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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Literatura boliviana: Una irreverente solemnidad

La literatura boliviana contemporánea tiene como referentes fundamentales a Jaime Saenz y Jesús Urzagasti. La obra de Saenz (1921-86) no solo es una de las más inmensas de la poesía latinoamericana del siglo XX; su vida de "maldito" es un inventario de gestos provocativos contra la clase media de la que provenía, contra un tiempo que se le antojaba dominado por la razón. Nacido en La Paz, Saenz fue un ser torturado desde muy temprano; comenzó a beber a los quince años y a los veinte ya era alcohólico. Dos experiencias con el delirium tremens a principios de la década del cincuenta lo llevaron al borde de la muerte y lo obligaron a dejar el alcohol y dedicarse plenamente a la escritura. Para Saenz, el alcohol era un camino de conocimiento que permitía acceder a un grado de conciencia superior, a un estado de revelaciones y una visión más profunda de la realidad. En La noche (1984), escribe: "La experiencia más dolorosa, la más triste y aterradora/ que imaginarse pueda,/ es sin duda la experiencia del alcohol./[...]/ Y tan atroz y temible se muestra, en un recorrido de/ espanto y miseria, que uno quisiera quedarse muerto allá".

Saenz anclaba su obra en la exploración del mundo marginal, siguiendo la estela de Arturo Borda (1883-1953), autor de la inclasificable El loco (1966); por esa senda siguió Víctor Hugo Viscarra (1958-2006), el "Bukowski boliviano" -o mejor: Bukowski como el "Viscarra gringo"-- que, en sus memorias Borracho estaba pero me acuerdo (2002), lee la realidad nacional desde los márgenes de los márgenes, aunque, a diferencia de Saenz, no hay en él una búsqueda mística del individuo sino una clara conciencia lumpen.

Otro referente esencial es Jesús Urzagasti (1941-2013), nacido en el Chaco boliviano. Narrador y poeta, Urzagasti es dueño de una cosmovisión poética que explora las continuidades entre la vida y la muerte y presenta un universo en el que incluso las figuras malignas tienen un lugar respetable. Las reglas de juego están en las primeras páginas de una de sus mejores novelas, De la ventana al parque (1992): "Los muertos que no se conocieron en vida, traban amistad en el más allá, pero sus aventuras nos están vedadas"; "los muertos... sólo cantan en las noches de luna y en los días de ininterrumpidas lluvias con una voz que conmueve incluso a los sordos y desorejados". De la ventana al parque no como un inquietante cuento de fantasmas a la manera de Pedro Páramo, sino como una visión celebratoria del más allá. Mejor: una celebración de la vida, siempre y cuando uno sepa asumir su cercanía con la muerte. A través del tiempo y del espacio son más los muertos que los vivos, y esos muertos -chaqueños y andinos, argentinos y bolivianos-- están contándose historias y pueden no haberse cruzado sus caminos en vida, pero para eso ahora nos usan a algunos de nosotros y al narrador: somos intermediarios, cajas de resonancia en torno a la cual confluyen muchos de ellos. Nuestros muertos se sirven de nosotros para dialogar, para conocerse entre ellos. Y los poetas son seres privilegiados (Urzagasti es un ser privilegiado), porque a sus seres más queridos los hacen "saltar por la ventana rumbo al parque... porque ese aire del alba y esa vegetación jamás podrían dañar a los personajes que algún día se sintieron mágicos e inmortales".

***

Los críticos consideran que la novela que da inicio al momento actual de la literatura boliviana es Jonás y la ballena rosada (1987), de Wolfango Montes (1951), un escritor de Santa Cruz afincado en el Brasil y miembro de una generación que tiene entre sus nombres importantes a Adolfo Cárdenas (1950), Ramón Rocha Monroy (1950), Homero Carvalho (1957) y Claudio Ferrufino (1960). La grave solemnidad de la narrativa boliviana, que se resquebraja un poco en la década del setenta, se hace trizas en Jonás y da paso a la irreverencia, al humor sin tapujos; el pudor a la hora de representar la sexualidad es reemplazado por una descarnada y liberadora franqueza. Ganadora del premio Casa de las Américas, la novela tiene como escenario a Santa Cruz, polo dinámico del progreso en la Bolivia contemporánea. Aparecen nuevos temas como la presencia del narcotráfico en la sociedad boliviana y la representación de la problemática de la clase media. Simbólicamente, la novela muestra un desplazamiento importante: ya no es el mundo rural de occidente el que nos revela la esencia de la identidad nacional, como ocurre en buena parte de la narrativa de la primera mitad del siglo XX, sino el mundo urbano, la pujante burguesía del oriente.

Otra novela clave es De cuando en cuando Saturnina (2004), de Alison Spedding (1962), una escritora y antropóloga inglesa nacida en 1962 que, después de publicar novelas en inglés en el género de la fantasía, se mudó a Bolivia en 1989 y comenzó a escribir en español. De cuando en cuando Saturnina (2004), una obra de ciencia ficción con perspectiva feminista e indigenista, escrita con mucho humor y una notable capacidad de exploración lingüística (la autora mezcla libremente el español con el inglés, el aymara, etc.), es considerada por algunos críticos la mejor novela boliviana contemporánea.

 

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La nueva generación -escritores nacidos en las décadas del setenta y el ochenta- ha iniciado su andadura con obras ambiciosas y prometedoras, y está colocando a Bolivia en un lugar relevante en el panorama de la literatura latinoamericana. Se debe señalar, entre otros, a Giovanna Rivero (1972), Wilmer Urrelo (1975), Christian Vera (1977), Fabiola Morales (1978), Maximiliano Barrientos (1979), Juan Pablo Piñeiro (1979) Rodrigo Hasbún (1981), Liliana Colanzi (1981) y Sebastián Antezana (1982). Casi todos ellos publican en editoriales de prestigio en América Latina y España y han recibido distinciones importantes en su carrera. También están siendo traducidos: Piñeiro y Hasbún al francés, Urrelo al italiano, Barrientos al portugués.

Si hubo un momento en que la literatura boliviana se enfocó en el indígena y otro en el que se olvidó de él, los narradores de las nuevas generaciones han optado por insistir en otro camino: representar una Bolivia en la que distintas tradiciones culturales conviven e impregnan la mirada tanto urbana como la rural. Esa mezcla está presente en la compleja Cuando Sara Chura despierte (2003) de Juan Pablo Piñeiro, que nos presenta a una La Paz chola y ha asimilado como pocos la influencia de Saenz y Urzagasti, y en los cuentos inquietantes de Rivero (Tukzon, 2008) y Colanzi (La ola, 2014). A esa mezcla la acompaña la indagación en las raíces históricas del presente que llevan a cabo Rivero en 98 segundos sin sombra (2014) -una novela chispeante sobre el peso de la cultura del narcotráfico en una ciudad de Santa Cruz en los años 80- y el vargasllosiano Urrelo de Fantasmas asesinos (2006) y Hablar con los perros (2011). Otra forma de narrar el presente se encuentra en la potente El profesor de literatura (2014), de Christian Vera, que dinamita las bases de un sistema educativo alienante a través de un narrador neurótico rebelde a ese sistema a pesar de su aparente pasividad (o quizás por ello mismo).

La literatura, por supuesto, no tiene la obligación de atender al presente. Su desfase con ese presente puede ser una de sus características más reconocibles: a veces llega tarde y en otros momentos se adelante y es visionaria. También suele ser oblicua: ¿para qué narrar lo que ocurre ante nuestros ojos cuando podríamos ocuparnos de las ríos subterráneos, los temblores apenas perceptibles en la superficie? Así, los cuentos tan rigurosos como sutiles de Maximiliano Barrientos (Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer, 2011) y Rodrigo Hasbún (Los días más felices, 2011) insisten en la dislocación, la sensación de incertidumbre, la confusión de la clase media boliviana ante un panorama cambiante. De manera indirecta, al bucear en el aprendizaje hacia nuevas sensibilidades, estos escritores están narrando el cambio social y político. Su obra es la intimidad de una crisis que aparece cotidianamente en los periódicos.

 (Revista Eñe, Clarín, 21 de septiembre 2014)

 

 

 



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23 de septiembre de 2014
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Asuntos metafísicos 66: Lo inconcebible para el viajero galileano

El tiempo se ha hecho pequeño para la distancia.                                                          

Al pasar el tren sin detenerse  por la estación E, se desencadena en el andén una señal,  (acontecimiento A) anunciadora de que en un intervalo de tiempo determinado en la estación E'  ocurrirá un acontecimiento B. Obviamente, para el jefe de estación,  A y B son eventos distanciados tanto en el espacio como en el tiempo. Sin embargo no está excluido que para el viajero asomado al exterior ambos estén muy próximos en el tiempo y eventualmente  sean simultáneos, de tal manera que al pasar por E percibiría ya en  la distancia,  el anunciado evento B. Todo depende de que en el andén el intervalo  temporal T0 entre  A y B sea  pequeño en relación a la distancia espacial entre ellos. ¿Y qué quiere decir pequeño? Pues por ejemplo que en ese intervalo la luz fuera incapaz de cubrir la distancia espacial. Si así es, entonces hay una determinada velocidad V0 tal que, si el tren va a esa velocidad, A y B ocurrirán para el viajero en un mismo instante. Cabe incluso que para nuestro hombre  B preceda a A. Basta para ello que la velocidad de su tren sea superior a V0.  En general, dada una velocidad V mayor que cero, existe   un continuo de  eventos que el operario de la estación considera  aun por venir y que para el viajero son contemporáneos.

Y el espectro de los acontecimientos simultáneos para el viajero, se adentra  en el pasado del operario de la estación,  y (al igual que  en el caso del futuro)  esta inmersión es tanto más profunda cuanto que el evento está más alejado en el espacio. Pues (limitándose ahora  a una coordinada espacial y una temporal), para todo  instante t del pasado del ferroviario  existe una distancia x  en el sentido contrario a la marcha del tren, tal que lo que acontece a esa distancia es para el viajero presente. Complementariamente, acontecimientos que son simultáneos para el viajero ( por ejemplo todos los ocurridos en el instante t=0 en el cual el tren alcanzó  la estación) están  para el ferroviario en momentos diferentes. Pues resulta que la contemporaneidad es ahora dependiente de la velocidad, y en consecuencia relativa no sólo al tiempo sino también al espacio.  Y de hecho sólo hay eventos simultáneos para ambos protagonistas en el momento en el que el centro de coordinadas del tren coincide con el centro de coordenadas de la estación, es decir en ese instante de cada uno en el que la distancia respecto al acontecimiento que el otro constituye es nula.

Pues bien, éste es el momento de retornar a Galileo  para ver que tratándose de medir distancias espaciales que no están en el propio sistema (por ejemplo medir desde el tren la distancia entre los extremos A  B de un componente del rail) es imprescindible cumplir la condición de medir al mismo tiempo la ubicación de ambos extremos,es decir considerarlo como acontecimientos espacio temporales simultáneos.

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23 de septiembre de 2014
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La balada de Violette Leduc

Finalmente resucita Violette Leduc, que tuvo su momento de gloria relativa en los años sesenta y que más tarde fue olvidada por completo, también en Francia. En 1993 estuve en unos encuentros literarios en Toulouse y pregunté por ella a algunos profesores de literatura de París. Asombrosamente, no sabían nada de Violette Leduc y por descontado no la habían leído. Era como si hubiesen borrado su nombre de la historia de la reciente literatura francesa. El mismo Martin Provost, artífice de la resurrección de Violette gracias a su último filme, asegura que no la conocía, y que oyó hablar por primera vez de ella en voz del guionista de su película Seraphine.

Yo accedí a su obra en el verano de 1981, cuando me hallaba refugiado en un barrio periférico de París, intentando acabar mi segunda novela. En una librería de libros de segunda mano que había muy cerca de mi casa compré la novela Térèse et Isabelle. Nada más iniciar su lectura percibí el poder del estilo de Leduc, su ritmo percutante y vertiginoso, su lirismo implacable y profundamente nuevo, y su increíble naturalidad al narrar un amor profundo, y profundamente sexual, entre dos escolares de un internado de olor a represión y a lejía. Recomendé vivamente su publicación a varias editoriales en las que confiaba, pero no me hicieron caso.

La injusticia que se cernía sobre la obra absolutamente esencial y ejemplar de Violette Leduc (una novelista mucho más moderna y desinhibida que Sartre y Beauvoir) me ha resultado siempre de lo más enigmática, pues los franceses no suelen caer en olvidos así con sus escritores más sobresalientes, y Violette Leduc es uno de ellos sin la más mínima duda. Quizá la sepultaron otros escritores existencialistas más populares y más mediáticos, quizá... Aunque yo más bien tiendo a pensar que Violette Leduc fue una adelantada a su tiempo que sabía abordar con profundidad y precisión el incesto, el amor-pasión entre niños, los amores secretos y los manifiestos, en un estilo único.

El verano que la descubrí de la mano de Térèse e Isabelle, dos personajes radiantes y temblorosos como la sensación de pecado, no había visto nunca una foto de Violette Leduc, y fascinado por la belleza de su nombre, imaginé que podía haber sido una mujer muy guapa. Nada más lejos de la verdad. Violette Leduc era una rubia muy poco agraciada. Simone de Beauvoir la llamaba "la fea". ¿Solo ella? Juraría que no, juraría que todo el Barrio Latino la llamaba así.

Ahora resucita, como digo, y era previsible que en el filme de Provost apareciera dulcificada una relación que fue bastante feroz y marcada casi siempre por el desprecio. Pero da igual... Hay que dar por bienvenida esta resurrección más bien fortuita de una de las escritoras más subversivas y hondas del siglo XX. 

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23 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La fiesta química de Stanislaw Lem

 

Hubo un tiempo en que creí que el polaco Stalinslaw Lem era autor de una sola novela, Solaris. Después descubrí los libros de reseñas de libros inexistentes, un amigo me recomendó los cuentos del piloto Pirx publicados en Alianza, cayó en mis manos la brillante El hospital de la transfiguración, conseguí en España Golem XIV y Máscara... y terminé entendiendo por qué Philip Dick alguna vez creyó que el polaco Lem no era una persona sino un comité inventado por el partido comunista (Dick llegó incluso a escribir de sus sospechas al FBI).

Como Lem es inagotable, esta semana me tocó descubrir El congreso de futurología (1971), novela que sirve de inspiración a la película El congreso (2013), del israelí Ari Folman (autor de la intermitente Vals con Bashir). En la novela, Ijon Tichy, un personaje recurrente de Lem, es invitado a un congreso de futurología en Costa Rica, para hablar sobre las grandes crisis que asolan a la humanidad (el hambre, el crecimiento demográfico, etc). Al rato, gracias a agentes psicotrópicos en el agua que toma a su llegada, Ijon comienza a sentir cambios en su cuerpo que lo llevan a un estado de exagerada alegría y "beatitud": "Todos mis reflejos analíticos estaban sumergidos en un grueso jarabe, envueltos en una mezcolanza de autosatisfacción, goteando con la miel del optimismo más idiota".   

El congreso de futurología es una sátira gruesa: la humanidad ha aprendido a ocultar sus problemas gracias a los avances químicos. El ego ya no existe, uno es lo que quiere ser gracias a diferentes sustancias lisérgicas. Lem profundiza en la sombría pista de Aldous Huxley y explora estos temas al mismo tiempo que el pesadillesco Dick, pero su tono es diferente, más bien farsesco: los avances tecnológicos no nos servirán para crear una vida más "auténtica" sino para entregarnos a una fiesta psicotrópica en la que perderemos la noción de lo que es real -todo puede parecer una alucinación consensual--; pero, ¿que tiene de malo eso si lo único que buscamos es el placer inmediato? Lem, burlón, sugiere que viviremos en una realidad alterada y que nos encantará vivir en ese engaño.

La novela de Lem puede leerse como una crítica al totalitarismo soviético. Fulman la adapta al momento actual y dirige sus dardos a la industria cinematográfica. El congreso, una película visionaria y absolutamente recomendable que en realidad es dos a la vez -la primera parte es con actores, la segunda es animada-- es la historia de Robin Wright, una actriz que se encarna a sí misma y a quien se le ofrece dejar el cine a cambio de que un estudio compre su identidad, la digitalice y luego utilice su avatar para cualquier proyecto que se le antoje. El futuro soñado por Fulman no está alejado de lo que podría ocurrir: ¿para qué preocuparse de los problemas de los actores -su narcisimo, su adicción a las drogas, el hecho de que envejezcan-- si con una versión digital de ellos esos conflictos podrían evitarse?

 

Durante los primeros cincuenta minutos, Fulman no sabe si hacer un drama familiar con la impecable Wright o satirizar los excesos comerciales y el culto a la juventud de la industria cinematográfica. Luego comienza la parte animada y el director israelí logra transmitir de forma deslumbrante el sentido de la maravilla de la mejor ciencia ficción: el ingreso de Wright a la "zona animada", al Congreso Futurista, es dibujado como un mal viaje en ácido, con momentos finales sublimes y una posibilidad de redención en medio de un mundo fantasmágorico, siempre y cuando se entienda por redención esa terrible verdad de Lem: no hay más acceso a la "realidad" sino solo la posibilidad de reinventarla.

 

(La Tercera, 21 de septiembre 2014)

 

 

 



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22 de septiembre de 2014
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Generación Z

Qué ociosa abstracción la de tratar de ponerse en la piel de quienes hoy tienen dieciocho años. Y no me refiero a indagar en la promesa de que al final del túnel se halla el verdadero futuro, conectado siempre a las redes sociales, sino a descubrir cuál es su posición frente al amor, la justicia social o la extinción de las abejas. Antes, las etiquetas generacionales las acuñaban los poetas pero hoy las ponen los publicistas. La agencia neoyorquina Sparks & Honey ha bautizado a los chavales que hoy tienen 18 años como generación Z (con la generación X, también llamada baby boomer, y los millennials de la generación Y, han terminado con el abecedario). Se trata de un paraguas que engloba a 2.000 millones de jóvenes nacidos en torno al año 1995 que conforman una casta que se augura estelar: formada, afanosa, colaborativa y en busca de alternativas para mejorar este mundo en crisis. Los observo en sus fiestas, como la que organizó Nike el pasado domingo en el Casino de Madrid, muchos de ellos tan disfrazados como en los ochenta, con sus tatuajes rabiosos, metales en el cuerpo y esas horrendas barbas talibanas -por mucho tengan que ver con la subcultura hipster, de la que se han acabado hartando hasta ellos mismos-. Ahí están, como Walt Witmans bíblicos e iluminados que escuchan a Imagine Dragons y se agujerean la lengua para enfatizar su identidad. Poco sabemos de lo que hay debajo de las suelas de sus New Balance, de sus sudaderas 24 horas, o de sus cabellos teñidos. “Soy rubio natural, pero tengo los ojos azules y no quiero parecer nórdico”, me decía Diego, un sagaz diseñador veinteañero al cual con incontinente docencia le dije: “Disfruta de tu rubio, lo que daríamos para que el nuestro fuera auténtico”. Aseguran que el 60% de los miembros de la generación Z aspira a un trabajo que sea “socialmente relevante”, en el sentido de ser útil (cuando apenas un 30% de los Y lo tenía tan claro). La cantinela del emprendedor ha calado en ellos, no tanto por sus megáfonos como por la conciencia de que el trabajo dependerá más de la propia iniciativa que de los departamentos de recursos humanos (el 72% quiere crear su propio negocio). En lo tocante a sus valores, parecen ser más tolerantes con la diversidad -racial, sexual, generacional- que sus predecesores, y también son definidos como “más conservadores”: una encuesta masiva de los centros de Control de Enfermedades concluye que fuman, beben y se pelean menos (aunque mandan y reciben watsaps o suben cosas a las redes mientras conducen), y que “tienen costumbres más sanas que las de hace 20 años”. Aunque celebremos que la especie mejore, desde nuestra superioridad adulta pensaremos en lo que nunca cambia: desde los celos a la decepción, el desaliento de la felicidad, el duelo inevitable, o el vacío de las tardes de domingo. Pero una vez también tuvimos dieciocho años, cuando las X, Y o Z no tenían ninguna importancia. (La Vanguardia)

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22 de septiembre de 2014
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El personaje es el mensaje

La belleza encandila pero a la vez penaliza, sobre todo en política. Discreción y uniformidad son mandatos para devenir creíble en una España donde excentricidad y glamour tienen mal encaje. Bien diferente que en Francia, con esos ministros jóvenes y charmants que ha fichado Hollande: Emmanuel Macron detenta la cartera de economía y a su brillante curriculum se añade el dato de estar casado con su antigua profesora, veinte años mayor que él. Todo tan francés y desacomplejado a fin de disipar la neblina moralista y añadirle un plus flaubertiano a las intrigas del Elíseo. En su tourné mediática, Pedro Sánchez no deja de repetir que, además de guapo, es doctor y profesor de economía, que ha estado en paro y que dejó temporalmente la política abrumado por sus corruptelas y la generación tapón que impedía el relevo generacional. La otra noche aseguró en El Hormiguero que ha regresado a ella para ?cambiar la política?. Es encomiable la elevada aspiración del flamante secretario general de PSOE, más cuando hoy difícilmente logramos cambiar una coma de nosotros mismos. El punto fuerte de Sánchez ha sido su intrepidez para lanzarse a la arena.¿El débil? su inconsistencia. Podría ser un estilo Suárez ?apuesto, amable, educado- pero para eso tendría que desmontar el viejo PSOE como Adolfo finiquitó el franquismo. En un mundo en el que los conceptos ‘aspiración’ y ‘cercanía’ han transcendido sus propios límites, hay que sustituir la metáfora por un rostro. El pasado miércoles, mientras Pablo Motos entrevistaba a Sánchez, en la pantalla de detrás aparecían imágenes de Pablo Iglesias, consiguiendo un plano superpuesto de ambos personajes. Es evidente que el candidato socialista ha aprendido la lección del profesor Iglesias: hay que estar en todos sitios a todas horas, lograr que el ciudadano de a pie conozca al menos tu cara, si no tu discurso. Ya sea entrando en directo para condenar el Toro de la Vega en Sálvame ?con una media de millón y medio de espectadores? o aguantando bromitas al lado de las marionetas de El hormiguero ?más de dos millones?. La nuestra es una democracia de espectadores, así que, hoy más que nunca, hay que tener a los medios de comunicación como aliados cuando la poderosa empatía ha suplido al contenido ideológico. Los asamblearios de Podemos siguieron a pies juntillas el mandato leninista de infiltrarse en los medios y aprovecharse de ellos para lanzar un ?mensaje populista? que, según Sánchez, da ?soluciones falsas a problemas reales”. En su caso, la lógica de convertir el puerta a puerta en share a share, se construye sobre una relectura de McLuhan: el personaje es el mensaje. Los guapos que ejercen y cobran por serlo saben que las proclamas políticas tienen un efecto insecticida sobre sus contratos. De ahí que el agente y los abogados del modelo Andrés Velencoso hayan saltado de sus sillas al ver cómo la plataforma Societat Civil Catalana utilizaba su imagen y esa frase, ya tan demodé, que un día soltó nuestro top internacional: ?soy catalán, español y ciudadano del mundo?. Si eso lo hubiera dicho un feo, aunque fuese catedrático nadie se habría enterado. Máquinas humanas Tim Cook se disfraza de Steve Jobs y presenta en vaqueros los nuevos iPhone 6 y el súper reloj inteligente ?y elegante? Apple Watch, dejando claro que la filosofía de la compañía ha sido, es y será siempre “ser los mejores, no los primeros”. No se refiere a las ventas, por supuesto, sino al viejo adagio de que “quien pega primero pega dos veces”. La relación simbólica que se creó entre la invención del transistor y el rock & roll quiere ser emulada a partir del nuevo reloj ?una máquina humana- desde el cual se pueden mandar hasta los latidos del corazón. Ni la precoz desaparición de Jobs, ni la durísima competencia de Samsung oxidan a la manzana de Cupertino. Y eso que está mordida. El hotelero cool Tras revolucionar el concepto ‘hotel’ con sus Room Mate en los centros urbanos?18 en todo el mundo?, el empresario (y ex jinete) Kike Sarasola luce swing de cintura en tiempos de consumo colaborativo con Be Mate, su nueva apuesta. ¿Que las reservas hoteleras en los centros de las grandes ciudades se resienten del alquiler de ‘apartamentos turísticos’? Únete al enemigo, además de ofrecer: “una casa lejos de casa” a tus clientes. Pisos “únicos y de diseño” en Barcelona, Madrid, Ámsterdam, Florencia, Nueva York… forman parte de la nueva estrategia de este emprendedor sin miedo y con pedigrí. Mientras el sector clama por la ruptura del ‘frente’ contra el enemigo común, Sarasola apuesta por “dar un paso adelante y tomar la iniciativa a fin de transformarse”. La plaza de hierro Inaugurar una Margaret Thatcher Square en pleno barrio de Salamanca de Madrid, eso sí que es insólito… Hasta los británicos se han sorprendido. Es el primer homenaje a “la Dama de hierro” fuera del Reino Unido. The Guardian titulaba: “curiosa referencia en unos tiempos difíciles”. El caso es que, el pasado lunes, la saliente Ana Botella, acompañada por el Embajador británico en nuestro país, Simon Manley, y Mark Thatcher, hijo de la ex Primera Ministra, bendijeron ese ricón ‘neocon’ en pleno downtown capitalino. Esperanza Aguirre, fan declarada, no podía faltar. Podrán inaugurarse tiendas de lujo, hoteles de diseño, casinos con restaurante Michelin, pero Madrid no cambia. (La Vanguardia)

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21 de septiembre de 2014
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Leonardo Moledo: la divulgación científica como una de las bellas artes

El 9 de agosto murió el gran periodista Leonardo Moledo, el mejor, el más culto y el más influyente de los divulgadores científicos de Argentina, y probablemente de toda Hispanoamérica.

No había cumplido los 70, pero su legendaria “mala salud de hierro” y su vivir en una creativa nube de humo, que hacía que su oficina y su coche fueran fumaderos constantes, se lo llevaron demasiado pronto.

Durante dos décadas y hasta su muerte fue el director y principal voz del prestigioso suplemento semanal de ciencias del diario Página 12, un faro de luz científica en un país que aplaude mucho más la picardía que el saber. Yo supe este mes de su muerte, y quiero rendirle un modesto homenaje a este periodista indispensable.  

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Leonardo fue antes que nada, un gran conversador y un maravilloso preguntador. Sus entrevistas a mujeres y hombres de ciencia, recopiladas en su último libro, la tercera parte de la trilogía El café de los científicos (en coautoría con Javier Vidal; los dos anteriores lo fueron con Martín de Ambrosio), son charlas distendidas, divertidas y muy profundas. Moledo inventó y desarrolló con maestría un tipo de entrevista con expertos donde el lector se siente incluido, invitado, respetado.

De sus 14 libros que cuentan la ciencia al niño que hay en todo adulto, destacan el primero, De las tortugas a las estrellas, y Diez teorías que conmovieron al mundo (con Esteban Magnani), eruditas y deliciosas incursiones en el mundo de la alta ciencia.

“La divulgación de la ciencia es la continuación de la ciencia por otros medios” es una de sus frases más recordadas y felices.

 La mayoría de sus coautores son jóvenes periodistas, varios de ellos ex alumnos suyos, con quienes el maestro compartía su sabiduría, a quienes ayudaba y daba crédito con generosidad, y a quienes empujaba a volar.

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Yo fui uno de aquellos discípulos, aunque nunca trabajé con él o para él. Aprendí viéndolo trabajar y escuchándolo.

Cuando me inicié en el periodismo de medio ambiente, a finales de los ochenta, Moledo ya era una voz respetada y una firma conocida en Clarín. Fuimos juntos a varias actividades y congresos previos a la Cumbre de la Tierra de 1992, y pasamos las dos semanas de esa Conferencia de Naciones Unidas en Río de Janeiro en permanentes debates, aprendizajes y disfrutes.

De vuelta en Buenos Aires, nos encontrábamos en sesiones maratónicas a hablar de ciencia, de literatura (nos unía la devoción por Marguerite Yourcenar), de música (éramos ambos fanáticos de Johann Sebastian Bach), de la vida, de lo que fuera. En su oficina el olor a colillas viejas era difícil de soportar, pero la charla de Leonardo siempre era más estimulante, intoxicante en el mejor de los sentidos.

Nos vimos poco después de mi salida de Argentina, hace más de 20 años. Pero siempre estuve al tanto de lo que hacía, de cómo crecía su obra impresionante y su justa fama.

*          *          *

Una semana después de su muerte, que cayó en sábado (el día en que salía el suplemento), Página 12 le dedicó un emocionante número especial de homenaje.

El primero de los 13 autores – colegas, reconocidos periodistas, escritores, alumnos, artistas – es Eduardo Galeano. “Toda la obra que nos ha dejado Leonardo prueba que la ciencia puede ser muy seria sin perder el sentido del humor, y perdurará por siempre en quien la lea”, dice el autor de Las venas abiertas de América Latina.

Pero dos semanas después de su muerte, la dirección de Página 12 decidió cerrar su suplemento. Un enorme error, creo yo.

No sólo se apaga una voz erudita, cáustica, cultísima, sincera, única, sino que se cierra el espacio de luz que creó, un espacio vital para la divulgación de la ciencia en un país que tanto la necesita.

Ah, no les había dicho cómo se llamaba el suplemento que dirigía Leonardo Moledo. Se llamaba Futuro.

Adiós, Futuro. Y adiós, mi maestro y amigo. Sos de las personas que a uno le harán falta siempre. Pero uno lo descubre demasiado tarde, cuando ya no hay tiempo para más charlas y más nubes de humo.  

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21 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Libertades totales

 

Es bastante probable que ningún crítico argentino comentase juntos estos cinco libros, tan diferentes entre sí. Pero como soy un insensato y no soy especialista en literatura argentina, pues allá van estos breves comentarios de cinco obras de Mauro Libertella, Pablo Katchadjian, Luis Chitarroni, Fernanda García Lao y Ramiro Quintana, rogándoles que disculpen mi atrevimiento. No piensen que es la obra de un crítico, sino el grito estentóreo de un barra brava de la selección argentina (de literatura).  

 

Aquí.

 



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20 de septiembre de 2014
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