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Cazadora de abismos

Hay que empezar a hablar de Diana Arbus por su ángulo más misterioso: su atracción por lo oscuro, por lo que la mirada acostumbra a temer. Y decir más: que sólo entre la alienación y la rebeldía, en la extrañeza más monstruosa, se encontraba segura. Se propuso una meta para escapar de si misma: perderse por las calles, por los lugares más fronterizos de la realidad en busca de freaks –travestis; enanos, gigantes y otros prodigios circenses; albinos o tatuados–. Llegó a sentir que ella era una más entre los que penetraron en el abismo. Creía que hay cosas que nadie habría visto si ella no las hubiera capturado. En una ocasión, en el MoMA llegaron a escupir a una de sus fotos, la de un travesti con rulos, un cigarro y una expresión que pasa por encima de ti como una plancha caliente. La desolación, la fragilidad y sobre todo el desarraigo íntimo afloraron en la obra de esta descomunal fotógrafa que empezó retratando el glamour, las parejas que no se hablaban en restaurantes, acaso a la manera de sus padres, emigrantes judíos que abrieron una boutique de moda en la Quinta Avenida y se hicieron millonarios. Escapó a los 18 años y acabaría fotografiando el infierno.
La vida de Diane Arbus acabó un 26 de julio –de 1971; este año se cumplen 45 años– tras ingerir una buena dosis de barbitúricos y cortarse las venas de sus muñecas en el histórico edificio de la Westbeth Artist Community, a orillas del río Hudson, en Nueva York. “La forma en que Arbus murió, como en el caso de la de poeta Sylvia Plath o, en una generación posterior, la fotógrafa Francesca Woodman, se ha convertido en parte de su legado artístico, como si su fin prematuro fuese el resultado inevitable de su trabajo”, escribe Andy Grundberg en The American Scholar a propósito de Diane Arbus: Portrait of a photographer, que acaba de publicarse en EE.UU. Las heridas secretas emergen ahora en la investigación de su obra adherida a su sensibilidad y cosida en harapos: “Arbus tenía muchos frentes psicológicos abiertos –una depresión, su promiscuidad sexual, el incesto, y una progresiva disminución de la capacidad de establecer y mantener relaciones sentimentales significativas– que nada tienen que ver con su trabajo o ambiciones”.
En su célebre ensayo sobre la fotografía, Susan Sontag carga las tintas con ella y su aura maldita: “El interés de Arbus en los monstruos expresa un deseo de violar su propia inocencia, de socavar su sensación de privilegio, de aliviar su frustración por sentirse segura”. Algo que ella misma reconoció. Nunca había conocido la adversidad: “Y sentirme inmune, por ridículo que parezca, era doloroso”. La fotografía mitigaría ese dolor, pero antes tendría que cruzarse con las dos personas más importantes de su vida: su marido, Allan Arbus, junto al que comenzó a disparar instantáneas y con quien trabajará para revistas de moda: Esquire, Vogue y Harper’s Bazaar, y la fotógrafa austríaca Lisette Model, la que proclamaba: “No disparen hasta que el sujeto que enfocan les produzca un dolor en la boca del estómago”. Tras su divorcio, Arbus se convirtió en la cazadora del abismo que siempre había sido.
Cuentan que el mismo día que encontraron su cuerpo sin vida en la bañera de su apartamento del Westbeth corrió el rumor de que había montado un trípode y una cámara para poder fotografiar su muerte. En su funeral, Avedon murmuró: “¡Cómo me gustaría ser un artista como Diane!”, a lo que Frederick Eberstadt le respondió, corrigiéndole: “No, no te gustaría”. Al final de sus días, cuando incluso le faltaba confianza para cruzar la calle, su rostro había absorbido los rasgos del desamparo de todos aquellos que había fotografiado.
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9 de julio de 2016
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Proximidad de la alcaldesa o Sustancia Infirmaria

 

No es posible por ahora definir el ángulo ideal para besar bien a la alcaldesa pero a una distancia de veinte centímetros y con una diferencia de altura de unos quince opté por aproximarme a su gaznate como un submarino a varios portaaviones y acorazados; la alcaldesa es pues muy alta y dispone de senos de plexiglás, vientre de matalahúva y nalgas de popelín engomado. Fue una jornada de escarceos dialécticos, vermú casero con olivas negras aragonesas y fritadilla abrasiva calentita, en la que llegado el proemio del ágape, mientras servían la Escudilla de Ángel y se anunciaba desde los fogones la inminencia de la Pepitoria, convencí a la edil de arrancar el baile pasando a mayores en la cuadra de los gamos y después en la bodega del solomo. Francisco “Frankie” de Sert, conde de Sert, firmaba ejemplares de El goloso (Alianza Editorial) cuando nos reincorporábamos al banquete y sería por celos o afán de pasar a la posteridad pero me puse a emborronar con estas reflexiones una servilleta de papel de esas de propaganda de la cerveza Mahou Cinco Estrellas.   

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8 de julio de 2016
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¿De qué te ríes?

Tuvimos Navidad electoral y votamos comiendo los turrones, y ahora tenemos verano poscomicios, a pesar de que ya calcemos las alpargatas sobre el asfalto hirviente. Aun así arrastraremos la incertidumbre de cómo será gobernada España hasta bien entrado agosto. La temporalidad sagrada que hacía respetar sus paréntesis estacionales también se ha fragmentado. No hay tregua en el desenredo de la actualidad política a fin de devolver una estabilidad que contribuya a subir el ánimo y mover el consumo. “A recuperar la confianza de los mercados”, dicen. Pero la confianza se ha hecho añicos y aquellos que se han insultado a la cara deberán acordar cómo salir ganando a medias, cada uno con un montoncito. Cambiarán de parecer en algunos asuntos otrora “innegociables” por exigencias del guion pactista igual que las actrices cuando justifican un desnudo.
Las máscaras mandan más que las personas, y nuestros líderes desafían al acto reflejo que activa el área de la corteza temporal al contemplar un rostro y ordena a las comisuras que se levanten. La represión de la sonrisa es un efecto colateral del caos. Ocurre en los funerales: la gente al saludarse a menudo contiene su espontaneidad y reconduce los labios a la línea recta, pero hay quienes olvidan por unos segundos que están acompañando a un muerto, pues es imposible amordazar la vida que fluye, incontenible.
Un psicólogo polaco, el doctor Kuba Krys, ha profundizado en un fenómeno sociocultural etiquetado como “control de incertidumbre”. Las sociedades que puntúan bajo en esa escala tienen sistemas sociales inestables, y así sus ciudadanos ven el futuro más impredecible e incontrolable. “¿Por qué sonríes cuando tu destino es un lobo invisible que está a punto de despedazarte? Es muy posible que en los países con bajo control de la incertidumbre uno sea considerado incluso un estúpido por hacerlo”, escribe Olga Khazan en The Atlantic en un artículo sobre esta investigación, que también afirma que la sonrisa está igualmente mal vista en los países con alto índice de corrupción.
La polarización siempre asfixia sus extremos. De la feria al velatorio. De “viene la nueva izquierda” a “se queda la derecha de siempre”. Durante estos días uno de los asuntos que más nos han entretenido se refiere a la sonrisa de Pablo Iglesias. Nunca se había visto tanto interés en que la perdiera, a pesar de contar con 71 escaños.
En El nombre de la rosa el benedictino Jorge de Burgos afirmaba que “la risa es un viento diabólico que deforma las facciones y hace que los hombres parezcan monos”. Cierto es, son los únicos animales, con nosotros, que ríen. Y hay monos de feria capaces de dejar asomar sus emociones tras las rejas. Como nosotros.
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7 de julio de 2016
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Buenismo belicista

Estrictas novedades, pocas. Muchas confirmaciones. Las peores sospechas han quedado dramáticamente demostradas: no había base legal para invadir Irak, no existía evidencia alguna sobre las armas de destrucción masiva, la preparación de la guerra y de la posguerra fue deficiente, en ningún caso la guerra fue el último recurso. Quienes se opusieron a la segunda guerra de Irak tenían toda la razón y el Informe Chilcot ha venido ahora a remacharlo con una detallada indagación que constituye todo un pesadísimo alegato, al menos político, contra Tony Blair.

Como todos sabían y ha sido sobradamente documentado, Bush decidió terminar con Saddam Husein primero y buscar los argumentos y las bases legales después. Tony Blair fue quien más le ayudó en la faena. De ahí el título de 'caniche de Bush'. No fue el único: Aznar, que sale numerosas veces citado de pasada en el informe, fue el caniche del caniche. Pero el caso de Blair es especialmente grave, por su prestigio como líder de la Tercera Vía y su sobrada experiencia política, que contrastaba con la bisoñez de Bush, y porque además comprometió a su país, su ejército, sus servicios secretos y sus instituciones, incluida la BBC, en la construcción del castillo de sofismas y falsedades de la causa belicista.

Tras los atentados del 11-S Blair estaba totalmente decidido a apoyar a Bush. "Estaré con usted, pase lo que pase", le dijo en una carta. Cierto que también lo intentó todo para evitar una decisión unilateral, buscar cobertura legal de Naciones Unidas e incluso agotar los caminos diplomáticos y las inspecciones sobre la existencia de las famosas armas de destrucción masiva que ya no existían.

El Informe Chilcot es un auto de acusación abrumador, especialmente en los aspectos más políticos, que cae en un momento especial de la política británica y extiende un enorme interrogante sobre las decisiones del ejecutivo, la responsabilidad de sus primeros ministros y su capacidad para manipular la opinión pública. Las evidencias sobre una de las peores decisiones de la historia británica como es la entrada en la guerra de Irak llegan con una extensa conciencia británica e internacional de que Reino Unido acaba de tomar otra de sus peores decisiones históricas, como es abandonar la Unión Europea; dos reveses de graves consecuencias geopolíticas separados solo por trece años. El único argumento de Blair es de una debilidad portentosa. Pide disculpas, expresa su pesar, pero se niega a admitir que mintió, porque lo hizo de buena fe: maquiavelismo de buena fe, en definitiva.

Blair se vio revestido con los hábitos de Churchill para combatir al lado de Estados Unidos el nazismo del siglo XXI, representado por Saddam Husein, en mitad de la mayor soledad europea. Solo una extraña combinación de arrogancia y autoindulgencia le permite cerrar los ojos ante las consecuencias: los soldados muertos, un país entero destruido, un terremoto político cuyas consecuencias llegan hasta ahora mismo con el Estado Islámico y la crisis de los refugiados. ¿Todo por la cabeza de Saddam? No, todo por la relación especial con Estados Unidos, la misma relación que el Brexit ha venido a erosionar.

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7 de julio de 2016
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Funny Girl

Nick Horby lleva un montón de novelas escritas, demostrando que no necesita de grandes recursos documentales, ni desorbitados asuntos épicos o desmesurados héroes trágicos para recrear una época, dar visibilidad a una sensibilidad especial o reflejar una forma de ver la vida. En realidad, las dos novelas que más fama le han dado, Fiebre en la grada o Alta fidelidad tienen como asunto principal el fútbol y la música joven, y los personajes que prestan voz y apariencia a las peripecias narradas no parecen gran cosa: un friki por cuyas venas no corre sangre sino pasión por el club de fútbol londinense Arsenal, o el dependiente de una tienda de discos cuya memoria está impresa en la música que sonaba cuando le ocurrió esto o aquello.

                En cierto modo podría decirse que Funny Girl es una recreación del ambiente de las series populares televisivas en la Inglaterra de los años 60 del siglo pasado, pero tratándose de Hornby cabe sospechar que, aparte de crear aquel ambiente con su habitual buen hacer, seguro que está ofreciendo algo más. Y en efecto. Resumiendo mucho el trasunto, la novela narra la historia de una chica de provincias, Bárbara  Parker, que llega a Londres dispuesta a triunfar como actriz cómica pese a que todo su bagaje interpretativo se reduce a una admiración ilimitada por una cómica ya en su declive llamada Lucille Ball (personaje real del que Youtube ofrece numerosos gags, alguno en castellano). Tras el consabido paso por el mostrador de cosméticos de unos grandes almacenes, Barbara conoce casualmente a un cazatalentos que le permite entrar en contacto con el equipo encargado de escribir, dirigir y producir una teleserie de cierto éxito y muy poca calidad artística. Sin grandes traumas ni sacrificios, y sin que necesite acostarse con la mitad de la plantilla de la BBC, esa chica de provincias con grandes pechos consigue el papel principal en una nueva teleserie hecha a su media y a la vuelta de unas pocas páginas la vemos convertida en una popular estrella llamada Sophie Straw, ligada sentimentalmente primero con el actor que le da réplica en la serie y después con el productor secretamente enamorado de ella, aparte de mantener una estrecha relación con los  dos entrañables guionistas, Bill y Tony. Todo sucede así. No hay traumas, ni desgarros, ni traiciones repulsivas. Si Hornby hubiese ambientado la novela en Sicilia, a esas alturas llevaríamos ya un montón de muertos,  transacciones mezquinas y traiciones alevosas porque por detrás del educado y atento fair play de los protagonistas, a estos les pasan cosas tremendas: Barbara/Sophie no acaba de saber qué hacer con su vida y sustituye a su marido por el productor sin que la ruptura o el nuevo esposo le susciten apenas emociones. Clive, el marido, es un pobre hombre que se conforma con la porción de gloria que le proporciona participar en esa serie de éxito y no parece que le resulte trágico verse sustituido en el lecho conyugal por Dennis, el principal responsable de esa misma teleserie y que a su vez ha visto ocupado su propio lecho por un usurpador. Por cierto que merece la pena leer como piezas separadas dos ocurrencias geniales de Hornby. Una de ellas (ver página 215) es su explicación de por qué los actores se acuestan todos con todos sin parar. Y la otra (ver página178)  es la reacción de  Dennis cuando le preguntan si le importaría mantener un debate público con un crítico y agitador cultural que es, justamente, el causante de su naufragio conyugal. Pero quizás los personajes con los que Hornby ejecuta más brillantemente su decisión de evitar dramas y desgarros son los guionistas de la serie, dos homosexuales reprimidos  que llevan una doble vida, uno casado con una mujer que conoce su escasa afición por lo femenino y el otro aliviando su soltería con unas incursiones en los urinarios públicos  que además de esporádicas le resultan angustiosas porque en aquella la época la homosexualidad en Inglaterra se castigaba con la cárcel y la ruina profesional y social.

                Hornby es muy sabio a la hora de combinar realidad y ficción, incluso dentro de la ficción. Hay personajes reales como la ya mencionada Lucille Ball o la entonces famosa modelo Sabrina, que aparece aquí como referente para el aspecto físico de Barbara/Sophie. Y aparecen también personajes históricos como el entonces primer ministro laborista Harold Wilson y su controvertida secretaria, Marcia Williams (cuando la prensa amarillista quiso saber por qué la esposa legal permanecía en el domicilio conyugal mientras que la secretaria pernoctaba en el Nº 10 de Downing Street, Wilson cortó el asunto por lo sano sacándose la sempiterna pipa de la boca para decir:”Marcia es una persona de mi máxima confianza y la necesito a mi lado noche y día”). Todos ellos salen haciendo de sí mismos, y contribuyen con su presencia a la verosimilitud de lo narrado, pero son mucho más sutiles los juegos de apariencias y realidades cuando se plantean conflictos entre la vida “real” de los actores y los problemas “ficticios” de sus respectivos personajes, por ejemplo porque en la vida real  la actriz de provincias se llama  Barbara, en las carteleras responde al nombre de Sophie y el  personaje que la ha hecho famosa en la teleserie se llama otra vez Barbara, circunstancia que Hornby explota con notoria habilidad. Y lo  mismo con los conflictos entre  Barbara/Sophie y Clive/Jim, matrimonio en lo real y la ficción, no quedando nunca muy claro si lo que les pasa es solo obra de los (desgraciados) guionistas o si estos no hacen mas que poner por escrito lo que le pasa en la vida real al matrimonio de actores.

                No es una novela trepidante y susceptible de arrancar carcajadas de los lectores, pero si una narración amable, tremendamente humana y capaz de suscitar reacciones muy favorables, sobre todo en el caso de los dos pobres guionistas encerrados en sus respectivos armarios.

 

Funny Girl

Nick Horby

Traducción de Jesús Zulaika

Anagrama-

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6 de julio de 2016
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Panoplia

Don Mariano es un prócer isabelino, galdosiano, capo del caciquismo español. Le ha ido bien en la vida y no se entiende que ahora, ya viejuno, no tome el retiro, emigre a sus provincias gallegas y allí, abanicándose con el Marca y chupando un puro, abra una notaría. Parece que no entienda lo poco que le falta para acabar mal, de lo que son anuncio esos manchurrones de papel moneda que le estropean el traje. Debería aprovechar la ocasión y hacer una sortie en beauté.

Muy otro es el caso de Sánchez, político de izquierdas que no ha podido luchar contra Franco y por lo tanto siempre le duele esa parte del cuerpo. Ello le obliga a renquear muy tieso entre sus compañeros (y compañeras), como si tuviera un heroísmo escondido que le impidiera caminar recto. Él, que no ha demostrado ninguna valía, encarna nada menos que La Izquierda Española, institución religiosa que decide quién está o no está en pecado. En esa función ha confirmado no entender ni una palabra de lo que pasa en el siglo XXI.

Viene luego Pablo Iglesias El Joven, que es ontológicamente joven por muy talludo que se le vea. Así que avanza siempre despacioso, con escoltas a los lados y balanceando las caderas como un pistolero del Oeste. Ha tenido una vida feliz en casa de sus papás, no ha trabajado nunca, ignora los rudimentos del contrato laboral, pero está obligado a figurar La Juventud, ese ente abstracto cargado de un valor trágico desde que los poetas románticos decidieran morirse antes de los treinta. No entiende aún que, para él, todo triunfo es un fracaso.

La última cabeza de la panoplia no tiene aún carácter y cuelga medio desenganchada por falta de convicción. Una pena, porque podría nutrirse de la incompetencia ajena. Si no lo hace, caerá. Y ya no habrá más nada.

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5 de julio de 2016
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El corazón de las tinieblas: cuplé para cantar en masa con Sara Montiel en la explanada de los Cretinos Sonrientes

(Sara es la voz solista y el coro lo forma el pueblo, como debe ser desde la antigua Grecia, y la moderna).

 

SARA:

Dios envió a Hitler

para que destruyese Alemania,

y luego envió a Merkel

para que destruyese Europa,

y luego envió a Cameron

para que destruyese Gran Bretaña.

 

CORO:

¿Y a quién envió Dios, oh Sara,

para convertir España

en la morada de la eterna corrupción?

 

SARA:

Quizá envió a varios, a bastantes,

para que la devastación fuese muy amplia.

Aunque basta con echar una ojeada

a los medios

de comunicación

de masas

para poder localizar

la cueva de Alí Babá

y los cuarenta ladrones

(aunque son algunos más).

 

CORO:

Los pensamientos de Dios

solían ser inescrutables,

y rara vez trasparentes,

pero ahora no.

Sabemos, como tú nos dices,

por qué nos envió a Merkel,

al celeste Cameron

y a la legión de buitres

que asolan toda región

desde las cumbres pirenaicas

al peñón de Gibraltar

(donde al parecer vivieron

los últimos hombres de Neandertal).

 

SARA:

Cierto, en los últimos tiempos

Dios busca la trasparencia.

Se lo agradeceremos siempre.

 

CORO:

Se lo agradeceremos, Sara,

como a ti te lo agradecemos,

oh, matriarca de las matriarcas

que estás sin duda en el cielo

fumando un Montecristo

con Cristo y Terenci Moix.

 

SARA:

Me encanta

vuestro sentido del humor, mancebos,

pero dejadme que siga

con mi narración:

Esto es lo que hay”

-me ha dicho Dios al oído-,

un mundo de ladrones, de necios,

de mandriles

que parecen recién llegados

de la oscura noche de los tiempos.

Preparaos para lo peor,

y no bromeo,

que quien avisa no es traidor,

no lo es, no, no, no”.

 

CORO:

Que quien avisa no es traidor

y donde las dan las toman.

Ja, ja, ja. Jo, jo, jo.

 

SARA:

Y donde las dan las toman

por delante y por detrás,

con amor o sin amor.

Ja, ja, ja. Jo, jo jo.

 

CORO:

Jo, jo jo. Ja, ja ja,

y tras las risas la pena

mientras entonamos todos

la canción de la tristeza

viendo cómo repiten

la misma farsa de siempre

y premian a los más viles

con doblones de oro y plata

que siguen guardando en Ginebra.

Ah, míseros de nosotros, ah, infelices,

¿qué delitos cometimos

pagando nuestros impuestos?

¿Por qué nos sigue castigando

con tanto tesón el cielo

y nos relega al infierno de la indigencia perpetua?

¿Para eso no hay respuesta,

Sara, Sarita, Sara?

 

SARA (Bailando la danza del vientre):

Para eso no la hay

ni la habrá mientras no cambie

lo que tiene que cambiar.

Ya veis que en algunos trances

Dios sigue siendo

el inescrutable.

Ah, el horror, el horror,

decía aquel señor

que conoció el corazón de las tinieblas.

Ji, ja, jo. Ji, ja, jo.

 

CORO (Bailando la danza del vientre a la par que Sara):

Ji, ja, jo. Ji, ja, jo.

Ah, el horror, el horror. 

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5 de julio de 2016
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¿Jonia o el Valle del Nilo (II)?

Veamos someramente el contenido concreto de este pensamiento reivindicado por Diopp, al que me refería en la anterior columna y que Jesús Mogonwa llega a a calificar de "ontología faraónica".

Tendríamos por un lado las escuelas de (en nombres helenizados) de Hermópolis, Heliópoles, Menfis y Tebas, en las que  se darían las primeras tentativas de explicar a la manera de los presocráticos el origen del universo. La base de esta cosmología  podría ser hallada  en documentos grabados en las pirámides  que datarían de 2600 antes de Cristo. Jesús Mogonwa explicita:

 "Se trata de unos documentos elaborados en una época en la que aún no existían los griegos en la historia, y donde las nociones de filosofía china o hindú eran un sinsentido, desde el punto de vista lógico".

La cultura científico- filosófica egipcia sería pues no sólo fuente de la griega sino efectivamente ajena a influencias chinas o hindús. Allí se habría concebido la tesis de una materia primordial denominada Noun,  indeterminada cualitativamente y carente de límites, la cual contendría en potencia los astros, así como los seres vivos y los humanos.  Bajo el nombre complementario de Kheper, Noun constituiría una suerte de ley actualizadora de arquetipos; arquetipos concebidos por el  propio Noun  en su forma de la divinidad  Ra, premonición del Dios-verbo (1). La analogía, a veces explícitamente establecida entre este  Noun primigenio y el Apeiron (lo infinito o ilimitado de Anaximandro), queda sin embargo matizada por el hecho de que  el Noun fuera precisamente  concebido como una divinidad. De hecho cada vez que se abriría la hipótesis de un principio explicativo, este se acompañaría con la idea de una divinidad correlativa, aunque Diopp (p.389) señala que progresivamente la idea del principio se vaya imponiendo sobre la idea de divinidad.

Tendríamos pues un doble componente idealista (arquetipos en Ra)-materialista (aire humedad, tierra y fuego en acto) que sería una de las fuentes tanto de las religiones reveladas como del pensamiento pre-socrático. En concreto, por lo a este último  se refiere, desde el Nous de Anaxágoras a las polaridades heracliteanas, pasando por los arquetipos platónicos, la deuda en relación al pensamiento faraónico sería enorme. Asimismo, la lógica habría  sido avanzada por los egipcios dos mil años antes que la sistematizara Aristóteles y lo mismo cabría decir de la geometría y la aritmética.

Aspecto importantísimo es que una teoría reivindicativa de la potencia de lo numérico no sólo tendría matriz en el pensamiento africano sino que perduraría en alguna de las culturas actúales, como la concepción del mundo de los Woyo del Congo, en las ideas cosmogónicas de los Dogon del Mali y sobre todo en el peso que otorgarían al simbolismo de los números los Bambara, también en Malí.

No insisto en este breve resumen de las tesis de Diopp, colaboradores y discípulos relativas a las implicaciones políticas, aunque  para los intereses de esta reflexión no puedo dejar de considerar un par de aspectos, sin duda problemáticos, que me llevan a seguir considerando legítima la posición consistente en volcarse sobre Grecia, y en concreto sobre el pensamiento jónico, a la hora de interrogarse sobre qué supuso el nacimiento de la física y qué llevó a la emergencia de la filosofía.

 


 (1) Jesús Molongwa enfatiza  al respecto el peso de un  párrafo de Diopp (Ibid,p.390): « Il suffit que Ra conçoive les êtres pour qu'ils émergent dans l'existence. Il ya donc un rapport évident, objectif, entre l'esprit et les choses. Le réel est nécessairement rationnel, intelligible, puisqu'il est esprit, donc l'esprit peut appréhender la nature extérieure. Ra est le premier Dieu, le premier Démiurge de l'histoire qui ait créé par le verbe. Tous les autres dieux sont venus après lui et il existe un rapport historique démontrable entre la parole de Ra, le Ka -ou la raison universelle présente partout dans l'univers, et en chaque chose- et le logos de la philosophie grecque ou le Verbe des religions révélées. "L'idée objective" de Hegel n'est autre chose que la parole (de Ra) de Dieu, sans Dieu, une mythification de la religion judéo-chrétienne, comme l'a remarqué Engels »

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5 de julio de 2016
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Ruinas

Mediados de los años 80 del siglo pasado. Reagan ha llegado al poder y, como una medida más de su revolución conservadora, llama a la Unión Soviética "el Imperio del Mal" y se apresta a doblegarla con la construcción de un costosísimo escudo antimisiles, bautizado como Star Wars, que podría darle la ventaja definitiva en una confrontación nuclear. El "temor a la bomba" acapara la ansiedad del planeta pese a la doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada. En esta crispación previa al ascenso de Gorbachov, un par de espías soviéticos lleva una vida familiar en apariencia normal como agentes de viajes en Washington D.C.

            Elizabeth y Philip son The Americans: los protagonistas de una de las mejores -y menos apreciadas- series televisivas de los últimos años. El detonador de la trama es eficaz: confrontados al American way of life, estos dos agentes encubiertos padecen todas las tentaciones del capitalismo, el libre mercado y la libertad de expresión mientras no tienen escrúpulos en combatirlos. En las últimas temporadas, la conflictiva relación con su hija Paige -una auténtica estadounidense, ingenua y devota de una soporífera iglesia cristiana- será su principal preocupación, más allá de robar armas bacteriológicas o infiltrarse en el FBI.

            Uno de los aspectos más notables de esta serie es que, a 25 años de la disolución de la Unión Soviética, el orden comunista nos parezca tan lejano, tan absurdo, tan imposible, cuando por más de siete décadas pareció una alternativa real a nuestro mundo. Algo semejante ocurre al leer The Sympathizer, la fascinante novela con la cual Viet Thanh Nguyen ganó el Premio Pulitzer en 2016. Su protagonista, un agente encubierto del Viet Cong que tras la caída de Saigón es enviado a Estados Unidos, regresa a su país sólo para ser brutalmente torturado y "reeducado". E incluso esa misma sensación de extrañeza -de explorar las ruinas de una civilización absurda y cruel, largamente extinta- se advierte en El ruido del tiempo, donde Julian Barnes intenta narrar (sin demasiada fortuna) el itinerario interior de Dmitri Shostakóvich en la Rusia soviética y, en particular, el viaje que éste realizó a Estados Unidos en 1949 por órdenes de Stalin.

            Resulta asombroso el interés que estas y muchas otras ficciones recientes demuestran hacia la Guerra Fría. Pocos dudan, a estas alturas, que el experimento de ingeniería social emprendido por Lenin, Stalin, Mao o Ho Chi-Minh cristalizó en algunas de las sociedades más opresivas y desasosegantes de la historia. En su intención de doblegar los instintos egoístas de los seres humanos, pusieron en marcha aparatos estatales -y policíacos- que no solo no eliminaron la inequidad o la injusticia, sino que se inmiscuyeron en todos los aspectos de la vida privada, aniquilaron la creatividad individual e impusieron por la fuerza (con millones de asesinatos y encarcelamientos de por medio) un modelo de vida fincado en el miedo y la sospecha.

            ¡Qué lejos parece quedar, en efecto, el tiempo en que tantos intelectuales y activistas en Occidente y América Latina se empañaron en creer que allí, tras el Telón de Acero, había una esperanza o una solución a las contradicciones del capitalismo! A 25 años del fin de la URSS, nada queda de esa utopía, ni siquiera en las naciones que aún se proclaman comunistas, como China o Vietnam. El "socialismo real" luce hoy como un sangriento despropósito y uno de los más grandes crímenes de la humanidad. Su recreación en la literatura, el cine o la televisión no encierra atisbo alguno de nostalgia.

            Y, sin embargo, no deberíamos conformarnos con juzgar sus perversiones. Si algo debiera recordarnos su fracaso es la incapacidad de tantas mentes brillantes para verlo a tiempo. Esa misma ceguera persiste en nuestro orden capitalista -y, peor aún, neoliberal- y hoy obnubila a tantos otros a la hora de encarar nuestras propias taras. Si el comunismo no fue la solución a la inequidad, ello no significa que ésta no se mantenga, de maneras más escandalosas que hace 25 años. Rememorar el horror del comunismo debería servirnos, sobre todo, para no olvidar que éste nació para combatir las terribles injusticias que el capitalismo sigue amparando por doquier.

           

Twitter: @jvolpi 

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4 de julio de 2016
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El camino escocés

No fue por radicalidad democrática sino por oportunismo aventurero e irresponsable. El plumero no se le vio todavía en el referéndum escocés, pero no ha podido esconderlo en el del Brexit. David Cameron es cualquier cosa menos un ejemplo a seguir, tanto en relación a Escocia como a la pertenencia a la UE.

Por este lado, mala noticia para el soberanismo catalán. La convocatoria del referéndum escocés autorizado por Cameron no sirve. Ahora se ha visto que no fue la libertad de los viejos reinos británicos lo que indujo al primer ministro conservador a acordar con Alex Salmond la consulta escocesa, con el primer objetivo de apuntarse una victoria unionista sobre Escocia y conseguir después un acuerdo con Bruselas que le llevara a una victoria imperial sobre el Brexit.

De haber culminado estos altísimos propósitos habría ingresado en la galería de los grandes políticos del siglo XXI, con un doble gesto de dominación interna sobre los británicos y externa sobre los europeos. Era una apuesta muy arriesgada, a todo o nada, y la ha perdido.

Con el referéndum de Escocia rechazó el sensato e inteligente camino de la vía intermedia, la Devolution Plus que Salmond le proponía como tercera opción entre la unión y la separación. Sabían ambos que era la opción vencedora en caso de someterla a consulta, pero Cameron prefirió jugárselo todo a la opción binaria para no perder ni un ápice del poder de Londres.

Cuando la campaña empezó a pintar mal, se sacó de la manga un nuevo incremento de la autonomía escocesa e incluso el horizonte de una cierta federalización del Reino Unido. Una vez venció, las promesas quedaron en nada y Cameron se limitó a guardar sus cartas para negociar después del referéndum del Brexit. Ahora el gobierno británico no tendrá más remedio que mejorar todavía más la oferta para convencer a los escoceses ya fuera de plazo de que es mejor que se queden en el Reino Unido.

El independentismo escocés va al alza y está encontrando aliados en toda Europa. El primero y más natural son las dos instituciones más comunitarias ?la Comisión y el Parlamento? a las que les caen simpáticos los países que quieren entrar y antipáticos los que despotrican y quieren salir. Irlanda ya ha actuado de portavoz escocés en el último Consejo. Fácilmente habrá abogados escandinavos de su causa, e incluso bálticos. Pero la UE es un club de Estados y ellos son los que tienen la última palabra, tal como se han encargado de recordar Francia y España, que como los viejos imperios unitarios que fueron saltan como resortes en cuanto otro viejo imperio como el británico entra en fase de descomposición interior.

La adhesión de Escocia a la UE deberá negociarse por el momento dentro de Reino Unido, como parte de la preparación interna del Brexit, en la que los escoceses ya han anunciado que ejercerán su derecho a vetar la salida de la UE si no se cumplen sus exigencias. Todo pinta por tanto que la negociación de las nuevas relaciones de Reino Unido con la UE incluirán un nuevo referéndum escocés o un nuevo estatuto y quizás de otros territorios, como Irlanda del Norte, Gales o Londres.

La UE es una unión de Estados, pero también es un espacio de libertad y de democracia, tal como demostró la adhesión de España, solicitada en plena dictadura y obtenida solo tras la consolidación de un régimen democrático y constitucional. La primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, ha sido recibida en Bruselas gracias a estos valores fundacionales. El razonamiento desde Bruselas es impecable: ¿Cómo no se va a escuchar a quien representa a un país que democráticamente ha expresado su deseo de seguir en la UE? Otra cosa es que tenga capacidad para negociar, pero la UE debe atender y no hay duda de que a la larga atenderá la expresión democrática de la voluntad de la mayoría escocesa.

Este es el punto fuerte que el soberanismo catalán no puede olvidar. Es de nuevo la fórmula clásica de la democracia: respeto a las reglas del juego y voluntad mayoritaria. Mientras que en Cataluña son muchos, incluso en el espacio moderado, los que la ponen en duda, Escocia la ha seguido siempre. Es un camino que exige paciencia, porque es más lento y largo, como Alex Salmond se ha encargado de recordar.

Los socialistas catalanes lo acaban de balizar ante la incomprensión de unos y otros: primero, la reforma constitucional que los catalanes puedan convalidar por una amplia mayoría en un referéndum en el que participen todos los españoles; si la reforma es insuficiente y los catalanes votan en contra, aunque haya sido aprobada por el conjunto, acudir entonces al principio canadiense y a una ley de la claridad, que establezca los términos, el censo y las mayorías necesarias para consultar a una población que ha expresado reiteradamente su voluntad de organizar su relación con el resto de España de forma distinta. Esto no es el eufemístico derecho a decidir, sino el simple principio democrático que cualquier demócrata debe defender.

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4 de julio de 2016
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El Boomeran(g)
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