Jesús Ferrero
A finales del siglo pasado hubo un desembarco de escritores nórdicos en España, entre los que destacaba Per Olov Enquist, al que tuve la suerte de conocer.
Enquist era un hombre delgado y largo, al estilo del actor Max von Sydow. Su rostro esculpido me pareció de una expresividad tan dolorosa como incisiva.
Enquist era amable y a la vez escurridizo. Apostaba por la parquedad; era muy observador y sabía escuchar. Con apacible claridad nos habló de Suecia y de esa variante del cristianismo que obliga a los fieles a imaginarse dentro de las llagas de Cristo. Llagas que se presentan como las cuevas benignas del Dios Hijo en las que poder refugiarse de la ira del Dios Padre, eternamente torturador y castigador.
También nos habló de la endogamia rural de la Suecia que el conoció, de los subnormales, de los pueblos aislados y terribles, de la desolación y de la mezquindad. Finalmente nos habló de El ángel caído: una narración cruzada sobre la conciencia en sus límites más atroces: la conciencia de los que saben que les miran como a monstruos por sus deformaciones físicas, o sus deformaciones psíquicas, o su melancolía mortal.
¿Como puede ser la conciencia de un ser que lucha desesperadamente para que reconozcan su humanidad? La respuesta está en El ángel caído, que dentro de su brevedad es una novela total. (No hacen falta miles de páginas para apresar la plenitud más abismal del mundo). Lo he dicho mil veces y lo vuelvo a repetir.
Más tarde leí, esta vez en francés, su visión de Fedra en tallados versos libres (Pour Phèdre) y la novela La visita del médico de cámara, donde explora la vida del príncipe loco Cristian VII, que tanto nos recuerda a Hamlet. Una vez más, Enquist volvía a adentrarse con coraje en los límites de la normalidad y los límites de la monstruosidad.
En la época en que lo conocí, Enquist me habló especialmente de la novela La biblioteca del capitán Nemo como una de sus preferidas, y que este año ha sido publicada en español por Nórdica-Libros en una excelente traducción de Martín Lexell y Mónica Corral Frías. Él mismo Enquist me regaló un ejemplar de la edición francesa, que devoré en una noche de sofocante calor. Me entusiasmó, y mientras la abordaba comprendí todo lo que nos había dicho su autor sobre la Suecia rural y sobre ese Dios que “significaba la eternidad aterradora”.
También percibí que una vez más Per Olov Enquist nos colocaba ante un ángel caído (y sustituido por su propio doble), evolucionando en un mundo en el que una parte del ser vive es una especie de exilio estremecedor, que nos conduce al universo íntimo e intimidador de Bergman. En ese universo, el protagonista (que sólo protagoniza su doble alienación) busca en el mito del capitán Nemo un universo donde los excluidos hallan el refugio submarino y poéticamente enlazado al de las llagas del Hijo torturado por el Padre.
Per Olov Enquist es dueño de un estilo elíptico, de frases cortas y cortantes, que avanzan formando líneas quebradas, a la vez que ascienden y descienden creando círculos concéntricos de naturaleza absorbente.
Su lectura supuso para mí una experiencia parecida a la lectura de Bajo el volcán. El mismo Enquist nos dijo que escribió el libro tras salir de un infierno de alcoholismo y desesperación. Acabé de leerlo al amanecer y miré por la ventana. El cielo parecía una imagen de la aurora boreal como la que se desvanece al final de La biblioteca del capitán Nemo.
Gracias, señor Enquist, por haber escrito libros tan espléndidos.