Joana Bonet
Con la mandíbula apretada y el alma encogida en el auricular del teléfono, los brókers que estos días deben soportar como tiembla el mercado después del caos griego corren un severo peligro: ser víctimas del cortisol, una hormona que aumenta cuando el estrés asfixia. Y también de la testosterona que tanto envalentona. La neurociencia siempre ha secundado la tesis defendida por la literatura desde aquella novela de Rona Jaffe, Lo mejor de la vida, que inspiró Mad men, en la cual las primeras mujeres que se incorporaban a la vida profesional tenían que sobreponerse no tanto a su inexperiencia como al combate con una masculinidad agitada y temeraria que por un lado quería alcanzar el cielo y por otro las trataba como ceniceros. El hombre del traje gris, de Sloan Wilson, relata la experiencia de aquellos norteamericanos que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, confundidos por el materialismo del progreso, los dry martinis y, de nuevo, el cortisol, que les hacía ganar mucho dinero y perder a la familia.
El mito de los valores masculinos frente a los femeninos ?competitividad contra empatía, sueños napoleónicos frente al aprovechamiento de recursos, riesgo ante prudencia? ha dado mucho de sí. No son pocos los gurús empresariales que apuestan por la horizontalidad de sus organizaciones, los horarios racionales y la transformación de viejas estructuras por nuevas (y flexibles) fórmulas. Pero este no es, de ningún modo, el ánimo que late en Wall Street.
El año en que estalló la crisis, el 2008, un profesor de neurociencia de Cambridge demostró que los brókers con niveles más altos de testosterona eran también los más aguerridos ante el riesgo, y quienes provocaban una mayor inestabilidad en las bolsas. Endocrinólogos y economistas se han puesto de acuerdo ahora para examinar las causas de la volatilidad de esa abstracción llamada mercado de valores, que rige el orden económico mundial, a menudo mediante decisiones irracionales engendradas por un subidón de ?hombría?. Carlos Cuevas, profesor en la Universidad de Alicante, que convirtió su laboratorio en un simulacro de la City londinense, acaba de publicar su estudio en Scientific Reports: los voluntarios que se pusieron el traje del bróker, tomaron cortisol y se aplicaron gel de testosterona ganaban en optimismo y temeridad, asumiendo mayores riesgos y desafiando incluso a dudosos activos. El economista Cuevas ha sugerido una solución para que el baile de cotizaciones y precios no dependa de las subidas hormonales de los varones: contar con más mujeres brókers, a quienes el estrés les afecta de otra manera, afinando su prudencia. Puede que la atenta mirada de Merkel y Lagarde sea después de todo una medida profiláctica. Ahí está el repetidísimo chiste hembrista de Lehman Sisters. ¡Ay, la crisis, sí! La de la hormona.
(La Vanguardia)