Roberto Herrscher
Releo La era del guerrero, una selección de crónicas, ensayos y reportajes del decano de los reporteros anglosajones en medio oriente, el inglés Robert Fisk (Destino-Imago Mundi, 2009). Se centra en la primera década de este siglo, pero es ahora aún más relevante que en el momento de su publicación.
Esta nueva década en la que estamos inmersos es aún más una era de guerreros sin piedad ni intención de dialogar. Todo está peor, de Siria e Irak a Palestina y Sudán. Obama no es mejor, en este aspecto, que George W. Bush. El Putin de hoy es peor que el Putin de hace una década. Y de los “líderes” europeos, mejor ni hablar.
Leamos, pues, al legendario corresponsal de The Independent, que cuenta lo que pasa desde el lugar de los hechos, viajando desde su casa en Beirut, donde escribe libros memorables y nos recuerda el tamaño de nuestra ignominia.
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En 2005, Fisk publicó su obra magna: La gran guerra por la civilización, un relato de la vida diaria en esa zona convulsa y un formidable ensayo histórico-político de 1.512 páginas.
Ya era famoso por sus crónicas de guerra. La primera que me impresionó fue la que figura en la antología ¡Basta de mentiras! (Ediciones B, editado por John Pilger): su relato de la matanza en los campamentos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila, en Líbano, en 1982.
Fisk fue el primer reportero en llegar al lugar de la masacre. Lo atacaron las moscas. Muchísimas moscas. Después está la descripción de los cadáveres y la evidencia de la participación del ejército israelí al mando de Ariel Sharon en esas masacres de civiles.
Pero primero fueron las moscas. No dejan de atormentarme desde que lo leí.
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Para La era del guerrero, Fisk seleccionó algunos de sus estupendos artículos escritos del “cambio de siglo”. Tiene sólo 340 páginas, pero contiene toda la sabiduría del viejo Fisk destilada y concentrada.
Son textos escritos a toda prisa y al calor del último bombardeo israelí, la última bomba de la insurgencia en Iraq o la última enormidad en salir de la boca de Bush o Bin Laden, pero se sostienen bien en formato libro. Leerlos uno tras otro contribuye al asombro por la amplitud de los conocimientos históricos, geográficos y literarios del reportero erudito.
Como indicaba en su prólogo el entonces director de La Vanguardia, José Antich, el diario que publica desde hace años sus columnas en español, “incluso cuando el lector se pelea con Fisk, aprende con Fisk. Aprende a conocer mejor el mundo”.
A cinco años de su publicación, estos textos hechos al calor del instante conservan todo su poder: siguen informando, persuadiendo y haciendo pensar. Y nos ubican en el momento en que comenzaron muchos de los males de hoy.
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¿Por qué se llama La era del guerrero? Porque Fisk descubrió que los secuaces de Bush habían cambiado la oración con la que los soldados iban a la guerra desde los tiempos de Normandía y Midway. El nuevo lema es para el autor símbolo y metáfora de este cambio desde un ejército de ‘soldados’ profesionales por una banda desaforada de ‘guerreros’.
Este nuevo ‘credo’ hace repetir a los soldados: “estoy listo para (…) destruir a los enemigo de Estados Unidos de América en el combate cuerpo a cuerpo”.
Muchos de los artículos del libro detallan cómo estas tropas cebadas y azuzadas cumplieron sus órdenes.
A la distancia, se puede apreciar cómo ese cambio fue duradero: la política exterior de Obama es muy similar a la de Bush, y muy distinta de la tímidamente dialoguista de Clinton. Los imperios se desbarrancan en la lógica de la violencia, sea cual sea el partido que gobierna, nos sigue adviritiendo hoy Fisk desde sus columnas de The Independent.
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Aparecen en las páginas de su antología los personajes usuales de Fisk: su padre ex combatiente de la Primera Guerra Mundial, sus vecinos y choferes de Beirut, sus lecturas – Shakespeare, Wilfred Owen o Lawrence de Arabia – y sus lectores, con quienes dialoga, discute y se reconcilia.
Pero los principales personajes de estos artículos son los pequeños villanos de comienzos de este siglo. George W. Bush, Donald Rumsfeld, Ariel Sharon, Yaser Arafat, Mahmud Ahmadineyad y sobre todo su odiado primer ministro, el funámbulo sonriente Tony Blair.
La mayoría de estos vociferantes ya no están en escena, pero ojalá por muchos años los que vengan sigan teniendo enfrente a este airado y lúcido Bob de Arabia.