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¿Por qué?

¿Por qué cuarenta y tres jóvenes han desaparecido?

            ¿Por qué cuarenta y tres jóvenes han sido secuestrados o acaso asesinados?

            ¿Por qué nada sabemos de cuarenta y tres jóvenes de entre 18 y 33 años desde hace tres semanas?

            ¿Por qué nada sabemos de cuarenta y tres ciudadanos mexicanos desde hace tantos, tantos días?

            ¿Por qué tres de esos jóvenes fueron abatidos por la policía en un enfrentamiento en apariencia banal?

            ¿Por qué tres jóvenes fueron asesinados por quienes deberían protegerlos?

            ¿Por qué uno de esos jóvenes fue desollado?

            ¿Por qué a uno de esos jóvenes le arrancaron los ojos de la cuencas?

            ¿Por qué los policías municipales de Iguala -según el testimonio de los primeros detenidos- entregaron a diecisiete de esos jóvenes a un grupo criminal conocido como Guerreros Unidos?

            ¿Por qué nada sabemos de los otros treinta jóvenes?

            ¿Por qué se encontraron varias fosad con veintiocho cadáveres justo en estos días?

            ¿Por qué se encontraron luego más y más fosas?

            ¿Por qué esta macabra acumulación de fosas?

            ¿Por qué seguimos sin saber cuántas fosas y cuántos cadáveres había en cada una de ellas?

            ¿Por qué un hombre señalado como probable homicida pudo convertirse en candidato a la alcaldía de Iguala?

            ¿Por qué un hombre casado con una mujer cuya familia tenía lazos evidentes con el crimen organizado pudo convertirse en alcalde de Iguala?

¿Por qué nadie denunció penalmente al alcalde de Iguala?

            ¿Por qué nadie vio o quiso ver quién era el alcalde de Iguala?

¿Por qué la policía de Iguala pudo entreverarse a tal modo con el crimen organizado al grado de ya no diferenciarse?

¿Por qué nadie vio o quiso ver que el poder político y el crimen organizado se habían vuelto la misma cosa en Iguala?

            ¿Por qué el alcalde de Iguala y su jefe de seguridad pública se jactaron de la represión contra los jóvenes?

            ¿Por qué el alcalde de Iguala pudo burlarse públicamente de las primeras muertes diciendo que nada sabía de ellas porque estaba bailando?

            ¿Por qué la carga de la policía contra los estudiantes coincidió con el informe de labores de la esposa del alcalde?

            ¿Por qué a las pocas horas el alcalde y su esposa huyeron de Iguala?

            ¿Por qué el jefe de seguridad pública de Iguala huyó a continuación?

            ¿Por qué seguimos sin saber dónde se ocultan el alcalde, su esposa y el jefe de seguridad pública de Iguala?

            ¿Por qué el ADN de los cadáveres hallados en la primera fosa no corresponde con el de los jóvenes desaparecidos?

            ¿Por qué no sabemos de quién son esos cuerpos?

            ¿Por qué hay otros diecisiete ciudadanos mexicanos asesinados y nada sabemos de ellos, sus nombres, sus rostros, sus vidas?

            ¿Por qué no repetimos a diario los nombres de estos cuarenta y tres jóvenes mexicanos?

            ¿Por qué no pronunciamos a diario, en voz alta, los nombres de Jhosivani, Luis Ángel, Marco Antonio, Saúl Bruno, Jorge Antonio, Abel, Carlos Lorenzo, Adán Abraján, Felipe Arnulfo, Emiliano Alen, César Manuel, Jorge, José Eduardo, Israel, Antonio, Christian Tomás, Luis Ángel, Miguel Ángel, Benjamín, Alexander, Leonel, Everardo, Doriam, Jorge Luis, Marcial, Jorge Aníbal, Abelardo, Cutberto, Bernardo, Jesús Jovany, Mauricio, Martín Getsemany, Magdaleno Rubén, Giovanni, José Luis, Julio César, Jonás, Miguel Ángel, Christian Alfonso, José Ángel, Carlos Iván, José Ángel e Israel?

            ¿Por qué hay quienes no se identifican con el dolor de los padres de estos jóvenes?

            ¿Por qué hay quienes no buscan entender la ira de sus compañeros?

            ¿Por qué hay quienes se empeñan en tachar a los jóvenes de Ayotzinapa de agitadores en vez de mirarlos como víctimas?

            ¿Por qué hay quienes se ceban en el radicalismo político de las normales rurales cuando lo único que importa son las vidas de estos jóvenes?

            ¿Por qué hay quienes osan sugerir que las protestas de los jóvenes son equiparables con los crímenes cometidos contra ellos?

             ¿Por qué hay quienes condenan las marchas y los destrozos pero no los asesinatos y las desapariciones?

¿Por qué hay quienes lamentan las marchas y los destrozos en vez de hacerse todas estas preguntas?       

            ¿Por qué hay quienes no se dan cuenta de que esta tragedia nos implica a todos?

            ¿Por qué hay quienes, en los medios y las redes sociales, buscan restarle importancia a la tragedia?

            ¿Por qué alguien ordenó secuestrar o asesinar a estos jóvenes?

 

Publicado originalmente en el diario Reforma, 19.10.14 

Twitter: @jvolpi

 

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28 de octubre de 2014
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Al límite

Según una corriente de opinión bastante generalizada, a Thomas Pynchon no sólo no le interesan la salud y el bienestar de sus lectores sino que se niega rotundamente a dar explicaciones o incluso a avalar interpretaciones de sus novelas. Una segunda corriente, algo minoritaria, afirma sin más que Pynchon ignora la existencia de un espécimen llamado lector y que por eso no tiene inconveniente en escribir novelas desorganizadas, complejas, a ratos surrealistas y que en definitiva plantean toda clase de interrogantes sin ofrecer soluciones, con el agravante de que encima recurre a  la paranoia como herramienta de conocimiento.

            Y bien. O ambas afirmaciones son falsas o Thomas Pynchon ha decidido abrir una nueva línea narrativa, pero en Al límite ni el más atravesado de los lectores puede quejarse de ser ignorado o de que no se le preste una atención tan solícita que casi parece maternal. Para empezar, Pynchon parte de un género conocido de todos, la novela negra, y sigue el esquema con todo rigor. En este caso el Phillip Marlowe de turno es Maxine Tarnow, una madre separada que incluso en los momentos más conflictivos se desvive por llevar y recoger puntualmente a sus dos hijos del colegio, aunque lo hace llevando en el bolso su inseparable Beretta. Por no faltar no falta la oficina destartalada y sin clientes, al menos no esa clase de clientes que en lugar de líos y peligros aportan dinero, ni falta tampoco la secretaria descarada y un poco estrafalaria pero en el fondo abnegada y fiel. La agencia de Maxine se llama “Perseguidlos y Pilladlos” y tiene como enemigos a todos cuantos se dedican a cometer fraudes y delitos económicos, aunque se da la desgraciada circunstancia de que ella misma es un fraude porque le ha sido retirada la licencia especial a causa de algún asuntillo no bien explicado pero tampoco muy limpio. El lector no tarda en entrar en contacto con una fauna bastante alucinante que empieza con el entorno familiar y social de la propia Maxine, su marido en paradero desconocido, los dos futuros geeks que van a ser sus hijos, Heidi, la secretaria, Vyrva McElmo, madre de Fiona, cómplice y  mejor amiga de los dos pequeños Tarnow, pero también los padres, el cuñado, la ex suegra o una gurú que fue su maestra y que ahora hace lo mismo que Maxine pero desde un blog con el que denuncia y fustiga a la otra parte de la fauna que se va acumulando sin solución de continuidad y compuesta de hipsters venidos a menos, hackers que ejercen de camareros en espera de una nueva oportunidad, timadores, camellos, traficantes de drogas y de aplicaciones informáticas, agentes federales, infiltrados del Mossad, mafiosos rusos, árabes de intenciones siniestras, cada cual con su propia circunstancia, porque si uno es un fetichista del calzado el otro es un técnico en perfumes obsesionado con el olor de Hitler, algunos de los cuales mueren en sospechosas circunstancias.

Si la localización física de la acción es una Nueva York inequívoca, el plazo temporal no está menos claro, pues sólo un año antes ha tenido lugar el famoso crack de las punto.com y en el horizonte se dibuja cada vez más nítidamente la sombría silueta de las Torres Gemelas en vísperas de su destrucción. Si la primera referencia suministra una inagotable serie de enigmas, peligros, contradicciones y mezquindades, la segunda aporta un elemento que además de trágico llena de significación las (por otra parte inútiles) investigaciones de la animosa Maxine. La lucha bestial por el poder, encarnada aquí por el control de la información que permite a quien lo detente dominar la vida y hacienda de todos; las traiciones, trapacerías y alianzas de todos contra todos; el ciego afán de acumular dinero; las miserias sexuales y matrimoniales de casi todos, o la complicada trama financiera creada al amparo de internet y que permite la circulación de cantidades fabulosas de dinero casi siempre sospechoso, es decir, las idas y afanes y desengaños de tanta gente adquieren un significado especial para un lector que sabe desde la primera página que la salvajada del 11 de septiembre de paso que reducirá a  escombros los rascacielos hará lo propio con el vigente orden moral y económico.

Y ésa, probablemente, sea la aportación más audaz de Pynchon. Ante la complejidad de la realidad creada por ese arma infinitamente poderosa llamada Wold Wire Web, donde nada es lo que parece, nadie sabe quién hay detrás de cada portal, nadie asegura que en su sistema no hay una puerta trasera ni tampoco puede asegurar o negar que no exista al final de todo un superpoder que lo controle todo, la reacción lógica es la paranoia, entendida ésta como un estado de alerta universal y continuo. En definitiva, los instigadores (autores intelectuales en el lenguaje judicial) del 11 S pudieron ser Al Qaeda, pero también el Mossad para asegurarse la ayuda de EE UU en su lucha contra los árabes, y también nostálgicos de la Guerra Fría o incluso el entorno de George Bush Jr. para asegurarse un negocio fabuloso invadiendo Irak.

Thomas Pynchon ni siquiera aventura una respuesta, pero hace decir a uno de sus personajes: “Pero siempre queda lo otro. Nuestro anhelo […] en algún oscuro recoveco de nuestra alma nacional, necesitamos sentirnos traicionados, incluso culpables. Como si fuéramos nosotros los que creamos a Bush y su pandilla […] Y lo que pase desde entonces sea culpa nuestra”.

No es una novela fácil de leer, pero desde luego es lo más inteligente y casi podría decirse que lo más adulto de cuanto se ha dicho para retratar a la sociedad norteamericana actual.

 

Al límite

Thomas Pynchon

Traducción de Vicente Campos

Tusquets Editores

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27 de octubre de 2014
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Pequeño gran adulador

El caso del pequeño Nicolás no sólo es un síntoma de hasta dónde pueden llegar los delirios de grandeza -agudamente parodiados en memes que le sitúan, rifle en ristre, cazando elefantes con Juan Carlos I, en la multitudinaria selfie de los Oscar e incluso de figura en el pesebre-, sino que pone en ridículo a todos los que fueron epatados por la chistera de un hampón imberbe. Sí, todos los listos y poderosos que le dieron de cenar en sus salones, riéndole las gracias y dejándose querer como hacen los mitos solitarios cuando encomiendan su vanidad a ridículos aduladores. Observas la colección de fotos del muchacho, junto a Aznar, Aguirre o el presidente Rajoy, con su traje casi de marinero y un peinado bien propio de las juventudes populares o, ni más ni menos, en la coronación del rey Felipe VI, detrás de una radiante Caritina Goyanes, y saltan todas las alarmas. Qué buen país para farsantes es el nuestro, donde a menudo se confunde la megalomanía con el don de gentes, pero, sobre todo, que fácil resulta en él franquear todos los cordones de seguridad con la boca llena de ilustres apellidos. A pesar su origen de clase media y su pinta de niño pijo, puede que Francisco Nicolás Gómez soñara con aquel Alexandre Stavisky -quien también tenía un amable sobrenombre: el bello Sacha-, el seductor que desvalijó la Francia art déco y fue magistralmente inmortalizado por Alain Resnais y Jorge Semprún, al guión. Perforaron el patrón de los estafadores simpáticos que beben champán de maravilla, tienen gran soltura levantando teléfonos y eligen delicadamente las palabras que su interlocutor quiere escuchar. Stavisky estaba muy bien relacionado con la clase política, hasta que puso en jaque la temblorosa Tercera República Francesa demostrando que, cuando el contexto es convulso, el fraude va en la bandeja. Crisis con regímenes inestables y cuestionados, la corrupción rugiendo igual que la marabunta, ese ha sido el mejor escenario posible para el joven Gómez. Algunos han sugerido ya que el farsante y presunto estafador imparta cursos para enseñar a venderse a los parados, asumiendo que para escalar la pirámide social no cuentan hoy ni la capacidad, ni la honestidad, sino el humo que acompaña a los trucos que uno saca de la chistera: ya se sabe, una agenda repleta de contactos y un álbum digital de fotos con mayúsculos tenores. La picaresca ha anidado en nuestra cultura, pero del rufián de Tormes hemos derivado en un embaucador untado de promesas incumplidas. El negocio de las relaciones públicas, con sus amables maneras y sus cada vez más espinosos peajes, estalló en los años ochenta. Fue cuando todo el mundo quiso sentirse vip, aunque fuera por un día; y se convino pagar para aupar un nombre, o defenestrarlo. Los hay que son excelentes profesionales, otros, en cambio, cuando se encienden las luces escapan como ratas. (La Vanguardia)

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27 de octubre de 2014
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La esperanza tunecina

Si todavía queda esperanza, es Túnez quien la mantiene. La primavera árabe de 2011 es ahora el gélido y sangriento invierno del califato. La dictadura militar ha regresado a Egipto. No hay nada parecido a unas estructuras estatales en Libia, donde imperan unas guerrillas tribales enfrentadas. La guerra civil siria se ha extendido a Irak, donde el Estado Islámico aterroriza al mundo con sus decapitaciones y amenaza la estabilidad de la región entera. Y a pesar de todo, Túnez sigue en su transición democrática y ahora celebra este domingo sus primeras elecciones legislativas bajo la nueva Constitución, la más laica y liberal de la región, mientras también prepara, ya para noviembre, las primeras presidenciales del nuevo régimen democrático. Muchos son los factores que explican el éxito tunecino. No hay divisiones sectarias ni religiosas como en casi todos los países de Oriente Próximo desde Egipto hasta Irak. Tampoco hay una tradición de gobierno militar, puesto que la dictadura de Ben Ali era policial. Su partido islamista, Ennahda, es más moderado y flexible que los Hermanos Musulmanes egipcios, hasta el punto de que ha gobernado ya, ha sabido dejar el gobierno y ha favorecido el consenso constitucional. No tiene gas ni petróleo como sus dos vecinos, origen y objeto de disputas e incluso de guerras en toda la zona. Pero la causa central de la excepción tunecina es que tiene una sociedad civil vibrante y unas clases medias educadas y europeizadas.

Su transición no ha sido hasta ahora un camino de rosas ni hay nada que pueda garantizar su futuro en un entorno tan inestable. La economía no suele acompañar a las transiciones, y los tunecinos han podido comprobarlo con la caída del turismo y de las inversiones extranjeras. La violencia política, principalmente islamista, se ha incrementado. Este mismo año fueron asesinados dos dirigentes izquierdistas y laicos y se da la extraña circunstancia de que Túnez es el país árabe que ha suministrado mayor número de combatientes a las filas terroristas del Estado Islámico de Irak y Siria. También la actual campaña electoral se ha visto ensangrentada por un terrorismo que tiene en la frontera con Libia un foco de tráfico de armas y en el paro juvenil y el enorme fracaso escolar el caldo de cultivo para el reclutamiento. Hay unos 3.000 jóvenes tunecinos que combaten por el califato en Siria e Irak, sin contar otros centenares más que se encuadran en grupos terroristas con base en el propio Túnez. Ellos son la otra cara de la moneda del islamismo moderado, que ha sabido participar en la vida política tunecina y construir un consenso constitucional con las fuerzas laicas, pero a costa de romper con un importante segmento de la población radicalizado que constituye la clientela del radicalismo islámico. Los tunecinos no querían una Constitución islámica pero se enfrentan con los partidarios de un Estado que convierte la sharía en la única constitución legal que deben obedecer todos los musulmanes. La guerra contra el Estado Islámico también se está librando en las urnas tunecinas.

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26 de octubre de 2014
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Corruptos, bellezas y un soldado

En Japón, una ministra dimite por haber comprado unos abanicos y entradas para el teatro con dinero público, mientras que en España puede desangrarse un banco, una comunidad o un ayuntamiento sin que se les despeine el flequillo a los presuntos que, con ademán inocentón, pretenden hacernos creer dirigían sus buques olvidando dirigirse a sí mismos. Ya lo decía el poeta: cuanto más largo el amor, más corto es el olvido. Hay incluso corruptos reincidentes, pícaros de alta alcurnia con debilidad por el trato de favor, tan bien instalado en la fontanería del nuevoriquismo que llegó a convertirse en un hecho tácitamente aceptado. También demuestra que ni el buen gusto, ni la altura moral, ni siquiera la estética, se alcanzan mediante el dinero. El ranking de nuestros corruptos es abrumador, tanto que nos hemos convertido en uno de los países con más saqueadores oficiales: En el índice de percepción de corrupción, España adelantó, de 2012 a 2013, diez puestos, su peor resultado en los últimos 19 años. Ante el morbo del listado de excesos pagados por una caja resucitada con dinero público, abrazamos cargados de esperanza a nuestros talentos globales que saltan fronteras, de Rafa Nadal, que con sus 44,5 millones de dólares ganados en 2013 figura el noveno en el ranking de los 100 deportistas mejor pagados de Forbes, a investigadores como Josep Baselga, Joan Massagué o Valentín Fuster, que forman parte de la élite de la medicina internacional. Hay nombres más pequeños, como el de Carlos Beltrán, que ha obtenido el premio Stephen Smale 2014, un prestigioso galardón internacional para jóvenes investigadores en matemáticas, pero no hacen ruido, que es lo que requiere el santoral mediático, como señalaba Margarita Rivière en su ensayo La fama. De ahí que, cuando la revista Esquire elige a Penélope Cruz la mujer más sexy del mundo, nos sintamos como en un cuadro de Julio Romero de Torres, y más si el redactor afirma que “no puede ser más bella (…) De cerca, casi hace daño mirarla”. Y aún así, la actriz de Alcobendas conserva ese halo doméstico de chica que se depila los sábados por la tarde en el baño de su casa mientras escucha boleros. “Penélope demuestra una vez más la ausencia de fórmula. Como Kate Moss. Las hay más altas y guapas, pero es única, ya era una estrella antes de serlo”, me dice Melania Pan, exdirectora de Harper’s Bazaar y voz timbrada en la moda. En otra liga ha jugado el soldado jiennense Rubén López, recién aclamado Míster Universo en Lima, y la algarabía se ha escuchado tanto en programas del corazón como en cuarteles. Además de desfilar de etiqueta y en bañador, al soldado López le hicieron ponerse un traje de torero para alzarse con el título. El síndrome Hemingway persigue a la marca España, aunque nos haga palidecer de espanto.Tenemos overstock de bellezas que hacen suspirar al mundo entero, pero también de tunantes que eternizarán el mito de país de chirigota. Hermosos y malditos, sí, pero no como los de Fitzgerald, sino por separado. Huir de una misma Siempre nos pareció asombroso que esta actriz engordara y adelgazara con aparente seguridad para interpretar papeles como el de aquella extraviada Bridget Jones, a quien le obsesionaban a partes iguales los kilos y la soltería. De las Bridgets lloronas a las estoicas Girls de Lena Dunham, el salto generacional ha beneficiado a la condición femenina. Acaso la mutación de Renée Zellweger, que más que ridículo produce compasión, tenga que ver no tanto con la edad como con la pérdida. El mundo se ha sobrecogido al verla convertida en otra persona. Hacerse irreconocible a una misma, borrarse el gesto hasta sobresaltarse ante el espejo, tiene que ver con sacarle punta al puñal narcisista. El siguiente paso es cambiarse la huella dactilar. Maneras radicales Siempre me ha apasionado la desinhibición de los ancianos, esa lengua suelta (y sabia) que no entiende de amortiguadores y frenos. Aun así, contemplar al gran Frank Gehry, autor de una arquitectura curvada y sensual, hacer una peineta cuando le preguntan si su arquitectura no es mero espectáculo, produce estupefacción. Viejos rebeldes que ya no están dispuestos a aguantar ningún lugar común acerca de su trabajo, que bailan a ritmo de gaitas, extreman sus discursos y al final se excusan diciendo que estaban cansados por el largo viaje. Los cascarrabias de antaño hoy son punkies de lujo. Octogenarios dispuestos a cruzar la línea de lo políticamente correcto cuando empiezan a sentir el helado aliento de su futuro. Contra el Presidente Siempre me ha apasionado la desinhibición de los ancianos, esa lengua suelta (y sabia) que no entiende de amortiguadores y frenos. Aun así, contemplar al gran Frank Gehry, autor de una arquitectura curvada y sensual, hacer una peineta cuando le preguntan si su arquitectura no es mero espectáculo, produce estupefacción. Viejos rebeldes que ya no están dispuestos a aguantar ningún lugar común acerca de su trabajo, que bailan a ritmo de gaitas, extreman sus discursos y al final se excusan diciendo que estaban cansados por el largo viaje. Los cascarrabias de antaño hoy son punkies de lujo. Octogenarios dispuestos a cruzar la línea de lo políticamente correcto cuando empiezan a sentir el helado aliento de su futuro. (La Vanguardia)

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25 de octubre de 2014
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Literatura sin dinero

La historia, incluso la económica, es también literaria. Las novelas, además de llevarnos a vivir de forma vicaria en épocas, paisajes y vidas distintas, pueden servir también para explicarnos cuestiones tan prosaicas como la evolución de los precios o para cuantificar las desigualdades sociales. Digo bien cuantificar, aunque digo mal al decir que sirven, más bien debería decir que han servido y ya no sirven. Esta es la clave literaria de la obra de moda del economista de moda, El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty: su autor sustenta sus tesis sobre el regreso de la sociedad patrimonial y el crecimiento de las desigualdades en las cuentas que hacen Balzac, Jane Austen e incluso Henry James en sus novelas respecto al rendimiento de los patrimonios de sus personajes; pero a la vez nos señala cómo a partir de la Primera Guerra Mundial, con la aparición de la inflación y la desaparición del patrón oro, también se produce una desconexión de la literatura y más concretamente de la novela respecto al dinero y a los patrimonios de los personajes novelescos y sus familias. En este libro no todo son estadísticas y cálculos sobre las diferencias de salarios y rentas del capital a lo largo de los últimos doscientos años. El monumental trabajo de Piketty está lleno de referencias literarias, que en casi todos los casos tienen una función crucial en su teoría sobre el regreso de la sociedad patrimonial que ha empezado a despuntar en el incremento de las desigualdades de las tres últimas décadas. Pero ninguna tiene mayor relevancia que lo que denomina como el ?dilema de Rastignac?, una escena extraída de un episodio de la Comedia Humana de Balzac y concretamente de Le Père Goriot. El joven Rastignac, que quiere escalar en la sociedad francesa durante la restauración borbónica, debe escoger entre el trabajo y el mérito, que le reportarán unas rentas insuficientes, o buscar mediante el matrimonio una herencia que le sitúe en la cima de la sociedad, aunque sea por medios inmorales. El siniestro Vautrin, expresidiario prendado del joven, ?explica a Rastignac que el éxito social por los estudios, el mérito y el trabajo es una ilusión?, por lo que le propone incluso el crimen para alcanzar el patrimonio de una rica heredera. ?No basta con obtener brillantemente los diplomas de Derecho; hace falta normalmente intrigar durante muchos años sin garantía de resultados. En estas condiciones, si se percibe en el vecindario inmediato una herencia del centil superior, mejor será sin duda no dejarla pasar?, escribe Piketty. ?Hasta la Primera Guerra Mundial, el dinero tiene un sentido, y los novelistas no dejan de explotarlo, explorarlo y convertirlo en materia literaria?, señala. Pues bien, una vez la literatura ha dejado de ocuparse del dinero y del patrimonio, el economista nos augura el regreso de una sociedad patrimonial que ya se acerca ahora mismo a las desigualdades experimentadas en la Belle Époque, justo antes de 1913, cuando empezó una época, un paréntesis más bien, en que han sido más el mérito, el trabajo y el estudio los instrumentos para el ascenso social que la posesión de un patrimonio importante. Muchas son las explicaciones para la época de mayor igualdad que hemos vivido y de la que nos estamos alejando a marchas forzadas. La enorme destrucción de patrimonios de las dos guerras mundiales es una de ellas y quizás la principal. También la implantación de sistemas fiscales y del Estado de bienestar. Y, naturalmente, la inflación que se ha fundido fortunas y deudas para desesperación de quienes estaban habituados a la estabilidad monetaria del patrón oro. La despreocupación literaria por la moneda y el patrimonio refleja un cambio en la percepción social y es fruto también de un engaño, tal como subraya Piketty: ?A veces imaginamos que el capital ha desaparecido, que por arte de ensalmo hemos pasado de una civilización fundada en el capital, la herencia y la filiación a una civilización fundada en el capital humano y el mérito. Los accionistas bostezantes habrían sido reemplazados por los cuadros meritorios, simplemente por arte del cambio tecnológico?. Queda por ver si al regreso de la sociedad patrimonial que atisba El capital en el siglo XXI le acompañará también una mirada literaria ocupada de nuevo en la desigualdad, el dinero y los patrimonios como en las novelas de Jane Austen, Balzac o Henry James. Hay fundadas razones para dudarlo.

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25 de octubre de 2014
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Jurisdicciones especiales

China también quiere tener su Estado de derecho, su rule of law en la expresión clásica en inglés. Si tiene una economía de mercado y multimillonarios, posee empresas en todo el mundo y lidera la nueva carrera del espacio, es el primer país exportador y la segunda economía del planeta, ¿qué razón podría existir para que no tuviera algo parecido a un Estado de derecho? Hay razones objetivas para que el Partido Comunista Chino se preocupe por el funcionamiento de la justicia en el preciso momento en que crecen las protestas sociales, se extiende la corrupción entre los dirigentes y la economía empieza a desacelerarse. Hoy se conocerán las medidas acordadas por el Comité Central, reunido desde el lunes con la idea del Estado de derecho como punto crucial de su orden del día. El régimen ya ha hecho algunos tímidos pasos para limitar y controlar la pena capital. También para reducir los centros de reeducación por el trabajo o las cárceles negras, temibles instituciones oficiosas de detención extrajudicial. Pero ahora quiere presentar la faz modernizadora de una reforma judicial que introduzca algo de transparencia en los procesos, elimine el control político local sobre los jueces e incluso digitalice los juzgados. No habrá división de poderes, ni justicia independiente, ni sometimiento de todos por igual al imperio de la ley. Eso es Estado de derecho occidental, bien distinto al Estado de derecho con características chinas que hoy nos dará a conocer el Comité Central. Basta con tener algo a lo que llamemos Estado y que siga determinados procedimientos o reglas para que podamos decir que es un Estado de derecho. El chino es un Estado de derecho low cost. Los miembros del Comité Central están afectados de forma relativa por estas decisiones. Aunque apenas hay otra escalera para el ascenso social, no todo es un camino de rosas para los casi 90 millones de comunistas, pues el partido queda fuera del Estado de derecho y cuenta con una jurisdicción especial, bajo competencia de la todopoderosa Comisión de Disciplina, una de cuyas ocupaciones más importantes es la lucha contra la corrupción. Esta siniestra institución tiene sus centros de detención y sus propios policías, que pueden interrogar sin juicio a los acusados durante seis meses. El proceso secreto, que puede incluir malos tratos e incluso torturas, como la privación del sueño, termina con la expulsión del Partido y la entrega del reo a la justicia ordinaria. Los únicos que están a salvo son los siete miembros del Comité Permanente del Politburó. Las dos últimas purgas por corrupción en la cúpula han afectado a Bo Xilai, que aspiraba a incorporarse al máximo organismo pero fue cazado en el camino, y ahora a Zhou Yongkang, el zar de la policía, incriminado justo cuando abandonó el comité permanente en 2012. El Partido se rige por leyes especiales pero los siete hombres más poderosos de China, los auténticos soberanos, están por encima del bien y del mal mientras se sientan en el Comité Permanente.

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23 de octubre de 2014
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Palabras inaugurales del Festival Internacional Cervantino

Me corresponde el honor de darles la bienvenida al cuadragésimo segundo Festival Internacional Cervantino, el festival de música y artes escénicas más importante de América Latina y uno de los más diversos y relevantes del planeta. En otras palabras: a esta celebración que, gracias al empeño continuado de quienes lo han hecho posible, los gobiernos federal y del Estado, la alcaldía de Guanajuato, la Universidad de Guanajuato y, de manera especial, los propios habitantes de ésta, la ciudad más hermosa del mundo, se ha convertido en uno de los mayores orgullos de nuestro país y una cita obligada para los grandes artistas de nuestro tiempo.

            En Euforia, de la escritora norteamericana Lily King, un fascinante triángulo amoroso situado en Nueva Guinea durante la edad de oro de la antropología, los personajes de la novela, libremente basados en Margaret Mead y su círculo, no tardan en constatar, mientras estudian los comportamientos de distintas tribus de la zona, que en muchos sentidos ellos mismos, los expertos que enarbolaban los valores de la civilización occidental, eran mucho más salvajes que sus objetos de estudio.

            Si hoy abrimos un diario, nos sentamos frente a un noticiario televisivo o dejamos que nuestro teléfono nos informe en directo sobre el estado del mundo y de nuestro país, tendríamos que admitir que seguimos siendo salvajes. Bastaría enterarnos de las tragedias que cimbran a Siria o Irak o, más cerca de nosotros, de los brutales crímenes contra los jóvenes normalistas de Ayotzinapa, en Iguala, para perder cualquier confianza en el género humano. Seguimos dominados por prejuicios ancestrales, por el ansia de poder o la venganza, y olvidamos a diario que todas las vidas humanas poseen el mismo valor.

            Pero, si bien estas tendencias asesinas y excluyentes permanecen arraigadas en nosotros, también es cierto que, desde épocas inmemoriales, los seres humanos hemos buscado conjurarlas a través de ese conjunto de manifestaciones que solemos llamar "arte". Todas las culturas comparten esta vocación por la danza y la poesía, el teatro y la música, como si supiéramos que son el único bálsamo frente a la barbarie. Por eso el arte no es un simple entretenimiento ni una mera forma de evadir el horror cotidiano, sino una fuerza que nos permite indagar en lo más profundo de nosotros mismos con la esperanza de llegar a conocernos mejor. Si el arte no garantiza nuestra redención, al menos nos permite reconocer nuestras flaquezas y delirios, y transformarnos, por un instante, en otros: en los otros. En nuestros semejantes.

            Shakespeare, de quien hoy celebramos 450 años, lo supo como nadie: sus obras jamás ocultan la vileza, la ambición o la crueldad, pero tampoco la ternura, la amistad o la pasión, nuestras grandes virtudes. A lo largo de estas semanas, el Bardo será uno de nuestros guías por los claroscuros de la naturaleza humana, y su vigencia se verá reflejada en numerosas puestas en escena y adaptaciones de sus obras. El horror que nos circunda demuestra que vivimos tiempos eminentemente shakespearianos.

            Las fronteras siempre han sido fuentes de disputas, guerras y masacres. Desde Rómulo, que trazó los lindes de Roma y asesinó a su hermano por cruzarlos, hasta los miles de mexicanos y centroamericanos que ahora mismo arriesgan sus vidas para traspasar la línea artificial que nos separa de Estados Unidos, las fronteras muestran lo peor -y lo mejor- de nosotros. Yo estoy aquí y tú allá. Y, sólo por eso, soy mejor que tú. Ideas atroces frente al que se han rebelado un sinfín de artistas -y de hombres y mujeres comunes. El Festival Cervantino también será el escenario en que se discutan, se subviertan y se vulneren las fronteras.

            La música, la danza, el teatro, el cine, las artes plásticas y la literatura como acicates para la reflexión sobre los problemas de nuestro tiempo, sí, pero también como un espacio para la solidaridad y la comunión. Por ello, también tendremos la oportunidad de apreciar el singular trenzado entre tradición y modernidad que ofrecerán las prodigiosas culturas de nuestros invitados de honor: Japón y Nuevo León.

            A lo largo de estos 19 días, Guanajuato -y México- recibirán a cerca de 4 mil artistas que, en más de 685 actividades, nos mostrarán nuestros abismos: nuestro dolor y nuestra risa, nuestra sinrazón y nuestra capacidad para sobreponernos al infortunio, nuestros torvos miedos y nuestras gloriosas esperanzas. Un recorrido de 19 días, pues, para aquilatar la avasalladora complejidad que nos hace tan apasionadamente humanos.

            Bienvenidos sean al cuadragésimo segundo Festival Internacional Cervantino.

 

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22 de octubre de 2014
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Una novela francesa

Un pequeño apartamento amueblado para dos amantes infieles. Años de amor a tres bandas, ejerciendo como la otra, un estado civil que conocen tanto como toleran los franceses. Unos orígenes humildes: la madre que llevaba a los hijos de tres en tres en bicicleta al colegio, el padre con una pata de palo. Los estudios y la política; “ahora tendrás que pegarte a Hollande”, le aconseja el redactor jefe de Paris Match a la joven periodista Valérie Trierweiler. Mariposas en el vientre, un bar de carretera entre Limoges y Tulle. “Nadie me había besado así. Un beso que hace quince años que aguardaba, en medio de un cruce”. Hasta que Ségolène Royal le pide a Hollande que abandone el domicilio conyugal. La otra es la arquera que se ha enamorado de una especie de calzonazos, la sombra gris del socialismo francés. Trierweiler no es Yasmine Reza. Ni su confesión autobiográfica pretende ser literaria. Más una terapia que una vendetta; una escritura reparadora para quien cree que debe recuperar la dignidad. En su libro, Gracias por este momento (Maeva), se impone la vocecilla de quien se sentía frágil, amenazada por las medias verdades y mentiras de quien era su pareja. El libro destila una sinceridad que enternece y a la misma vez un estigma que acabas detestando. Qué sentimiento de ilegitimidad asaltaba a esa mujer por no haber pasado por la vicaría antes de ocupar el Elíseo. Valérie se identifica con Anne Pingeot, la amante de Mitterrand, e incluso piensa en aquella desmadejada Cécilia Sarkozy a la que arrastraron a la Place de la Concorde a celebrar la victoria de su marido. Ella, minutos antes de ser reclamada para la foto de la victoria, está encerrada en el baño, sentada sobre los fríos azulejos, aterrada por lo que ya ha empezado a perder. Cuando el presidente de la República no era casi nadie y su popularidad estaba por los suelos -como ahora- fueron felices. Un Hollande apasionado y fogoso que hacía payasadas y bailaba el sirtaki en los viajes en coche. Y un sibarita que no conoce el precio de las cosas pero prefiere saltarse una comida si no es de gourmet, “que no come mis fresas si no son de la variedad garriguette, ni prueba las patatas si no provienen de Noirmoutier”. Pero también un Hollande que, en privado, llama a los pobres “desdentados”. Hay quienes opinan que el de Trierweiler ha sido un golpe muy bajo, y quienes piensan que la democracia gana cuando se airean los trapos sucios, la mentira y la soberbia de un presidente de la República que jugó al amor cortés. “Ahora, no deja de mandarme mensajes pidiéndome que vuelva”, dice la dama despechada. Estos franceses, siempre tan torturados. (La Vanguardia)

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22 de octubre de 2014
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41. El pintor que pudo existir

 

Malpaso se está convirtiendo en una editorial a perseguir, más que a seguir. Además de los nombres interesantes que va reuniendo en su catálogo (Martín Caparrós, Eduardo Lago, Esther García Llovet), tiene la sana osadía de publicar este clamoroso fake del novelista escocés William Boyd, que es presentado al lector como una biografía real del artista Nat Tate. Como refinamiento añadido, el conocido crítico de arte Francisco Calvo Serraller entra en el juego y escribe un delicioso prólogo donde da por buena la existencia de Tate y continúa la impostura, que el lector debe desmontar (eso sí, Calvo Serraller salva la situación comparando inteligentemente el libro de Boyd con el Biographical Memoirs of Extraordinary Painters publicado por Beckford en 1780, una sátira en la que el autor de Vathek se burlaba de algunos pintores utilizando también nombres y lugares inexistentes).

 

La inexistencia de Tate, un artista con un sentido ético extremo respecto a su trabajo, no es lo más importante del libro, pero vale anotar un par de detalles para valorar la complejidad de la operación falsificadora de Boyd. En el esquema original, Tate sería un artista casi desconocido descubierto por casualidad por Boyd en una exposición de dibujo. Según su relato, era casi imposible encontrar obra suya porque la había destruido casi por completo, modo de defender en parte su falta de visibilidad, a pesar de tratarse de un artista genial. Según cuentan las crónicas, para hacer creíble la historia de Tate y su desaparición Boyd se rodeó de personas influyentes, como Gore Vidal, David Bowie, el crítico John Richardson y Karen Wright, la editora de la revista Modern Painters, quienes intentaron hacer verosímil la existencia de Tate de modos diversos: Vidal y Richardson, a través de la escritura de falsas citas sobre el artista y su obra; Wright mediante su conocimiento directo del supuesto artista; y Bowie, mediante la organización de una fiesta de homenaje y reivindicación de Tate a la que acudió el "todo Manhattan" en 1998 y de la que se conservan algunas fotos, como la arriba reproducida.

 

Parece que la mayioría de los invitados dio por bueno el trabajoso montaje y, si la leyenda es cierta, el periodista David Lister, confuso sobre todo el asunto, fue recabando algunas opiniones de modernos neoyorkinos sobre la obra de Tate, cuya obra no conocían pero de quien inequívocamente habían oído hablar. Si non è vero... Para redondear el desatino, parece ser que esta obra falsa de Tate, Brigde number 114, fue vendida por 7.000 libras esterlinas en una subasta:

 

 

 

 

La obra, como reconoció el propio Boyd en este artículo publicado en The Guardian en octubre de 2011, había sido hecha con sus propias manos, como las demás reproducidas en el interior del libro, y como todo lo demás referente a Tate, personaje que partió de una pregunta muy sencilla: "Why don't I invent an artist?". Y lo hizo.

 

A partir de aquí, tout le reste n'est que littérature, que diría Verlaine, y desde luego lo más importante de Nat Tate 1928-1960. El enigma de un artista americano (1998) es la construcción de Tate como un fascinante personaje literario con un sentido agudo de la responsabilidad artística. La metáfora del final de la novela (no quiero dar más pistas aquí), unida a las referencias con El puente (1930) de Hart Crane y la biografía de éste, crean un efecto de reverberación destinado a suspender la incredulidad del lector. A ello contribuyen asimismo la introducción de falsas obras de Tate y de fotografías antiguas compradas por Boyd en rastros y apócrifamente atribuidas al artista y su entorno familiar y profesional. Mientras la construcción psicológica de Tate era fácil de lograr (un chico tempranamente huérfano, adoptado por una familia millonaria y que en cierto modo se siente culpable por su supervivencia), no lo era tanto explicar cómo su obra "genial" no era en absoluto conocida. Aquí Boyd fuerza un poco la máquina, pero consigue salvar la situación con giros argumentales que pisan la delgada línea roja de lo temerario sin sobrepasarla. Habría de destacar el sano sentido del humor con el que se aborda la escena creativa del New York de medio siglo y las anécdotas -supongo que también ficticias- que incluye Boyd relativas a sus grandes figuras (Kline, Frank O'Hara, poetas, pasantes y galeristas, etc.). De hecho, el propio nombre de Nat Tate tiene su origen en las dos primeras sílabas de dos conocidos museos londinenses, la National Gallery y la Tate Modern. Y quizá aquí, en la crítica al mundo del arte, se esconde el propósito último de Boyd y lo más interesante del libro: la materialización (o, en puridad, desmaterialización) en la figura de Tate de ese azote que es el arte con fines mercadotécnicos, un mal criticado explícitamente en alguna descripción de los pensamientos del personaje: "Tate era uno de esos pocos artistas que no necesitan (ni persiguen) la transformación de su pintura en una valiosa mercancía que puede ser comprada y vendida al arbitrio del mercado y sus mercaderes. Había visto el futuro y el futuro apestaba" (p. 88). Visto desde esa perspectiva el último tramo de la novela cobra tintes más épicos que trágicos.

 

Pasen y vean esta fabulosa operación de Boyd sobre Nat Tate, el pintor que pudo existir y que, en cierta forma, existe y nos recuerda cuáles son o debieran ser los límites del arte.

 

 

 

[Origen de las fotografías: http://youtackything.tumblr.com/]

 

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21 de octubre de 2014
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El Boomeran(g)
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