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Jorge Zapata /EFE

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El olvido que seremos

Cuando el futuro queda sepultado bajo el pasado, algo va mal. Si el pasado se aniquila, el individuo pierde aquello que lo hace único. Vasili Grossman sostenía que cuando alguien muere, con él se derrumba el mundo singular e irrepetible que construyó: un universo con sus propios océanos, montañas y cielo. Algunas enfermedades, al devorar recuerdos y palabras, provocan un efecto devastador similar al descrito por el ucraniano.

F. viene a buscarme a un pequeño pueblo de la Segarra para llevarme al aeropuerto. Mientras baja la ventanilla, reflexiona: “La memoria es como el agua en el campo. Demasiada lluvia daña las raíces; sin ella, nada crece”. Le pido noticias sobre su madre. Hace dos años, cuando le diagnosticaron afasia y, al cabo de poco, alzheimer, F. se mudó con ella.

Afortunadamente, puede trabajar desde casa, pero realiza malabarismos como el mejor equilibrista para compaginarlo todo. En cierto sentido, vive desconectado del mundo y acompañarme al aeropuerto hoy es un lujo que saborea. Con avidez en la mirada, lo veo engullir el paisaje mientras conduce, disfrutando de esas escasas horas de libertad.

“Es curioso”, me dice, “me paso el día trabajando con palabras: leo, escribo, traduzco... Mientras tanto, mi madre se desliza hacia un silencio absoluto, más allá del lenguaje, y eso me aterra". Para visualizarlo, recurre a metáforas como la sequía, con sus ríos secos, y la tierra agrietada por la sed que evoca las áreas marchitas del cerebro.

Al pasar por Montserrat, confiesa: “Esta es la traducción más difícil que he hecho: sus silencios. Completo sus puntos suspensivos, procurando no hacerla sentir mal. Ahora soy su diccionario y su mapa, su agenda y su guía. Soy el apuntador que le sopla el guion para que la función no se detenga y el silencio no sea incómodo”. Me recomienda que lea el discurso sobre el silencio de Juan Mayorga en la RAE y me cita un pasaje de una de sus obras: “La lengua está en pedazos y es solo amor el que habla”

Hace unos días F. me envió la entrevista de La Contra a Carme Elías, y añadió al enlace: “Mi madre tiene un Bruce Willis, frontotemporal y afasia”. No entiende por qué es necesario recurrir a actores conocidos como anzuelo para recordar a la sociedad una enfermedad incapacitante, la forma más común de demencia, que solo en España afecta a más de 800.000 personas. Esa cifra corresponde a casos diagnosticados, que suelen detectarse en estados medios o avanzados. A veces, la enfermedad incuba, silenciosa, durante una década antes de enseñar las garras.

Al incorporarse a la C-31, me pregunta si conozco el término anosognosia, que encontró en el libro de una neuróloga. Como no digo nada, me explica que proviene de las palabras griegas nosos, “enfermedad”, y gnosis, “conocimiento ”, sumado al prefijo -a (privación), y se refiere a la incapacidad de reconocer la enfermedad en uno mismo. “Es un mecanismo de defensa, imagino, experimentado también por amputados o quienes sufren parálisis tras un derrame cerebral. Una manera de evitar el pánico: la tranquilidad de la ignorancia”.

F. habla de demencias degenerativas, pero trazo un paralelismo con el debate público, al que el término le va ni que pintado. Cada dos o tres días “se abre un debate”–hoy la maternidad subrogada, ayer la renovación del poder judicial, mañana el acceso a la vivienda–, pero parece que no se llega a conclusiones, como el dedo que se desliza en scroll infinito por la pantalla.

Por ejemplo, la anosognosia de la desertificación de la Península: ¿es preferible negar lo evidente en lugar de buscar soluciones a largo plazo? En la política actual, al igual que para el paciente de alzheimer, el pasado se desvanece y el futuro no existe, solo queda un presente perpetuo.

F. comenta que en consultas y centros repiten lo mismo: “Somos pocos, los justos para no cerrar esto”. Se lo confirman el psiquiatra del hospital público, los terapeutas del centro de día, la geriatra. Con ella, su madre pasa una visita anual, como la ITV de un coche viejo. F. describe la tormenta perfecta: “Para el 2030 se prevé el doble de afectados, escasez de especialistas, sobrecarga en atención primaria y una lucha titánica de familias y pa­cientes”.

Al llegar a la zona de salidas, aparca y ­saca mi equipaje. “Seguro que te has dejado algo”, bromea, aunque sé que le parezco un desastre en el arte de hacer maletas. Le abrazo y le digo que estoy orgullosa de lo que hace. “Cuando vuelvas de Uzbekistán –sonríe– aquí estaré. No, no me ol­vidaré”.

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12 de mayo de 2023
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La diferente inteligencia de dos virtuosos

 

Sean dos virtuosos del piano, interpretando, idéntica pieza de Debussy (por ejemplo, el tercer movimiento de su suite Bergamasque) ante un público digamos exigente. El uno provoca en el auditorio admiración por su control del instrumento, y el prodigioso conocimiento del mismo. Sus colegas músicos eventualmente presentes en la sala, conocedores de la dificultad digamos “desde dentro”, se admiran a la manera del científico pasmado en su día ante el prodigioso cúmulo de conocimiento físico-matemático que suponían las ecuaciones de Schrödinger. Supongamos que al final de la interpretación hay un aplauso unánime pero carente de calidez emotiva. ¿Qué ha ocurrido? Simplemente que unos y otros han juzgado en definitiva el objetivo conocimiento y dominio del intérprete…pues en realidad no se dio allí otra cosa que juzgar.

Supongamos ahora que el segundo pianista provoca todo esto y algo más…A la objetiva y unánime admiración del público conocedor, se añade ahora un singular sentimiento por el que todos se felicitan mutuamente, juzgando que han asistido a algo sublime. No se trata, a diferencia del caso anterior de   acuerdo sustentado en un soporte físico, incluso mesurable; si hubiera que justificar qué lo provoca sería imposible remitirse a algo objetivo. De hecho, tal remisión (un discurso del tipo, “¡qué acuidad en la frase x!, ¡qué manera de conjugar la fidelidad a la partitura y la innovación sugerida por el propio compositor en el pasaje y”) no sería más que una tentativa vana de dar cuenta o razón de algo que, constituyendo un juicio de los seres racionales (¡y exclusivamente de los seres racionales!) escapa totalmente a la razón que da cuenta.

Ahí reside efectivamente la dificultad: no remitir al misterio, sino encontrar la diferencia entre las modalidades de funcionamiento de las facultades constitutivas de nuestro psiquismo, y en cada caso la jerarquía existente entre ellas, que permite referirse a un espíritu humano entregado a la operación cognoscitiva, un espíritu humano confrontado a un deber, y un espíritu humano tensionado en el sentimiento de lo bello (o de su contrapunto), para el cual la presencia objetiva es tan solo ocasión fenoménica.

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11 de mayo de 2023
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Las escopetas y las palomas

Nunca me ha gustado mucho el refrán “las palomas tirándoles a las escopetas”, porque presupone que el papel indefectible de las escopetas es matar palomas, y el de las palomas resignarse en silencio a su papel de víctimas. ¿Cómo una paloma se va a volver contra una escopeta?  Se trata de una justificación de la ley del más fuerte, contra la que no hay nada que hacer. Las escopetas son escopetas, para eso fueron fabricadas, para disparar y matar, y las palomas son palomas, para eso nacieron, para ser acribilladas a perdigonazos, y morir.

Mi viejo amigo, el comandante del FMLN Joaquín Villalobos, en un reciente artículo en El País, afirma que es un error absurdo el del papa Francisco comparar a la dictadura de Ortega con la de Hitler; otro error, no menos imprudente, el de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas el denunciarlo por crímenes de lesa humanidad, porque más bien eso lo fortalece, y ya podrá morirse en la cama de puro viejo, consolidado por tan festinada condena. Cuando las escopetas disparan, las palomas mejor se callan.

 Según este alegato, Ortega, en un acto de gracia unilateral, sin pedir nada a cambio, sacó de la cárcel, para meterlos en un avión, a más de dos centenares de prisioneros; y el simple de detalle de despojarlos enseguida de su condición de nicaragüenses, que repitió luego con cerca de cien ciudadanos más, entre los que me encuentro, al ser criticado innecesariamente por la comunidad internacional, impidió ver la trascendencia del gesto magnánimo. Los dictadores bananeros son así, tienen sus excentricidades. Algo tenía quedarles a las bases radicales, para mantenerlas en paz y contentos.

Esto me recuerda el cuento del matón desaforado que cada noche aterrorizaba a los vecinos. Muchos escapaban a escondidas, y cambiaban de barrio. Apenas amanecía, un predicador los visitaba aconsejándoles mejor callarse porque si no, la furia del energúmeno sería peor. Que tuvieran paciencia. La solución era el diálogo. Las víctimas ceden, y el matón cede. Siempre existe el término medio.

“Sin oposición las condenas internacionales no sirven de nada”, afirma el comandante Villalobos. ¿Pero qué se hizo la oposición en Nicaragua? Todos sus dirigentes fueron encarcelados antes de las elecciones de 2021, bajo acusaciones que iban a de traición a la patria a lavado de dinero, mucho de ellos solo por haber declarado su intención de presentarse como candidatos contra Ortega, que ganó como candidato único.

Y luego, como tras ponerlos en el avión los declaró apátridas, dentro de Nicaragua no hay oposición visible. Pero prisioneros opositores no habrán nunca de faltar. Estos últimos días han sido apresados decenas más, con lo que de nuevo las cárceles se vuelven a llenar.

“Nadie invadirá Nicaragua para derrocar a Ortega, tampoco habrá otra revuelta popular, esa oportunidad se perdió y no es repetible a voluntad. No habrá una nueva “contra” y un golpe de Estado es imposible e indeseable porque puede convertirse en una guerra civil. En síntesis, no hay fuerza para lograr un cambio”, agrega el comandante Villalobos.

Es una impecable falacia en serie. Nunca he escuchado a ninguno de los dirigentes opositores en el exilio pedir una invasión militar a Nicaragua. La rebelión de abril de 2018 tuvo un carácter cívico, porque esta nueva generación de nicaragüenses que salió a exigir democracia y libertad a las calles, es contraria al uso de las armas. Tienen conciencia de que la guerra civil de los años ochenta en Nicaragua sólo trajo luto, destrucción y sangre, otra dictadura, y más corrupción. Lo mismo pasó en El Salvador. Pero no está escrito en ninguna parte que los jóvenes no salgan otra vez a las calles, a pesar de la persecución constante y la imposición del terror y el silencio.

Y me parece que ya sería demasiado pedirle a las palomas, que además de no dispararle a las escopetas, puesto que así son las escopetas, están hechas para matar palomas, y para matar gente, que además de huir por centenares de miles para salvar sus vidas, y buscar la comida lejos de las fronteras de Nicaragua, a pesar de lo “bastante bien que sigue funcionando la economía capitalista”, reclamen a la comunidad internacional que no sólo no imponga más sanciones contra la dictadura, sino que levante las que ya existen, “para facilitar un diálogo”.

Negarse a las posibilidades del diálogo como salida a una crisis política parece insensato. Pero en el caso de Nicaragua primero hay que preguntarse qué clase de diálogo, y con quién. Y para qué. El modelo que veo afianzarse en mi país no es el de una dictadura como la de Somoza, que endurecía a veces sus posiciones y en otras buscaba respiro, decretaba amnistías, o restablecía la libertad de prensa.

Más bien lo que se consolida cada día es un modelo parecido al de Cuba en los años sesenta, por obsoleto que parezca, o como el de Corea del Norte, por absurdo que parezca. Todos los opositores en la cárcel o en el exilio, la sociedad civil muerta, los medios de comunicación desaparecidos, las iglesias cerradas, las fronteras selladas. Un partido único, un discurso único, una familia única en el poder. Aislamiento internacional. Silencio y sumisión.

¿Cuál diálogo entonces? Sólo pregunto.

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11 de mayo de 2023

Imágenes de la serie 'Fortunes of War' con Emma Thompson y Keneth Branagh.

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Novelón

 

Olivia Manning firma la ‘Trilogía balcánica’, una de las mejores narraciones sobre la Segunda Guerra Mundial, a pesar de los miles y miles de novelas que le hacen la competencia

Por fin la admirable editorial del Asteroide ha publicado el tercer y último volumen de la impresionante Trilogía balcánica, también conocida como la primera parte de una serie a la que seguiría la Trilogía del Levante que ignoro si será publicada por los mismos. Los seis títulos, obra de Olivia Manning, se editaron juntos en 1982 con el nombre de Fortunes of War, pero fue la televisión británica la que, en una serie de gran popularidad, lanzó a la autora a la fama internacional en 1987.

Bien está que se edite de nuevo porque es una de las mejores narraciones sobre la Segunda Guerra Mundial, a pesar de los miles y miles de novelas que le hacen la competencia. No lo digo yo, también lo dicen Anthony Burgess y Antony Beevor, que de esto saben. La traducción de Eduardo Jordá y Concha Cardeñoso es muy buena.

La primera virtud, si dejamos aparte el talento literario de Olivia Manning, es que la guerra está vista desde un punto excéntrico. Las aventuras y desventuras del matrimonio Pringle, protagonistas de la saga, comienzan en Bucarest en 1940 (La gran fortuna) donde han llegado como funcionarios del British Council. En aquella zona el conflicto se ve muy lejano. Es cierto que ya ha caído Polonia, pero los rumanos no temen ser invadidos, aunque en Bucarest comienzan a sembrar el terror los miembros de la Guardia de Hierro. La descripción de la ciudad alegre y confiada, sus habitantes y los personajes que acompañan a los Pringle en la saga, es formidable. Un excelente retrato de la Mitteleuropa entre inconsciente, banal y heroica.

En la segunda parte (La ciudad expoliada) se aprecia la decadencia progresiva de Bucarest y el temor cada vez mayor a una invasión alemana hasta convertirse en verdadero terror. Manning comienza su introspección en los personajes de la saga y va mostrando los egoísmos, cobardías, traiciones y, sobre todo, la inmensa estupidez de algunos caracteres que parecían normales o incluso interesantes. El mayor peligro, evidentemente, es que Bucarest es un cul-de-sac de donde no es fácil escapar si los alemanes toman la ciudad. La exasperación va poniendo al descubierto los aspectos más detestables de cada personaje.

Finalmente, en el tercer volumen (Amigos y héroes), los Pringle, que han sufrido una huida de Bucarest casi mortal y una separación angustiosa, volverán a reunirse en Atenas donde comienza de nuevo una maravillosa descripción de la ciudad, la inconsciencia de su población, la insoportable arrogancia de las autoridades británicas, la odiosa obsequiosidad de los empleados de la administración inglesa, la generosidad del pueblo griego, hasta el desastre final cuando los alemanes invadan también Grecia. La huida de los Pringle hacia el Levante de la segunda trilogía es uno de los momentos más brillantes del conjunto.

Pero hablamos de una larga novela (los tres volúmenes suman 1.300 páginas) en la que Harriet y Guy Pringle están perpetuamente presentes. La lucidez con la que Manning va descortezando a la veinteañera Harriet, caprichosa y algo tonta, y a su marido, un izquierdista pelmazo dotado de una caridad oceánica para todo el mundo, menos para su mujer, es digna de la más cruel Patricia Highsmith. En el último volumen Manning da muestras de ser una de las mejores narradoras del siglo XX británico. Ojalá el Asteroide emprenda ahora la segunda parte de la saga.

 

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9 de mayo de 2023
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Oh, la, la… vuelven los 70

 

Acabo de visionar la miniserie televisiva Todos quieren a Daisy Jones, basada supuestamente en el periodo de refundación y salto a la fama de la banda de rock Fleetwood Mac. La pasan por la plataforma Prime Video, la del gigante Amazon. En realidad, la producción sigue el relato de una novela, cuya autora, conocida por sus libros del género romántico, no oculta el origen de su inspiración: la citada formación musical, la primera que agrupó a mujeres y hombres en igualdad de protagonismo en un universo dominado también ampliamente por el género masculino y que dejaba a las "chicas" el rol de meras vocalistas corales o, en según qué casos, excepcionales, el de cantantes solitarias.

El libro es de la joven escritora Taylor Jenkins Reid. No ha cumplido los 40 años, pero ya cuenta en su haber con varias novelas de gran éxito y adaptadas al medio audiovisual. Hace algo más de un lustro se llevó al cine su versión sobre una gran actriz ya anciana que decide contar su vida a una tierna biógrafa. Taylor removió los conocimientos públicos sobre Liz Taylor, Ava Gardner y Rita Hayworth para cimentar a su personaje de ficción, Evelyn Hugo, en un cóctel de realidad, rumorología, suposiciones e imaginación bajo la técnica habitual de la novela romántica, cuya razón de ser consiste en provocar giros inesperados tanto en la trama como en la psicología de los personajes.

En la primavera de 2019 vería la luz su último y más conocido best seller, publicado en España apenas dos años después, Todos quieren a Daisy Jones. En las entrevistas que ha venido concediendo a raíz de este éxito, la autora explica que se quedó prendada por el último concierto que dieron los Fleetwood Mac en 1997 y que la MTV emitía constantemente. Aquel concierto volvía a reunir al grupo, veinte años después de publicar su álbum meteórico, Rumours, que colocó hasta cinco canciones en el top 10 de 1977. Para entonces, dos de sus integrantes, el guitarra solista y cantante Lindsey Buckingham y la vocalista Stevie Nicks habían dejado de ser pareja sentimental. Ambos componían muchas de las canciones de la banda, historias de amor, quedadas, efervescencias estupefacientes y agitados desamores… En directo, las cantaban casi juntos, a dúo o en forma coral, fingiendo excitantes momentos y escenitas de caramelo. Su mayor éxito se titulaba Go your own way  (Ve por tu propio camino).

Ahí, en esa teatralidad encontró la escritora su palanca emocional. A partir de esa percepción construyó otra historia que seguía algunos meandros de Fleetwood Mac pero cuyo curso ficcionado proponía una escala de sentimientos mucho más volcánica que la realidad. El resultado fue la historia de la banda de Pittsburgh, The Six, y su unión tempestuosa pero gloriosa con la personalidad arrolladora de la californiana Daisy Jones.Tras ser número uno en las listas de libros recomendados del New York Times, el Washington Post y Esquire, la novela cayó en manos de la conocida y oscarizada actriz Reese Witherspoon, renovada en productora, para convertirla de inmediato en una miniserie televisiva en diez capítulos que ha necesitado de una banda sonora propia, con una música que remitiese a los 70 (una simbiosis entre el pop y el llamado soft rock, la antítesis del punk, con Jackson Browne como invitado creativo) y unas letras que reflejasen la ardiente y atribulada historia de amor entre sus protagonistas.

Y he ahí la clave de esta serie, más allá de la calidad de la misma, del interés de su trama o de la criticada fórmula de su narrativa (una continuidad de flashbacks desde el presente). Tanto la ficción como lo que se conoce de la realidad en la que se basa, resultan excelentes ejemplos de la profunda transformación de las relaciones afectivas que provocó la cultura musical popularizada por los jóvenes anglosajones, desde los años 60 y en su cénit durante los 70. Una década después también será un fenómeno común en nuestro país. Y es cierto que, como ocurre en otros films más contemporáneos, Forrest Gump sin ir más lejos –película que repudió el autor de su novela, Winston Groom–, se desliza una crítica feroz a los excesos con las drogas y al carácter disoluto de aquellos jóvenes, pero lo realmente significativo es el radical cambio vital que se produce en esa época y que sí se vislumbra en este serial, esa cesura cultural propiciada por la revolución sonora del rock and roll.

Lo narraron en su momento otros más brillantes escritores y analistas –la colección Contraseñas de Anagrama, está repleta de títulos memorables al respecto, incluyendo los sarnosos miniensayos de Tom Wolfe o los locos relatos de Bukowski–, pero no existe una genealogía minuciosa sobre la destrucción de los arquetipos burgueses heredados de la época industrial como hubiese reclamado Carl G. Jung, o de las múltiples conexiones entre la música juvenil, la nueva literatura, el psicoanálisis, el feminismo o la libertad sexual. ¿Qué hace el poder en tu cama?, titulaba en 1981 para El viejo topo sus “apuntes sobre la sexualidad del patriarcado” el sociólogo valenciano Josep Vicent Marqués, habitual también de los especiales sobre (multi)sexualidad de la revista Ajoblanco de Pepe Ribas. Apenas dos años antes visitaba Félix Guattari el campus de Bellaterra en las cercanías de Barcelona y tenía lugar allí una gran fumada en honor al coautor del Anti Edipo (de 1972), en la que estuve presente.

    

Por no hablar de esas demonizadas drogas, en especial las alucinógenas, cuya función epicúrea es protohistórica y cercana tanto a la mística de la euforización como a la teoría del conocimiento. En el caso de Fleetwood Mac, recogido por la literatura sincretista de la joven Taylor Jenkins y difundida por la televisión en el formato de Daisy Jones & The Six, lo realmente vertiginoso es la novedosa formulación de las relaciones amorosas, el emancipado papel del sujeto femenino, mucho más activo en la expresión sentimental, una feminidad que verbaliza su autonomía e igualdad relacional y que va mucho más lejos de las heroínas románticas, de Bovary a Karenina. Daisy Jones es dibujada en la serie como una especie de diosa, incluyendo vestidos e indumentarias que han devuelto la moda de los 70 a los actuales escaparates femeninos.

En el origen, ya lo sabemos por Joseph Campbell, siempre hubo diosas. De eso procura servirse este cronista. La novela Psicodélica, publicada el año pasado por Contrabando, relata esa atmósfera rupturista de los 70, salvo que en nuestro país era cuestión de bandas de iniciados y en América los jóvenes se manifestaban a millones y a diario generando, también, un fecundo negocio no tan contracultural.

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8 de mayo de 2023

Foto de Diego Figueroa (Migrar Photo)

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Mil palabras

Hace ocho años yo tenía una columna en la revista digital The Objective. Fue un ejercicio de mirada e imaginación que me gustaba mucho, un cotidiano reto en el que debía elegir una foto que aparecía ese día en el medio, que en esos tiempos hacía primar las fotografías. Yo debía construir una historia desde esa foto.

Y la primera semana de julio de 2015, la foto que me conmocionó era de Diego Figueroa (Migrar Foto). Ilustraba la celebración en Chile del prestigioso Salón del Fotoperiodismo, en su 37ª. edición.

Esta fue la foto, y esto escribí entonces:

 

Miren esta imagen y piensen en cada una de las posibilidades verbales: verán una foto distinta. Les provocará otros sentimientos, otras ideas, se relacionará con distintas memorias.
Sí: las fotos y sus textos pueden dirigir nuestras reacciones, pueden engañar, pueden usarse para manipular y provocar amores y odios.
¿Qué estamos viendo? Seis posibles pies para esta foto:
1.
En medio de las protestas de los estudiantes, un joven acaba de lanzar una bomba molotov en un edificio gubernamental en Santiago. El ataque produjo tres heridos, entre ellos una niña de 11 años.
2.
Una víctima escapa de un edificio en llamas en Antofagasta. No pudo salvar ninguna de sus pertenencias. “Perdí todos mis recuerdos”, dijo.
3.
Aprovechando un incendio fortuito, un preso escapa de una comisaría en Valparaíso. Tres horas más tarde fue capturado mientras tomaba un helado en la playa. “Valió la pena”, declaró.
4.
Un policía de civil corre para atrapar a un preso que escapó de una comisaría de Temuco aprovechando un incendio fortuito.
5.
Un manifestante de derecha huye tras lanzar octavillas en contra de los inmigrantes en la puerta de un edificio público en Lyon.
6.
Un manifestante de izquierda huye tras lanzar octavillas en contra de la Troika y a favor de Syriza frente a una oficina bancaria en Atenas.
Y ahora les pregunto: “¿Una imagen vale más que mil palabras?”.
Ese año yo estaba a cargo del Máster en Periodismo de IL3-Universidad de Barcelona, y cuando les pedí el primer día a los alumnos que se describieran con una frase, el estudiante peruano Pedro Gerardo Velarde dijo que era fotógrafo y que estaba en el Máster para aprender a escribir, porque sin palabras, las fotos no revelan sus secretos.
Y entonces Pedro me dijo una frase que no olvidé más y que rescato hoy, ocho años después: “Nada se entiende sin palabras. Incluso para explicar el concepto de que ‘una imagen vale más que mil palabras’ necesitamos de las palabras”.
Así es. Sin palabras no entendemos (o sea: no vemos) la imagen.

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4 de mayo de 2023
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Coincidentes

Me muevo bien en el mundo de las coincidencias y, utilizando la expresión que lleva un tiempo de moda, diría que me siento cómodo en ese mundo. Son varios los amigos con los que coincido en el uso de determinados tópicos y prioridades, incluso en el uso de agudas reflexiones sobre asuntos decisivos. Así, puedo citar ahora a Cosme Lobregón Seisdedos y, también, a Dionisio Pérez de Entrambasaguas; con ellos la coincidencia radica en la lectura de libros. Dionisio, por ejemplo, comenta en un whatsapp que “estoy releyendo los Viajes por España, la selección que preparó José García Mercadal para Alianza en 1972”, y, yo, casi me sobresalto al comprobar que ese es el manual que lleva un par de jornadas descansando sobre la mesita de noche. Cosme, al que no veía desde hacía tiempo, lo encuentro en Barcelona, en lo de Obama y Springsteen, y luego, tomando algo por ahí, cuando se despoja del chaquetón veo que asoma, de un bolsillo interior, el genial y misceláneo Papur, una de las obras cimeras de mi primo Ferrer Lerín, en la reciente y pulcra reedición del sello minoritario Días Contados. Quiero decir con esto que no me sorprendo lo más mínimo cuando Margarita, mi amante ocasional y esposa de Esopo, el fontanero argentino con el que anda trasteando mi novia, suelta así de golpe, durante una comida dominical en el altillo del restaurante La Pocilga, el mejor de la zona en relación calidad-precio, que el niño desnutrido, hallado perdido junto a la verja del chalé de sus padres, tiene un enorme parecido con Michelle Obama en cuanto a color y longitud de las piernas y que, la criatura, al hablar, dispone de un acento mezcla de pijo barcelonés y agricultor maño, en la línea del ya citado autor de Papur.

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3 de mayo de 2023
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Una noche con Benet

 

Todo el proyecto narrativo de Benet se presenta como el bosquejo de un mundo destruido.

De todas las tumultuosas noches de la Movida hay una que me interesa recuperar: aquella en la que estreché por primera vez la mano de Juan Benet, tras haberlo leído largamente y con mucha devoción. Ocurrió en la fiesta que daba en su casa Marta Moriarty. La anfitriona llevaba un vestido de apariencia metálica que le había hecho mi amigo Felipe Salgado, el mismo modisto que había confeccionado la chaqueta que yo llevaba esa noche. Recuerdo haber visto en la fiesta al pintor Ceesepe, que había enloquecido de alcohol: veía monstruos en el vestíbulo de la casa abarrotada de gente y Barceló, que llevaba un chaleco plateado, intentaba sacarle de la pesadilla.

La casa estaba sumida en una atmósfera claroscura. En un ángulo del salón se rozaban invitados de muy diversa ralea pero que se parecían porque daban todos ellos la impresión de llevar un disfraz más que un vestido, como si en aquel Madrid brillante y miserable todo el año fuese carnaval. En 1984 aún se percibía ese aliento especial de la Movida que supuso nada más y nada manos que la suspensión de la realidad. El gran poeta alemán Gottfried Benn ya sabía que no siempre la realidad era necesaria. A decir verdad la realidad no era prácticamente nunca necesaria, y nadie la quería ni regalada, aún menos en tiempos de la Movida, que en muchos aspectos se declaró como furiosamente enemiga de la realidad. Sólo puedo ver desde esa perspectiva la fiesta de la que hablo. Andaba por allí todo el mundo: Almodóvar, Savater, Sigfrido, Paloma Chamorro, García-Alix, los Moriarty con su amplio séquito… Era fácil perderse entre celebridades… Y de pronto, en el sofá que reinaba en el ángulo más oscuro del salón, vi sentado a Juan Benet y no dudé en acercarme a él. Un decenio antes, había descubierto su narrativa en Barcelona, durante un largo descenso al infierno. Sí, un año en el que hubo dos crímenes sangrientos a mi alrededor y el mundo se estaba ennegreciendo con la crisis del petróleo. No entiendo cómo conseguía alternar en mi cabeza la depresión, la locura, la euforia, las caídas... con la lectura de Benet. Al principio quedé fascinado por sus cuentos.

En Nunca llegarás a nada, su primera colección, vemos a un Benet sorprendente que aún no ha decidido su estilo… Hay cuentos a lo Fitzgerald, a lo Proust, a lo Faulkner… No eran narraciones realistas por la sencilla razón de que en todas había una misteriosa y vaporosa suspensión de la realidad. Me inquietaba que fuesen cuentos que no necesitaban del apoyo de la realidad para sostenerse. En la mayoría de ellos era algo que resultaba evidente. En cuentos posteriores veríamos a un Benet más sólido y más asentado en un territorio, pero no en aquel primer libro, un poco inocente. Más adelante me subyugarían libros como Sub rosa y como 5 narraciones y 2 fábulas, que leí poco antes de abordar sus dos primeras novelas: Volverás a Región y Una meditación. Resultaba desestabilizador leer al mismo tiempo esas dos novelas en las que se despliega una Región tan diferente. La región de Una meditación es totalmente proustiana, abismalmente proustiana, con una melancolía del todo proustiana.

En cambio la Región de Volverás a Región es más primordial, más auténtica, y hasta más experimental. Fui descubriendo el mismo año la narrativa de Benet y la de Robbe-Grillet, y de algún modo los comparaba. Los dos eran barrocos y amantes de los trampantojos, los dos tenían una soberbia voluntad de estilo, y por supuesto los dos eran partidarios de suspender la realidad, de anularla como por arte de birlo-biloque. Región me parecía una comarca única justamente por eso: porque en ella se ausentaba la realidad. Si recorría la Región descrita en las dos novelas referidas, comprobaba que todo en ella parecía fuera de la realidad, si bien incesantemente sostenido con un estilo que te podía absorber, que te podía enloquecer porque cada vez necesitaba menos la realidad para desplegarse, hasta finalmente desembocar en la epopeya de la desintegración, donde ya la realidad estallaba en mil pedazos: Herrumbrosas lanzas.

Pero aquella noche de la Movida estábamos todavía lejos de la aparición de Herrumbrosas lanzas y Benet disfrutaba de la noche madrileña y del esplendor de la fiesta en casa de Marta Moriarty. Recuerdo que me incliné ante él y le felicité por su obra, especialmente por su obra breve. Durante mi infancia, pasé una larga temporada en un pueblo del centro de León y más tarde en Ponferrada, y privilegié esa parte de mi vida cuando me presenté ante Benet. Él me dijo que también había conocido las regiones de León. Benet comparaba Ponferrada con el Oeste americano. Le di la razón: un verano de mi adolescencia había conocido los polvorientos suburbios de Ponferrada, que se iban perdiendo en eriales sin término y que si bien no me recordaban a Región, si que evocaban el Far West. Lo diré con toda sinceridad: a mi me fascinaba Región no por lo que se pareciera a ciertas comarcas de León sino por su irrealidad; desde esa perceptiva me parecía una construcción muy esforzada y laboriosa, además de desconcertante, porque uno nunca estaba seguro de si de verdad funcionaba. Yo tenía mis reparos. Por ejemplo, me creía totalmente las regiones inventadas por Faulkner, Onetti y Márquez, pero la Región de Benet me resultaba menos creíble o para decirlo de otro modo: me resultaba mas literaria, infinitamente más literaria que las invenciones de los escritores americanos, pues la realidad era, a decir verdad, suplantada por una gran deconstrucción del mundo y que, como Joyce, buscaba referencias homéricas: Herrumbrosas lanzas; sí, aquellas lanzas que recordaba Ulises cuando volvía a Ítaca como los viajeros de Benet vuelven a Región.

Para Marguerite Yourcernar todas las guerras eran la guerra de Troya, y también para Benet, que con sus herrumbrosas lanzas fue sembrando al final de su obra la destrucción del sentido. Todo el proyecto narrativo de Benet se presenta como el bosquejo de un mundo destruido. Asombra que en la vida real Benet, ingeniero de pantanos, contribuyera con su talento a empobrecer todavía más regiones que estaba viendo morir, pues todo nos indica que los pantanos fueron para las comarcas del Esla y el Duero una nueva desamortización y una nueva usurpación que precipitó aún más su ruina. Vuelvo a la noche en casa de Marta Moriarty, cuando estuve elogiando los cuentos del maestro, hecho que él agradeció vivamente, pues me quería hacer creer que nadie o casi nadie se acercaba a ellos. Cuando la fiesta empezaba a decaer se acercó a Benet una mujer que recordaba el personaje femenino del cuento Garet, y que pretendía apartar al novelista de la fiesta. Benet negó con la cabeza y continuó conversando conmigo mientras la mujer se alejaba de nosotros.

El escritor me preguntó por mi nombre y mentí: le dije que me llamaba Jesús Pérez y que era natural de Ponferrada. Después le hablé de una apuesta, o de la gran apuesta. Apostar contra todo, ya desde el principio. Apostar por Región, convirtiéndola en una baza interminable que se irá desintegrando molecularmente, como se fue desintegrando la narrativa de Joyce pero de otra manera, no menos mareante ni menos radical, aunque en aquel entonces yo no lo supiera y quizá ni siquiera lo sabía Benet, que acercó su boca a mi oído y me preguntó qué pensaba hacer. Respondí que iba a continuar la farra con unos amigos y que haría bien en venirse con nosotros. Recuerdo que se lo dije sin demasiada esperanza, creyendo que el maestro iba a desdeñar mi oferta, pero no fue así pues Benet asintió con entusiasmo y ya se disponía a venirse conmigo cuando tres mujeres cayeron sobre él y lo hicieron desaparecer en las sombras. Nunca más lo volví a ver. Ya es triste decirlo, pero así es, nunca más. Si en aquel entonces me lo hubiesen dicho, hubiese gritado airado contra ese destino tan absurdo y de tan difícil cumplimento (pues el mundo es un pañuelo), pero lo cierto fue que trascurrieron los años y nunca más me crucé con Benet, de forma que aquel encuentro en la casa de Marta Moriarty fue mi primer y último encuentro con el artífice de una construcción: Región, que ya en la primera novela aparece como un mundo perdido, y que en la última novela se convierte en una deslumbrante deconstrucción.

Una conclusión se deriva de todo lo dicho: quizá Región no necesitaba el apoyo extenuante de la realidad, como sí lo necesitaba la literatura social, porque era, es y será una realidad en sí misma, que se agranda con el tiempo y que brilla con luz de oro viejo en el reino crepitante del lenguaje.

 

Revista Claves  (mayo- junio 2023)



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3 de mayo de 2023

Augusto Monterroso (1921-2003).

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Veinticinco letras

El reciente número 145-146 de la revista cuatrimestral  Turia abre el sumario total de sus más de 500 páginas con una filigrana en miniatura: un Diccionario Monterroso compilado en clave abecedaria por Antonio Rivero Taravillo, quien en sus 23 entradas y ocupàndo tan solo diez páginas de dicho número consigue resumir, estudiar y prolongar el arte minimal del grandioso escritor guatemalteco.

Las citas de Monterroso que Rivero Taravillo engarza con gran habilidad y no poco humor son dignas del autor evocado, si es que no son inventadas por el melillense Antonio Rivero, algo que el mismísimo Monterroso, creo  yo, avalaría. Se sabía del caso de la señora a quien un amigo le preguntó si conocía al autor, y al decirle ella que sí, quiso saber su opinión sobre el famoso cuento "El dinosaurio". "Es uno de los que más me gustan", contestó ella, "pero apenas voy por la mitad".

No menos fulgurante es la anécdota recogida en el segundo epígrafe de este Diccionario, "Brevedad", en la que se cuenta su intervención junto a Bryce Echenique ante un público de estudiantes canadienses. El novelista peruano "contó con todo lujo de detalles cómo escribía, casi sin corregir", a lo que Monterroso, "atacado de pánico escénico [...] solo acertó a decir: "Yo no escribo; yo solo corrijo".

Pero nadie como el propio Monterroso para condensarse aun en su brevedad, como en el micro-relato "Fecundidad, donde escribe "Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea",

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28 de abril de 2023
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Un nido con vistas

En TikTok nuestras chicas aparecen casi siempre con la cara tapada por las manos y el cabello, o bien un haz de luz abrasadora borra su identidad. Son más cautas que sus hermanas mayores, las millennials , pero no por ello dejan de interactuar. Conversan a través de la pantalla con una interfaz: un día toca deformarse igual que Alicia, otro, animalizarse, porque el juego de la identidad es infinito en el mundo virtual. La crisis les ha dado excusas para apresurarse despacio.

Creen más en las personas que en las empresas, defienden el real food y la mayoría de ellos, casi un 60%, sueña que un día será propietario de un vivienda. La opción más repetida es “una casa con terreno”, según revela un interesante estudio realizado por el Instituto Silestone. Y sorprende tamaña fe en el futuro cuando la inestabilidad económica ha sido el único clima que han conocido. Porque la crisis de la vivienda no ha mermado la ambición de quienes se imaginan propietarios de un hogar donde sentirse a salvo. Luz y espacio cotizan al alza, según el estudio, resignificados como el verdadero lujo. Y ocho de cada diez piden terraza o jardín. La percepción de la vivienda propia como refugio ha aumentado entre la generación Z.

Lejos de soñar en pequeño, la casa deseada por los jóvenes de entre 18 y 25 años es luminosa y confortable, decorada con estilo minimalista e hiperconectada. Regresa aquella habitación que marcaba clase en la España de la transición: el despacho, aunque entonces su uso era mayoritariamente masculino, y ellas debían de conformarse con un tocador. Porque quieren separar trabajo y vida, ponerlos en dos casillas, y pocos prevén la opción futura que auguran algunos expertos, la del coliving para adultos.

Con sus tatuajes, la transgresión en la lengua, son más conservadores de lo que parecen. Y comparten con sus padres un viejo sueño que muchos abandonaron: tener un chaletito con parcela. Un nido con vistas.

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26 de abril de 2023
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El Boomeran(g)
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