Marcelo Figueras
La Argentina del siglo XXI es la Inglaterra de Dickens. Incluso en este tiempo de recuperación económica, la reapertura de fábricas y de negocios crea nuevos ejércitos de subocupados y explotados que trabajan en condiciones de semiesclavitud, y un ejército aún más numeroso de gente que se queda afuera de los muros, en espera de las sobras que producirán aquellos que tan sólo ganan para comprarse migajas. Sus asuntos raramente llegan a la Justicia, que cuando acepta considerarlos abre expedientes que a continuación extravía en laberintos dignos de la corte de Chancery en Bleak House. Y como resulta inevitable, las víctimas más estremecedoras son siempre los niños.
Esto se percibe más que nunca en enero, cuando las hordas de empleados desaparecen rumbo a su destino de vacaciones y la ciudad se vacía. Buenos Aires se parece hoy a aquella imagen de la Gran Vía desierta en la película Abre los ojos, pero con el añadido de los niños y de las madres y de los homeless que deambulan perdidos bajo el sol asesino, sin nadie a quien pedirle un mendrugo.
Por supuesto, esta ciudad no se ve nunca en la televisión de Buenos Aires, y casi nunca en sus diarios, y menos aún en sus películas y en sus novelas y cuentos. A veces la veo asomar en los artículos que el periodista Cristian Alarcón publica en Página 12; o en libros de no ficción como Los pibes del fondo, de Patricia Rojas. Pero por lo demás, la Buenos Aires que registro a diario en las calles sigue sin encontrar su relato en el arte y en los medios. Y no hay realidad más difícil de cambiar que aquella que una sociedad se niega a asumir.
Por lo pronto, que surgiese un Dickens no nos vendría nada mal.
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Alguien debería poner en marcha una campaña de Hambre Cero en este país. Y no parar hasta que llegue el día en que ni un solo niño se vaya a dormir con el estómago vacío.