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Ruinas

Por 4 de julio de 2016 Sin comentarios

Jorge Volpi

Mediados de los años 80 del siglo pasado. Reagan ha llegado al poder y, como una medida más de su revolución conservadora, llama a la Unión Soviética "el Imperio del Mal" y se apresta a doblegarla con la construcción de un costosísimo escudo antimisiles, bautizado como Star Wars, que podría darle la ventaja definitiva en una confrontación nuclear. El "temor a la bomba" acapara la ansiedad del planeta pese a la doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada. En esta crispación previa al ascenso de Gorbachov, un par de espías soviéticos lleva una vida familiar en apariencia normal como agentes de viajes en Washington D.C.

            Elizabeth y Philip son The Americans: los protagonistas de una de las mejores -y menos apreciadas- series televisivas de los últimos años. El detonador de la trama es eficaz: confrontados al American way of life, estos dos agentes encubiertos padecen todas las tentaciones del capitalismo, el libre mercado y la libertad de expresión mientras no tienen escrúpulos en combatirlos. En las últimas temporadas, la conflictiva relación con su hija Paige -una auténtica estadounidense, ingenua y devota de una soporífera iglesia cristiana- será su principal preocupación, más allá de robar armas bacteriológicas o infiltrarse en el FBI.

            Uno de los aspectos más notables de esta serie es que, a 25 años de la disolución de la Unión Soviética, el orden comunista nos parezca tan lejano, tan absurdo, tan imposible, cuando por más de siete décadas pareció una alternativa real a nuestro mundo. Algo semejante ocurre al leer The Sympathizer, la fascinante novela con la cual Viet Thanh Nguyen ganó el Premio Pulitzer en 2016. Su protagonista, un agente encubierto del Viet Cong que tras la caída de Saigón es enviado a Estados Unidos, regresa a su país sólo para ser brutalmente torturado y "reeducado". E incluso esa misma sensación de extrañeza -de explorar las ruinas de una civilización absurda y cruel, largamente extinta- se advierte en El ruido del tiempo, donde Julian Barnes intenta narrar (sin demasiada fortuna) el itinerario interior de Dmitri Shostakóvich en la Rusia soviética y, en particular, el viaje que éste realizó a Estados Unidos en 1949 por órdenes de Stalin.

            Resulta asombroso el interés que estas y muchas otras ficciones recientes demuestran hacia la Guerra Fría. Pocos dudan, a estas alturas, que el experimento de ingeniería social emprendido por Lenin, Stalin, Mao o Ho Chi-Minh cristalizó en algunas de las sociedades más opresivas y desasosegantes de la historia. En su intención de doblegar los instintos egoístas de los seres humanos, pusieron en marcha aparatos estatales -y policíacos- que no solo no eliminaron la inequidad o la injusticia, sino que se inmiscuyeron en todos los aspectos de la vida privada, aniquilaron la creatividad individual e impusieron por la fuerza (con millones de asesinatos y encarcelamientos de por medio) un modelo de vida fincado en el miedo y la sospecha.

            ¡Qué lejos parece quedar, en efecto, el tiempo en que tantos intelectuales y activistas en Occidente y América Latina se empañaron en creer que allí, tras el Telón de Acero, había una esperanza o una solución a las contradicciones del capitalismo! A 25 años del fin de la URSS, nada queda de esa utopía, ni siquiera en las naciones que aún se proclaman comunistas, como China o Vietnam. El "socialismo real" luce hoy como un sangriento despropósito y uno de los más grandes crímenes de la humanidad. Su recreación en la literatura, el cine o la televisión no encierra atisbo alguno de nostalgia.

            Y, sin embargo, no deberíamos conformarnos con juzgar sus perversiones. Si algo debiera recordarnos su fracaso es la incapacidad de tantas mentes brillantes para verlo a tiempo. Esa misma ceguera persiste en nuestro orden capitalista -y, peor aún, neoliberal- y hoy obnubila a tantos otros a la hora de encarar nuestras propias taras. Si el comunismo no fue la solución a la inequidad, ello no significa que ésta no se mantenga, de maneras más escandalosas que hace 25 años. Rememorar el horror del comunismo debería servirnos, sobre todo, para no olvidar que éste nació para combatir las terribles injusticias que el capitalismo sigue amparando por doquier.

           

Twitter: @jvolpi 

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Jorge Volpi

Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcrosEl temperamento melancólicoEl jardín devastadoOscuro bosque oscuro, y Memorial del engaño; así como de la «Trilogía del siglo XX», formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve y Deux-Océans-Grinzane Cavour), El fin de la locura y No será la Tierra, y de las novelas breves reunidas bajo el título de Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie. También ha escrito los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968La guerra y las palabras. Una historia intelectual de 1994 y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Con Mentiras contagiosas obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008 al mejor libro del año. En 2009 le fueron concedidos el II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar. Consideraciones intempestivas sobre América Latina a principios del siglo XXI, y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra. Y en enero de 2018 fue galardonado con el XXI Premio Alfaguara de novela por Una novela criminal. Ha sido becario de la Fundación J. S. Guggenheim, fue nombrado Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y en 2011 recibió la Orden de Isabel la Católica en grado de Cruz Oficial. Sus libros han sido traducidos a más de veinticinco lenguas. Sus últimas obras, publicadas en 2017, son Examen de mi padre, Contra Trump y en 2022 Partes de guerra.

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