Javier Fernández de Castro
George Orwell disfruta actualmente de un reconocimiento prácticamente universal, y esa unanimidad no deja de ser curiosa porque, en su día, sus críticas persistentes y furibundas contra el comunismo, el capitalismo y el imperialismo le valieron una respuesta no menos persistente y furibunda tanto de la derecha como de la izquierda. Quien se pregunte cómo es posible que tanta inquina se haya convertido hoy en admiración y respeto quizá encuentre la respuesta en esta selección de su Correspondencia y Diarios. Al menos a mí no me cabe duda de que una de las explicaciones hay que buscarla en la imagen de hombre honesto, ponderado y de una envidiable integridad intelectual que surge durante la lectura de sus cartas y diarios. Por ejemplo cuando, todavía convaleciente de la herida recibida en España, escribe a un crítico que además de cargarse su última novela le ha acusado de haber estado a sueldo de Franco. No hay en su carta el menor reproche y menos aún una opinión malsonante, y eso que el crítico en cuestión no sólo le estaba ahuyentando a los posibles lectores (se trataba de Homenaje a Cataluña) sino que le iba a impedir seguier haciendo colaboraciones con la prensa de izquierdas, que era su medio de vida.
Orwell fue un aficionado casi compulsivo a la correspondencia y los diarios y lo que ahora publica Debate es una selección de la voluminosa edición inglesa realizada por Peter Davison. Pero hay material de sobra para hacerse una idea de sus postulados políticos e intelectuales, y también para conocer esa parte humana de Orwell que él mismo tendría que haber ofrecido en una autobiografía que su muerte prematura le impidió escribir. Tanto las cartas como los diarios elegidos corresponden a las últimas semanas de la estancia en España de Orwell y su mujer Eileen y abarcan hasta bien entrado el año 1943, cuando la II Guerra Mundial está en su apogeo y el narrador constata con creciente alarma que el esfuerzo bélico contra Alemania no surte los efectos disuasorios deseados y que por el contrario Gran Bretaña está sufriendo repetidas derrotas en los numerosos frentes abiertos: Londres sañudamente bombardeado, acoso alemán en Egipto y Oriente Medio, progresivo distanciamiento de la India y pérdida de influencia en el imperio del Extremo Oriente, etc. A veces se desmoraliza (“Si se puede hacer algo mal indefectiblemente se hará”) y en un momento de desánimo se plantea qué hacer si Alemania cumple su amenaza de invadir Inglaterra y su respuesta no deja de ser curiosa: morir matando, y si no huir, pero no más lejos de Irlanda… También deja constancia del daño moral que está causando la guerra al resumirlo en una consigna generalizada entre quienes rigen los destinos de todos: “Mal, sé mi bien”.
Son continuas sus referencias y reflexiones relativas a España, la geoestrategia contemporánea, las conductas de unos y otros ante los acontecimientos que se avecinan. Y son particularmente emotivas las entradas en su diario relacionadas con el comportamiento de la población civil sometida a unos bombardeos salvajes. La tardanza de Estados Unidos en sumarse al frente antialemán. Los reveses en las colonias. El catastrófico acuerdo de no agresión entre Stalin y Hitler. Pero entre tamaño desastre, de cuando en cuando hay anotaciones que denotan una sensibilidad muy peculiar. El 27 de julio de 1940 dice: ”He visto una garza en Baker Street”. Y el 23 de marzo de 1942: “Ya ha florecido el azafrán silvestre”.También sale muy favorecida la imagen de Eileen O´Shaughnessy, la mujer con la que se casó en 1936 y que no solo se mantuvo a su lado hasta su muerte (la de ella) sino que le apoyó en su aventura profesional e intelectual, compartiendo con él una vida de privaciones y acoso. Pero resulta encantador verla, cuando están teniendo que salir a escondidas de Barcelona porque los comunistas estalinistas quieren juzgarlos por traición, escribir cartas a quienes les estaban guardando su casa de Inglaterra y darles instrucciones para el cuidado de las gallinas que dejaron a su cargo o pidiéndoles noticias sobre su perro llamado, no por casualidad, Marx.
En la entrada de su diario correspondiente a junio de 1940 Orwell alude a su deseo de instalarse algún día en alguna de las 500 islas Hébridas “que están casi todas deshabitadas pero tienen agua, un poco de tierra cultivable y cabras que viven en libertad”. No podía saberlo, pero en 1945 pudo cumplir su deseo de instalarse allí, concretamente en una preciosa granja de la isla de Jura. Sin embargo, para bien y para mal, su circunstancia personal había cambiado radicalmente, sobre todo debido a la muerte de Eileen justo cuando acababan de adoptar un niño de 10 meses, Richard, y cuando su posición económica se presentaba muy desahogada gracias a las ventas de Rebelión en la granja. Pese a la pérdida de su compañera y aliada, Orwell se instaló en Jura con Richard y en compañía de su hermana Avril, que se haría cargo del niño tras la muerte del escritor. Pese al continuado acoso de la tuberculosis que finalmente acabó con su vida en 1950, Orwell tuvo tiempo de cultivar la tierra y cuidar de cincuenta ovejas, diez vacas y un cerdo, aparte de guiar al pequeño Richard en sus primeros años. Por fortuna tuvo tiempo también para escribir 1980, que por retrasos en la entrega del manuscrito pasó a llamarse 1982 y que finalmente, debido a nuevos retrasos, recibió el título definitivo de 1984.
Correspondencia y diarios (1936-1943)
George Orwell
Traducción de Miguel Temprano García
Editorial Debate