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La paz desprestigiada

Nadie creerá en la paz hasta el momento en que sea realidad, si acaso llega algún día. En ninguna región del planeta como entre el río Jordán y el Mediterráneo se cultiva la decepción con tanto cuidado y constancia. Las iniciativas, mediaciones, hojas de ruta y treguas que preceden a nuevas ofensivas se suceden como las estaciones y los años, pero siempre sin resultados o incluso con retrocesos.

Las condiciones de vida de la población palestina no hacen más que empeorar; sigue aumentando el número de colonias y colonos sobre territorio palestino; la Autoridad Palestina se deteriora y corrompe, en un campo político dividido y sin elecciones desde 2006; también la radicalización se incrementa por ambas partes; la violencia penetra en el carácter de unos y otros, de los niños palestinos que apuñalan a israelíes y de los soldados israelíes que abaten a terroristas como si fueran fieras salvajes; y Benjamín Netanyahu, el primer ministro, se supera a sí mismo con sus Gobiernos siempre un paso más hacia la derecha.

Un océano de escepticismo neutraliza cualquier noticia, como si la sensibilidad del mundo solo aceptara las malas nuevas a las que estamos habituados. Ahora mismo son varias las iniciativas de paz en marcha, aunque en todas ellas vaya acompañada de objetivos más precarios u oportunistas.

La Francia debilitada de François Hollande, y no la UE, es la que convoca para mañana una conferencia de ministros de Exteriores, en la que participarán Estados Unidos y Rusia, pero no Israel ni la Autoridad Palestina, y que pretende reavivar la fórmula de los dos Estados y la organización de negociaciones directas entre las dos partes con un límite temporal. También el desprestigiado presidente egipcio Abdelfatá al Sisi ha lanzado una iniciativa de reconciliación entre las facciones palestinas, paso previo a la negociación con Israel según la llamada Iniciativa Árabe de Paz de 2002, que incluye la normalización de las relaciones con Israel a cambio del Estado palestino en las fronteras anteriores a 1967.

La nueva geopolítica regional, con Irán como nuevo hegemón, propulsa una alianza suní conservadora bajo liderazgo saudí en la que Israel encaja como aliado natural. Nada la soldaría mejor como algún avance de la Iniciativa Árabe, que también interesaría a Obama, ya en la recta final de su presidencia y con las manos vacías en uno de los capítulos donde más esperanzas había levantado.

La respuesta de Netanyahu a esos brotes verdes es la habitual. De entrada, buenas palabras. Y en vez de un Gobierno para la paz con los 24 diputados de centroizquierda de la Unión Sionista, la opción por los seis diputados ultraderechistas y antiárabes de Israel es Nuestra Casa y la incorporación como ministro de Defensa de Avigdor Lieberman, israelí desde los 20 años, nacido en Moldavia y sin preparación para una cartera tan sensible. Se atribuye al primer ministro la chanza de que Lieberman puede confundir los silbidos de las balas que nunca ha escuchado con los de pelotas de tenis. Ante todo, la decepción.

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2 de junio de 2016
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El cordón umbilical

Observo cada vez más una conducta neurótica en mí y en los otros capaz de paralizar el tráfico o de generar cualquier tipo de catástrofe doméstica. Ocurre al bajar a la calle, e incluso tras haber andado una manzana, cuando se sube al taxi y se da la dirección. Los primeros movimientos son cautos y silenciosos. El sujeto en cuestión va desatendiendo el diálogo a medida que se palpa los bolsillos, cierra los ojos y, presa de un pánico nervioso, empieza a rebuscar en el bolso o la mochila. Son instantes angustiosos: se puede perder un avión, hacer esperar a la abuela o incrementar el importe del taxímetro. El ansia se enmadeja hasta que el susodicho exclama con alivio “¡está aquí!” y enarbola el teléfono en el aire, como una bandera, movido por una energía jubilosa que quiere compartir con todos los que están a su alrededor, ufanos igual que él por no tener que retrasar sus planes. Porque el móvil es una pantalla del mundo, tu sala de operaciones, tu salvoconducto para acceder con contraseñas; representa el futuro, que parece depender de un mensaje que no llega, y el pasado, almacenado en fotos y mensajes.
Hace unos años reflexionaba acerca de la prótesis en que se han convertido los smartphones, su articulación dinámica para ofrecernos soluciones inmediatas que nos ayuden a vivir. Casi todos sufrimos nomofobia –ya saben, el miedo irracional a no estar conectados– y nunca habían sido tan reclamadas las tomas de electricidad de cafeterías o metros. El uso del móvil ha acrecentado aquella liberación tan celebrada que ofrecieron los primeros manos libres: andar hablando por teléfono. O salir al rellano de la escalera en busca de una privacidad que impedían aquellos cables en espiral que tanto toqueteábamos mientras se sucedían fragmentos de vida telefónica. Eso era entonces, cuando el teléfono se utilizaba para tomar decisiones, aunque fuera verse el domingo. En cambio, ahora se emplea por vicio, pese a que bombee e insufle sentido a la vida profesional y social de su portador. Por ello su desconexión crea una ansiedad que recoloca al individuo en su primigenia soledad.
En las urbanizaciones de verano, las mujeres tienden toallas en las galerías con el teléfono prensado entre el hombro y la oreja: “No me entero, llama de nuevo”, “yo me voy duchando”. Hablan libres de la presencia de los suyos, aligeradas por esa intimidad en bañador, y a gritos, igual que en los vagones del tren, como en la sala de espera, haciéndonos testigos de su intrascendencia: llaman para decirse que están bien, muy bien. Enumeran lo que han comido y a quiénes han visto. No parecen habitar, al menos conscientemente, otras ambiciones. Les basta mantener el cordón que les une a aquello que entienden por vida.
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1 de junio de 2016
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Papel pautado

Hace poco, revolviendo cosas y papeles, me hallé un casete de esos que ya cuesta reproducir, donde está grabada la función del jueves santo de 1952 en la iglesia parroquial de Masatepe. La hizo Remigio Sánchez, casado con mi prima María Josefa Ramírez.  Tenía una grabadora Philips de carretes, toda una novedad entonces, y es su voz la que se escucha por lo bajo, anunciando que la iglesia está llena a reventar, y que la orquesta Ramírez, cuya celebridad lamenta que no sea tanta como debería, va a comenzar a tocar.

La orquesta Ramírez estaba encabezada por mi abuelo Lisandro, violinista y compositor, parte de una dinastía de músicos fundada en Masaya por mi bisabuelo Alejandro, y que se prolongó en mis tíos, músicos todos e integrantes de la orquesta, en la que solo faltaba mi padre a quien había sido asignado el contrabajo, y que rechazó para dedicarse al comercio. De esa dinastía formaba parte también mis tíos abuelos Carlos Ramírez, compositor igual que mi abuelo, y Serapio Ramírez.

En esa función de jueves santo, al pie del altar mayor, está entonces mi abuelo Lisandro, vestido de dril blanco como siempre, la batuta en la mano, y están frente a sus atriles, mencionados por orden de edad, Francisco Luz, violinista, Alejandro, flautista, Alberto chelista, y Carlos José, el más versátil de todos ellos, que tocaba el armonio, el clarinete, y el saxofón; ese día toca el clarinete, y también, en algunos pasajes de la grabación, se escucha su voz de tenor que entona los laudes mientras a los músicos los envuelve una nube de incienso.

He logrado recuperar algunos de sus instrumentos: el violín de mi abuelo Lisandro, el chelo de mi tío Alberto, el clarinete de mi tío Carlos José. Son parte esencial de mi museo doméstico, instrumentos que viven dentro de mí, y dan vida a mi escritura. Lo mismo que la imagen de mi abuelo que vuelve cada tanto a mi memoria, inclinado sobre el papel pautado, componiendo, mientras tarareaba, o musitaba, la melodía que crecía en su cabeza. El componía con signos musicales, yo compongo con otros signos, que son las letras.

A los diez años padre me puso a estudiar solfeo con mi tío Alberto, a mí y a mi hermana Luisa, y no tardó en declararnos sordos a los dos, una sentencia lapidaria que me alivió del tormento de recibir aquellas clases a las dos de la tarde, pugnando en contra del sueño, una tarea heroica. Por la misma causa nunca aprendí mecanografía, porque pudo más en mí el sopor, y me quedé escribiendo con dos dedos.

El otro día contaba estaba anécdota del decreto de sordera a Carlos y a Luis Enrique Mejia, en un encuentro en la embajada de México, en el marco de Centroamérica Cuenta, y les decía que creo que hay dos clases de oído musical: el que reproduce, y allí sí que soy sordo a la hora de entonarme; y el oído que graba y reproduce, reconoce las melodías, y distingue los instrumentos. Ese sí lo tengo.

Porque sin ese oído no podría escribir. La prosa necesita de un ritmo y de una música. Y no puedo escribir en mis mañanas de encierro sagrado, si no escucho música; ahora mismo está sonando a mis espaldas la Novena Sinfonía en Mi Menor de Dvorak.

Como escritor siento que vengo de aquella orquesta Ramírez que se oye en la vieja grabación; vengo del acorde de esos instrumentos que se concertaban tanto para tocar la Misa de Gloria de Eslava, como para interpretar con brío valses en fiestas galantes, y aún serenatas si se daba el caso. Para mi abuelo y para mis tíos eran sus "toques".

Cuando tengo que hacer una comparecencia, presentar un libro, dar una charla literaria, le digo a mi mujer que voy a un toque. Gracias a aquellos artistas soy artista también.

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1 de junio de 2016
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Otra defensa de la palabra mutua

Falacia de la ley del más fuerte
 
"Nadie debería estar en la cárcel por sus ideas, pero hay que respetar la legalidad de todos los países” (Pablo Iglesias).

Justificar la prisión de Leopoldo López en Venezuela postula  una lógica canalla: las leyes de Hitler, Stalin, Franco, como las de Maduro, serían dignas de respeto por ser dictaminadas por el abuso  del poder.  La legalidad, felizmente, pertence a la palabra mutua, a la voz del otro, no a la extraordinaria violencia de negarle el turno del habla.
 
Falacia abecedaria
 
“El nacionalismo es un primitivismo.”
El Opinador asume que el capitalismo es anti-nacional. Pero hoy sabemosque sólo las regiones y países que más esfuerzo invirtieron en su desarrollo y son, por lo mismo, más modernas,  terminan siendo nacionalistas.

Falacia probabilista

"La policía estaría por reprimir a los manifestantes. No se descarta que se les encierre en las cárceles."
La Opinadora condena el presente a nombre de un futuro que, mecánicamente, entiende repetido. Sobreopinada, se revela más previsible que la policía.

Falacia del pan y circo
"La democracia en América Latina ha creado nuevas clases medias. Todos quieren un televisor HD y un iPhone.
El Blogero reparte chucherías para escamotear los bienes modernos: educación, trabajo, mejor información. Sears, nos dice, ha siido remplazada por Movistar; las clases sociales, por el  endeudamiento.

Falacia de la buena conciencia

“Abrir las fosas comunes de la matanza es abrir las heridas, volver al pasado, dividirnos aún más.”
La Cronista ignora que es la fuerza de lo reprimido lo que acaba con la paz de los sepulcros. Por lo mismo, las heridas sólo se cerrarán cuando los huesos, devueltos al lenguaje, adquieran  nombre, memoria, y piedad.
 
Falacia de la  ignorancia popular
"En América Latina, el 30% de pobres cultiva las expectativas del mercado: son los que sostienen, imaginariamente, el sistema."
El Asesor postula que las expectativas del mercado global demandan que el Estado sea local. Avanza la noción de que la subjetividad popular ha sido incautada por el fútbol. Pero el fútbol sólo es una siesta de la cultura.
 

Falacia de la minucia del valor

"El socialismo responsable debe sumarse a la derecha gobernante”.

El sobrentendido comparatista descarta el todo por la parte. En teoría, todas las rodillas son indiferentes.  Algunas son más flexibles.

Falacia de la baja intensidad
 
“Los estudiantes que protestan en las calles tendrán que sumarse a un partido o desaparecer.”

Más bien, quienes no los representan desaparecerán  cuando dejen de ser observados. Los espera el Congreso de los Imputados.

Falacia analógica

¨Humala es de origen castrense: no se puede descartar su autoritarismo populista.  Piñera es un hombre de negocios exitoso: no se puede sino contar con su deconfianza en el Estado."

La Bloguera construye una equivalencia para postular una oposición. Ardorosamente, propone una lectura premoderna del sujeto, al que explica como determinado por su origen. Darwinismo al revés: reduce el futuro a las opciones del siglo pasado.

Falacia tecnotrash

“El libro electrónico remplazará al libro impreso.”

Un millón de nuevos títulos se publicarán este año a nivel mundial. En español la piratería electrónica ofrece ya un catálogo donde todos los autores modernos están libres de costo. Pero la selva electrónica no te impedirá encontrar el libro escrito para ti.

Falacia del doble fondo

"Fidel hablaba demasiado, autoritariamente. Raúl no habla nunca, autoritariamente."
Hablen o callen, la Cronista se alimenta de su propia autorización.

Falacia presentista

"La Independencia americana fue un fracaso: estamos peor que nunca."
El Moderador juzga el pasado desde las carencias del presente.  Pero la generación emancipadora nos imaginó mejores. Los desastres presentes son  sólo nuestros.

Falacia del tercio excluído

“Los inmigrantes han aumentado la deuda nacional. Son ilegales, es preciso  deportarlos.”
Estadísticamente, pagan impuestos puntuales, cotizan a la seguridad social, legitiman la inclusión ciudadana. Su servicio social (doméstico, infantil, de ancianos) permite  la existencia de la familia nacional. 

Falacia del funcionariado difundido 

“Si los subsidios cesaran, la cultura desaparecería.”
Si la cultura  depende de las subvenciones, el espectador terminará reclamando  un sueldo por su papel de público. 

Falacia del espacio disponible

Mr. Nice fatiga el lugar común. Aparece todos los días en los diarios.  Jura en todos los jurados. Firma en cada Firma de Libros. Es premiado con todos los premios. Damos su nuevo libro por leído.  

Falacia demótica

“Los protestantes no saben lo que quieren.”
Quieren protestar. Ser parte del sistema. Algunos medios pretenden degradar el lenguaje de la protesta, en lugar de darles la palabra. ¿Quiénes, en verdsd, amenazan a la palabra pública?

Falacia de la  tautología

Opinión: “Dictamen o juicio que se forma de algo cuestionable.” Dictamen: “Opinión y juicio que se forma o emite sobre algo.”  Cuestionable: “Dudoso, problemático y que se puede disputar o controvertir.” (RAE).

El Diccionario sentencia que la "opinión" identifica en el objeto juzgado algo "cuestionable." En inglés, la opinión pertenece más a la doxa que a la epistemología: es una percepción común acerca de una creencia, o alguna convicción religiosa o política (Oxford). Se puede tener una "pobre" o "modesta" opinión, pero es mejor tener una "opinión educada" en lugar de una contundente o derogativa, que abusa del objeto. Por eso, los cómicos tienen mayor licencia para opinar, a veces con agudo sentido crítico. En inglés, el lugar del intelectual público es la comedia. En francés, el aula. En México, el estado o el error. En algunos países, la cárcel. En otros, el cementerio.

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1 de junio de 2016
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Una medialuna de viajes e historias

Vengo de Porto Alegre, de zambullirme en otra de las conferencias de la Asociación Internacional de Estudios de Periodismo Literario, la organización más divertida, profunda y hippie que conozco. Cada año presento, entre otras cosas, la obra y el lugar de un cronista latinoamericano.

Este año elegí a Martín Caparrós, el eximio viajero. Me centro en su reciente obra maestra, El hambre. Pero recorriendo lo que escribí de él, encontré esta crítica de su libro breve y jugoso de 2009, Una luna. En ese momento lo publiqué en Cultura/s de La Vanguardia. Hoy quiero compartirlo por aquí.  

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En 2008, el Fondo de Población de las Naciones Unidas le encargó al escritor argentino Martín Caparrós que viajara por un mes a diversos puntos del planeta donde jóvenes refugiados le contarían sus dramas y sus luchas por superarlos. Los textos resultantes, ya publicados en medios, trazan un mapa del dolor, de la incomprensión, de la ignominia y de la dignidad en este comienzo de siglo.

El proyecto de la ONU era un lujo: Caparrós es, creo yo, el mejor cronista actual de América Latina, un soberbio entrevistador, un viajero dotado de cultura enciclopédica, de una avidez cósmica por saber más y de una fina ironía. Con esas armas, publicó ya dos modélicos libros de viajes, Larga distancia y La guerra moderna. Su obra de no ficción incluye también la investigación sobre la corta vida y la aleccionadora muerte de una anarquista argentina (Amor y anarquía), la deliciosa historia del legendario club de fútbol Boca Juniors (Boquita) y la trilogía La voluntad, un profundo relato y análisis de los años de plomo en Argentina y la generación que optó por la violencia para cambiar el mundo.

Además, Martín Caparrós es novelista (fue primero conocido por el público español por Valfierno, una novelización del robo de la Gioconda hace un siglo, que le valió el Premio Planeta de su país), fue pionero de las tertulias de madrugada en la radio, con el nuevo siglo se convirtió en innovador de la televisión y el documental unipersonal, y – last but no least – es un personaje imprescindible de las tertulias literarias y periodísticas en Latinoamérica.

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Con su encargo a cuestas, Caparrós se lanzó a unir ciudades de los cinco continentes (Monrovia, Lusaka, París, Johannesburgo, Amsterdam…) en lo que tarda la luna en crecer, llenarse, apagarse y morir. En un mes lunar se enfrentó con historias como la de una rumana vendida como esclava sexual por su marido, como la de un marfileño que emprendió la durísima odisea de la patera, como la de un salvadoreño que se enfangó en el pantano de la pandilla violenta, o como la de una inmigrante marroquí en Holanda, abrumada por su deseo de ser mujer musulmana en Europa en medio del clima tóxico tras el 11-S y sometida a una familia castradora.

Una luna (Anagrama, 2009) contiene estos relatos, estos retratos al carboncillo de víctimas de la violencia, la pobreza y la humillación, trazados con la mano agil del periodista avezado. Pero estas pinceladas configuran tal vez un cuarto del libro.

Alrededor, antes, después y durante sus viajes para encontrarse con estos sufrientes, Caparrós anota en sus libretas lo que le va sucediendo en el viaje.

Esta parte – la más voluminosa – es una invitación a acompañarlo en sus filias y fobias, sus disquisiciones políticas, económicas, antropológicas, estéticas e ideológicas, sus recuerdos de juventud y sus expectativas de futuro. Es de esos libros donde la única estrategia de disfrute consiste en ‘dejarse llevar’ por el viajero agudo y experto, enamorado de sí mismo y de su pluma, y con razón, porque Caparrós tiene oído absoluto para la prosa precisa y la metáfora feliz.

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Hay momentos en que aturde tanta opinión, otros en que choca la yuxtaposición de las breves y dramáticas historias de los golpeados por la globalización y sus entornos hostiles con los satisfechos apuntes de viaje de un escritor en la cima del éxito. Pero aunque estos momentos hacen que queramos pelearnos y discutir con Caparrós, nunca nos tientan a abandonar el libro. Como maestro de la polémica, sus frecuentes boutades probablemente buscan producir ese efecto.

En definitiva, Una luna es un buen aperitivo para acercarse a la obra de un gran cronista, para pasar de aquí a sus obras mayores. Más que una luna se asemeja a esas exquisitas pastas argentinas que acompañan el café con leche o el mate de la mañana: la medialuna de grasa, un cruasán delgado, entre saladito y dulzón, con una costra dura y un centro tierno, que al mojar en el café con leche se impregna, pero que también cambia y complejiza el sabor de la infusión, y también es capaz de manchar un bigote nietscheano como el del mismo Caparrós. 

El libro es breve, el estilo ágil, el trazo fácil y ligero. Pero esta medialuna mancha. Muchas de sus imágenes y sus ideas quedarán deshaciéndose lentamente en la memoria y el paladar del lector.

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31 de mayo de 2016
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Coraje

El terror deja una llaga incurable. Los cómplices, los colaboradores y los cobardes que se acomodan al crimen celebran el fin del terror como un triunfo. Aquellos que han sido sus víctimas tratarán de sobrevivir, como siempre, pero no tendrán nada que celebrar. Se acaba de publicar el diario que ha llevado Maite Pagazaurtundúa entre 2003 y 2016 (Lluvia de fango).Es emocionante e imprescindible para entender cuál es la indecencia profunda de gente como la de Podemos o los separatistas catalanes que califican a Otegi como "hombre de paz". Un cinismo canallesco que ilustra a quien quiera entenderlo sobre la maldad esencial de esa gente.

El día 29 de marzo de 2006 anota Maite que ha leído dos o tres veces el comunicado de "alto el fuego" de ETA, es decir, su compromiso de no seguir asesinando. Durante seis años ha caminado por San Sebastián con escolta, pero ese fin de semana le cae encima la primavera de modo espectacular y decide salir a pasear. Entra en zonas que tenía prohibidas y constata cómo ha cambiado la ciudad. La gente la mira "como si una vaca circulase por la arteria comercial". Luego entra en el parque donde suelen ir sus hijas y los padres de otras niñas se quedan mudos. Comprueba que los colaboradores por beneficio o por cobardía agachan la mirada.

Se reúne luego con su familia para llorar la ausencia del hermano asesinado. Recuerda que Martiarena, consejero del PNV, le dijo a Joseba en 1998 que ya no habría más atentados y le ordenó volver a Andoain, "donde lo habrían de matar", añade Maite. ¿Será esta tregua como las anteriores?

El terror devora el tiempo, hinca su aguijón en el alma de las víctimas, tortura a los inocentes, es inhumano y vil. Conviene leer a Maite ahora que los asesinos andan sueltos.

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31 de mayo de 2016
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El Diario argentino de Gombrowicz

La editorial Cuenco de Plata acaba de reeditar el Diario argentino de Witold Gombrowicz, el octavo libro de la Biblioteca Gombrowicz. Este libro está extraído de las mil páginas del Diario del escritor polaco, enfocado en los textos relacionados con la Argentina escritos cuando Gombrowicz vivía en Buenos Aires, de 1939 a 1963. Juan José Saer se quejó con razón del "desmembramiento... por la sencilla razón de que todo el Diario es argentino, [su] razón es la experiencia argentina", incluso en las secciones no relacionadas con ella o no escritas en Buenos Aires. Aun así, vale la pena detenerse en estas páginas, pues en ella se encuentran reflexiones fundamentales para la cultura argentina y latinoamericana.

El tema fundamental de la obra de Gombrowicz -desplegado fundamentalmente en Ferdydurke (1937)-- fue "el demonio de la inmadurez", conectada con la juventud, un valor que no necesita de otros y que, al ser incompleta y anárquica, es capaz de poner en jaque toda la jerarquía de valores. A partir de esa fascinacion no le fue difícil entender a la Argentina, un país joven que tenía virtudes de las que carecía Europa: "menos lastre, menos peso heredado: la historia, la tradición, las costumbres". Era inevitable entonces que rechazara al grupo Sur que presidía Victoria Ocampo, y que fuera rechazado por ellos: "A mí lo que me fascinaba del país era lo bajo, a ellos lo alto. A mí me hechizaba la oscuridad de Retiro, a ellos las luces de París... ¡Ah, dejar de ser jóvenes! ¡Ah, tener una literatura madura! ¡Ah, igualar a Francia, a Inglaterra!" Gombrowicz reconocía el talento de Borges, pero lo encontraba muy cosmopolita y europeizante; no veía aquello que luego señalaría Piglia con tanto acierto: que aunque eran otros los caminos, Borges estaba tan preocupado como Gombrowicz por reflexionar sobre la forma en que una literatura periférica y una lengua marginal podían insertarse en la cultura mundial. 

En el Diario argentino se encuentran momentos icónicos, como cuando en el café Rex de la calle Corrientes, un grupo de escritores liderado por el cubano Virgilio Piñera daba la última redacción a la traducción de Ferdydurke del polaco al español, que había emprendido Gombrowicz y que luego continuaron unos amigos, revisando palabra por palabra la labor del polaco ("pronto la traducción comenzó a atraer gente y algunas sesiones del Rex se vieron colmadas de asistentes"); hay un rechazo a las menciones a su homosexualidad, pero sugerencias claras, más bien escasas, de su interés en los hombres ("volvía a esa situación, la más profunda, la más esencial y la más dolorosa de todas las mías: yo, caminando tras un muchacho de la calle"), que se harán más explícitas en Kronos, el diario secreto de Gombrowicz publicado tres años atrás por su viuda Rita en Polonia (para la confusión: hay un Diario, y un Diario argentino, y un diario detás del diario llamado Kronos); están sus lecturas -Simone Weil, Proust--, sus viajes a la provincia (Tandil, Santiago del Estero), su preocupación nada modesta por la forma en que se extendía su fama ("estoy creciendo en Polonia. Estoy creciendo también en otras partes... ¡El proceso de agigantamiento de mi persona está asegurado por muchos años!").

Gombrowicz se equivocó al escribir que su pasión hacia Argentina nació cuando se alejó de ella; el diario muestra que esa pasión estaba ahí desde el primer momento en que llegó a esa nación "exótica, displicente, impávida, consagrada a lo cotidiano" e intentó entenderla obsesivamente.  

   

(La Tercera, 29 de mayo 2016)
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31 de mayo de 2016
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Cambio de vista

Habitualmente, las personas corrientes tienden a compararse con las de éxito y envidiar, a través de los medios de comunicación, sus galardones, sus éxitos, su relevancia.

Hay sin embargo, en torno, tantos miles de millones de otras personas que sufren, son ignoradas y reciben heridas en el lugar de las medallas, y que simplemente cuentan con tan pocas opciones de destacar y como altas probabilidades de morir sin salir del montón, que sería tiempo de corregir universalmente el corazón y la vista.

Los que lucen son irrelevantes. No nos representan.

Los que padecen o sobreviven en la tristura de la luz, componen la más amplia y multitudinaria asamblea de nuestra condición humana.

No hace falta forzarse a cambiar la admiración por la piedad, ni la devoción hacia los grandes por la compasión hacia los muchos.

Bastaría con echar una nueva y lúcida ojeada alrededor y sopesar las cargas diarias de la vida. 

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31 de mayo de 2016
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Poeta de frontera

Por correo electrónico Manuel Vilas me advierte: “soy un escritor itinerante: tengo tres sitios donde escribo: Madrid (Pozuelo), Zaragoza y Iowa City. Tendría que elegir uno: Madrid, creo”.  Todo un detalle. Con las maletas preparadas, nos recibe en una urbanización junto a su pareja, la también escritora Ana Merino. En la entrada hay una estantería con libros publicados por ambos.

 

Manuel  Vilas (Barbastro, Huesca, 1962) es un narrador y poeta de la realidad, del amor, de España, de los coches, de las ciudades extranjeras, del asombro que produce la vida.  Algunos de sus poemas se titulan  así: 7 Gintonics, McDonald´s, Madza 6, El crematorio, Los cobardes, Cambrils, El sol, Yo soy el amor, España, una poeta inglesa te odió, Think is over, Orange o Acapulco.  Huele a perfume intencionadamente varonil. Le pregunto cual utiliza: “la Kenzo”, responde. Los perfumes le seducen desde que husmeaba en el tocador de su madre: “los aromas me abren una puerta de conocimiento, un olor dormido abre  la memoria”. El pasado mes de marzo se publicó su “Poesía Completa (1980-2105)” (Visor). Puede leerse como un retrato íntimo y a la vez de la España de los últimos treinta años. Contiene tanta energía como amor y devastación. Dispara con las cenizas de Walt Whitman: “es el padre de todos, de Elliot, de Auden, de Lou Red, de los Sex Pistols… es la exaltación caótica de todo”. Sus versos reúnen tanto rock como vermús de provincias. Poesía autobiográfica que actúa de azote, abrazo y carcajada solitaria, capaz producir en el lector un reconocimiento de los pliegues cotidianos.“A los 13 años, cuando me di cuenta de que no tenía ningún talento musical, me puse a escribir: lo típico, poemas de amor”. Ganaba premios literarios, hasta que en 1980 le dieron el Premio Zaragoza. Revuelve recuerdos: “no consigo conectar mi pasado con mi presente. Tengo la sensación de haber vivido varias vidas, y eso hace que no consiga recordar. Me lo tendré que inventar. Cualquier cosa, antes que no tener pasado”.

 

Escribe bien casi en todas partes. No le afectan el paisaje ni el clima. Detesta el portátil aunque vive con él. Archiva. Quema impresoras: “un texto en pantalla no es nada”. Escribe cada día, si no se siente desdichado. Siempre con música. Es su mayor analgésico: “por mal día que haya tenido, llego a casa, pongo a Lou Red y ya está”. Nunca lleva chandal: “detesto la estética pequeño-burguesa. Pinta bien pero siempre acaba mal”. Acaso es de lo que se siente más orgulloso: “toda mi literatura ha sido un intento de salir de lo pequeño burgués; es una gran invención occidental, tentadora pero cobarde. Niega esas grandes pasiones de la vida,  casa mal con la literatura”. Sus horas más fértiles para escribir son de 11 a 13. A veces de noche. O todo el día. 

 

A ratos ataca la nevera; pulsiones. Antes bebía: “una botella diaria ginebra, hasta que me caía. Tuve un par de ingresos. Cuando Fernando Marías leyó “Gran Vilas” me dijo: ‘este es el libro de un alcohólico’, y me hizo caer en la situación. Pronto voy a cumplir dos años sin beber”. Lo dejó solo. Vilas, que “bebía por dolor”, ahora escribe sobre ello, y asegura no haber renunciado a la ebriedad como ejercicio mental. Hablamos del ritmo de sus versos: “es una relación erótica con el español, un

ensimismamiento con las vocales y consonantes. Es como tocarlas”.Toma el sol, consciente de que es poco de escritor. Cita a Cernuda, o a Gil de Biedma, poetas afines. Asegura que el primer sorprendido de lo que escribe es él mismo, y se considera un enigma para sí mismo: “cuando escribí el poema de mi madre, la elegía a la muerte de mi madre, me di cuenta que había llegado hasta a un límite del conocimiento del amor, de la vida con un ser humano. Al llegar a fronteras vitales que nunca antes había pisado me siento bien”. Le asombran la vida y su exaltación. Tanto del bien como del mal. Le fascina el lujo: “me produce una felicidad inmediata, me inspira, es amor. Es como si dios me estuviera hablando. Que me venga a buscar un Mercedes 600 con conductor es una conquista de la maestría y la inteligencia humanas, y todo eso dedicado a mi”. 

 

La primera en leer sus originales es su compañera, Ana Merino, que “enjuicia muy bien. Un escritor termina su manuscrito y no sabe si ha escrito una inmensa mierda o  una genialidad. ¿A quien le da esa responsabilidad tan importante? Solo puede hacerlo con alguien que tenga una complicidad amorosa”. En su escritura itinerante, Vilas tiene miedo a viajar, o mejor dicho, a no regresar y quedarse perdido en un no-lugar. Busca el límite, y cuando lo logra, se sobrecoge.

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31 de mayo de 2016
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