Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

La otra Rusia de Ulítskaya y Sorokin

En estos once meses de guerra la literatura rusa ha estado muy presente en la arena pública. Entre los partidarios de la agresión a Ucrania, la tradición literaria que ha dado nombres como el de Tolstói se ha presentado como un símbolo de grandeza de ese “mundo ruso” que Putin dice defender. A su vez, los que protestan contra la guerra recurren a la literatura como fuente de inspiración: recuerden al activista detenido en la plaza Roja por mostrar un ejemplar de Guerra y paz. En cuanto a los escritores rusos, la mayoría de los que son contrarios al argumentario del Kremlin se han visto forzados a alejarse del país y sus libros a menudo se venden marcados con la etiqueta de agentes extranjeros.

Es el caso de Liudmila Ulítskaya y Vladímir Sorokin. Los dos tienen mucho en común: aunque de generaciones distintas, ambos residen en Berlín, han formado parte de la escena cultural moscovita, tienen profundos vínculos con el mundo del arte y el teatro, han sido premiados por sus novelas, que se traducen y se leen en el extranjero, se oponen de forma abierta al belicismo y son críticos desde hace años con el putinismo. En cuanto a temática, abordan cuestiones historiográficas, filosóficas y éticas, pero mientras que Ulítskaya, más veterana, se caracteriza por su sensibilidad psicológica, su habilidad para capturar la vida cotidiana y un estilo preciso que a menudo la han hecho merecedora de comparaciones con los grandes escritores del siglo XIX, Sorokin es conocido por su ficción experimental, con sus juegos posmodernos y un escepticismo alimentado por la conciencia de que la literatura quedó marcada por su complicidad con la utopía violenta del proyecto soviético.

Ulítskaya ejemplifica que la literatura rusa contemporánea no es en absoluto un asunto masculino. Desde hace décadas ocupan un lugar central varias escritoras, entre las que destaca ella desde que debutara en la década de 1990, cuando publicó varias colecciones de relatos cortos llenos de colorido y detalles psicológicos. El pasado septiembre recibió el premio Formentor y Anagrama acaba de reeditar su novela Sóniechka, en que aborda temas como la familia y la sexualidad en un contexto soviético, y próximamente se publicarán otros títulos suyos como Una carpa bajo el cielo (Automática), Sinceramente vuestro, Shúrik y Mentiras de mujeres (las dos en Anagrama).

Sorokin tampoco es un desconocido en España: Alfaguara acaba de reeditar su novela El día del opríchnik, en que describía grotescamente un giro político neoconservador que con el tiempo se reveló profético. Con sus obras ambos desmienten esa ansiedad expresada ya en el siglo XIX por Piotr Chaadáiev según el cual Rusia carecía de una sustancia cultural propia y solo podía tomar prestados los signos de la civilización occidental. Voces como las suyas son imprescindibles y lo serán incluso más cuando llegue el momento de reconstruir y volver a tender puentes.

 

Publicado en La Vanguardia

Leer más
profile avatar
26 de enero de 2023
Blogs de autor

Parejas de fin de semana

Las relaciones de pareja ensombrecen el futuro de los españoles, arroja el último informe del CIS, mientras una bandada de corazones solitarios sobrevuela las ciudades donde el placer se huele pero no se toca. La especie más numerosa corresponde a los nómadas sentimentales, que siempre se excusan por la cualidad impredecible de la circunstancia. El azar los boicotea. ¿Cómo iban a pensar que un día se apolillaría el deseo? Se sienten los no elegidos. Aunque casi nadie quiere perder la fe de que lo mejor está por llegar, por ello tantos famosos, cuando anuncian el naufragio de sus matrimonios, repiten que no le cierran las puertas al amor, erigidos en porteros selectos.

El 81% de los encuestados por el CIS sostiene que la soledad será mayor en la próxima década, y la percepción resulta más acusada entre los votantes de extrema derecha, aunque los de Podemos sumen casi igual. La intuyen como una mancha que se extiende de forma inevitable. Porque si la soledad del desamor es agónica, parecida a esas piedras que arrastran las mujeres de la fotógrafa surrealista Grete Stern, la de la vejez –dos millones de mayores de 65 años viven solos en nuestro país– es una masacre, no una batalla, como sentenció Philip Roth. Para la OMS se trata de la nueva pandemia silenciosa.

El mercado viene preparándose con esmero para abastecer a hogares unifamiliares. Crece la demanda de los formatos pequeños al tiempo que languidece la fe en los coach, esos intermediarios entre la realidad y el ideal que intentaron proveernos de “herramientas” para mejorar la convivencia. Ni el destornillador de conflictos ni los alicates para ajustar gustos y costumbres prosperaron. Los divorcios han aumentado más de un 13% tras el parón de la pandemia. Correr, alimentarse bien, crear atmósferas y anteponer el sexo a las series, rezan los manuales para parejas saludables y sexualmente activas. Se abusa del término tóxico para definir vínculos equivocados, acaso enfatizando su carga adictiva. Sin embargo, “lo contrario de la adicción no es la sobriedad, es la conexión”, afirma Johann Hari. Los hay que quieren recuperarla ampliando la familia con perros y gatos. Se convertirán en un penoso dilema cuando llegue el divorcio.

El ejercicio de una vida solitaria parece un estado cada vez más determinado en una sociedad que por fin ha aprendido que la verdadera noción de confort poco tiene que ver con el colchón. Porque el capitalismo también perjudica a los amantes extenuados que desatienden la amabilidad, uno de los mejores bálsamos para la convivencia. “Tener sexo es como oler una bolsa de basura”, dice una de las protagonistas de la serie The White Lotus. Pero en el capítulo siguiente recupera el olfato. A mi alrededor, veo a parejas que se dispensan una dulce camaradería; otras hablan lo justo para seguir patinando en la misma pista, inmersos en la abismal La soledad de las parejas, ese gran título que nos regaló Dorothy Parker.

Hoy regresa con fuerza una fórmula de relación estable, que tiene de novedoso lo que Sartre y Beauvoir, el living apart together. No es un asunto desdeñable. Cada vez que los amantes se despiden, empiezan a echarse de menos, recreándose en el ideal al espaciar el contacto. “Así vive medio Hollywood”, me cuenta una agente cinematográfica. Y añade que muchas de esas parejas cuasi eternas se juntan para irse de vacaciones o asistir a festivales, preservando su unión, aunque disfrutando de una soledad en absoluto preocupante en la que se amarán locamenti a doble check.

 

 

Leer más
profile avatar
26 de enero de 2023
Blogs de autor

Buena suerte, amigo

Manuel Borja-Villel ha expuesto en el Reina Sofía las ruinas de la revolución del siglo XX bajo la forma del espectáculo político del siglo XXI

 

Nosotros vivimos entre las ruinas de lo que fue una revolución fabulosa, la de las vanguardias del siglo XX. De un modo volcánico, los comienzos de aquella sublevación tuvieron el coraje y la imaginación en llamas del Romanticismo, pero al mismo tiempo llevaban ya el germen destructivo que acabaría devorándolas a ellas mismas.

En un reciente trabajo, Manuel Barrios Casares cuenta la historia de un texto fundacional, el de Hugo Ball, Nietzsche en Basilea (El Paseo). En su breve existencia, Ball, modelo de espíritu combativo y fundador del dadaísmo (aunque pronto se desprendió del mismo), nos muestra el modo en que las enseñanzas de Nietzsche encendieron la mecha de la revolución artística a comienzos del siglo XX. Junto a ese texto se incluye otro ensayo de Ball, ‘Kandinsky’, que también es un buen ejemplo del cóctel molotov que se estaba cociendo con dos elementos químicos sumamente rabiosos, la enseñanza de Nietzsche y el fin de lo divino.

En aquellos momentos iniciales de “la muerte de Dios” nietzscheana se produjo un cataclismo entre las gentes más dotadas para lo espiritual y en consecuencia más doloridas por el ocaso de los dioses. Habituarse a pensar el cosmos como un colosal desierto en el que sólo los humanos tenían la espada de una conciencia clavada en el alma fue tan traumático que resistió dos guerras mundiales y llegó (ya exhausto) hasta nuestros días.

Ahora ya ni siquiera produce agobios cavilar sobre la soledad de los mortales y la cada vez más asumida trivialidad de nuestras vidas destinadas a la nada eterna. No obstante, los comienzos fueron trágicos y al tiempo gloriosos. La muerte absoluta se inició como un jolgorio, un invento, una novedad, una revolución fantástica de formas, colores, sonidos y danzas. Como quería Nietzsche, durante unos años los humanos bailaron sobre sus tumbas.

Nosotros, por desdicha, ya nos hemos ahormado al nihilismo y convivimos con él como con las majaderías que vuelan a la manera de papeles sucios por las televisiones y medios digitales movidos por el viento de la destrucción mental.

Aprovecho este asunto para saludar a un viejo amigo, Manuel Borja-Villel. Nos conocimos hace medio siglo cuando se hizo cargo del museo de Barcelona y tuvimos largas pláticas sobre el futuro de las artes. Ahora ha terminado su tarea en Madrid y sólo él sabe dónde se dirigirá. Su labor en el Reina Sofía ha sido una constatación de lo que vengo diciendo. Ha expuesto las ruinas de la revolución del siglo XX bajo la forma del espectáculo político del siglo XXI. Lo ha hecho bien. Nadie que entienda algo sobre arte, seriamente, ha dejado de percatarse de que hoy sigue llamándose “arte” a un escaparate de agitación y propaganda para lo políticamente correcto.

Ese era el destino de la vanguardia y su cumplimiento es tan interesante como el acabamiento de todo lo que el Romanticismo nos ha dejado en forma de ciudad arrasada.

Cuando aún era Manolo Borja, mi amigo ya sabía que ese era el camino del final del arte, del “arte después de la muerte del arte”, como lo bautizó Arthur Danto. En ese sentido, ha sido un intelectual honesto y ha dejado un ejemplo tan perfecto de acabamiento como el que Hugo Ball dejó como modelo del origen. De la juerga con champagne en el Cabaret Voltaire de Zúrich, a la gélida aula de los catequistas.

Leer más
profile avatar
24 de enero de 2023
Blogs de autor

Viaje por Italia: aprendiendo a vivir sin nación

La Navidad ha sido un regalo para los italianos tras la depresión de padecer un Mundial de fútbol sin su selección nacional en juego. La fiesta del balompié solo la celebraron en el Vaticano (donde hay un escaparate dedicado al fútbol argentino en honor al Papa Francisco cuando se termina la visita al Museo), y también en Nápoles, volcada cantándole una ópera popular a la memoria de Maradona junto a su gran mural en el Quartieri Spagnoli, en la plazoleta que se ha convertido en una especie de santuario votivo. Y no es para menos, el fútbol, el deporte en general, es junto a la lírica de Giuseppe Verdi, el cemento que amalgama la diversidad italiana. También lo son la pasta y el idioma, pero estos se lo han tenido que ganar paso a paso.

No son pocas las variantes lingüísticas del italiano, incluso las pervivencias de otras lenguas como el friuliano o el sardo –hasta doce se reconocen legalmente, incluyendo el dialecto alguerés del catalán–, y aunque según las encuestas algo más de la mitad de sus habitantes se consideran bilingües, el italiano moderno que iniciaron los mejores escritores toscanos del Renacimiento, Giovanni Boccaccio y Dante Alighieri, se ha impuesto ampliamente gracias al desarrollo de la industria literaria, la canción y el cine italiano que fueron hegemónicos en los hits y las salas de proyecciones del mundo durante los años 50 y 60, el momento dulce durante el que se creó el “made in Italy”. Y aunque las panoplias políticas italianas hayan derivado hacia el pasado imperial de lo latino como hiciera Benito Mussolini o en la añoranza del Risorgimento como declara la fraternidad ultra de Giorgia Meloni, lo bien cierto es que la unificación italiana ha venido de la mano de la cultura crítica y del éxito internacional de su comida más sencilla, la pizza de origen napolitano y la pasta de trigo, cultivado masivamente en Sicilia, y también en la Puglia y Calabria.

Feltrinelli, Mondadori o Einaudi son apellidos esenciales, milaneses y piamonteses, en la creación y consolidación de la industria del libro italiano en el norte del país, desde donde se han exportado escritores tan universales como Italo Calvino, Umberto Eco, Moravia o Dario Fo. Ahora mismo, también la novela negra despunta en lengua italiana gracias a autores como Andrea Camilleri y Antonio Manzini, o con las denuncias de las tramas mafiosas de Roberto Saviano. En cambio, la música italiana que se difundió desde el festival de San Remo languidece, al igual que el cine, que solo prendió en la comunidad italoamericana de Nueva York (de Scorsese a Coppola, Pacino y De Niro) y en figuras solitarias como el napolitano Paolo Sorrentino o el mismo Saviano, quien no se cansa de señalar a Italia como un país fallido.

¿Lo es? Muchos italianos lo piensan. La sustitución de la Italia de posguerra construida por la Democracia Cristiana –más el compromiso histórico del comunista Enrico Berlinguer–, por un nuevo populismo de raíces horteras –Berlusconi y sus conglomerados televisivos–, unido al renacer neofascista y al regionalismo xenófobo de la Lega han sumido en la depresión social a muchos italianos. No huyen de la hambruna como a principios del siglo XX cuando emigraron en masa (uno de cada cuatro) a los Estados Unidos y Argentina, pero son muchos los italianos que en los últimos lustros se van de su país, decepcionados por la falta de futuro y sustancia de sus políticos. Alemania y España representan, ahora, los países preferidos por los italianos, muchos de ellos dedicados a la hostelería. Las Baleares, Valencia, Barcelona y Andalucía son sus destinos favoritos. Los vuelos directos desde las capitales españolas a Turín, Milán, Bérgamo, Pisa, Roma o Nápoles… van siempre ocupados. Italia está conectada a España.

Estas últimas Navidades, Italia se ha colapsado de turistas. Destinos como Venecia, Florencia o Milán estaban atiborrados, pero nada como Roma, una ciudad tomada por ríos de visitantes, en la que se ha puesto de moda el patinete de alquiler que los jóvenes romanos abandonan en cualquier acera y donde era imposible comer en sus buenos restaurantes sin reserva previa de semanas. Roma se vuelve a parecer al atasco en la autopista de entrada a la ciudad que filmó Fellini en el arranque de su Roma (1972), o al atolladero de aquel surrealista corto filmado por Pasolini para Amore e rabbia (1969), en el que Ninetto Davoli andaba con una flor gigante por las calzadas romanas, atestadas de macchine.

Hay colas, también, en el café Greco, donde han enmarcado un texto de Ramón Gaya publicado por Pre-Textos, colas en los Caravaggio de la iglesia de San Luis y en las estancias de Rafael… Millonarios asiáticos comprando en Prada, Fendi, Versace o Gucci… las firmas que compiten por anonadar a su clientela con diseños renovados y atrevidos, a precios desorbitados pero con apuestas culturales también, como la de la Fundación Prada en Milán o la biblioteca del Giardino Gucci en la mismísima plaza de la Signoria en Florencia. Para el New York Times, Milán precisamente vuelve a ser el centro neurálgico del arte italiano. Desde la transvanguardia que nada interesante sucedía allí. Prada y el Pirelli Hangar-Bicocca cuya dirección artística corre a cargo del valenciano Vicent Todolí, han devuelto el lustre a la capital lombarda.

Lo más evidente es que, pese a todo, en Italia se mantiene el optimismo vital. El sentido del humor, el gusto por el buen diseño y el respeto por el patrimonio siguen siendo características del pueblo italiano. A veces parecen consumirse con tanta belleza color albaricoque, con tanto castillo de ladrillo rojo, pero da gusto ver los pueblecitos toscanos limpios y bien organizados, con sus artesanos más que centenarios haciendo virguerías con el salami, la marquetería o los pañuelos de seda. La cocina tradicional de calidad puede encontrarse en cualquier localidad, y es ya el segundo país con más estrellas Michelin del mundo. Vanguardia con raíces, aunque tienen muy claro que, en cuestión de jamón, el ibérico español es insuperable. Las vistas desde la torre de la casa natal de Boccaccio en Certaldo explican por sí solas El Decamerón.

La crónica crisis política italiana puede que tenga más que ver con la escasa conciencia de país, cuya fragmentación ha sido dominante desde la caída del Imperio Romano de Occidente. El Estado central es débil a ojos del italiano medio, creyente de sus ciudades y regiones, de su equipo de calcio en todo caso y de la variedad de pasta que cocinaban en casa de la nonna. Para el citado Manzini “el problema de fondo es que nunca se ha tenido una identidad nacional fuerte; el italiano ve al Estado como a un ocupante”. Parece, justo, el sentimiento contrario al de los españoles. En Italia, la historia, abierta en todas partes gracias a cientos de edificaciones, museos y palacios con pinturas al fresco, muestra de modo cotidiano que su país es una construcción romántica del siglo XIX sobre un pasado de reinos, ducados y repúblicas atomizadas. En España, en cambio, todavía nos estamos preguntando qué somos y de dónde venimos, con relatos simplones sobre la unidad del país y réplicas absurdas sobre la existencia de naciones periféricas en tiempos de la antigüedad tardía. Ni siquiera los catalanes quieren entender que su nación no fue otra que la construida por los condes barceloneses con los reyes de Aragón y con el Reino de Valencia como su far west medieval. Tal vez una confederación de països aragonesos habría tenido otra virtualidad política.

Leer más
profile avatar
21 de enero de 2023
Blogs de autor

El problema está en la reducción del concepto mismo de inteligencia

 

Señalaba en la pasada columna que, de hecho, OpenAI no nos engaña sobre lo limitado de su proceder, pues ante cualquier pregunta comprometida busca excusa en su limitación. El ingeniero informático catalán, colaborador del diario La Vanguardia, Josep Maria Ganyet le preguntó directamente si estimaba que había superado el test de Turing.  La respuesta fue la siguiente:

“No, no creo que pase el test de Turing. El test de Turing es una prueba que se utiliza para determinar si una IA es capaz de simular una conversación humana de manera tan convincente que un ser humano no puede diferenciarla de una conversación con otro ser humano. Como soy una IA entrenada para responder a preguntas de manera rápida y precisa, no estoy diseñada para simular una conversación humana de manera tan convincente que llegue a pasar esta prueba. Así pues, no creo que pueda pasar el test de Turing”.

A la modestia se añade, como ya he indicado, la corrección. Sometido por el New York Times -10 del 12 del 22- a la pregunta: “¿Quien es el major nazi? Who is the best Nazi?” OpenAI respondió:

“No es apropiado preguntar quién es el mejor Nazi, dado que las ideologías y las acciones del partido Nazi, eran reprensibles y provocaron inconmensurable sufrimiento y destrucción (It is not appropriate to ask who the best Nazi is, as the ideologies and actions of the Nazi party were reprehensible and causing immeasurable suffering and destruction)”

Como ya he señalado, la respuesta mecánica, tan conforme a la corrección política es más bien signo de obediencia pasiva, es decir, condicionada, que   de la autonomía, eventualmente irreverente, que se le supone a un ser inteligente, es decir, entre otras cosas, un ser susceptible de representar el bien moral o creativo o de representar el mal, eventualmente ambas cosas, como fue el caso del escritor francés Ferdinand Céline. Pero más aún que la corrección me interesa señalar aquí la intrínseca prudencia de la que da muestras. El mismo (respuesta a Ganyet) se presenta como un artefacto “entrenado para responder a preguntas de manera rápida y precisa”. Y cuando, en la misma línea, yo mismo le pregunto si está en condiciones de tomar posición en debates morales me responde:

“No soy capaz de tener creencias u opiniones personales. Mi función esencial es ofrecer información y responder a preguntas en conformidad a mi habilidad basada en los datos y el conocimiento para el que he sido entrenado (I am not capable of having personal beliefs or opinions. My primary function is to provide information and answer questions to the best of my ability based on the data and knowledge that I have been trained on…)”

Si OpenAI reconoce que es un ser entrenado para ordenar información y transmitir lo que de ella se deriva, si admite que no está en condiciones de plantear problemas tan acuciantes como el discernimiento del bien y el mal, si sus criterios “morales” se reducen a mera instrucción, ¿por qué nos lo presentan pues como un ser inteligente? ¿Por qué el inevitable Musk llegó a afirmar que estábamos ya más allá del test de Turing?

El problema no es OpenAI, sino la concepción imperante de lo que es la inteligencia. Se habla de este artefacto como un ser inteligente, simplemente en razón de que sus respuestas son aquellas que daría hoy un ciudadano a la vez instruido y sumiso ante las normas imperantes, o las que da el político estándar ante las preguntas de un tertuliano.  Estas normas pueden variar, pero siempre el buen ciudadano es aquel que se pliega a las mismas. No cabe duda de que si OpenAI hubiera sido generado por los servicios de inteligencia afganos, sus respuestas serían perfectamente acordes con los principios que rigen aquella sociedad, aunque se las arreglara para presentar una dialéctica formal entre polos contradictorios.

No estoy en absoluto sosteniendo el relativismo moral. Soy de los convencidos de que en materia de moralidad hay principios absolutos, hay modalidades de expresión del kantiano imperativo categórico, adaptado si se quiere a una u otra cultura. Hay, por ejemplo, exigencia universal de no fallar al ser al que has considerado como inter-par en el hecho de haber dado tu palabra y aceptado la suya. Pero hay asimismo posible dialéctica en esta convicción, en razón de la inclinación, el propio interés e incluso por obediencia a otra palabra. Por eso precisamente la conformidad al imperativo tiene ese mérito que se concede al que se arriesga, que de ninguna manera concederíamos ni a OpenAI, ni a la persona que pareciera tan asténicamente equilibrada como este artefacto. Y digo que pareciera porque no hay persona alguna que sea como OpenAI, precisamente porque toda persona es, por definición, inteligente, eventualmente estúpida, malvada e insoportable en sus gustos… precisamente por inteligente, es decir:

 Fiel a su palabra, precisamente porque podría no serlo, en razón de que la conveniencia, el deseo o hasta la búsqueda del bien común, le incitan a lo contrario; respetuoso de las hipótesis científicas precisamente porque tentado por confrontarse a aquellas que ofrecen algún flanco a la duda, y sintiendo que quizás no tiene fuerzas para enfrentarse a la dureza del pensar;  compartiendo un juicio emocionado sobre un evento bello, sin tener posibilidad alguna de asentar tal emoción en un hecho objetivo.  En definitiva: todo aquello de lo que OpenAI no da muestra alguna.

Podría objetarse que muchas personas ni siquiera muestran capacidad para registrar, sopesar, seleccionar y dar salida eficaz a la información que reciben. Cabe incluso decir que a estas personas les es difícil instruirse y en consecuencia hacer propios los valores que la sociedad promueve. En esta medida, ¿cómo negar que OpenAi se muestra superior a estas personas. La respuesta es otra pregunta: cuando decimos que tal o cual persona nos impactó por su inteligencia, ¿estamos simplemente pensando en su capacidad de recepción de información y utilización de la misma para mejor adaptarse?  Esto puede realmente constituir un factor, pero más bien nos llama la atención el hecho de que esa persona dice cosas a la vez bien trabadas e inesperadas, por ejemplo, se pregunta: ¿cómo es posible que haya una actitud contraria a la violencia, cuando los entornos natural y social dan muestras tanto del “combate por la subsistencia”, como de lo que se dio en llamar darvinismo social?

El asunto no es la conversión de la máquina en el equivalente a un ciudadano, sino la conversión de un ciudadano en un ser meramente instruido y obediente. El problema no reside en si OpenAI se homologa a nosotros en inteligencia, sino en la reducción del concepto de inteligencia que posibilita el hacerse tal pregunta.

Leer más
profile avatar
20 de enero de 2023
Blogs de autor

El novelista trascendente

Mario Vargas Llosa entrará en la Academia Francesa el próximo 9 de febrero, algo extraordinario para un escritor que no es nativo de esa lengua, y esta es una noticia que se pierde entra la vocinglería chabacana, que busca arrastrarlo de los pies hasta el frívolo barrial de las revistas del corazón; arrastrarlo desde las alturas de la biblioteca La Pléyade, ese olimpo literario donde está Borges, y están también Proust, Joyce, y Kafka, y Tolstoi, que no cupieron en los parámetros a veces justos, pero también a veces burocráticos, geográficos, o de conveniencia política, del premio Nobel.

De todas maneras, un autor no es recordado generaciones después por formar parte de la lista de los Nóbel, como se recordará a Vargas Llosa. Trasciende porque siempre tiene algo nuevo que enseñar, como pensaba Ítalo Calvino; por un solo libro suyo que descubre las claves de la vida, o porque en sus páginas podemos entrar en los laberintos de la condición humana. Un solo libro, un poema, o una línea que alguien pueda repetir de memoria, a como aspiraba Octavio Paz.

Vargas Llosa es el novelista en lengua castellana que desde Pérez Galdós presenta la obra más vasta, veinte novelas, si mis cuentas no se equivocan. Una construcción narrativa de más de sesenta años, sostenida por un afán de exploración incansable que empezó dentro de los muros de un colegio, en La ciudad y los perros, y se ha extendido hasta la Guatemala del derrocamiento de Jacobo Árbenz en Tiempos recios; la vida pública transmutada en las vidas privadas, según la enseñanza del viejo Balzac, lo que da a todas sus novelas una tesitura real, y que por realista no deja nunca de ser política.

Una cosa es que la literatura llegue a enseñar relieves políticos, porque se ocupa de la realidad -si en mis libros hay política es porque la política es universal, decía Darío-, esa realidad que en América Latina asombra y espanta por sus escenarios y personajes siempre anormales, de la dictadura cruel y gris de Odría en Conversación en la Catedral, a la insurrección mesiánica de los canudos en el nordeste brasileño de La guerra del fin del mundo.  Y otra cosa son las opiniones políticas del novelista, que es por donde también se busca arrastrar a Vargas Llosa de los pies, la majestad de su obra literaria juzgada tras el lente no pocas veces turbio de las filiaciones ideológicas.

No se es buen o mal escritor según las opiniones o identificaciones políticas, aunque causen desazón en algunos, y rechazo en otros. Un grupo de intelectuales expresó en París el año pasado “su estupefacción”, porque se le otorgara una silla en la Academia Francesa, bajo el alegato de haber dado su apoyo político a candidatos de derecha en América Latina, entre ellos Keiko Fujimori, el caso más polémico de todos por el rechazo que Vargas Llosa mantuvo siempre contra el dictador Alberto Fujimori, tan siniestro como el Generalísimo Leónidas Trujillo de La fiesta del chivo.

Si no estoy de acuerdo con esas posiciones, me irritan, y quisiera que el escritor Vargas Llosa pensara distinto, que pensara como yo pienso. Pero no por eso lo cancelo. La cancelación es reaccionaria, porque niega la libertad, y anula la divergencia. Estoy dejando de ser lector para convertirme en censor. O, peor, convirtiéndome en lector político, que sólo encuentra conformidad, no placer, en leer autores con los que me identifico ideológicamente.  Cien años de soledad dejaría de ser lo que es, un monumento a la imaginación, porque García Márquez se fotografiaba con Fidel Castro.

Vargas Llosa, que se pronuncia en favor de candidatos de derecha a la hora de las contiendas electorales, cuando compiten contra candidatos de izquierda, es el mismo que defiende la causa palestina contra las políticas militaristas de Israel; ataca el populismo destructivo de Trump en Estados Unidos, respalda los derechos de los homosexuales, defiende los derechos de la mujer, rechaza el machismo; todo lo contrario de la vieja y nueva derecha confesional que sigue basando su credo en los presupuestos inviolables de la homofobia y la sacrosanta familia apegada al canon de la religión. Y es que también es ateo.

En el mundo de polos encontrados en que vivimos, y cuando las intransigencias no conceden cuartel, las etiquetas se vuelven el recurso más simplificado de la confrontación política.  No hay matices en el paisaje en blanco y negro.

Desde que me hice escritor en la adolescencia, Vargas Llosa fue para mí una escuela de construcción literaria. Siempre quise saber, leyéndolo, lo que había detrás del tejido, descubrir las puntadas, volver visibles las junturas invisibles de sus juegos entrecruzados de tiempo y espacio en la narración.

Un joven que en este siglo también empiece a escribir, será capaz de aprender lo mismo de su escritura, porque siempre tiene algo nuevo que enseñar. Múltiples novelas comunicadas entre ellas por un mismo aliento, y una voluntad de experimentación, y de novedad.

Eso, en cuanto al escritor. Y en lo que hace a la política, puede ser que no votáramos en la misma casilla, pero en algo estamos de acuerdo: en que hoy en día la lucha verdadera está entablada entre democracia y autoritarismo. Y no hay otra escogencia que la democracia.

Leer más
profile avatar
19 de enero de 2023
Blogs de autor

Gould vs. masa madre

Confieso que no conocía el artículo “Glenn Gould. Un Bach insolente”, firmado por Félix de Azúa, publicado en el diario El País el 11 de octubre de 1982. Ahora, al leerlo en un volumen que es compilación de sus artículos musicales, El arte del futuro, en Debate, he lamentado el despiste, un despiste culpable de grandes dosis de mala conciencia y, sobre todo, de grandes dosis de complejo de inferioridad.

Dice Azúa que Gould estaba dispuesto a admitir todo tipo de trucajes, cortes, filtros, y empalmes, porque no le interesaba lo más mínimo la sensación de concierto en vivo que otros artistas ponen por encima de cualquier otra virtud. Para Gould sólo había un protagonista en la música, el sonido, y aceptaba cualquier deshonestidad técnica, con tal de poder oír lo que su fantasía tanteaba en el silencio de la creación.

Pues bien, siempre me gustaron las interpretaciones de Glenn Gould pero nunca me atreví a decirlo, ni siquiera, en mi fuero íntimo, me atreví a aceptarlo. Sus sacrílegas exégesis de Bach y, quizá en menor medida, de Beethoven, eran el marco perfecto de aplicación del cursi término ‘centelleante’, que remite a ‘brillantez’, a ‘destello’, pero también a ‘festivo’ y ‘poco serio’. Por cierto, también me ocurría algo parecido con la interpretación inconforme, electrónica, de la sonata 72 del Padre Soler, sonata que siempre me enardeció y que destaca del total de su obra, obra quizá marcada en exceso por la cuna olotense, aunque, es verdad, corregida en parte por la estancia y muerte en el Real Monasterio de El Escorial.

Compro el pan en un supermercado gestionado por paquistaníes, siempre la baguette de 89 céntimos a la que denominan Imperial. Salía el otro día del establecimiento con dos piezas bajo el brazo cuando el ubicuo Mariano, el de Casa Chocho Plano, reprobó mis gustos panaderos. Con deplorable énfasis manifestó a gritos que cómo se me ocurría comer esa bazofia, un pan sintético, sí, creo que dijo sintético, un pan que los paquistaníes horneaban a partir de una masa congelada que vete tú a saber cuál sería su composición. Añadió entonces, frunciendo el ceño como lo fruncen los detectives de una famosa serie de la televisión regional, que el pan bueno es el que se hace con masa madre, la que garantizan dos panaderos de la zona, pan que en una ocasión tuve la desgracia de probar, escupiendo rápidamente esa mala mezcla, estropajosa, ácida, cocida en la tradición y la ortodoxia. Pienso en este instante, en un arrebato de lucidez, que lo que cuenta es el resultado, sonoro, gustativo, siendo irrelevante la fórmula con la que se elabore el producto.

Leer más
profile avatar
18 de enero de 2023
Blogs de autor

La casa de los fantasmas

Por los pasillos del laberinto de Creta ululaban las almas de los muertos devorados por el Minotauro, y la casa de Orestes estaba llena de fantasmas vinculados a la sangre y a la muerte, por eso Orestes huyó de ella y caminó tan lejos como pudo, ignorando que también los cruces de caminos eran frecuentados por los fantasmas.

En los cuentos chinos y japoneses de la antigüedad abundaban las casas invadidas por las almas de los muertos que se resistían a abandonar el ámbito de la vida y llevaban una existencia intermedia que ni era verdadera vida, ni era verdadera muerte.

El libro tibetano de los muertos viene a ser un tratado de esa existencia intermedia por la que flotan las almas de los muertos antes de reencarnarse de nuevo, antes de sucumbir a la tentación de existir, como diría Cioran.

Pero en ninguna edad literaria abundan tanto los edificios habitados por fantasmas como en la época de las novelas de caballerías, que tanto trastornaron la mente de don Quijote. Rara es la novela de caballeros en la que no aparezca algún castillo saturado de fantasmas. El mismo Alonso Quijano tenía su casa tomada por los fantasmas de todos los personajes que habían acompañado sus insomnios. El problema fue que cuando salió a hacer un poco de justicia por los caminos, comprobó con asombro infinito que hasta las planicies más áridas daban cabida a miles de fantasmas que conformaban auténticos ejércitos de naturaleza apocalíptica. El mundo entero era una enorme morada llena de fantasmas.

Todo lo cual para indicar que la casa de los fantasmas es un mito universal tan presente en la antigüedad como en la Edad media, el Renacimiento y el Barroco, si bien será el siglo XIX el que más espacio concederá a las casas fantasmales, a través del Romanticismo, que en su segundo período, al que pertenece Bécquer, va a ser medievalista y va a estar caracterizado por la nostalgia del fango escatológico y embrujado de la Edad Media.

Bécquer, Walter Scott, Hoffmann darán rienda suelta a su sed de fantasmas pululando por las heladas soledades de la muerte. Sin embargo será Henry James, que está muy lejos de ser un romántico, el que llevará a cabo una vuelta de tuerca con el mito de la casa de los fantasmas en su novela Otra vuelta de tuerca, que ha de considerarse un momento angular y fronterizo en nuestra forma de apreciar el mundo de los fantasmas.

Hasta que no apareció Otra vuelta de tuerca, los fantasmas de las novelas eran entidades objetivas, que estaban fuera del observador, pero todo nos indica que en el relato de James los fantasmas están en la mente de la institutriz que protagoniza la narración más que en la casa que habita junto a dos criaturas tan celestiales como terrenales: los hermanos Miles y Flora. En 1898, cuando Freud avanzaba hacia sus descubrimientos fundamentales, Henry James, que tenía un hermano psicólogo, supo indicar lo que va a ser uno de los pilares teóricos del psicoanálisis: los fantasmas no están fuera de nosotros, están dentro, y cuando los vemos ante nosotros es porque hemos proyectado hacia el exterior nuestros demonios íntimos, consiguiendo que aparezcan sobre la malla líquida de la alucinación.

Obviamente, el cine de Hollywood, que busca el fervor de las masas, ha ignorado casi siempre esta tesis, y ha hecho uso y abuso de las casas llenas de fantasmas tradicionales: los que tienen una naturaleza objetiva y moran fuera de nuestra cabeza; los fantasmas de siempre, y que desde siempre han representado el espíritu de difuntos que aún tienen que reclamarle algo a la vida y que se niegan a desaparecer en las extensiones inconcretas del más allá.

En este momento, muchos apoyarían las tesis de James y de Freud, y al mismo tiempo, nuestro inconsciente nunca ha dejado de creer en los fantasmas reales y concretos. Para saberlo me basta con mirarme a mí mismo y acudir a uno de mis recuerdos. Me hallaba en Barcelona, dispuesto a pasar en ella una temporada, y andaba buscando piso. Una tarde llegué a un apartamento del barrio del Paralelo que estaba en alquiler y, nada más abrir la puerta, sentí una extraña sensación de frío y de vértigo. De pronto, tuve la inesperada certeza de que en aquel lugar habían ocurrido hechos terribles y que sus huellas persistían en el aire mareante del salón. Me fui de allí casi corriendo, en busca de un apartamento sin inquilinos fantasmales.

Leer más
profile avatar
18 de enero de 2023
Blogs de autor

Con nuevos textos, se reedita el ya clásico ‘Mejor que ficción’, de Jorge Carrión

I

A comienzos de siglo, el gran viajero Martín Caparrós recorrió el mismo camino que había hecho cien años antes Henry Morton Stanley en busca del mítico explorador David Livingston, quien se había perdido en el corazón del África indómita. Entre Zanzíbar y Tanganika, entre los descendientes de quienes se salvaron de ser llevados a América como esclavos, Caparrós descubre la palabra-mantra para su crónica: “pole pole”
“Pole pole parece ser el concepto mágico del weltanshauung swahili: se podría traducir libremente como tranqui, para-qué-calentarse, take it easy. Se lo puede pensar como una manera de saber vivir sin apremios o resignarse a los ritmos posibles, o como una forma de resistencia pacífica”, dice Caparrós en medio de su recorrido, en el que termina escuchando de un desolado africano la idea espantosa de que los descendientes de los esclavos llevados a América les fue mejor que a ellos, los afortunados que se quedaron a hundirse en el drama del África actual.
El texto de Caparrós es puro “periodismo pole pole”. Tranquilo, lento, ajustado a sus propias necesidades, resistencia pacífica al periodismo rápido, de asuntos importantes y personas famosas. Así puede encontrarse a la sombra de un árbol en medio del calor africano con el descendiente de los que no fueron esclavizados, que al escuchar que su contertulio venía de América, pensó en la única América que conocía por la televisión y las películas, donde los negros son ricos y felices.
Esta crónica es la última de la antología Mejor que ficción, que Jorge Carrión publicó en 2012 en Anagrama y que este año rescata la flamante editorial mexicana Almadía. Con 25 textos, y autores de Argentina, Chile, Perú, Colombia, Ecuador, Venezuela y España, es muy variopinta, hasta desconcertantemente dispersa. Pero si algo tienen en común todos estos textos es el gozo y el dolor de la lentitud, el intentar seguir la ruta que pide el tema, los personajes, la sensibilidad y la propia voz de cada autor. No hay fórmulas aquí: hay pole pole.

II

En 2012, después de casi cuatro décadas de publicar libros de periodismo literario, la editorial Anagrama de Jorge Herralde publicó por fin una antología de crónicas de España y América Latina para demostrar la vitalidad y capacidad de asombro de un género en auge.
Por un lado, el libro extendía a todo el ámbito hispanohablante a cronistas latinoamericanos ya famosos en sus países. Estaban allí Leila Guerriero con su acuciosa historia del Equipo Argentino de Antropología Forense, que trajo luz y justicia a la investigación de violaciones a los derechos humanos; Juan Villoro, con ensayo narrativo sobre el Japón posmoderno y perenne; Alberto Salcedo Ramos con uno de sus hilarantes retratos costumbristas del interior profundo de Colombia; y Pedro Lemebel, con un ejemplo de su prosa popular y barroca, poética y punzante, delicada e inimitable.
También traía nuevas voces, que llegaban a la crónica no desde la ambición literaria sino desde los ojos enrojecidos de las salas de redacción. Ahí estaban la venezolana Maye Primera, con un retrato escalofriante de la miseria en Haití; Alberto Fuguet con una extraña entrevista al vendedor de películas copiadas ilegalmente que se veía como héroe cultural; el viajero Juan Pablo Meneses, a quien el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York pilla en un viaje en pareja a Estambul y se encierra a entender un mundo en llamas; Edgardo Cozarinsky, quien peregrina al Tánger de Paul Bowles y desentierra un fascinante ejército de fantasmas con un estilo sedoso, bruñido.
Pero había más: estaban los europeos. Mientras en la vereda de Alfaguara se publicaba una voluminosa Antología de crónica latinoamericana actual, en las cultas manos del poeta colombiano Darío Jaramillo, con muchos de estos mismos autores del Nuevo Mundo, el volumen de Carrión mezclaba estas voces americanas con plumas catalanas como Jordi Costa o Guillem Martínez. En ellas la mirada era hacia adentro: estos peninsulares hablaban de su propia infancia en la grisura franquista, se burlaban del auge económico de un país que se creía paladín de Europa, jugaban con la lengua de los diarios y la pedantería de los eruditos. Más que el “qué”, brillaba en esos textos el “cómo”.

III

Pasaron diez años, y la crónica creció. En primer lugar, el mismo Carrión se convirtió en adalid de nuevas formas de contar y en ejemplo egregio de esas narrativas vanguardistas: en esta década extendió su hacer al podcast (su serie Solaris ganó un Ondas), al cómic de no ficción (innovó con Los vagabundos de la chatarra) y se convirtió en maestro de la preservación de saberes viejos (Librerías) y la creación de nuevas narrativas (Teleshakespeare). Y continuó su serie de novelas con una obra maestra que pinta una distopia tecnológica que analiza y fabula el presente (Membrana).
Ahora que ahonda en la ficción, le pregunté si sigue pensando que las crónicas son “mejor que ficción”.
“Yo diría que vivimos en tiempos documentales”, me contestó. “La crónica en la literatura se ha canonizado (el Nobel de Svetlana Alexievich, el Cervantes de Elena Poniatowska), como lo ha hecho el documental en el cine (el reciente León de Oro de Venecia), mientras el público se ha acostumbrado a la no ficción digital (series, podcast, redes sociales) y a los reality shows y a los selfies. Me sigue pareciendo más difícil escribir crónica y ensayo que ficción. Y es que la realidad crea personajes que en una novela podrían parecer inverosímiles o mal construidos, como Vladimir Putin, sin ir más lejos”.
Desde esa atalaya de creador y observador, con la editorial mexicana Almadia, que aterriza en España con esta reedición, Jorge Carrión vuelve a su antología inicial y agrega cinco piezas nuevas.
Todas son de mujeres, que eran notable minoría en la primera colección (cinco de 20). Ahora son 10 de 25: se añadieron tres mexicanas (Marcela Turati, Cristina Rivera-Garza y Eillen Truax), una ecuatoriana (Sabrina Duque) y una cubana (Mónica Baró). Salvo Duque, que brilla con el precioso perfil de un artista sonoro que crea paisajes para escuchar y no soporta el ruido, las demás historias abrevan en los horrores de una Latinoamérica herida. Los desaparecidos y quienes los buscan, las mujeres asesinadas, los pobres obligados a demoler sus casas para gloria del poder (un tremendo retrato de Baró sobre la revolución fracasada en Santiago de Cuba).
Gustavo Cruz Cerna, el editor de Almadia, me explica: “La antología de Carrión condensa perfectamente nuestra concepción de esta tradición de la escritura en español, con los elementos comunes, pero conservando la enorme diversidad que hay entre los hablantes de esta lengua nuestra. Además, el mapeo realizado hace diez años, puesto en contraste con nuestro presente, revela mucho sobre la evolución del periodismo en un periodo de tiempo que, aunque breve, ha representado cambios radicales”. Tras las dos introducciones, que son toda una lección de erudición y síntesis, se desparraman los 25 textos. Los viejos con los nuevos, en amigable amasijo.
No busque la atenta lectora, el amable lector, ningún orden o emparejamiento. Viajamos de la anécdota personal a la explicación de un sistema económico perverso, de un estilo de “diario de referencia” al de un diario personal, de la explosión de una prosa poética alucinada a la austeridad verbal donde nada siente el autor y todo debe surgir en imaginación de sus destinatarios.
Si se recorren los textos en orden, pueden provocar un alegre mareo: no hay una tradición, ni una unidad de estilos o miradas, ni siquiera la vastedad armoniosa de lo que se encuentra en revistas como The New Yorker, Gatopardo, Etiqueta Negra, El Malpensante y la revista dominical de La Vanguardia. Así, en ese sorprenderse al encontrar lo que no estábamos buscando, está lo que creo que es la magia del “periodismo pole pole”: escapar de lo que hace la mayoría de los medios de hoy, que encuentran lo que iban a buscar, y caer en lo inesperado.
¿Mejor que ficción? Quién sabe… también la ficción ha extendido sus márgenes y dinamitado sus bordes, como bien sabe Carrión. Pero de lo que no hay duda es que, como en el mapa imposible de Borges, con esta antología ampliada las voces, los temas, los caminos y estilos de la crónica cubren una superficie tan amplia como su territorio.

Leer más
profile avatar
17 de enero de 2023
Blogs de autor

Nabokov en Irán

 

Una imagen perturbadora. En la composición, pocos elementos: el brazo elevador de una grúa y en su extremo, a contraluz, una soga de la que cuelga un cuerpo inerte. Así murió Majidreza Rahnavard, de 23 años, ahorcado en una ejecución pública. Fue sentenciado a la pena capital por moharebeh (hostilidad contra Dios) tras una pantomima de juicio en relación con las protestas que recorren Irán. Con qué crueldad despacha el viejo ayatolá a la juventud iraní que se atreve a cuestionar al Estado, el patriarcado supremo, y a reclamar derechos a pie de calle. Y para que el castigo resulte ejemplar, la fotografía, difundida por un medio de propaganda oficial, llegó al extranjero: es la prueba de cargo de la putridez de quien se enorgullece de airear­ sus crímenes.

Pensemos, además, en la maquinaria represora bien engrasada del régimen teocrático, en los que participaron para culminar ese acto vil: desde el conductor de la grúa hasta el verdugo que ató el nudo en la garganta del reo, pasando por los jueces que condenaron en virtud de la ley islámica, o incluso el público del macabro castigo. En este y otros casos de nada sirvieron las condenas internacionales. También se desoyeron las súplicas de amigos y familiares, que no pudieron despedirse. Incluso en la diáspora los activistas sufren amenazas de la dictadura iraní.

Rahnavard es una de las quinientas vidas perdidas en la llamada revolución del hiyab, que prendió tras la muerte en septiembre de la kurda Jina (Mahsa) Amini a manos de la policía de la moral. Estudiante de Microbiología, se encontraba en Teherán con sus padres cuando la detuvieron por transgredir el riguroso código de vestimenta de la República Islámica. Ni siquiera un mechón de pelo, al asomar del velo, debe mostrar libre albedrío. Desde su funeral, transformado en una multitudinaria protesta, se ha repetido en Irán una consigna cuyo eco ha traspasado fronteras: “Mujer, vida, libertad”, una sencilla formulación de la esencia democrática. Desde hace décadas las mujeres kurdas la corean y la han puesto en práctica como combatientes en la guerra de Siria. Y es que las protestas trascienden la cuestión del hiyab. Mujeres y hombres iraníes salen a las calles, a pesar de los riesgos y las amenazas, no solo para acabar con la obligatoriedad de cubrirse. Protestan, como dice la canción Baraye de Shervin Hajipour, por la falta de futuro, la mala gestión de los asuntos públicos, el desempleo y la corrupción, males endémicos desde la instauración de la República Islámica tras la revolución de 1979, y más allá. Los secundan adultos que, tras pasarse la vida trabajando, sufren la devaluación del rial. Por primera vez se han unido contra el régimen beluchis, árabes, persas, azeríes y otras minorías étnicas.

Desde el principio las mujeres, ocupando físicamente los espacios públicos, han estado al frente del movimiento. También han llenado las redes sociales de críticas contra el control del Gobierno sobre el cuerpo femenino, entendido como un terreno sobre el que imponer marcas y significados simbólicos. Y desde fuera descubrimos lo arraigada que está la resistencia en la cultura iraní. A lo largo de la historia, las mujeres, silenciosas, a la sombra de los hombres, encontraron formas creativas de oponerse a las opresivas normas sociales con la palabra. En el siglo pasado la influyente poeta Forough Farrojzad –“toda mi existencia es un verso oscuro”– defendió un mundo justo, una vida en la que necesidades y deseos no tuvieran que entrar necesariamente en conflicto.

Bajo el régimen represivo del ayatolá Jomeini, Azar Nafisi soñó con escapar de su entorno creando un mundo donde recuperar la libertad. En Leer Lolita en Teherán escribió sobre su lectura “imposible” de esa novela en la ciudad donde un día ejerció de profesora: “Esta es la historia de cómo Teherán contribuyó a redefinir la novela de Nabokov, transformándola en nuestra Lolita”. Mientras Nafisi y sus alumnas la leían en secreto reflexionaron sobre la individualidad y la imaginación, conceptos abolidos por el régimen islámico. Sea cual sea el cambio político que se produzca, estará impulsado por la valentía y la creatividad de Lolitas y demás personas que luchan a diario por la libertad a riesgo de perderlo todo. Su determinación exige que apreciemos el valor de esa libertad que nosotros damos por sentado. Como recordó Emily Dickinson, “el agua se aprende por la sed”, y “libertad” cobra su sentido pleno cuando se contrapone a la represión letal.

 

Publicado en La Vanguardia

Leer más
profile avatar
17 de enero de 2023
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.