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La fase de la desesperación

Por 20 de octubre de 2014 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Jesús Ferrero

 

Por favor, no me cuente usted su vida. Es una frase hecha que todos hemos dicho alguna vez a altas horas de la madrugada, indicando por vía directa que no hay nada más aburrido que escuchar a alguien contar su vida. Por favor, no me someta usted a ese martirio, por favor. Cuénteme cualquier cosa menos su vida.

Durante siglos, a ningún novelista se le ocurrió nunca la peregrina idea de contar su vida. La novela podía ser una imagen de la vida, pero no exactamente de la vida del escritor. Lo decía Anthony Burgess: "Es difícil imaginar una vida más aburrida que la de un escritor". A Burgess la vida de un escritor le resultaba más tediosa y sufriente que la de un monje. Horas y horas sentado en una celda, horas y horas voluntariamente encarcelado, soñando vidas ajenas o soñando la propia vida. Por cierto que Burgess decía eso al comienzo su autobiografía: quien avisa no es traidor. 

No son tantos los que se han hecho ricos contándonos su vida más o menos novelada. Me acuerdo de Papillon… Fue un superventas cuando yo era un chaval. En Papillon un ladrón bastante ejemplar narraba los avatares más memorables de sus existencia. En el fondo y en la forma destacaba el lado heroico. Al final la podías ver como una historia bastante emparentada con El conde de Montecristo. Desde esa perspectiva, unida al estilo firme y decidido del narrador, podías entender su éxito. ¿Se puede entender el éxito de los seis tomos que el noruego Karl Ove Knausgard se ha dedicado a sí mismo bajo el título genérico de Mi lucha? Se puede entender,  si bien aquí el éxito se lleva a cabo por razones opuestas a las de Papillon, y es que no hay que olvidar que estamos en la era de la pornografía. 

En Papillon Henri Carrière resumía, en cambio en Mi lucha  Knausgard emprende una aventura rígidamente proustiana, y digo rígidamente porque Knausgard carece de la capacidad de ondulación que posee la escritura de Proust. Se trata de una narración que estaba al caer por la sencilla razón de que alguien tenía que llevar hasta el límite lo que ya se ha convertido en todo un género dentro de la novela actual: la novela-realidad, la novela que intenta no recurrir a la ficción. Un proyecto imposible, a no ser que caigamos en la ingenuidad de confundir el autor con el narrador. Los límites del narrador son los límites del texto, y allí donde acaba la narración acaba también el narrador, que es una criatura textual, en realidad un espejismo; pero ¿dónde empieza y dónde acaba la vida del escritor? Configurar una ecuación donde narrador es igual a autor y escritura igual a vida resulta tan peregrino como pensar que el objeto silla es lo mismo que la palabra que lo designa. Aclarada esta cuestión, podemos admitir que hay textos que acumulan más ficción que otros, y textos que integran más realidad que otros. 

En todo movimiento literario, siempre hay alguien que lleva el método al límite, y al hacerlo mata ese mismo movimiento. Knausgard ha dado un golpe mortal a la novela-realidad al colocarla en un límite difícil de superar, en su trasparente brutalidad y en su vastedad extenuante y obsesiva. 

Tenía que ocurrir y ha ocurrido ya. Contar tu vida en seis tomos puede convertirte en un millonario con tal de que no omitas casi ninguna de tus vergüenzas. ¿Se trataría de llegar a lo que Barthes llamaba el grado cero de la escritura, o la escritura llegando a una trasparencia radical? Lo dudo por muchas razones y porque basta con acercarse al primer tomo para percibir que el autor está fabulando, está reconstruyendo literariamente (y no literalmente) el pasado, si bien se desnuda mucho más que los demás. En cualquier caso, estamos ante un límite interesante. Hay que ponerse a pensar, a pensar si la novela, tras haber pasado la fase gloriosa del siglo XIX y la fase problemática del siglo XX, no estará llegando a la fase de la desesperación, que tendría mucho que ver con el desnudo integral. 

Y así como las cantantes pop han decidido, guiadas por la impaciencia y la desesperación del mercado, explotar al máximo el culo (no está lejano el día en que una de ellas decida finalmente exhibir el ano en algún concierto), así también muchos escritores y escritoras han optado por hacer más o menos lo mismo, en un viaje literario donde la verdad se confunde con la pornografía existencial.

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Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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