Jean-François Fogel
Me parece que el libro de Stephen Koch, The breaking point/adieu a l’amitié, sobre la relación entre Hemingway y Dos Passos sale, tal como las grandes películas de Hollywood, en todos los países a la vez. No sirve de nada cambiar de revista o de idioma, siempre leo la misma reseña sobre la desaparición de José Robles durante la Guerra Civil. Era un aristocrata, amigo de Dos Passos, que lo necesitaba para rodar un documental. Para Hemingway era un don nadie y su desaparición en 1937 le importó un carajo.
Se cree que Robles fue eliminado en las purgas del estalinismo pero su mala suerte fue la causa directa de la ruptura entre los dos escritores. Dos Passos no aceptó la indiferencia de Hemingway. Lo que fascina de aquella historia es lo que esconde: si hay ruptura y odio entre personas, si son escritores los que vienen a combatir de afuera, y mueren, no puede ser otra guerra que la Guerra Civil española.
Parece tan verosímil la confusión entre la guerra de España y la tragedia de los escritores que hoy, leyendo la antología de Stephen Spender (Collected Poems) casi llego a intoxicarme. Leí el poema titulado “To Manuel Altolaguirre” (Para Manuel Altolaguirre). Spender no me seduce tanto, pero no voy a hacer ningún comentario (un poeta que tiene la desgracia de convivir con Auden está condenado a una carrera en la sombra).
Entonces, hay un momento en que el poema dice algo como “la sangre, la sangre, corría desde tu frente…” y sin pensarlo más me dejé llevar: otro poeta asesinado en aquella guerra civil, la guerra que tenía como función matar a los poetas y separar a los amigos. La duda era tan mínima que apenas rocé el teclado para buscar en Internet lo que el paradigma había borrado de mi mente. En realidad, Altolaguirre, miembro como se sabe de la generación del 27 y editor de la revista Litoral, murió con su mujer en 1959, en España en accidente de automóvil.
Todas la guerras, incluida la peor, tienen un fin.