013), la antología personal publicada por El Cuervo en Bolivia, y hace poco Flores nuevas, la magnífica selección de seis cuentos que acaba de lanzar Montacerdos en Chile. Cuando leí el primer libro me deslumbré tanto como mi pareja, aunque, a diferencia de ella, cometí el error de tratar de entender cómo era que funcionaba un cuento de Falco. Ese verano compartía mi oficina con un académico mexicano que hacía sus investigaciones sobre Nabokov en la biblioteca de Cornell. El académico leía novelas de ciencia ficción raras, una sobre hermanos extraterrestres mellizos y otra sobre un cazador de androides albino. Una tarde en la que él no estaba quise anotar algo sobre «Asiático» -uno de los mejores cuentos de Falco y de toda la literatura contemporánea- y, como no tenía nada a mano, usé una libreta del académico que estaba sobre el escritorio. En las semanas siguientes se me hizo costumbre seguir anotando sobre esos cuentos en la libreta. Un día el académico se volvió a su país y yo me quedé sin la libreta y le escribí un correo pidiéndole disculpas por haberla usado y rogándole que me la enviara. No hubo respuesta. Averigüé su dirección en el norte de México y me largué en su búsqueda.

             Llegué una tarde a la casa en la que vivía el académico y toqué el timbre. Me abrió una señora que olía a ajo; me hizo pasar a un saloncito y me contó que el académico ya no vivía ahí y me recomendó no buscarlo porque estaba involucrado con gente de mala calidad y se perdió en la cocina. Me puse a mirar fotos antiguas en los portarretratos. Al rato ella volvió y, al verme observando una foto de dos mujeres que se abrazaban, me contó que una de ellas era su madre y la otra su abuela. Habían muerto calcinadas junto a su abuelo y el asesino era un primo lejano del abuelo de la señora.

Llegó en caballo al campo donde vivíamos entonces, dijo, y mientras dormíamos trancó la puerta y la roció con alcohol y la hizo arder. El primo gritaba que era su forma de cobrarse una deuda de honor del abuelo. Yo escapé por una ventana, atravesé una quinta a oscuras y pasé la noche agazapada en un maizal. Nunca me enteré cuál era la deuda de honor. Mis abuelos y mi madre fueron enterrados en el cementerio del pueblo de al lado, porque en nuestro pueblo no había cementerio.

            La señora me preguntó si quería quedarme a comer y me disculpé explicándole que debía continuar mi búsqueda. En el hotel en el que me quedaba tuve sueños raros. Soñé que iba a un entierro junto a la señora que olía a ajo. Soñé con extraterrestres mellizos y con un cazador de androides albino. Soñé con Federico Falco escribiendo un cuento sobre un hombre obsesionado con construir el cementerio perfecto. El cuento sería una condensación de su obra hasta ahora, la descripción tan minuciosa de un sueño imaginado que terminaría colándose en la realidad. Una descripción a la que no podía faltarle un detalle, porque el «faltante no podía dejar de notarse» y sería como «una obra maestra, sin su remate triunfal».

Al despertar, descubrí que podía volver a casa porque ya no necesitaba mi libreta.

(La Tercera, 26 de julio 2014)

 

 

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Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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