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Literatura nórdica

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¿Tiene un límite la desesperación en la economía de Dios?

PER OLOV EQUIST

1. Creador de un paisaje humano de muy hondo calado.

2. Creador de un territorio literario que va más allá, por su hondura poética y existencial, de la geografía nórdica.

3. Sus textos son un tejido denso y lleno de agujeros negros, donde se mezclan en un mismo tapiz el detallismo, la precisión geográfica e histórica, el lirismo y el estilo limpio, lleno de momentos esclarecedores y lleno también de pensamiento. Un pensamiento que nunca se formula de forma abrupta, y que está estrechamente tejido a la acción y a las vicisitudes de los personajes.

4. Es hermano de Ingmar Bergman por lo mucho que profundiza en la existencia de los personajes y sus vínculos con la religión entendida como una forma de suplicio.

LA PARTIDA DE LOS MÚSICOS

1. El cuento Los músicos de Bremen hace en la novela de fábula fundamental sobre los que no tienen nada que perder, de la que se extrae el título. Una frase del cuento hace de luz en la larga noche septentrional de la novela: “En cualquier parte se puede encontrar algo mejor que la muerte”. Frase que a mi entender se opone a otra que hicieron muy popular los nazis: “Puede haber cosas peores que la muerte”.

2. El narrador en tercera persona se va alternando con los diarios e informes del personaje llamado Elmblad, que no tienen desperdicio. No es infrecuente en Enquist recurrir a varios narradores.

3. La novela narra los viajes de Johan Sanfrid Elmblad por oscuras regiones de Suecia predicando “la buena nueva”. Uno de los territorios por los que pasa es definido por Elmblad como “un país lúgubre”. Lo es: en ese país le torturan y le obligan a comer lombrices.

     

4. En la larga obertura de la novela aparecen ya los personajes principales, el mentado Elmblad, y Nicanor, un muchacho de pueblo del todo singular: uno de esos personajes absolutamente memorables que solo aparecen en las novelas de Enquist, un escritor dotado de un poderoso, hondo y herido sentido de la humanidad. En Enquist las heridas del ser, y su apertura (heideggeriana) a las luces y sombras de la existencia son la esencia de sus novelas.

5. En la página 73 leemos: “Era una mañana muy hermosa. Era como el comienzo de una aventura. Como si uno entreabriera la puerta de la vida y viera perfilarse un trozo del enigma”. En todas las novelas de Enquist, también en ésta, vemos entreabierta esa puerta de la vida. Al lector le basta con empujarla para acceder al enigma y sentirse poseído por su luz enrarecida.

6. En la página 81 leemos:

Esa noche cantó el hielo... El hielo rugía, un rugido pesadamente oscilante y lleno de ecos que iban y venían... Los cables del teléfono estaban sujetos a las paredes de la casa, la casa era como una caja de resonancia y los cables cantaban... Era una canción prodigiosa que parecía traída de las estrellas, y llegaba noche tras noche: siempre cuando hacía frío. Resonaba como si la casa de madera fuese la caja de un violoncelo y alguien allá afuera, en la centelleante oscuridad helada, pasase un arco enorme por las cuerdas.

7. Ese fragmento se podría complementar con otro del final de la novela donde la madre de Nicanor, Josefina, piensa en la justicia en términos religiosos y absolutos. Ahí se nos dice que cuando “la desesperación es realmente profunda, entonces es una desesperación tranquila. No se le da importancia, no se exagera”. Siguiendo en ese esquema, Josefina cree que la desesperación de los desposeídos tiene que tener un límite y un tope, conocido por Dios. Ella cree que llegará un momento en el que los desdichados sean suficientes, para el cosmos y para Dios, y ya no será necesaria más desdicha. En esa economía celestial, Josefina cree que “algún día los justos recibirán su premio”, y que un juez eterno sumará los muertos y “establecerá un balance definitivo”, pues de no ser así, la economía de la muerte no tendría el más mínimo sentido. Como vemos, se trata de un pensamiento bastante esperanzador, y continuamente negado por la Historia, también por la historia de esta inmensa novela.

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10 de octubre de 2016
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Por delante y por detrás del trineo de la Historia

Al final de la magnífica novela de Per Olov Enquist La partida de los músicos, recientemente publicada por Nórdica Libros, podemos leer un fragmento que resume la novela y que representa uno de esos momentos de síntesis reflexiva que han de jalonar toda narración, según creía Édith Wharton. Momentos esclarecedores que proyectan una luz especial sobre todo el texto, dándole sentido y dirección. El fragmento que digo, describe una conversación entre una madre y un hijo en medio de la noche, y dice así:

Ella iba hablando en voz alta todo el tiempo, como si hubiese perdido la razón. Pero no la había perdido. Las lucecitas de Skelleftea perforaban la oscuridad; poco antes del alba era cuando más oscuro estaba, el caballo seguía caminando... Ella hablaba y hablaba, aunque Nicanor tenía cerrados los ojos y hacía como que dormía.

Porque, le susurraba en su cara de ojos cerrados, hay diferencia entre las personas que van en la parte delantera del trineo y esos pobres que solo pueden ir en la parte trasera. Porque los que van en la parte delantera tienen la posibilidad de conducir y ver lo que pasa alrededor. Pero los que tienen que ir detrás, a ésos no les queda más que seguir.

Por eso hay diferencia. Pero de los que van detrás en el trineo surgen gritos impacientes para poder pasar adelante y coger las riendas, y un día habrá apreturas en la parte delantera del trineo y habrá inquietud y una gran angustia.

Eso es lo que ocurre con los que van en el trineo.

Y se podría añadir al fragmento de La partida de los músicos: eso es lo que ocurre siempre en el trineo. Antes y ahora, si bien las apreturas en la parte delantera se dan sobre todo en épocas difíciles, cuando se agudiza la crisis de representación, y los que van delante se muerden unos a otros, y más que hablar, ladran y aúllan. El trineo se queda sin dirección, si es que alguna vez la tuvo, y hasta puede llegar a detenerse en medio de la noche mientras sus ocupantes rugen, porque las palabras se pudren cuando entramos en el reino del malentendido. Pero no son ellos, los que van el el trineo, los que más sufren. Los que más sufren van detrás, sin calzado y sin trineo. A veces se enfurecen y apedrean a los del trineo. Ocurre muy pocas veces, cuando la desesperación llega muy lejos y los del trineo intentan sacarse los ojos como cuervos malcriados o como perros locos

 

Olvidaba mentar a los que se atreven a correr, a veces descalzos, por delante del trineo. Son muy pocos en la Historia. Aparecen uno o dos por siglo.

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28 de septiembre de 2016
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Per Olov Enquist o la novela abisal. La biblioteca del capitán Nemo

A finales del siglo pasado hubo un desembarco de escritores nórdicos en España, entre los que destacaba Per Olov Enquist, al que tuve la suerte de conocer.

Enquist era un hombre delgado y largo, al estilo del actor Max von Sydow. Su rostro esculpido me pareció de una expresividad tan dolorosa como incisiva.

Enquist era amable y a la vez escurridizo. Apostaba por la parquedad; era muy observador y sabía escuchar. Con apacible claridad nos habló de Suecia y de esa variante del cristianismo que obliga a los fieles a imaginarse dentro de las llagas de Cristo. Llagas que se presentan como las cuevas benignas del Dios Hijo en las que poder refugiarse de la ira del Dios Padre, eternamente torturador y castigador.

También nos habló de la endogamia rural de la Suecia que el conoció, de los subnormales, de los pueblos aislados y terribles, de la desolación y de la mezquindad. Finalmente nos habló de El ángel caído: una narración cruzada sobre la conciencia en sus límites más atroces: la conciencia de los que saben que les miran como a monstruos por sus deformaciones físicas, o sus deformaciones psíquicas, o su melancolía mortal.

¿Como puede ser la conciencia de un ser que lucha desesperadamente para que reconozcan su humanidad? La respuesta está en El ángel caído, que dentro de su brevedad es una novela total. (No hacen falta miles de páginas para apresar la plenitud más abismal del mundo). Lo he dicho mil veces y lo vuelvo a repetir.

Más tarde leí, esta vez en francés, su visión de Fedra en tallados versos libres (Pour Phèdre) y la novela La visita del médico de cámara, donde explora la vida del príncipe loco Cristian VII, que tanto nos recuerda a Hamlet. Una vez más, Enquist volvía a adentrarse con coraje en los límites de la normalidad y los límites de la monstruosidad.

En la época en que lo conocí, Enquist me habló especialmente de la novela La biblioteca del capitán Nemo como una de sus preferidas, y que este año ha sido publicada en español por Nórdica-Libros en una excelente traducción de Martín Lexell y Mónica Corral Frías. Él mismo Enquist me regaló un ejemplar de la edición francesa, que devoré en una noche de sofocante calor. Me entusiasmó, y mientras la abordaba comprendí todo lo que nos había dicho su autor sobre la Suecia rural y sobre ese Dios que “significaba la eternidad aterradora”.

También percibí que una vez más Per Olov Enquist nos colocaba ante un ángel caído (y sustituido por su propio doble), evolucionando en un mundo en el que una parte del ser vive es una especie de exilio estremecedor, que nos conduce al universo íntimo e intimidador de Bergman. En ese universo, el protagonista (que sólo protagoniza su doble alienación) busca en el mito del capitán Nemo un universo donde los excluidos hallan el refugio submarino y poéticamente enlazado al de las llagas del Hijo torturado por el Padre.

Per Olov Enquist es dueño de un estilo elíptico, de frases cortas y cortantes, que avanzan formando líneas quebradas, a la vez que ascienden y descienden creando círculos concéntricos de naturaleza absorbente.

 

Su lectura supuso para mí una experiencia parecida a la lectura de Bajo el volcán. El mismo Enquist nos dijo que escribió el libro tras salir de un infierno de alcoholismo y desesperación. Acabé de leerlo al amanecer y miré por la ventana. El cielo parecía una imagen de la aurora boreal como la que se desvanece al final de La biblioteca del capitán Nemo.

Gracias, señor Enquist, por haber escrito libros tan espléndidos.  

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13 de julio de 2015
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La fase de la desesperación

 

Por favor, no me cuente usted su vida. Es una frase hecha que todos hemos dicho alguna vez a altas horas de la madrugada, indicando por vía directa que no hay nada más aburrido que escuchar a alguien contar su vida. Por favor, no me someta usted a ese martirio, por favor. Cuénteme cualquier cosa menos su vida.

Durante siglos, a ningún novelista se le ocurrió nunca la peregrina idea de contar su vida. La novela podía ser una imagen de la vida, pero no exactamente de la vida del escritor. Lo decía Anthony Burgess: "Es difícil imaginar una vida más aburrida que la de un escritor". A Burgess la vida de un escritor le resultaba más tediosa y sufriente que la de un monje. Horas y horas sentado en una celda, horas y horas voluntariamente encarcelado, soñando vidas ajenas o soñando la propia vida. Por cierto que Burgess decía eso al comienzo su autobiografía: quien avisa no es traidor. 

No son tantos los que se han hecho ricos contándonos su vida más o menos novelada. Me acuerdo de Papillon... Fue un superventas cuando yo era un chaval. En Papillon un ladrón bastante ejemplar narraba los avatares más memorables de sus existencia. En el fondo y en la forma destacaba el lado heroico. Al final la podías ver como una historia bastante emparentada con El conde de Montecristo. Desde esa perspectiva, unida al estilo firme y decidido del narrador, podías entender su éxito. ¿Se puede entender el éxito de los seis tomos que el noruego Karl Ove Knausgard se ha dedicado a sí mismo bajo el título genérico de Mi lucha? Se puede entender,  si bien aquí el éxito se lleva a cabo por razones opuestas a las de Papillon, y es que no hay que olvidar que estamos en la era de la pornografía. 

En Papillon Henri Carrière resumía, en cambio en Mi lucha  Knausgard emprende una aventura rígidamente proustiana, y digo rígidamente porque Knausgard carece de la capacidad de ondulación que posee la escritura de Proust. Se trata de una narración que estaba al caer por la sencilla razón de que alguien tenía que llevar hasta el límite lo que ya se ha convertido en todo un género dentro de la novela actual: la novela-realidad, la novela que intenta no recurrir a la ficción. Un proyecto imposible, a no ser que caigamos en la ingenuidad de confundir el autor con el narrador. Los límites del narrador son los límites del texto, y allí donde acaba la narración acaba también el narrador, que es una criatura textual, en realidad un espejismo; pero ¿dónde empieza y dónde acaba la vida del escritor? Configurar una ecuación donde narrador es igual a autor y escritura igual a vida resulta tan peregrino como pensar que el objeto silla es lo mismo que la palabra que lo designa. Aclarada esta cuestión, podemos admitir que hay textos que acumulan más ficción que otros, y textos que integran más realidad que otros. 

En todo movimiento literario, siempre hay alguien que lleva el método al límite, y al hacerlo mata ese mismo movimiento. Knausgard ha dado un golpe mortal a la novela-realidad al colocarla en un límite difícil de superar, en su trasparente brutalidad y en su vastedad extenuante y obsesiva. 

Tenía que ocurrir y ha ocurrido ya. Contar tu vida en seis tomos puede convertirte en un millonario con tal de que no omitas casi ninguna de tus vergüenzas. ¿Se trataría de llegar a lo que Barthes llamaba el grado cero de la escritura, o la escritura llegando a una trasparencia radical? Lo dudo por muchas razones y porque basta con acercarse al primer tomo para percibir que el autor está fabulando, está reconstruyendo literariamente (y no literalmente) el pasado, si bien se desnuda mucho más que los demás. En cualquier caso, estamos ante un límite interesante. Hay que ponerse a pensar, a pensar si la novela, tras haber pasado la fase gloriosa del siglo XIX y la fase problemática del siglo XX, no estará llegando a la fase de la desesperación, que tendría mucho que ver con el desnudo integral. 

Y así como las cantantes pop han decidido, guiadas por la impaciencia y la desesperación del mercado, explotar al máximo el culo (no está lejano el día en que una de ellas decida finalmente exhibir el ano en algún concierto), así también muchos escritores y escritoras han optado por hacer más o menos lo mismo, en un viaje literario donde la verdad se confunde con la pornografía existencial.

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20 de octubre de 2014
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