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Boxeo y literatura

Quizás lo que cuelgo hoy en mi blog pisa el terreno de Jorge Volpi que escribe desde México. Pero no creo que sea muy cómodo para él comentar el artículo de Elena Poniatowska en la revista venezolana Mula Verde Review. Por una sencilla razón: su compatriota recuerda como Volpi y sus amigos irrumpieron en la escena literaria mexicana. La valoración que hace Poniatowska de ese motín de renovación novelística no es lo que nos importa aquí. Habla de Volpi y sus amigos a propósito del libro que acaba de publicar uno de ellos, Pedro Angel Palou. Su tema es el boxeo.

Elena Poniatowska no escribe “boxeo” sino “box” (otra razón que hace difícil hablar de algo que no tiene un nombre compartido por todos). Pero es interesante el análisis de la autora sobre la mala relación entre deporte y literatura en México. Si pensamos en su gran vecino del norte, el contraste es brutal. Se publicaron y siguen publicándose buenos libros sobre el boxeo en Estados Unidos. The devil and Sonny Listo, de Nick Tosches, que se publicó en 2000 es una maravilla de escritura llana, delgada, implacable en la construcción de un monumento en ruinas a la gloria de Liston, el negro malo de la mala película que es el american boxing. Y me parece lógico que Tosches, después de este libro, dedicara una obra a Dante que tanto sabía del infierno.

No tengo el libro de Pedro Angel Palou en la mano pero, leyendo a Poniatowska se ve que el boxeo/box (no importa como se escriba) se mantiene siempre cercano al sufrimiento, es una visión terrestre y reducida del infierno. En el momento en que un escritor, en México, va por este camino, llega al mismo lugar que su vecino norteamericano: el lugar donde hay golpes, pobreza, razas discriminadas y sueños de riqueza. Palou se parece a Tosches cuando entrega a Poniatowska una maravilla de cita del boxeador Larry Holmes: ''Yo fui pobre alguna vez, cuando era negro".

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5 de enero de 2006
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Los primeros crímenes de 2006

Las noticias de la prensa española en la primera semana del año pintan un país feliz: en 2005 se redujeron los accidentes de tráfico, los fumadores han encajado la ley anti tabaco con resignación y buen humor, España se ha salvado de la crisis de suministro de gas ruso, la economía no está mal. Y sin embargo, dos periódicos y un canal de televisión han emitido, bajo distintos titulares, tres noticias: las de las primeras víctimas de violencia doméstica en este año. Todas son tremendamente brutales: un hombre asfixió a su mujer con una almohada. Otro le disparó a la suya con una escopeta de caza mientras ella recogía aceitunas. Y la última asesina fue mujer: ella degolló con un bisturí a su novio. Los dos varones representan el caso más habitual de violencia doméstica: tipos irascibles, incapaces de controlarse, que matan en un acceso de ira: ambos tenían antecedentes de violentas discusiones con sus parejas, y sobre ambos pesaban sendas órdenes judiciales de alejamiento. Esta vez, simplemente, fueron más allá de lo que ellos mismos creían. Significativamente, pasado el arrebato, ellos mismos llamaron a la policía, confesaron su crimen, se entregaron y colaboraron. Uno de ellos incluso guió a las autoridades hasta el arma homicida. Más extraño es el caso de la asesina. Ella parece haber sostenido una gran batalla interior antes de decidirse. No vivía con su víctima, y dejó en su casa una nota suicida para que la encontrase su hija. Es decir, salió ya determinada a lo que iba a hacer, llevando un bisturí de su trabajo –era enfermera-, y a la vez dejó indicios que permitiesen detenerla a tiempo. Pero nadie la detuvo. Según el periódico, después de degollar al hombre, la mujer llamó a su hija y le anunció que había cometido “una barbaridad”. Luego ingirió barbitúricos en un intento de suicidio, pero falló. Cuando llegó la policía, ella misma les abrió la puerta, derrotada, como si hubiesen llegado demasiado tarde y demasiado temprano, precisamente en el momento en que no debían. Me pregunto si el género determina de alguna manera el tipo de asesino que uno es. O si es la personalidad la que hace que algunos maten por una explosión de rabia y otros de un modo premeditado y doloroso, como quien se enfrenta a un trabajo desagradable y obligatorio.

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5 de enero de 2006
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El talento del lector

Estoy en Londres donde el año empezó con la broma de siempre. Dos colaboradores del semanal The Sunday Times, Jonathan Calvert y Will Irredale, teclearon el texto de los primeros capítulos de dos novelas reconocidas y lo mandaron a veinte editores y agentes fingiendo ofrecer el manuscrito de un joven escritor. Con la presentación neutral de cualquier impresora de oficina, sólo se tenía el texto como elemento de valoración. Y claro, el rechazo fue casi total. De veinte cartas recibidas, una sola se interesó en uno de los libros.

La muestra utilizada por los dos autores de la trampa era dos novelas que recibieron el famoso premio Booker en los años setenta: Holiday, de Stanley Middleton, e In a free state, de V.S. Naipaul. El segundo libro fue traducido al español (en estilo libre) y es una obra que consagró como figura en el Reino Unido al autor que recibió el premio Nobel de Literatura en 2001. “No tienen una opinión sobre un libro si no tiene portada”, escribe el Sunday Times en una clara condena a la ceguera del sector editorial en la búsqueda de nuevos talentos.

Entre las personas que rechazaron los manuscritos se encuentran responsables de las más importantes casas editoriales y agentes literarios de primer orden de Londres incluyendo a Christopher Little, famoso por ser el descubridor de J. K. Rowling, la autora de Harry Potter. Desde entonces, todavía no se ha registrado el más mínimo síntoma de vergüenza y, por el momento, sólo autores como Doris Lessing o Andrew Motion han expresado su preocupación por el bajo nivel de los “supuestos” profesionales.

“Ver que algo está bien escrito y escrito de manera atractiva supone tener bastante talento y eso no se encuentra por aquí”, declaró por su parte Sir Vidia, el premio Nobel “rechazado”. Y para que nadie dude de su desprecio, el hombre que en estos momentos es considerado como el maestro del idioma inglés, añadiré que, en su opinión, en Londres, “hay pocas personas que puedan entender lo que es un buen párrafo”.

Se habla tanto del talento de los escritores, que se olvida el de los lectores. En unos fragmentos publicados en su libro En lisant, en écrivant, Julien Gracq, el mejor escritor francés vivo, viene a decir algo como (no es una cita literal): pensemos en un millón de personas que leen a Rimbaud; ahora, pensemos en Verlaine que lee a Rimbaud y lo descubre. Es cierto, existe la hora del lector, hora decisiva cuando por su posición es el primer lector.

Está bien, no esconderé que, después de esta condena al mundo editorial, me voy para Picadilly para descubrir en Hatchard’s, mi librería de siempre, lo que cocinaron estos trogloditas y analfabetos que ni reconocen a un premio Nobel.

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5 de enero de 2006
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El pequeño rey del shopping

Fue el día previo a la Nochebuena, en un shopping, durante el delirio del que somos presa todos los que necesitamos comprar muchos regalos. Ya llevaba toda la mañana ahí adentro. Mi hija Milena, haciendo alarde de sensatez, sugirió hacer un alto para comer. Entonces lo vi por primera vez, al lado de la caja del restaurante. No tendría más de ocho años, pelo castaño claro y un espolvoreo de pecas del mismo color en los cachetes gordos. Me pareció que se me aproximaba, pero no dijo nada. En realidad sí dijo, pero lo hizo con una vocecita tan queda que no salió sonido alguno de su boca. Pagué lo que debía, y recién entonces insistió. Me pidió si no le compraba algo de comer. Le dije que por supuesto, que me dijese qué quería. Fue muy claro al respecto: quería un panqueque con dulce de leche. Eso me obligaba a ir a otro de los restaurantes del shopping. Dejé a mi hija con las dos bandejas y lo acompañé. Cuando le pregunté si además quería beber algo, fue igualmente específico: quería un batido de banana con leche. Me hizo gracia. Después de todo, pensé, no está mal que acumule azúcar e hidratos de carbono como para rebotar un rato por las paredes. Como me quedé a esperar que le sirviesen su orden para que nadie se aprovechase de él, nos pusimos a charlar. Le pregunté su nombre. Me dijo: Jorge. Esto también me hizo gracia, Jorge es un nombre muy adusto para un niño, en la Argentina casi no existen Jorges menores de 45. Sintiéndose en confianza, me preguntó si había visto la última de Harry Potter. Le dije que no, pero que mi hija sí. Me dijo que estaba bien, aunque no le gustaba mucho el final. Después agregó que también había visto Chicken Little y no sé cuántas más de las películas infantiles de los últimos tiempos. Era obvio que lo dejaban entrar, o bien se arrogaba el derecho, en los cines del shopping. No pudimos conversar mucho más, porque el panqueque y el batido hicieron su aparición. Le mostré dónde iba a estar, y le dije que ante cualquier cosa fuese a verme. Al rato volvió a moverse por la zona, encarando a un nuevo cliente al lado de la misma caja. “¿Qué dijiste?,” preguntó la mujer. Los pedidos de Jorge eran siempre inaudibles, al menos la primera vez. Al menos en esto nos parecíamos. Lástima que no pude oír qué pidió. Me hubiese divertido descubrir que iba por una segunda ronda de panqueques. Me pregunté qué habría dentro de esa cabeza, qué noción de la vida estaría formándose en el contraste entre las necesidades diarias que lo obligaban a pedir comida, el palacio del shopping y las fantasías que le proporcionaba el cine. Todo indicaba que ese lujoso templo consagrado al consumo era su segundo hogar, su plaza y su centro de diversiones. ¿Desarrollará Jorge resentimiento, por todo lo que se le muestra sin que pueda acceder a ello? ¿O más bien tomará las cosas como vienen, maravillándose ante las puertas que sí se le abren aun cuando carezca de llaves? Y la posibilidad de meterse en el cine como Pancho por su casa, ¿lo ayudará a potenciar una imaginación ya alimentada a base de panqueques y batidos? Si fuese realista, diría que lo más probable es que el resentimiento gane la partida. Pero si fuese realista no sería escritor. No les extrañe que Jorge, o alguien muy parecido, aparezca en mi próxima novela.

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5 de enero de 2006
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Evo en Hispania

Evo Morales ha pasado por España ofreciendo estabilidad a los empresarios españoles. Pero antes estuvo en Cuba y Venezuela proclamando la revolución. En Madrid manifestó su interés por trabajar con los Estados Unidos. Pero ante Al Yazira declaró que Bush es el único terrorista. En su breve gira previa a la toma de gobierno, Evo está tanteando las reacciones de los diferentes auditorios, y a todo el mundo le dice lo que quiere escuchar. En todo caso, si algo se puede sacar en claro es que el eje de Castro y Chávez tiene un miembro nuevo. Y los tres promueven al peruano Ollanta Humala para continuar extendiéndose por la región. Su enemigo natural, el Gobierno norteamericano, guarda un cortés silencio. Ya sabe que montar un escándalo no le sale rentable. De hecho, el primer subidón electoral de Evo en 2002 se debió precisamente a una rabieta del embajador que les cayó bastante antipática a los bolivianos. Ante eso, los países latinoamericanos más grandes se frotan las manos, porque ellos actúan como mediadores. Para Brasil y para Argentina -que acaba de cancelar su deuda con el FMI- el eje socialista es un balón de oxígeno en la carrera por independizarse económicamente de Estados Unidos. Mientras exista Chávez, Kirchner será un ejemplo de moderación, y Lula, un aliado regional. Venezuela y Bolivia poseen, además, la reserva energética que necesitan sus industrias. Lo mejor para su desarrollo es que esa reserva esté en manos de los estados. El contexto pone a España en una situación difícil. Chávez y Evo promocionan a Zapatero -a su pesar- como una especie de camarada revolucionario. En respuesta, el Gobierno español procura presentarse internacionalmente como el mediador natural entre ellos y Estados Unidos. Pero, claro, para mediar entre ellos necesita mejorar sus relaciones con Estados Unidos. Y si lograse eso, aún tendría que definir qué ofrece España para la región que no ofrezca ya Brasil, por ejemplo. Y aún si consiguiese elaborar una oferta tentadora, le faltaría explicar cómo defenderá los intereses de los gobiernos latinoamericanos y, a la vez, los de los capitales españoles como Repsol. La encrucijada política que le espera al Gobierno del PSOE en América Latina muestra las dificultades de situarse ideológicamente a la izquierda cuando se gobierna un país rico. Resolver esas dificultades podría situar a Zapatero a la vanguardia de las relaciones internacionales. Pero hay que resolverlas.

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5 de enero de 2006
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Esa pareja feliz

Algunos ingenieros se percatan de lo muy filosófico que es su oficio, frente a lo artístico del oficio de los arquitectos. La desaparición del ámbito artístico va a conseguir que ingenieros y arquitectos, que siempre anduvieron a la greña, acaben por ser la misma cosa. Sin embargo, aún no ha llegado ese momento, excepto para Norman Foster. Desde que Novalis afirmó que tender un puente no es otra cosa que “moralizar la Naturaleza”, los grandes ingenieros construyen una ética material. Los arquitectos son más sentimentales, no buscan el respeto sino el amor. No construyen: “se expresan”. Un ingeniero de alta graduación ética, César Lanza, publica unos ensayos (In Purezas) sobre estas cuestiones en la Fundación Esteyco, gracias a la agudeza de otro ingeniero ilustrado, Javier Rui-Wamba. Le Corbusier decía que la arquitectura es “el juego sabio, concreto y magnífico de volúmenes agrupados bajo la luz”. Frente a él, Lanza coloca una auténtica estatua, la del ingeniero Charles de Freycinet, que fuera primer ministro de la III República francesa y para quien “toda construcción produce cuerpos, no espacios, y el volumen y demás propiedades geométricas son abstracciones a las que se llega después de excavar la materia, al despojar la realidad de su sentido físico y suplantarla por el mundo imaginario”. Una figura exacta de su tiempo, el de Julio Verne. Le Corbu y Freycinet proponen dos puntos de vista enfrentados, aunque quizás complementarios si consideramos que ese mundo imaginario excavado en la materia también comprende el modo de habitar de los cuerpos humanos que allí se agrupan. El arquitecto tiene el privilegio de imaginar la vida de los inquilinos y dirigirlos como un domador de circo. “Este pasará por el baño cada vez que quiera ir al dormitorio; a lo mejor así se ducha. Este otro no podrá mirar por la ventana a menos de que se suba en un taburete, lo que le hará apreciar mucho más la luz del día”, y así. Cada invento de la arquitectura es una novela, la que se vive en una mansión de Palladio, en un crescent de Nash, o en las termas de Zumthor. En cambio, las grandes obras de ingeniería, sus inventos, son tratados de ética redactados con la severa dignidad de un procónsul republicano. Loor a los ingenieros. Amor a los arquitectos.

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5 de enero de 2006
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Tiempos difíciles

La Argentina del siglo XXI es la Inglaterra de Dickens. Incluso en este tiempo de recuperación económica, la reapertura de fábricas y de negocios crea nuevos ejércitos de subocupados y explotados que trabajan en condiciones de semiesclavitud, y un ejército aún más numeroso de gente que se queda afuera de los muros, en espera de las sobras que producirán aquellos que tan sólo ganan para comprarse migajas. Sus asuntos raramente llegan a la Justicia, que cuando acepta considerarlos abre expedientes que a continuación extravía en laberintos dignos de la corte de Chancery en Bleak House. Y como resulta inevitable, las víctimas más estremecedoras son siempre los niños. Esto se percibe más que nunca en enero, cuando las hordas de empleados desaparecen rumbo a su destino de vacaciones y la ciudad se vacía. Buenos Aires se parece hoy a aquella imagen de la Gran Vía desierta en la película Abre los ojos, pero con el añadido de los niños y de las madres y de los homeless que deambulan perdidos bajo el sol asesino, sin nadie a quien pedirle un mendrugo. Por supuesto, esta ciudad no se ve nunca en la televisión de Buenos Aires, y casi nunca en sus diarios, y menos aún en sus películas y en sus novelas y cuentos. A veces la veo asomar en los artículos que el periodista Cristian Alarcón publica en Página 12; o en libros de no ficción como Los pibes del fondo, de Patricia Rojas. Pero por lo demás, la Buenos Aires que registro a diario en las calles sigue sin encontrar su relato en el arte y en los medios. Y no hay realidad más difícil de cambiar que aquella que una sociedad se niega a asumir. Por lo pronto, que surgiese un Dickens no nos vendría nada mal.

………………

Alguien debería poner en marcha una campaña de Hambre Cero en este país. Y no parar hasta que llegue el día en que ni un solo niño se vaya a dormir con el estómago vacío.

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4 de enero de 2006
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El malo y el más malo

El Gobierno español acaba de retirarle el estatuto de asilado político al líder opositor de Guinea Ecuatorial, Severo Moto. El Gobierno guineano, presidido por Teodoro Obiang, se apresta a recibir de regreso a su peor enemigo. Un portavoz ha calificado la revocación de asilo como una decisión “sabia” y “lógica” que mejorará sus relaciones de cooperación con España. Sin embargo, el portavoz no anuncia ninguna represalia oficial contra Moto. Según dice, la ley tendrá la última palabra. Cabe sospechar que la ley que se ocupará de Severo Moto es la misma que mantiene en el poder a Obiang desde hace veintiséis años. La misma que ha consagrado a su partido como el único del país, con el irónico nombre de Partido Democrático. La ley que ampara a la radio estatal África 2000, que hace dos años anunció que el presidente está en permanente contacto con el Todopoderoso y puede matar a cualquiera "sin que nadie le pida cuentas y sin ir al infierno porque es el Dios mismo". Una ley confiable, sin duda. Ahora bien, Severo Moto tampoco tiene un historial muy claro. En 2004, Obiang lo acusó de planear un golpe de estado con el apoyo de España. Moto lo negó y proclamó públicamente que el régimen de Obiang planeaba asesinarlo. Meses después, desapareció en Croacia, a donde aparentemente había ido a comprar armas. Sin embargo, su partido culpó al Gobierno español de haber “permitido” su desaparición y la difusión de un rumor sobre su muerte. Luego, Moto apareció en Zagreb y dijo que él mismo se había ocultado porque el Gobierno español conspiraba contra su vida. Pero a su regreso a España, cambió otra vez la historia: declaró que había sido temporalmente secuestrado y uno de sus secuestradores había sugerido que quizá los españoles estaban involucrados en la operación. Lo más probable después de todo esto es que España haya aprovechado que Moto se ha cargado todos los límites legales del asilo para revocarlo y así ahorrarse el constante dolor de cabeza que este hombre representa. Teodoro Obiang es un dictador tan siniestro y repulsivo que uno se siente tentado de apoyar a cualquier cosa para reemplazarlo. Ahora bien, lo mismo ocurría con el anterior, Francisco Macías, aliado de Franco y notable genocida. Por eso hubo gente dispuesta a apoyar a Obiang. El síndrome de “un clavo saca a otro clavo” perpetúa a una clase política más diestra en operaciones de mafia que en gestión pública ¿Cuántos más de ellos tendrá que aguantar Guinea Ecuatorial?

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4 de enero de 2006
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Historia inmaterial

Me encuentro para tomar un café con el amigo de Luxemburgo y me cuenta una experiencia demasiado larga para reproducirla con exactitud. La resumo saltándome las escalas intermedias. En 2000 compró acciones de empresas tecnológicas al precio de 3 dólares por acción. En 2002 alcanzaron los 12 dólares, pero entonces reventó la burbuja y el Nasdaq se vino abajo. Quiso vender, pero cuando logró localizar a sus asesores ya la empresa de inversiones había desaparecido, los fondos habían sido vendidos a una compañía filipina, y las acciones iban a 10 céntimos de dólar. Hasta aquí, lo que ya sabemos. Hace unos meses recibió una oferta de cierta firma de abogados afincada en Osaka, la cual le informaba de que había comprado los fondos filipinos con el fin de proceder a una operación de enmascaramiento fiscal, aduciendo pérdidas. Le ofrecían diez dólares por acción. Mi amigo, que es de los más listos que tengo, pidió de inmediato el contrato y tras recibirlo lo llevó a un abogado, el cual, después de consultar con unos especialistas, le confirmó que era irreprochable. Pero mi amigo no se quedó satisfecho porque para que el contrato entrara en vigor tenía que pagar las costas legales japonesas. Sólo eran cinco dólares. Le pareció demasiado escaso. Tras un recorrido apasionante por Internet, con consultas, por ejemplo, a la Cámara de Comercio de Osaka y al Colegio de Abogados nipón, no recibió información en contra, pero tampoco a favor de la empresa. Decidió colgar sus dudas en la web. A la semana siguiente comenzó a recibir mails de Finlandia, de Noruega, de Suiza... decenas de miles de personas estaban en su misma situación. Eso le decidió a acudir a la Interpol. En dos días habían desmantelado la estafa, aunque nunca aparecería nadie detrás de la perfecta documentación, de la eficaz página web, del minucioso registro mercantil, del elegante papel de carta. ¡Cuánta inteligencia, cuánta habilidad técnica, cuánta creatividad, la de estos ladrones limpios, sabios, quizás ilustrados y con títulos de Oxford o Berkeley! ¿Qué novelista podría dar una imagen verosímil de los nuevos piratas sin rostro, sin cuerpo, sin edad, puros fantasmas, puro sueño? ¿Y la navegación espacial de Noruega a Osaka? ¿Y los abordajes a compañías filipinas de quebrados? ¡Qué belleza! Comprendo que el acicalado Tom Wolfe haya fracasado en su intento de ser el Balzac americano. No hay vuelta atrás y no tenemos ni idea de cómo narrar una sociedad plagada de conflictos inmateriales.

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4 de enero de 2006
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La guerra de nunca acabar

Me parece que el libro de Stephen Koch, The breaking point/adieu a l’amitié, sobre la relación entre Hemingway y Dos Passos sale, tal como las grandes películas de Hollywood, en todos los países a la vez. No sirve de nada cambiar de revista o de idioma, siempre leo la misma reseña sobre la desaparición de José Robles durante la Guerra Civil. Era un aristocrata, amigo de Dos Passos, que lo necesitaba para rodar un documental. Para Hemingway era un don nadie y su desaparición en 1937 le importó un carajo.

Se cree que Robles fue eliminado en las purgas del estalinismo pero su mala suerte fue la causa directa de la ruptura entre los dos escritores. Dos Passos no aceptó la indiferencia de Hemingway. Lo que fascina de aquella historia es lo que esconde: si hay ruptura y odio entre personas, si son escritores los que vienen a combatir de afuera, y mueren, no puede ser otra guerra que la Guerra Civil española. Parece tan verosímil la confusión entre la guerra de España y la tragedia de los escritores que hoy, leyendo la antología de Stephen Spender (Collected Poems) casi llego a intoxicarme. Leí el poema titulado “To Manuel Altolaguirre” (Para Manuel Altolaguirre). Spender no me seduce tanto, pero no voy a hacer ningún comentario (un poeta que tiene la desgracia de convivir con Auden está condenado a una carrera en la sombra).

Entonces, hay un momento en que el poema dice algo como “la sangre, la sangre, corría desde tu frente…” y sin pensarlo más me dejé llevar: otro poeta asesinado en aquella guerra civil, la guerra que tenía como función matar a los poetas y separar a los amigos. La duda era tan mínima que apenas rocé el teclado para buscar en Internet lo que el paradigma había borrado de mi mente. En realidad, Altolaguirre, miembro como se sabe de la generación del 27 y editor de la revista Litoral, murió con su mujer en 1959, en España en accidente de automóvil. Todas la guerras, incluida la peor, tienen un fin.

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3 de enero de 2006
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El Boomeran(g)
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